Por Andrea Franulic
Este verano del 2011 llegó a mis manos un libro de Simone de Beauvoir, impreso el año 1956: Para una moral de la ambigüedad. Y me ha servido para pensar ciertas cosas, en relación a la repetitiva re-articulación de las feministas para demandar derechos. Hoy, a propósito de un hecho contingente, es otra vez el aborto. Da lo mismo su faz -aborto terapéutico o libre, legalizado o despenalizado-, seguirá siendo una lucha funcional a los hombres. No estoy en contra del aborto, y espero que huelgue decirlo, pero de todos modos me pongo "el parche antes de la herida", porque en estas materias cuida y sanciona el espíritu filantrópico.
Solo quiero decir que conseguir el aborto libre, no nos hace libre a las mujeres. Y no estoy "descubriendo la pólvora", esto lo han dicho todas aquellas feministas pensantes y autónomas que, de acuerdo a cada época, han vivido el fracaso concreto de las luchas formales por el aborto. Así les pasó a las sufragistas, a las feministas de la segunda ola occidental y a las feministas autónomas chilenas y latinoamericanas, solo haciendo mención de la historia relativamente reciente. Entonces, en este sentido, los argumentos sobran, y están escritos y publicados. Es necesario conocerlos, leerlos, estudiarlos y aplicarlos, relacionándolos con la realidad política vigente. Son operaciones mínimas de una reflexión con perspectiva histórica.
No obstante, las feministas se rearticulan -encubriendo, una vez más, las diferencias ideológicas que existen entre unas y otras-, y visibilizan su lucha "pro" por el aborto libre. Y ahí están nuevamente reclamándoles al Estado, al Parlamento o, de manera menos concreta pero igualmente real, al orden simbólico de los hombres. Tanto para legalizar como para despenalizar (esta última, claro está, mejor opción), los hombres tienen que modificar sus leyes. Por lo tanto, les pedimos que hagan algo -modificar, eliminar, derogar, implementar...- que solo ellos pueden hacer, porque deben intervenir en sus propias leyes, por las que han velado históricamente.
Puesto que, a estas alturas, sabemos que las leyes son abstractas, pero esto no quiere decir que sean neutras. Sabemos que las leyes se interrelacionan con todo el orden social, cultural y civilizatorio; y sabemos que este orden social, cultural y civilizatorio no es neutro, es patriarcal, masculinista y androcéntrico; es unidimensional y, en consecuencia, incluyente. La misoginia, en todas sus formas y expresiones (odio, desprecio, indiferencia, alabanza, proteccionismo, desvalorización, persecución, exterminio, invisibilización, cosificación, autodestrucción, entre otros, y en lo íntimo, privado y público), es la condena que las mujeres debemos pagar por nuestra "inclusión". Y a esto no escapan las leyes.
Es aquí cuando, pese al lenguaje androcéntrico de su texto, me sirve Simone de Beauvoir, al describir cómo desarrollan la niña o el niño su conciencia de libertad. Hay, nos dice, un momento inevitable del ser humano, que consiste en que el niño y la niña toman el mundo como algo "dado", es algo que ya está hecho antes de que él y ella nacieran, no han intervenido en el mundo; el techo de lo absoluto que les tiende el mundo adulto, los aplasta; es el techo de lo "dado", de lo "formal". Para las mujeres, enfatizo yo, esta experiencia es radical. La niña toma el mundo como algo "dado", pero aún no sospecha que, sin las herramientas necesarias, nunca dejará este mundo de ser algo "dado" para ella, es decir, algo "ajeno".
Si bien la respuesta de la niña y del niño, en esta etapa de su vida, será refugiarse en lo "formal", esto durará hasta que, poco a poco, comiencen a tomar conciencia de su propia capacidad de intervenir en el mundo y modificarlo. Este paso, continúa la autora, se despliega en una crisis; resuelta, agrego yo, malamente en la cultura masculinista donde el control, el "reglismo" y el castigo se ejercen desde la más temprana infancia de los seres humanos; donde el poder de dominio, la desigualdad social y la injusticia mantienen a muchos seres humanos sumidos en el miedo; y donde el mundo de lo "formal" se nos presenta desde una visión esencialista. Así y todo, la crisis puede tener, al menos, dos salidas.
Una, y la más común, es seguir refugiado en lo "formal"; sin, por supuesto, ponerlo en cuestión: leyes, dios, familia, patria, pareja, matrimonio, amor, heterosexualidad, ejército, educación, estado, revolución, ciencia, Historia, academia, iglesia, partido, deporte, fútbol, ortografía, entre otros. La otra, es elegir el riesgo de la libertad de re-significarse y re-significar el mundo; por lo tanto, de derrumbar lo "formal". Beauvoir denomina subhombres a aquellos que, teniendo las herramientas necesarias, eligen la primera salida. El subhombre es aquel que se esconde tras el ropaje de lo que ella también llama, el hombre formal.
¿Y cómo vivimos las mujeres este proceso? ¿Qué pasa con la niña que, en plena crisis de la conciencia de su subjetividad, se da cuenta de que el mundo de lo "dado" es una mentira perpetuada por los adultos, a los que ahora ve llenos de contradicciones? ¿Qué pasa si esa niña crece y quiere, y su impulso vital y humano es, la libertad de resignificarse y resignificar el mundo? Esa niña choca con un gran muro invisible e inefable; es el vacío de una historia propia, desde donde interpretarse en el mundo y darle un sentido auténtico a su porvenir. Porque todo a su alrededor está impregnado del punto de vista masculinista (ajeno) que le dice cómo ella "debe ser" (enajenación).
Aún aquí la joven tiene al menos tres salidas: una, es lanzarse a la búsqueda; otra, es perderse en el vacío; y la tercera, es volver al redil y resguardarse bajo el techo enmohecido de lo "formal-patriarcal"; perpetuando, en muchos casos, un estado de infantilismo que es patético, porque ya no es niña, es el cuerpo de una adulta. Solo la primera es una opción potencialmente transformadora; en las otras dos, las mujeres desaparecemos, no queda ni rastro de nosotras.
Y así, muchas mujeres eligen el redil y se transforman en celadoras del orden simbólico patriarcal, o bien, en personas disminuidas viviendo bajo el alero de los hombres; muchas lo hacen por falta de herramientas, por estar sumidas en la soledad de sus existencias, manteniéndose ignorantes de su propia historia e impotentes. (Esto es parte del análisis político que las feministas tendríamos que efectuar a propósito del fracaso de nuestras luchas). Pero qué pasa cuando se tienen las herramientas y, aun así, se elige el mundo de lo "formal". Aun así, se elige vivir en un estado de permanente infantilismo existencial y político. Es el caso de las feministas que se re-articulan, una y otra vez, para demandar derechos, para reclamar el reconocimiento del mundo "formal" de los hombres: de su parlamento, de su justicia, de sus leyes, de su religión, de su estado, de su academia.
Entonces, se pide aborto, pero no se desmonta la sexualidad masculinista, reproductiva y heterosexual; se exige aborto libre, pero no se deconstruye la ideología de la maternidad que, hasta donde yo sé, sigue siendo total y absolutamente patriarcal; se promueve la despenalización, pero no se desarma el discurso del placer que, hasta donde yo sé, sigue siendo androcéntrico, falocrático y cosificador. Y sin poner en cuestión profundamente estas ideologías y modelos valórico-simbólicos (el mundo "formal" de los hombres), la sexualidad, la maternidad y el placer masculinistas quedan confirmados, reforzados y reafirmados en una cultura reproductivista que ahora acepta el aborto. A esto hay que sumarle, "el olvido del olvido" de la historia de nuestras derrotas, que nos susurran que las jugadas legislativas patriarcales siempre están motivadas por las necesidades concretas de los hombres y sus cuerpos, por sus crisis e intereses, por su control de la natalidad y sus descalabros, y que según esto, evalúan si les conviene el aborto o no y de qué manera.
¿Cuándo elegiremos la continuidad de pensar e intervenir en el mundo para derrumbarlo, resignificarlo y querernos libres? ¿O seguiremos en estas eternas volteretas infantiles, practicando un activismo asistencialista, velando porque este orden simbólico masculino no se acabe nunca, al legitimarlo cada vez que le pido derechos o actúo dentro de su aparataje institucional? ¿Cuándo elegiremos la continuidad de rediseñar nuestros cuerpos y poner en cuestión la sexualidad, el placer y la maternidad patriarcales, derrumbándolos? Estas interrogantes dan cuenta del pendiente político e histórico que nos debemos las mujeres; por eso, el proyecto del feminismo radical de la diferencia sigue estando inconcluso. Antes, Freud habló de nuestro placer, nuestros orgasmos, nuestro cuerpo, nuestra vagina; hoy, es el mundo homosexual varón (queer y posmoderno) quien nos dice cómo debe funcionar nuestro erotismo a través del "ano", sometiéndonos, una vez más en la historia, a la ablación (simbólica) de nuestros clítoris.
Y este subhombre que se niega a ser libre no es inocuo. Son los subhombres, nos dice Beauvoir, los que llegan a ser tiranos. Puesto que quien no se quiere libre, tampoco quiere o, al menos, obstaculiza la liberación de los demás. Los tiranos se pierden en valores abstractos y absolutos, en el mundo "formal". Matan por la patria, por dios o por la revolución. Como se pierden en el objeto, siempre inamovible e intocable, no les importa sacrificar otras vidas humanas con tal de seguir negando y renunciando a su propia potencialidad auto-transformadora. Esta intención destructiva y autodestructiva se radicaliza en el caso de las mujeres, por la historia de negación que tenemos: de violentas prohibiciones patriarcales por querernos libres, querer pensar y estar expresadas.
Por eso el camino menos riesgoso y, a la vez, más autodestructivo, es la renuncia a la rebeldía y la aceptación de la obediencia, o sea, de lo "dado". Y para una feminista que tiene las herramientas: ha accedido a la literatura, ha hecho trabajos de toma de conciencia, ha ejercido una praxis política, ha enseñado a otras mujeres, etc., esta renuncia solo puede ser posible desde el autoengaño o -con palabras sartreanas/beauvoirianas- desde la desfiguración que opera en el alma la mala fe. La mente buscará trucos, trampas, embestidas, para justificar su renuncia a quererse libre. Por eso estamos rodeados de discursos confusos, engañosos, manipuladores, prepotentes, herméticos, crípticos y doble estándar.
Es así como el subhombre y la submujer son peligrosos (aunque de distinta manera, porque todo esto ocurre dentro del universo material y simbólico masculino, por lo tanto, nunca son situaciones equiparables). Lo formal -dice Beauvoir- "...es el fanatismo de la Inquisición, que no vacila en imponer un credo, es decir, un movimiento interior, por medio de violencias exteriores; es el fanatismo de los Vigilantes de los Estados Unidos, que defienden la moralidad a través de los linchamientos..." (p.49) ¿Y acaso en la historia política del feminismo no tenemos ejemplos suficientes de tiranías? No estaríamos ahora mismo, quizás, declamando el aborto libre si tras nosotras existiera firme, consistente y lúcido, un movimiento feminista autónomo, libre, pensante, creador y expresado. De esta manera, sabríamos que esta lucha no nos retrasa, no nos hace sucumbir en las fauces de la historia del mundo de los hombres, porque contaríamos con las palabras, las herramientas simbólicas, los aparatos semióticos para socializarla de acuerdo a nuestro discurso, nuestro marco filosófico, nuestro proyecto político.
O, quizás, como dicen las italianas, el aborto se transforme en una opción remota en la civilización que podemos llegar a proyectar, porque la sexualidad ya no estaría atrapada en el marco masculinista de creencias y valores; ni tampoco en su modelo económico. Al contrario, estaría sostenida en otras ideas, donde el aborto casi no sería tema, porque la visión masculino-reproductivista de la sexualidad no marcaría la relación con nuestros cuerpos y nuestro placer.
Para cualquiera de estas y otras salidas, las mujeres necesitamos pensar juntas y hacer política autónoma; y este impulso si acaso se formó en nuestra silenciada historia, fueron muchas feministas quienes -respondiendo fielmente al proceso de institucionalización del feminismo, a cambio de sentirse salvaguardadas de sí mismas bajo una armadura de "derechos"- se encargaron de desarticular los incipientes, pero briosos, movimiento de mujeres y movimiento feminista que se habían re-organizado en occidente en las últimas décadas del siglo XX.