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jueves, 17 de diciembre de 2015

Acoso sexual callejero: Cuando el cuerpo de la mujer es terreno de dominio público





Norma Loto 

Hasta hace poco tiempo, el imaginario había quedado estancado en la idea de que el acoso sexual callejero era un costo que las mujeres debían pagar en el espacio público. Pero, afortunadamente, desde un tiempo estas acciones indeseadas son interpeladas.

Los “piropos”, como también otras frases y situaciones que parecían signos indiscutibles de la calle, hoy se denominan: acoso sexual callejero (ASC). Según la especialista Hollu Kearl, clasifican como ASC “las palabras y acciones no deseadas llevadas adelante por desconocidos en lugares públicos, que están motivadas por el género e invaden el espacio físico y emocional de una persona de manera irrespetuosa, rara, sorprendente, atemorizante o insultante”.

En tanto, el Observatorio contra el Acoso Callejero de Chile -http://www.ocacchile.org/- sostiene como ASC prácticas “sufridas de manera sistemática, en especial por las mujeres, ocurriendo varias veces al día desde aproximadamente los 12 años”. Estos actos generan traumas “no solo por hechos de acoso especialmente graves, sino por su recurrencia.”

Según el Observatorio contra el Acoso Callejero, el ASC comprende las miradas lascivas, “piropos” suaves y agresivos, silbidos, besos, bocinazos, jadeos y otros ruidos, gestos obscenos, comentarios sexuales, directos o indirectos al cuerpo, fotografías y grabaciones no consentidas a partes íntimas, tocamientos (“agarrones” o “punteos”), persecución y arrinconamiento, masturbación con o sin eyaculación y exhibicionismo”.

El ASC es un tipo de violencia porque se trata de “una práctica no deseada, que genera un impacto psicológico negativo y tiene efectos en la vida cotidiana de las mujeres que, a veces, se ven obligadas a cambiar los recorridos habituales por temor a reencontrarse con el o los agresores, modificar los horarios en que transitan por el espacio público; preferir caminar en compañía de otra persona, modificar sus modos de vestir buscando desincentivar el acoso”, refiere el Observatorio.

Tamara es una joven universitaria, tiene 18 años, vive en Santiago del Estero (a 1.200 kilómetros de Capital Federal) y contó su experiencia a SEMlac:

“Una vez tuve que cambiar el camino habitual a casa porque alguien me seguía en una moto, decía cosas feas. Salí corriendo hasta llegar a mi casa, con un miedo impresionante. Además, ¡detesto salir a la calle y que estén en la esquina albañiles o vecinos diciéndome cosas! Mi actitud es ignorarlos y la respuesta de ellos es: “¡ay, tampoco que estés tan buena!”.

El acoso sexual callejero es violencia, ya que parte del imaginario imperante que se enfoca sobre el cuerpo de la mujer como un terreno donde otros tienen derechos (a decir y hacer).

“Nada les viene bien a ustedes, las mujeres” dice Manuel, de 19 años, cuando SEMlac le consultó sobre el tema. “No justifico las grosería -continuó-, pero si las ignoramos se enojan y si es que les decimos algo lindo, también”.

Lo que Manuel ignora es que tanto un piropo como una grosería están dirigidos al aspecto íntimo de una mujer y sin su consentimiento.

La semana pasada fue la Semana Internacional contra el Acoso Callejero y fueron muchas las actividades realizadas en diferentes puntos del país. Acción Respeto, un grupo de jóvenes activistas, organizó algunas de ellas.

Este es el caso de las actividades co-organizadas junto a La Marcha de lxsPutxs, para el 24 y 25 de abril en Chaco y Corrientes (provincias del norte argentino).

Una de las organizadoras es Silvana Sanabria, quien sostuvo ante SEMlac: “Se piensa que los cuerpos, sobre todo de mujeres y personas que no encajan en el modelo hetero-patriarcal, son de dominio público y que cualquiera puede decirle lo que le venga a la mente. En cambio, sí creemos que los halagos o piropos pueden existir, siempre provenientes de una persona con la que sí tenemos un vínculo de amistad y desde el respeto”.

Los eventos que se realizarán en esas provincias tendrán como eje brindar información sobre el ASC y entregar volantes a las mujeres con la leyenda: “Esto que acabás de hacer se llama acoso callejero”, para que cada vez que sean acosadas en la vía publica puedan entregar esa información a los acosadores.

Estas actividades provinciales contarán con un taller de defensa personal. SEMlac consultó a Sanabria si es necesario combatir la violencia con más violencia, a lo que respondió: “Desde el taller planeamos dar herramientas a las personas para que puedan defenderse ante posibles situaciones de abuso sexual y violencia de género. Lo cierto es que muchas veces, cuando sufrimos acoso callejero en los espacios públicos, nos sentimos indefensas y no tenemos idea de qué hacer en caso de que la situación avance”.

La activista remarcó que el taller brindará herramientas para afrontar una situación límite, “ya que las mujeres o personas violentadas nunca son las primeras en atacar. Tiene que ver con ofrecer herramientas para resguardar la vida, en el peor de los casos y como último recurso”.

¿Por qué se necesita una ley?

Las activistas de Acción Respeto han puesto sobre la mesa de discusión la necesidad de presentar un proyecto de ley para penalizar el ASC.

“Los números del acoso demuestran que la población más vulnerable son las niñas y adolescentes menores de 15 años, y según la encuesta que hemos realizado, 38,2 por ciento fueron acosadas antes de los 13 años y otro 38,2 por ciento entre 13 y 15 años”, dijo a SEMlac Verónica Lemi, creadora y directora de Acción Respeto.

La franja etaria más afectada “coincide con el momento en que las niñas comienzan a desarrollarse -continuó Lemi- y a descubrir la sexualidad. El acoso callejero afecta enormemente no solo la libertad, sino al desarrollo de una sexualidad sana, dado que desde ese momento se encuentran con que su consentimiento no es tenido en cuenta y sus cuerpos “nuevos” generan reacciones violentas”.

Lemi relató a SEMlac que el ASC primero genera “vergüenza” en las adolescentes y, cuando recurren a los adultos, estos les refuerzan el concepto de que esas prácticas deben ser soportadas ya que “es parte de ser mujer” y “hay que soportarlo en silencio”. “Bajá la cabeza y apurá el paso”, son algunas de los consejos que escuchan las jóvenes.

“Desde ese momento clave en el desarrollo -precisó Lemi- se afianza la noción de que así tratan los hombres a las mujeres y comienza la naturalización interna de la violencia. Entonces, el acoso callejero funciona como una suerte de rito de pasaje que les marca su rol dentro de la sociedad y les enseña a aceptar la violencia hacia ellas sin responder, porque eso es ser mujer”.

La activista es partidaria de que, desde el Estado, se tomen medidas que reviertan esta situación y contrarresten el efecto de acoso y su naturalización.

“Una ley que señale esta conducta como violencia y como inaceptable es vital para que haya un marco social claro para la concientización. Hoy día las mujeres que denuncian acoso callejero se encuentran con que las fiscalías se niegan a reconocerlo como hostigamiento, minimizan las situaciones y rechazan las denuncias”, remarcó.

Además, Lemi dijo a SEMlac que una ley para esta situación no solo tendría la función de penalizar, sino que también funcionaría de modo preventivo, dado que los acosadores actualmente “cuentan con la impunidad de que no haya una figura que contemple exactamente su conducta y, por tanto, tanto policías como fiscales la minimizan”.

“Una vez aprobada una ley que multe el acoso callejero, muchos dejarán de hacerlo, aunque no entiendan del todo por qué está mal, pero las siguientes generaciones van a crecer sabiendo que es una conducta punible y rechazada social e institucionalmente”, insistió.

En definitiva, la necesidad de una ley radica en “una toma de postura del Estado: defender a las víctimas o seguir apañando a los acosadores”, concluyó la directora de Acción Respeto.

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Antecedentes cercanos

En Perú se aprobó este año la Ley para Prevenir y Sancionar el Acoso Sexual en los Espacios Públicos y tiene por objeto prevenir y sancionar el acoso sexual en lugares de uso público que afecten la dignidad, la libertad, el libre tránsito y el derecho a la integridad física y moral de niños, adolescentes y mujeres. Las sanciones penales serán establecidas en el Nuevo Código Penal peruano.

A la vez, en Chile se presentó en la cámara baja un proyecto de ley que establece tres tipos de conductas que recibirían multas: los actos verbales y no verbales; la captación de imágenes; y los abordajes intimidantes. Y los actos de acoso sexual callejero que involucren contacto físico de carácter sexual serían sancionados con presidio menor en su grado mínimo.

Fuente:http://www.alainet.org/es/articulo/169237

miércoles, 16 de diciembre de 2015

“Nos gustaría caminar solas sin miedo en la oscuridad, pero la calle sigue sin ser nuestra”



Sandra Lazaro
La oscuridad en el entorno urbano aumenta el peligro de las mujeres de sufrir una agresión por las noches. No es una leyenda, sino un estudio del Colectivo de Mujeres Malvaluna que muestra a modo de mapa que los espacios públicos de Mérida mal iluminados ponen en riesgo la seguridad de ellas.
Pueden ponerse muchos ejemplos, el último de esta misma semana. Una mujer ha denunciado haber sido víctima de un intento de agresión en las traseras del parque de La Argentina de Mérida, en el paseo de Artes y Oficios. Una zona efectivamente mal iluminada donde esta mujer fue abordada por un hombre en plena oscuridad, aunque logró escapar según ha denunciado.
Gloria Angulo, de Malvaluna, pone de manifiesto que los planes urbanísticos no se han desarrollado pensando precisamente en la seguridad de las mujeres, lo supone uno de los elementos que tiene que reforzarse con urgencia.
Agresiones sexuales
Existe una realidad que solo las mujeres sienten. Ellas, por el simple hecho de ser mujeres tienen miedo, o lo han sentido en algún momento. Cuando andan solas por la calle de noche se enfrentan a un estado inconsciente de pánico, permanecen en alerta. Hay una frase que repiten: "La calle sigue sin ser nuestra". Y una evidencia: a todas les une la posibilidad de ser víctimas de una agresión. 
“Siempre vamos alerta, y no por lo que oigamos, sino porque a casi todas alguna vez nos ha pasado, incluso aquí en Mérida. Hace 5 años a dos de nosotras nos dieron un buen susto de noche un grupo de 3 tíos en un coche, nosotras pensábamos que Mérida era una ciudad tranquila y no íbamos con miedo. Desde entonces vamos más en alerta”. Esta es la experiencia que traslada el grupo de mujeres libres de Salamandras Sincréticas. Comentan que en una sociedad patriarcal las mujeres “estamos siempre en riesgo, pues se nos considera inferiores para todo, y como objetos sexuales para usar cuando ‘uno’ quiere”.
Un concepto que comparte Mujeres Maquinando, también de Mérida. “Violencia machista también es que una mujer tenga que tener la sensación del miedo continuo cuando camina por una ciudad supuestamente segura, por el hecho de ser mujer”.
En cuanto al último intento de agresión en la capital extremeña, Mujeres Maquinando comenta que “los atacantes optan por las zonas en las que se sienten más seguros, como los entornos oscuros”. Reclaman al ayuntamiento que tome cartas en el asunto, “y por supuesto darle importancia a las cosas”. “No restarle importancia al caso, aduciendo que solo ha sido ‘un intenso de’. Lo que esta chica sufrió es un aspecto más de la violencia machista”, comenta este colectivo.
¿Sufren violencia mujeres y hombres por igual?
Las Salamandras no comparten las tesis de quienes piensan que los hombres también sufren violencia, que pueden ser violados al igual que ellas: “el índice es infinitamente menor, son casos de violencia aislados, que cualquier persona puede sufrir, pero aquí estamos hablando de que todas las mujeres tenemos un alto riesgo de violación”.
Intento de violación, abusos en la infancia, una violación consumada o simplemente toparse ante exhibicionista. Son situaciones que los hombres no sufren. “No tenemos los mismos peligros, no es comparable. Por ejemplo, en nuestro grupo a todas nos ha pasado algún episodio de este tipo, y estas cosas no las contamos abiertamente, no hablamos de ello, parece que hay que esconder que nos hayan intentando violar, que nos hayan forzado a tener una relación, que hayan abusado de nosotras, que nos haya salido un exhibicionista, etc. Pues esto pasa, es real, mucho más común de lo que se cree”.
Más de 60 ciudades han albergado 'Marchas de las putas', como esta de Lima, en respuesta a una frase de un policía de Toronto: "Las mujeres deben evitar vestirse como putas para no sufrir violencia sexual". EFE / Paolo aguilar
Uno de los conceptos en los que coinciden todas las feministas es que las mujeres no deben avergonzarse por haber sufrido algún tipo de agresión, del tipo que sea, porque “es la sociedad en general y los hombres en particular" quienes deberían de avergonzarse, "pues con las bromas, actitudes y ciertos comentarios machistas, se permiten este tipo de actos violentos".
¿Por qué no se defiende una mujer?
Tanto las Salamandras como Mujeres Maquinando piensan que a ellas se las enseña a tener miedo desde pequeñas, porque el miedo ‘paraliza’.
“Y lo que interesa es que las personas estemos lo más quietas posibles a todos los niveles. Nosotras creemos que debemos aprender a defendernos, con autodefensa, en grupos, con sprays antivioladores y sobre todo dando la cara y tomando las calles de noche, no quedándonos en casa, pero para eso tenemos que estar unidas y ser conscientes de los peligros”.
“Si tenemos miedo, pues tampoco pasa nada, es que es para tenerlo, la ayuda mutua y buscar estrategias juntas nos ayudará a superarlo”. El mensaje que lanzan es que hay que 'empoderarse' y no sentir miedo, salir solas, a cualquier hora, "porque en caso contrario le estás dando la razón al agresor".
A este respecto la representante de Malvaluna explica que ellas como colectivo no apuestan por hacer uso de la violencia explícita por parte de las mujeres, sino a desarrollar otras armas –dice—como el modo de caminar, las miradas que una mujer devuelve o simplemente la actitud.

¿Los piropos son violencia machista?

Tanto para Malvaluna, como para Salamacras y Mujeres Maquinando, no cabe la menor duda de que sí.

Aunque existen mujeres a las que les puede gustar el piropo de un desconocido, insisten en que habla de ellas como seres sexuales, y no como seres pensantes. “A algunas mujeres les puede gustar, quizás porque no las han enseñado a valorarse por sí mismas, algo muy normal que suceda en una sociedad donde priman los valores patriarcales, donde las mujeres son consideradas personas de segunda”.

En este sentido apuntan a que son juicios de valor constantes, que no siempre tienen por qué producirse bajo el prisma adulador. Comentan por ejemplo que cuando una mujer no cumple el canon socialmente marcado “se produce el insulto de fea, gorda, vieja”. “Ojo, que estamos hablando de una agresión verbal”, advierten Mujeres Maquinando.

Fuente:http://www.eldiario.es/eldiarioex/sociedad/gustaria-caminar-solas-oscuridad-calle_0_460904892.html

viernes, 2 de agosto de 2013

Chistes piropos y minues las estrategias del macho acorralado



Diana Maffía

“¿Qué quieren las mujeres?” se preguntaba Freud, y el error de nosotras era estar expectantes a su respuesta.
Definitivamente, las feministas somos unas amargas. Vemos machismo, patriarcado, androcentrismo, homofobia, lesbofobia, transfobia y violencia incluso en las situaciones más divertidas. Eso nos pone en un raro lugar: somos víctimas de permanentes ataques simbólicos, y a la vez victimarias por arruinar con nuestras respuestas destempladas las situaciones que gran parte de la sociedad considera entretenidas, glamorosas, seductoras, caballerescas, románticas y hasta corteses. Y lo peor de la confusión es que como pertenecemos a esa misma sociedad, tales situaciones también tienen eficacia simbólica sobre nosotras, también nos reímos y emocionamos con ellas; sólo que un Pepe Grillo feminista nos susurra al oído permanentes advertencias analíticas para que no caigamos en la trampa, para que no seamos literales, para que no sonriamos amablemente –como es de esperar- a los gestos corteses.
“¿Qué quieren las mujeres?” se preguntaba Freud, y el error de nosotras era estar expectantes a su respuesta.
Mi propuesta de hoy es muy modesta. Contar algunas anécdotas, señalar algunas situaciones que encienden mi alarma, procurar tímidamente un puente comunicativo para hacer grietas en los implícitos sociales y generar vínculos que no lesionen con su reiteración a ningunx de lxs participantes en ellos.
Cuando inicié la carrera de filosofía, un profesor llamado Adolfo Carpio me dijo: “¿qué hace usted acá, no sabe que las mujeres no pueden hacer filosofía? Tiene lindos ojos, aprenda repostería y búsquese un novio”. Me ubicaba así en una disyuntiva común a muchas mujeres profesionales: o carrera o familia. La filosofía era un sacerdocio que requería no ocuparse del trajín de la vida cotidiana, por eso era para varones, que como todo el mundo sabe vienen equipados con mujeres que se dedican a las tareas de reproducción y cuidado, entonces ellos no deben renunciar a nada que les corresponda para dedicarse a la vida contemplativa. Esta deliberación es objeto de muchas indagaciones feministas, de excelente nivel, que ponen eje en el quiebre subjetivo de las mujeres que deciden innovar. Como ejemplo diré que en una investigación sobre carreras científicas de varones y mujeres, encontramos como dato significativo que el 25% de los investigadores superiores del Conicet eran solteros (su carrera era un sacerdocio) pero esa cifra trepaba al 75% en las mujeres, además de tener muchas menos oportunidades de llegar a la cima.
Muchos años después, ya doctorada y con el permanente esfuerzo de equilibrar familia y trabajo, ocupo la cátedra que fue de Carpio. Últimamente he pensado si no será un gozo enfermizo estar en este lugar, si fue una aspiración verdadera o movida por el desafío y la revancha. Y eso me lleva a reflexionar sobre los deseos de las mujeres y su concepto de éxito. Tenemos paradigmas que producen indicadores precisos de lo que la sociedad reconoce como éxito personal y profesional, y el costo subjetivo de esos indicadores para las mujeres es doble: si acompañan a un varón exitoso, es posible que tengan a su cargo la parte menos glamorosa de ese éxito vicario; si ellas mismas lo son, es posible que alcanzada la meta no encuentren la felicidad prometida sino una incomprensible insatisfacción. Para las innovadoras, que decidimos desafiar la dicotomía conciliando familia y profesión, la culpa de no alcanzar el ideal de perfección en ninguno de los roles (que obviamente requieren la renuncia al otro) es permanente.
Asi las cosas, claro, no estamos para chistes. Sin embargo nos hacen chistes! Cuando me recibí, el profesor Eduardo Rabossi me felicitó haciéndome el extraño homenaje de contarme un chiste, precisamente este: Un hombre decide contratar una prostituta. Va a su departamento y encuentra que entre los previsibles adornos sugerentes había una pequeña biblioteca. Se acerca curioso y ve en ella libros de Kant, de Hegel, de Wittgenstein…
Toma uno de ellos y ve que está subrayado y con acotaciones manuscritas. Le pregunta de quién son esos libros y la prostituta contesta que son de ella, que es filósofa. El hombre, extrañado, le pregunta cómo siendo filósofa trabaja de prostituta, y ella le contesta: “tuve suerte”.
Fin del chiste. No me reí. Quedé como una amarga con mi profesor de derechos humanos.
Una brillante alumna mía, muy linda, terminó su carrera y no logró una beca o una plaza docente para comenzar a trabajar. Terminó de mesera en un restaurante muy caro de Puerto Madero, en plena era menemista, al que concurrían políticos y empresarios favorecidos por el gobierno (dicho sea de paso, algunos siguen concurriendo y siguen siendo favorecidos, pero ese es otro tema). Uno de los clientes en particular era muy pesado, con comentarios subidos de tono sobre su aspecto físico dichos a los gritos y festejados por sus contertulios. Un día mi alumna decidió contestarle con una frase de Nietszche. El diputado, sorprendido, le preguntó de dónde había sacado eso y ella le dijo que era filósofa. La pregunta fue inmediata: “¿y qué hacés trabajando aquí?”, y la respuesta de ella también: “esta es laArgentina en la que vivo, yo soy mesera y usted es diputado”. Los contertulios festejaron el chiste, el político no se rió, ella sintió una satisfacción interior que duró poco porque ese mismo día la echaron de su trabajo por hacer comentarios indecorosos a los clientes.
¿Podemos reaccionar a la violencia de los chistes y los comentarios que nos ponen como objeto pasivo de frases soeces bajo la pretensión de ser piropos, cuando todo el sistema opera contra nuestra vivencia de esas situaciones? La observación rompe un código, a veces violentamente, y entonces pasamos de víctimas a victimarias. A veces ni siquiera tenemos la oportunidad de intervenir, porque la frase se refiere a nosotras pero se pronuncia entre machos en un intercambio que nos excluye y que tiene que ver con el derecho de propiedad. Porque como decía Locke en “Dos Tratados sobre el Gobierno”, para justificar filosóficamente la necesidad del pacto social que dio origen al Estado Liberal Moderno, la violencia entre los seres humanos es consecuencia de la lucha por la propiedad; y hay dos cosas que producen el máximo conflicto entre los seres humanos: la propiedad de la tierra y la propiedad de las mujeres. El pacto social, precedido del pacto sexual, reguló ambas propiedades dando origen a la familia nuclear y garantizando así la legitimidad de la progenie para cuidar la herencia en la acumulación de capital.
Los ambientes ilustrados no están libres de estos métodos disciplinadores del lugar de las mujeres. Cuando finalizaba la dictadura, comenzamos en la UBA un movimiento de estudiantes y graduados que permitiera recuperar las autoridades legítimas una vez alcanzada la democracia. Se creó así una Asociación de Graduados que hizo su primera elección. Los candidatos a presidirla éramos Silvio Maresca, un filósofo muy ligado a la política del peronismo , y yo, una pichi. Inesperadamente gané esa elección, y entonces Silvio le dijo a mi marido, también graduado en filosofía: “te felicito, ahora tenés una mujer pública”. No me lo dijo a mí, se lo dijo a él, que recibió así la advertencia de que un hombre que deja que su mujer circule por los espacios de poder de la política debe aceptar que reciba el calificativo con el que se describe a una prostituta: una mujer pública, una mujer de la calle, una mujer que no es de su casa y por eso ha renunciado a ser de un hombre para estar disponible para cualquier hombre.
Y así seguramente se lo enseñan a los hombres. Los cuerpos que circulan en la calle son cuerpos disponibles, y si no dan señales inequívocas de recato son cuerpos abordables sin permiso por el solo hecho de estar allí. Abordables físicamente y simbólicamente, con manoseos o con pretendidos
piropos que nos ponen en situación de presa y a ellos en situación de dominio.
Salgo de mi casa un día de lluvia para un acto protocolar a la mañana, vestida con más cuidado que de costumbre. En la vereda hay un hombre acostado sobre unos cartones, totalmente borracho, harapiento que daba pena, y cuando paso me dice: “te haría cualquier cosa”. Ese hombre que no  podia ni siquiera ponerse en pie, abandonado de todo, no había perdido sin embargo su poder patriarcal sobre mí, su poder de incomodarme y ubicarme en una situación pasiva que sólo podía ser respondida de modo desagradable o cambiando el código. Otras veces lo he hecho, ante ese habitual comentario “decime qué querés que te haga, mamita” pararme, mirarlo y decir: “recordame el teorema de Göedel”, o “recitame la Odisea en griego”. La respuesta produce pavor, la mirada del piropeador se llena de espanto: la violenta soy yo.
Los comentarios sobre nuestro aspecto físico nos desvían de nuestro lugar de interlocutoras a objeto. Incluso cuando pretenden ser amables nos están sacando de la relevancia del argumento para poner de relevancia nuestro cuerpo sexuado. A veces la violencia es más explícita, y cuesta menos verla. En una manifestación docente donde hay represión policial encuentro a un diputado kirchnerista con sus asesores. Me pregunta con ironía qué hago allí, y yo le digo qué hace él que no está procurando que su gobierno no reprima la protesta social. El, molesto y bajando un poco la mirada de mi cara me dice “¿por qué te pusiste ese escote?”, sus compañeros se ríen, yo le repregunto “¿qué te pasa, extrañás a tu mamá?”, sus compañeros se ríen más. La violenta soy yo que lo pongo en ridículo ante sus subordinados.
Otras veces el comentario es menos burdo, y simplemente nos retrae del lugar donde nos habíamos instalado. En una sesión legislativa salgo de mi banca y me acerco a un diputado del hemiciclo opuesto para reprocharle uno de los mil modos de mala praxis legislativa que acostumbran. Mientras le estoy diciendo que faltó a su palabra me interrumpe: “ahora que te veo de cerca, qué lindos ojos tenés”. ¿Tengo que alegrarme, sentirme orgullosa de algo en lo que no tengo ningún mérito, cambiar mi enojo por un agradecimiento a su observación gentil? Opto por reprocharle doblemente su falta de palabra y el comentario desubicado y quedo como una amarga. La víctima es él: dijo algo agradable y se encontró con mi respuesta destemplada.
La filósofa mexicana Graciela Hierro, especialista en ética feminista, nos advertía sobre estos modos que toma el patriarcado para imponerse a los que llamaba “el trato galante”. Socialmente aparecen como un signo de caballerosidad, pero nos ubican en un papel de debilidad, de objeto de tutela, de incapacidad, de pasividad superlativa. Los usos sociales están llenos de mandatos que los varones pueden tomar como lo que se espera de ellos, y muchas mujeres como signos de protección masculina.
Mañana se cumplen 60 años del voto femenino. Quizás sea oportuno recordar que hasta ese momento el código civil nos ponía con los incapaces, los presos, los dementes y los proxenetas para fundamentar nuestras ineptitudes para la política. Cuando luego de muchos años de lucha del socialismo feminista, y por expresa voluntad de Eva Perón, la ley de sufragio femenino finalmente llega a un recinto formado exclusivamente por varones, los argumentos en contra cubrieron  todo el arco: desde señalar la natural incapacidad de las mujeres para la vida pública, a decir que ibamos a votar lo que nos dijera el cura y la iglesia iba a aumentar así su poder político, o ensalzar las más altas virtudes femeninas que nos destinan a la excelsa tarea divina de cuidar a nuestras crías (lo que logicamente está reñido con la disputa electoral), o describir la politica como un pantano donde no debería posarse el delicado pie que cual pétalo de rosa sostiene nuestra gracia, y como último recurso generar pánico recordando que nos volvemos locas una vez por mes y así existía la alta probabilidad de que en ese estado de enajenación temporal una cuarta parte de nosotras esté a la vez menstruando y decidiendo los destinos de la patria.
Para esos patriarcas de la democracia, que ya contaba con una “ley del voto universal y obligatorio” que no sólo nos excluía del universal sino que no
registraba siquiera la exclusión, eso éramos las mujeres. Ellos sí tenían una respuesta, no como Freud que nos dejó esperando.
Procurando hacer un ejercicio de empatía, comprender cuál es la reacción de quien tiene esta visión de las mujeres ante los avances que el feminismo nos ha procurado en tantos órdenes de la vida, pienso que hay una percepción de cierta masculinidad de estar en retroceso. Una vivencia del poder sustancial y del territorio que torna amenazante el ingreso de las mujeres a las instituciones y a la vida pública, todavía ahora. La pérdida del monopolio
de la palabra no alcanza para abrir el diálogo. El diálogo tiene condiciones lógicas, semánticas, éticas y políticas, no se trata de hablar por turno y menos aún de arrebatar el micrófono. Y ni hablar si se usan dos micrófonos, como hace la presidenta desde el atril!
Eso es lo que llamo “el síndrome del macho acorralado”, que es victimario violento y a la vez víctima, que me desvela cuando pienso en las formas de lograr una sociedad incluyente de verdad,y  que me inspira para decir toda vez que puedo a modo de letanía pedagógica que “cuando una mujer avanza, ningún hombre retrocede”.

martes, 21 de junio de 2011

¡¡No estoy loca, eso se llama acoso!!


-
Carla Verónica Cáceres
Managua Nicaragua

Me asustas, sos una feminista radical” Es lo que oigo con constancia, generalmente después de decir que no tengo ganas de tener hijos, que todavía no se si me voy a casar, que no hay mucho espacio para las mujeres, que no me gusta que cualquiera me diga amor o por razones tan básicas como querer caminar sin que me acosen en la calle. Al parecer muchos, y digo muchos porque generalmente son hombres, no conciben que les hablemos del derechos que tenemos las mujeres de andar libres.

“Las calles son nuestras”, dicen algunas consignas, que después de repetirla en los pocos espacios que tengo para gritar que quiero ser libre (como marchas, protestas, plantones o escribiendo) se vuelven una utopía, sobretodo cuando me toca caminar y me topo con al menos tres  tipos por cuadra, que me recuerdan de la manera mas soez posible las dimensiones de mi cuerpo.

Y encima que me tengo que aguantar a todos los buitres acosadores de la calle, escucho cosas como “El acoso en la calle es solo un estandarte que han agarrado las feministas” como me dijo un tipo que intento filosofar conmigo. Algo de cierto tiene su afirmación, sin duda alguna el acoso es una de nuestras mayores denuncias como feministas, pero “NO ES SOLO”, es una cuestión que va más allá de un berrinche para querer llamar la atención (como algunos piensan) es un problema que nos esta afectando a todas.

Los piropos callejeros nacen de la idea del amor romántico, donde el hombre figura como el que tiene que enamorar y conquistar a la mujer, pero al parecer lo romántico y la galantería lo interpretaron como un acto para demostrar la virilidad de los hombres, o bueno, quizás ese ha sido siempre el objetivo.

sábado, 14 de mayo de 2011

Contra el acoso a las mujeres en la calle

Hollaback! Foto cortesía: http://mexicodf.ihollaback.org/



BBC Mundo

Es una nueva ola de un movimiento que intenta frenar un problema de larga data: el acoso que sufren las mujeres en la calle. Al frente de ese movimiento está el grupo internacional Hollaback!, que inició su campaña en Estados Unidos y en las últimas semanas inauguró una docena de filiales en países como India y Croacia.
En América Latina, el sitio web de Hollaback! (tambien llamado ¡Atrévete!) en Argentina explica que el proyecto "está dedicado a erradicar el acoso en la calle -una de las formas más generalizadas de la violencia de género- utilizando las tecnologías de internet y los teléfonos celulares.
Y es que Hollaback! al igual que otros grupos en contra del acoso de género, ofrece una plataforma para que las mujeres o la comunidad LGBT (lesbianas, gays, bisexuales y personas transgénero) intercambien experiencias o imágenes y vean mapas de sitios donde suelen ocurrir incidentes.
"La explosión de la tecnología móvil nos ha dado una oportunidad sin precedentes para acabar con el acoso en las calles y, con ella, la posibilidad de brindar atención a uno de los últimos retos en materia de derechos de la mujer alrededor del mundo", dice el movimiento en Buenos Aires.
Mientras tanto, Hollaback! en Ciudad de México advierte que la violencia contra las mujeres y las minorías sexuales "rara vez se denuncia y es culturalmente aceptada".
Cuando se trata de la vía pública, "difícilmente se puede actuar" contra este tipo de abusos. "Esta diferencia no se debe a que el acoso en las calles nos afecte menos; es porque no ha habido una solución. Hasta ahora", añade el movimiento en la capital mexicana.
En el nivel regional, para frenar el problema se han planteado iniciativas como un proyecto de ley que intenta 

Y aunque no se sugiere que la mayoría de los hombres abusen de las mujeres en las calles, la incidencia del problema es alta, como explica la periodista de la BBC Brigitt Hauck.
En una encuesta publicada por el sitio de internet clic Stop Street Harassment, creado en EE.UU, el 95% de las mujeres que participaron en el sondeo desde varias partes del mundo dijeron haber sido víctimas de algún tipo de atención no deseada en público, lo cual va desde miradas lascivas hasta manoseos.
Pero, ¿por qué ocurre esto?
Emily May, la fundadora de Hollaback!, estima que el problema "se deriva de una cultura más amplia de la violencia de género".
Según dice, cuando un hombre se dirige a una mujer en la calle de una manera que puede resultar desagradable o agresiva para ella, "los comentarios son a menudo ignorados por el resto de las personas, por lo que el problema sigue en gran medida sin resolverse".
En sus palabras, "para cambiar esta cultura hay que enfrentarse" a ese tipo de actitudes y "hay que decir que el acoso calle no está bien, porque la mayoría de la gente en nuestra sociedad no quiere que exista".

"Cosa de hombres"

Para Vicky Simister, la fundadora del grupo Anti-Street Harrasment (Contra el Acoso en las Calles) en el Reino Unido, en general se tiende "a aconsejar a la mujer que ignore el abuso en la vía pública y no hablamos de ese asunto".
Por consiguiente, los abusadores siguen acosando y tratando de llegar cada vez más lejos, añade.
"El peligro de esto es que resulta difícil distinguir si los hombres simplemente están tomando nota de la presencia de una mujer o si sus acciones son una puerta a la violencia o a la agresión sexual", expresa Simister.
"Tenemos que involucrar a los hombres. En nuestra sociedad es fácil objetivar sexualmente a las mujeres, por lo que es importante que los varones se den cuenta de que todas las mujeres son madres, hijas o hermanas"
Holly Kearl, fundadora de Stop Street Harassment
En opinión de la activista y cineasta estadounidense Maggie Hadleigh-Oeste, "el acoso en público se debe a que nuestra sociedad siempre lo ha permitido y desestimado el comportamiento como 'cosa de hombres'".
"Además, culturalmente, los varones han sido adoctrinados para que actúen así, y ha sido un privilegio de ellos caminar por las calles y fantasear acerca de las mujeres; la cultura no ha revisado este tipo de comportamiento".
Y debido a que la sociedad ha perpetuado esto como una norma cultural, algunos hombres tienden a practicar el acoso en la vía pública como una manera de probar su masculinidad, estima Kathrin Zippel, profesora de sociología de la Northeastern University, en el Reino Unido.
"Muchas veces ni siquiera se trata de las mujeres; se trata de la práctica de 'actividades masculinas' y el establecimiento de una jerarquía entre los hombres. Es una dinámica masculina".

Contando con ellos

Pese a la extensión del problema, Holly Kearl, la fundadora del sitio Stop Street Harassment, reconoce que no todos los hombres imponen una atención no deseada a las mujeres.
Por eso, Kearl remarca la importancia de que los varones se sumen al movimiento para poner fin al acoso público de los mujeres.
Hollaback! denuncia la violencia contra las mujeres y las minorías sexuales en la calle.
"Tenemos que involucrar a los hombres. En nuestra sociedad es fácil objetivar sexualmente a las mujeres, por lo que es importante que los varones se den cuenta de que todas las mujeres son madres, hijas o hermanas de alguien y merecedoras de todo el respeto", añade. Cuando un hombre asume responsabilidad por sus acciones y la de otros hombres, ocurre un cambio de actitud, según Hadleigh-Oeste. Y agrega que si un hombre siente que sus actitudes no van a ser aceptadas por sus pares, es menos probable que se adopte un comportamiento inadecuado.
Entonces, el tema pasa a ser parte de "una responsabilidad individual", expresa la activista y cineasta.
"He visto enormes cambios en la conciencia de los hombres", asegura.
¿Y usted qué opina? ¿Considera que el acoso es un problema grave en su país? ¿A qué se debe? ¿Qué podría hacerse para frenarlo? 


TIPOS DE ACOSO
  • Miradas lascivas
  • Tocar bocina o silbar
  • Besos ruidosos al aire
  • Gestos vulgares
  • Comentarios discriminatorios por género
  • Comentarios sexualmente explícitos
  • Bloquear el paso
  • Persecución
  • Masturbación en público
  • Manoseos de carácter sexual
  • Agresión física

jueves, 18 de noviembre de 2010

ACOSO SEXUAL- Tertulia




Carmen Palmieri (mazapal@starnet.net.gt)
Tertulia (Guatemala), 11-IX-99

TERTULIA- El tema del acoso sexual no se puede abordar sin levantar comentarios apasionados, aunque no siempre sean a favor de que exista una ley que resguarde a todas las mujeres -jóvenes y no tan jóvenes- de los avances perniciosos de algunas personas sin escrúpulos ni moral que, a falta de los atributos necesarios para buscar una relación de pareja saludable, utilizan el poder que ejercen en sus lugares de trabajo para forzar situaciones de carácter sexual que les otorguen satisfacciones a sus empobrecidas personalidades.
Es preocupante, sobre todo, el caso de las más jóvenes, que tienen que aprender a manejar las oscuras realidades del "mundo de afuera" cuando enfrentan a engendros de este tipo que, aprovechándose doblemente de su condición de mujeres trabajadoras y jóvenes inexpertas, se ensañan persiguiéndolas y presionándolas, muy a sabiendas de que, en muchos
casos, por su misma inexperiencia algunas podrán ceder.
 
Y ya que éste es un tema difícilmente tratado en el seno de nuestros hogares -porque a lo mejor la madre nunca ha trabajado fuera de su hogar y el padre evita hacerlo por machismo, por temor a no saber cómo manejar este tipo de problemas o porque él a su vez utiliza este método de "conquista"- y tampoco se aborda en la mayoría de lugares de estudio, nuestras jóvenes deberán averiguar a través de la experiencia propia o por consejos de compañeras de trabajo de qué se trata el ser acosadas  sexualmente por un jefe o compañero de trabajo.
 
En la sección "Personal, Relaciones laborales" de la revista de negocios "América Economía", del 15 de julio de 1999, publicaron "No acepto tu no", por Cecilia Valdés-Smith, de Santiago. Aun cuando en América Latina los avances para lograr la legislación contra este tipo de atropellos (y/o de abusos dentro del seno del hogar) todavía no son muy grandes o
demore en llegar o quizás nunca llegue la ayuda de las personas que rodean a una mujer víctima de acoso sexual, existen ya  -¡afortunadamente!- algunos países en donde se está trabajando consciente y concienzudamente en lograr que existan las leyes  correspondientes, así como empresas en donde los casos de hostigamiento sexual se han enfrentado con madurez, se han creado políticas adecuadas para el manejo de estos incidentes e, incluso, se está orientando al personal de ambos sexos para no caer en prácticas que se enmarquen dentro de esta calificación.
 
Ojalá y las mujeres contáramos con leyes claras y justas que nos ampararan en este sentido, pero mucho mejor sería si los lugares en donde trabajamos tuvieran programas como la empresa Lohecman en Comercio Exterior, S.C., en México (citada por América Economía), cuyo director, Héctor García de la Cadena, "contrató los servicios de dos psicólogos para impartir un curso sobre asedio sexual a los más de 100 empleados de la firma en Ciudad de México. Claro que el curso llegó cuando la leche ya estaba derramada. García de la Cadena escuchó sobre un caso de asedio sexual en la empresa y, luego de una pequeña investigación interna, confirmó que el problema era serio. 'La víctima me tuvo confianza y se me pusieron los pelos de punta cuando me enteré las cosas que pasaban', señala" (sic).
 
En "No acepto tu no", Cecilia Valdés-Smith dice "Aquí están los límites", que ahora se reproducen: "¿Dónde termina el piropo y empieza el acoso sexual?
* Contactos físicos innecesarios, tales como caricias, roces o "palmaditas".
* Observaciones sugerentes y desagradables sobre el cuerpo, la vestimenta.
* Invitaciones comprometedoras y que causen malestar.
* Exhibición de pornografía en lugares de trabajo.
* Demandas de favores sexuales.
* Agresión física.
* Miradas lascivas.
* Invitación a tener relaciones sexuales no deseadas. (sic)"
 
Aunque esta lista puede servir de guía a las mujeres, se pueden agregar algunas otras situaciones que cada una conoce en su experiencia personal y que seguramente pueden abrir las ventanas para ventilar este ambiente desagradable e inmoral que se ha vivido en los lugares de trabajo pero que, según se enfrente y trate de conjurar, brindará paz y tranquilidad a las mujeres en su vida diaria y profesional.
  

Fuente: 
http://www.nodo50.org/mujeresred/acoso-tertulia.html