Por: Nancy Martínez
Hoy, ante un año más de recordar uno de los sucesos más atroces que la sociedad guatemalteca ha experimentado en los últimos años, en el que 41 niñas perdieron la vida en el incendio del Hogar Virgen de la Asunción, durante el gobierno de Jimmy Morales, se hace presente la necesidad de encontrar palabras para decir eso que nos inunda ante una vida que acaricia la muerte a tan temprana edad. Niñas que estaban al “cuidado del Estado” ese que recientemente ha dado a relucir sus “logros”, en la reducción de gastos para la manutención y el resguardo de estas vidas que antes de que entraran al cuidado del Estado, ya habían presenciado la reducción del goce de sus derechos humanos. Hoy duelen 56 vidas porque si bien 15 lograron sobrevivir, esta experiencia ha marcado para siempre su existencia. Y a nosotras, las otras mujeres que circulamos la noticia, nos vemos conmovidas, por la fragilidad con que siendo mujeres se vive en este país.
En este país que odia a las mujeres[1] es
un continuo recorrido de nombres que aparecen en las distintas alertas Alba
Keneth e Isabel Claudina. Estadísticas que constantemente los distintos grupos,
como los feministas, luchan por que no se borren de la memoria, porque para las
personas en Guatemala es muy fácil olvidar. Las marchas, las consignas, las
denuncias, las concentraciones, entre otras formas de protesta, son
actividades que se visibilizan en redes y forman ese registro, o bien, el
archivo de las distintas violencias que sufren las mujeres en el país.
Ante tanto horror, nos preguntamos cómo hemos
caído tanto, cómo seguimos siendo esta sociedad que construye mujeres
fragmentadas[2],
que permite la continua subjetividad femenina herida al crecer planteándonos
seres para otros. Eso que nos permite aceptar el silencio para “evitar mayores problemas”,
el creer que nuestro destino está escrito por la pluma de una sociedad que
desde el patriarcado nos educa para perpetuar la imagen del mujer-madre,
mujer-esposa, mujer-ángel y mujer-cuidado. Sí, porque aún persisten las tres
designaciones, o eres la mujer santa, como esa virgen a quien admiramos por su
entrega incondicional. O eres esa mujer mártir, que da su tiempo, esfuerzo,
dinero y vida, para el crecimiento de otros, siempre posponiendo su propia
existencia y deseo. Y por último, esa mujer puta, a la que el mercado construye
desde todas las características del abanico, una de ellas la famosa Lolita, que
es deseada y cuidada para que cuando pierda su “inocencia” valga la pena; o la
mujer con quien pueden experimentar todos aquellos deseos “pecaminosos”, a
quien aunque tengan que pagarle, será la que por un segundo les lleve a la
“gloria” de su satisfacción.
Esta sociedad misógina en la cual nos
construimos mujeres en rivalidad contra las otras, por un puesto, por un
marido, por un halago. En donde a pesar de tanta violencia, surge la sororidad,
el cuidado entre nosotras porque el Estado no nos cuida, nos cuidamos nosotras,
entre hermanas, amigas, colegas, etc.. Sí, somos las feministas que en el
reconocimiento de clase, etnia y género, en ese surgir de la conciencia de género, que
logramos hablar con las otras, logramos sentir con las otras, apoyarnos entre
nosotras y sentir en el cuerpo las violencias a las que todas nos vemos
expuestas. Hoy se hace necesario empalabrar los sentimientos que nos rodean,
tanto por el pasado como ese presente tan abrumador que nos rodea. Por todas
las que no están, por todas las que hoy nos hacen falta en la mesa, por todas
las que dejaron a hijos e hijas sin ver crecer, por todas aquellas niñas que no
llegaron a la pubertad, por tantas vidas que hoy nombramos que han sido
golpeadas por el machismo y la misoginia:
“Las perlas de mi vestido” (1983)
Voy a hilarde perlas negrasmi vestidoVoy a morircada vez que me lo pongaVoy a lucirlocon impotencia y sufrimientocuando la televisión me digaque mataron a mi amigoa mi primoa mi amadoa mi amantea mi más tierna compañíaLas perlas negrasse agitaránmostrarán su brillose llenarán del aguavertida por mis ojossentirán deshenebrarseen el impulso ahogadode mi grito de angustiade mi protestade mi amarguraMi vestido de perlas negrascada vezse mantiene menoscolgado de su cerchaCada vez, temblandose vuelve a posar sobre mi cuerpopara atarmecon sus frágiles cintitasel cuellodejándome apenas respirarOh, Diosde nuevo pisando el cementerio...y quien ve las perlasde mi vestidotodavía unidas, erguidas.29.VIII.8323:35[3]
Gracias a Elizabeth Paz Ligorría Balcárcel, mejor
conocida como la poeta Maríabelem, hoy tenemos este poema que nos presenta en
el año 1984, en su primer poemario en el que cuenta con palabras de apertura
escritas por Horacio Figueroa Marroquín y Margarita Carrera, quienes dan una
primera impresión a este interesante camino de reflexión y emocionalidad. Impreso
por la Tipografía Nacional, el libro Cantos
a la vida, acariciando la muerte, presenta más de 60 poemas que inundan la
mirada de quien lee y trae a reflexión sobre la vida, esa a la cual se presenta
la celebración, pero que la reconoce finita, que cotidianamente se extingue en
el correr del tiempo y rutina. A pesar de haber sido producido en los años que
se conocen como los más oscuros del conflicto armado interno en el país, sus
versos suenan y hacen conexiones humanas con asombrosa actualidad.
Estas perlas de las que Maríabelem nos habla,
son todos esos llantos que inundan los corazones de quienes hoy viven y se
solidarizan con la pérdida de vidas de tantas mujeres y niñas en el país. Esos
vestidos con perlas negras que son atravesados por tanto dolor y desgarro ante
la violencia empapada de impunidad, porque los mecanismos del Estado solo hacen
postergar un acceso a justicia. Como ejemplo tenemos el camino de la madre de Isabel
Veliz Franco, que tras veinte años ha logrado justicia con una condena para el
asesino de su hija.[4]
Ese vestido con perlas negras que cada día pasa menos en su armario porque la
muerte se multiplica, porque la muerte desgarradora e incomprensible se
multiplica en las manos de un sistema con tanta carencia y precariedad. Es ese
vestido con perlas negras el que hoy marcha por las calles de este país,
protestando por la indolencia e ineficiencia de las instituciones, reclamando
que no se nos olviden los nombres de las
que hoy ya no están y exige justicia para que como mujeres y niñas
tengamos una vida libre de violencias.
[1] Lucía Escobar. El país que odia a las mujeres. La Columna. El Periódico. 7 de noviembre
2018.
[2] Carol Zardetto. El viaje de la mujer fragmentada. Gazeta.
8 de marzo 2020.
[3] Maríabelem.
Cantos a la vida, acariciando la muerte. Guatemala:
Tipografía Nacional. 1984. Pg 86.
[4]
Irvin Escobar. Caso
Isabel Veliz Franco: “Es justo que esto termine con justicia y no impunidad”,
dice la madre de la víctima. Prensa Libre. 1 de marzo 2021.