lunes, 28 de diciembre de 2015

El hembrismo: Un mito producto de los miedos machistas





Vanesa Rivera de la Fuente

En la mitología griega una gorgona era un despiadado monstruo femenino. Su poder era tan grande que cualquiera que intentase mirarla quedaba petrificado. Las gorgonas son a veces representadas con alas de oro, garras de bronce y colmillos de jabalí. Llevaba un cinturón de serpientes entrelazadas como una hebilla y confrontadas entre sí. La única manera de matarla era cortándole la cabeza

¿Espeluznante, no? Pues la misma sensación genera en las personas el mito moderno asociado al desarrollo del feminismo: La hembrista. Siendo un mito “comme il faut” nunca nadie la ha visto, pero todos y todas le tienen terror. Es la suma de todos los miedos del patriarcado y de las mismas mujeres a otras.

Sin embargo, si analizamos la cuestión en estricto rigor, ni la hembrista (ni la feminista radical, ni la feminazi) existe como ser diabólico que deambula por ahí tratando de petrificar hombres con la mirada o exterminarlos en cámaras de gas. Son leyendas urbanas pertenecientes a la mitología patriarcal, rebozada en el caldo de la ignorancia supina.

Definiendo el hembrismo

Al googlear el término “hembrismo” la mayoría de las definiciones son bastante escuetas al señalarlo como opuesto al machismo. Bueno, respetando la definición, el hembrismo sería lo opuesto al machismo, ergo, para saber de qué se trata, hay que ver qué es el machismo.

El machismo, expresión derivada de la palabra “macho“, se define en el DRAE como la “actitud de prepotencia de los varones respecto de las mujeres”. El machismo engloba el conjunto de actitudes, conductas, prácticas sociales y creencias destinadas a justificar y promover el mantenimiento de conductas percibidas de manera tradicional como heterosexualmente masculinas y discriminatorias contra las mujeres.

Si el hembrismo es lo contrario del machismo, sería tentativamente: “un conjunto de actitudes y creencias destinadas a justificar y promover el mantenimiento de conductas percibidas como heterosexualmente femeninas y también, discriminatorias contra los varones”. ¿No es esto extraño? Para ser un movimiento tan poderoso que subyuga o pretende subyugar a los hombres y los violenta en la casa, el campo y los juzgados, su desarrollo teórico es muy básico y, oh casualidad, se define por ser reflejo opuesto del machismo, así como lo femenino ha sido definido, desde siempre, como el reflejo opuesto de lo masculino.

Machismo son actitudes, ideas y conductas socializadas, ampliamente aprendidas, con un fuerte refuerzo cultural, por lo tanto, aceptadas y normalizadas. El machismo, entonces, cuenta con un sistema que permite su reproducción. ¿Dónde está el sistema cultural, la práctica social, el respaldo de la tradición, la estructura de apoyo que permite la reproducción de supuesto hembrismo? ¿Quien dice que “las mujeres son así, es normal, es su naturaleza” cuando exhiben conductas que les ganan la etiqueta de hembristas.

Como dice Beatriz Gimeno sobre el mismo concepto: “¿Hay un movimiento, una ideología, un pensamiento, una teoría, unos textos…que defienda que los hombres deben ser sometidos a la desigualdad en la que nos hayamos las mujeres? ¿Que deben ser despojados de sus derechos económicos o políticos, que deben cobrar menos, que se merecen ser objeto de violencia por parte de las mujeres; que deben ser recluidos en sus casas, salir del mundo laboral, del espacio público?”


¿En qué lugar existe un sistema de dominación destinado a subyugar a los hombres, apoyado por las leyes, financiado por la banca global, controlando el poder político y los medios de comunicación para cosificar a los hombres y violentarlos por ser tales? El hembrismo, supuestamente, contribuye a mantener conductas heterosexualmente femeninas; sin embargo, siempre que se califica a alguien de hembrista lo hacemos porque esa mujer ha mostrado conductas asociadas a lo masculino: violencia, agresividad, sentido de la competencia, ambición de poder, etcétera. La contradicción evidente de esto confirma la impronta machista en la raíz del concepto.
¿Qué sistema, ideología, teoría, defiende el mantenimiento de conductas heterosexualmente femeninas? ¿Qué sistema está en la posición privilegiada de definir qué es femenino o no, qué es masculino o no y qué es hembrista o no?



Es penoso que todavía tengamos que dañarnos unas a otras con etiquetas inventadas por el patriarcado. Como si no nos bastara con las canónicas de: santa, madre, virgen, bruja, loca y puta. Ahora está de moda decir “yo soy feminista y quiero la igualdad, no como esas hembristas/feminazis”. Esto es equivalente a decir “yo soy una dama, no como esas mujeres sueltas que andan por ahí” . O sea, “las otras son más malas”. Esto es patriarcado introyectado de alta pureza. Destaco la palabra “otras”, porque es este tipo de elaboraciones lo que nos mantiene en la situación de alteridad que nos impide construir un “nosotras”.

¿Para qué analizar este concepto de hembrismo? Porque a las mujeres nos han educado históricamente para desconfiar de nuestro propio poder y descalificar el poder de las otras mujeres y para confrontarnos por la aprobación masculina. El hembrismo es un invento machista para que las mujeres rechacemos la emancipación de otras, cuando ellas no complacen al patriarcado. Nos hace creer que es malo rebelarse ante la discriminación de género y que existen mujeres rebeldes buenas y malas, de acuerdo al grado de aprobación que el sistema les concede.

El hembrismo es usado para reforzar la socializacion negativa de las mujeres. Hemos aprendido que sólo bajo la protección y guía de la autoridad masculina estamos seguras que debemos desconfiar de otras mujeres (porque como decía mi abuela, son roba maridos, porque traicionan, porque las mujeres somos volubles y es sólo sometiéndonos que logramos balance, control y tranquilidad). Entonces las hembristas son un peligro para el sistema, porque no buscan su aprobacion y amenazan la socializacion negativa que permite dividir y controlar a las mujeres.

Las mujeres que no tienen sororidad con sus pares o compiten por el poder sin escrúpulos, tienen una lógica patriarcal en su manera de ver el mundo, pero no son hembristas. Son reproductoras del machismo, tanto como aquellas que las acusan de hembrismo. Por lo tanto, lo cuestionable en este caso es el patriarcado y sus modelos de naturalización de las relaciones humanas desiguales, pero no el feminismo.

Descalificar los procesos de autonomía de otras mujeres, es ejercer violencia simbólica con un estereotipo que demoniza la conciencia del poder de las mujeres, como una conducta agresiva extrema. Llamar hembrista a otras mujeres es estar de acuerdo que el patriarcado tiene aún el derecho de definir y decirnos qué feminismos aceptar, que procesos de emancipación son más legítimos o no, qué mujeres son buenas y cuáles malas dentro de los movimientos o no. Implica admitir que es correcto excluir mediante etiquetas y estereotipos a aquellas mujeres cuyo tránsito hacia su propia liberación parece más amenazante que el de las otras.

La hembrista, si es que existiera, no sería jamás un peligro para las mujeres que buscan autonomía, sino para el sistema de opresión, sus opresorxs y reproductorxs. El hembrismo es el mito inventado por el machismo para no admitir su miedo a la mujer sin miedo.

miércoles, 23 de diciembre de 2015

Cuidado con el cuidado

Beatriz Gimeno



Hace un tiempo que los cuidados se han convertido en un tema central de análisis y discusión en el feminismo. Generalmente, se entienden por “cuidados”, esas actividades que  realizan las mujeres de manera gratuita para mantenimiento de la vida y la salud; todo el trabajo para la sostenibilidad de la vida, tal y como se dice ahora. Sin embargo, tengo que reconocer que siempre he sentido cierto rechazo por este concepto aunque sólo últimamente he podido comenzar a concretar mi descontento, gracias a enfoques feministas que han comenzado a poner en cuestión el término, al menos en su sentido más amplio. Ciertamente que visibilizar en su momento el trabajo inmaterial y gratuito que realizan las mujeres resultó de gran efectividad política, pero sin embargo creo que haber dado a todas estas actividades el nombre de “cuidado” sin cuestionar algunas de sus definiciones, no es lo más acertado.
Para empezar habría que definir qué entendemos exactamente por “cuidado” y que entendemos por “mantenimiento de la vida”. Una de las principales reticencias que el término me genera es que “cuidado” incluye, casi necesariamente, un componente afectivo. Soy de la opinión de que por la vía de la afectividad a las mujeres se nos obliga a aceptar trabajos o situaciones que nos conducen o nos mantienen en la desigualdad. En esta cultura el mundo de la afectividad es femenino, por lo que con este componente emocional el término (y la actividad que lleva aparejada) se feminiza necesariamente y, en tanto que uno de los principales cuidados afectivos sigue siendo el maternal, resulta difícil desfamiliarizar el concepto.
El término tal cual está tan unido al componente afectivo que la palabra siempre remite a algo “bueno” y así desaparece lo que de negativo pueda tener: sacrificio, desigualdad, carga, responsabilidad etc. No distingue tampoco entre cuidado como don, y cuidado como servicio profesional remunerado; no distingue entre derecho de la persona que es cuidada y derecho a un trabajo digno para la persona cuidadora. Creo que es necesario introducir y redefinir conceptos que ahora aparecen subsumidos en ese término, como don, solidaridad, reciprocidad etc. Quizá podríamos hacer una distinción entre “cuidado” como don y “servicios profesionales de cuidado” y oponer estos, como derechos, a la idea de cuidado como abnegación o como “cuidado” necesariamente afectivo.
En ese sentido, y a falta de que se adopte un término mejor, lo primero sería delimitar el sentido del término y cuestionar el concepto de cuidado amplio en el que suele incluirse todas las actividades que se realizan en la casa: comprar la comida, limpiar, lavar etc., el cuidado de los hijos, ancianos, enfermos, dependientes… Ya expresé en  un artículo anterior sobre el trabajo doméstico (http://www.trasversales.net/t20beatd.htm) mi opinión de que en muchas ocasiones éste trabajo se está abordando de manera ahistórica y sin tener en cuenta los cambios producidos tanto en la naturaleza del mismo como en la sociedad. En ocasiones este trabajo sigue existiendo no ya como una necesidad real que no puede dejar de hacerse, para lo que es necesario disponer de una persona (una mujer) varias horas dedicada al mismo, sino más bien como coartada para sacar a las mujeres del mercado laboral, cumplir designios culturales, contribuir al mantenimiento del orden de género etc.
Creo que podríamos cuestionar o, por lo menos hacer un  análisis más profundo de la premisa, que a veces asumimos sin matices, que sigue siendo necesaria una segunda jornada completa para que los trabajadores estén disponibles para la empresa.  El trabajo de la casa ha cambiado de manera fundamental en 50 años y cualquier consideración feminista respecto al mismo debería pasar más bien por la negativa de las mujeres a asumirlo en exclusiva que por una imposible revalorización.  Puede que estemos confundiendo o mezclando las necesidades del patriarcado con las del capitalismo.
En este sentido existe el riesgo cierto de sobredimensionar el “cuidado” en dos aspectos. En primer lugar, lo sobredimensionamos muy evidentemente al utilizarlo en un sentido tan amplio que incluye no sólo cualquier actividad doméstica, sin recoger los cambios que se han producido, sino también una serie de actividades que cada una/o debe hacer de manera ineludible aunque puede subcontratarlas por comodidad: comprar comida, lavar, limpiar la casa, ocuparse de las cuestiones como los arreglos, los pagos etc. Aquí se englobarían tantas tareas que si lo extendemos podríamos encuadrar absolutamente todo: desde el necesario tiempo de ocio y relax, el descanso, el sexo, la lectura (aumento del capital cultural) los masajes de espalda, el arreglo del coche, las llamadas al banco etc. que son parte de esa sostenibilidad de la vida pero que ni pueden ser retribuidas ni van a serlo, ni tampoco revalorizadas en su faceta hoy gratuita, pero que en cambio si que pueden ser repartidas equitativamente, y pueden hacerse más o menos intensamente según gustos o necesidades personales. Si el concepto cuidado engloba el formal, el informal, el que es don, el obligatorio, el no necesario, el optativo, el imprescindible…entonces será la propia vida la que entra dentro de la calificación.
En segundo lugar existe el riesgo de sobredimensionar el término en cuanto a su importancia con respecto a todas las mujeres. Como trabajo doméstico y maternal afecta a la mayoría de las mujeres, pero en sentido estricto, como cuidado de enfermos y dependientes, con ser un trabajo que condiciona absolutamente la vida de muchas mujeres, no lo hace de todas (un 10% aproximadamente) Se corre el riesgo entonces de infravalorar otros aspectos igual de importantes y aun no resueltos como el derecho a un trabajo digno, a un salario igual, a una vivienda, a una vida sin violencia etc… La sobredimensión del primer término podría llevar a ocultar las acuciantes necesidades de la mayoría de las mujeres, sin que esto quiera decir que ese casi 10% (en el mejor de los casos) que cuidan, no tengan derecho a que las políticas públicas consideren que este cuidado es, a su vez, un derecho de las personas que lo necesitan. Referirse al “cuidado” de manera aislada y convertirlo en el principal problema de las mujeres contribuye a ocultar el problema de siempre, el de la igualdad, del que el cuidado es una parte.
Relativo al componente afectivo que necesariamente va implícito en el concepto de “cuidado” éste conlleva, casi de manera automática, un componente ético que no es obligatorio asumir o compartir. Cuidar puede ser mejor o peor, pero no es ni debe ser obligatorio, dependerá de las condiciones y circunstancias de cada persona; las mujeres tienen derecho a no cuidar si no quieren hacerlo y por cierto que eso no invalida su derecho a ser cuidadas cuando lo necesiten. Se puede elegir, por ejemplo, no tener hijos para no tener que asumir dicho cuidado, y se puede no querer a los padres o familiares enfermos. El bienestar de estos padres o dependientes no se puede hacer depender del afecto que alguien sienta hacia ellos ni convertir ese afecto en obligatorio.  Al mismo tiempo, y por el contrario, algo o mucho de ese cuidado puede querer darse como un don, esta vez sí, del afecto.  No todo cuidado es bueno si no se visibiliza su reverso, las condiciones en las que se cuida y también la libertad para elegir no cuidar. Subrayar sin contextualizar la dimensión ética de los cuidados los convierte en un asunto personal (casi obligatorio)  y no en un derecho social.
En la actualidad, además, se está extendiendo el término “cuidado” con ese componente ético también al ámbito profesional con la intención de resaltar la dimensión relacional, emocional y afectiva de la actividad de la que se trate.  Aunque el término parece muy asentado también en este aspecto, a mí me sigue chirriando. ¿No se puede ser buena profesional sin ese extra de afecto? Recordemos que las emociones se construyen también y al menos éstas del cuidado afectuoso quedan dentro del ámbito de lo femenino. Si enfatizamos el carácter relacional y afectivo de lo que se ha llamado “caring” en enfermería, por ejemplo, (una profesión feminizada) ¿por qué, en cambio, no se habla de ese “caring” en la medicina? Porque seguramente subrayar el aspecto afectivo en los médicos supondría una desvalorización de la profesión; empeñarse en el “caring” contribuye a feminizar, luego desvalorizar, una profesión.
Digamos que todo el mundo tiene derecho a verse atendido cuanto está en situación de dependencia, pero que recibir afecto no es un derecho, es un regalo. No se suele tener en cuenta nunca, por ejemplo, que las familias pueden ser redes de cooperación y cuidado, pero también de control y dominación. En este sentido es importante resaltar que, por ejemplo, las organizaciones de personas con discapacidad (de los pocos colectivos sociales que verdaderamente podemos necesitar el cuidado de manera ineludible) somos los mismos que enfatizamos que cualquier reflexión que se haga sobre el cuidado tiene que reconocer de manera explícita que éste es un derecho social y que no debe confundirse con el que proviene de la familia o del mundo de los afectos. Porque el cuidado que ofrecen personas que no han podido elegir o cuyas vidas se ofrecen abnegadamente a estos cuidados, puede resultar alienante e injusto no sólo para estas personas que cuidan sino para las personas cuidadas, que preferimos una atención vinculada a la profesionalidad y no al afecto. Cuando una madre, por ejemplo entrega su vida en el cuidado de una persona dependiente y/o gran discapacitada, lo que hace,  en realidad, es “donarse” a sí misma, pervirtiendo el sentido de cuidado y estableciendo, en muchas ocasiones y con la mejor intención, perversas y alienantes relaciones de dominación y dependencia. El afecto es, como de sobra sabemos, un sentimiento que se relaciona de manera compleja con la independencia, la autonomía o la autodeterminación.
En ese sentido es importante acotar, como sostienen muchas feministas, el trabajo de cuidado a la atención a los hijos y a las personas dependientes pero, además, creo que hay que hacer un esfuerzo para sacarlo del ámbito del afecto y la familia y pasar a considerarlo como un derecho social de manera que la vida de nadie, ni cuidado/ni cuidador-a, dependa de ello.  El cuidado como afecto, don, solidaridad, reciprocidad, responsabilidad, pasaría así a ser lo que debe ser: una opción personal. En cuanto a los servicios de cuidado es evidente que sólo una organización social que asegure la cantidad y la calidad de los servicios que se prestan, así como las buenas condiciones laborales para las personas que trabajan en ellos, combinado con el reparto de trabajo entre mujeres y hombres y entre generaciones, garantiza un sostenimiento idóneo de la vida, como bien dice Mari Luz Esteban.
Otro aspecto que me gustaría considerar respecto a la noción de cuidado en su sentido más amplio es que el feminismo que lo utiliza suele hacer una crítica feroz al individualismo neoliberal dominante convirtiéndole en culpable de que se haya producido lo que llaman “crisis de los cuidados”. Si hablamos de una “crisis de los cuidados” estamos dando a entender que ha habido un momento anterior en el que los cuidados estaban justamente repartidos, y eran ofrecidos y recibidos de una manera igualitaria.  En realidad, si ahora parece percibirse que los cuidados no son suficientes para la reproducción de la vida no es porque antes estuvieran bien organizados o repartidos, sino porque las mujeres se están resistiendo a ser cuidadoras y el estado no está asumiendo el cuidado como un derecho de la persona dependiente. El estado tendrá que hacer algo al respecto si quiere, por ejemplo, que nazcan niños.  Este feminismo de corte más bien esencialista denuncia el binomio producción/reproducción tratando de revalorizar el segundo concepto del par como si no fuera problemático o no contuviera en sí tanta injusticia y desigualdad como el primero. Tendremos que convenir que los dos términos de este binomio clásico han sostenido órdenes de profunda desigualdad e injusticia para las mujeres. Hay que de(re)construir ambos: redistribución justa de la riqueza generada por la producción y redistribución justa también del trabajo reproductivo (redistribución no es revalorización).
Muchas veces se achaca esta crisis de los cuidados a la individualización capitalista, ignorando que el acceso a la individualización es una reciente conquista feminista y que la ruptura de los vínculos humanos que denuncian estas feministas también es matizable. Los que se han roto son los vínculos de clase, la solidaridad entre iguales. Pero el capitalismo está lejos de haber disuelto los vínculos familiares y por el contrario sigue existiendo presión social para vivir en familia. No se fomenta en absoluto que  el trabajo de la vida pase a depender de otras instancias que no sea la de familia tradicional, es aquí donde capitalismo y patriarcado se funden o se retroalimentan. En mi opinión,  creo que es necesario distinguir qué tipo de individualismo estamos criticando y tratar de que no resulte confuso. Conviene no sobredimensionar el amor y el mundo de los afectos, desde siempre impotente contra las injusticias sociales. Aunque el amor en un sentido amplio está detrás de cualquier ética de la justicia, creo que en el lenguaje corriente tiene otras connotaciones: en el sentido antes dicho de abnegación personal y como sentimiento familiar también. Las mujeres hemos luchado mucho por desvincularnos de esa idea de amor y de cuidado, y por alcanzar el estatus de individuos iguales para encontrarnos ahora con que todos esos viejos conceptos se han subsumido en esta definición amplia de cuidado que, por si fuera poco, se presenta casi como un imperativo ético.
Frente a una vida centrada en los mercados, hay un feminismo que parece reivindicar una vida centrada en los cuidados, en las relaciones humanas. Pero las relaciones humanas y las relaciones de cuidado ya están configuradas, están sostenidas, están promocionadas y visibilizadas de una determinada manera y mediadas por el género. Y son injustas, desiguales y opresivas. Este feminismo reivindica una vida en común sostenida en las mutuas dependencias pero yo prefiero seguir reivindicando una vida basada más bien en la igualdad entre mujeres y hombres, en la libertad, en los derechos sociales y económicos, en la redistribución de bienes y trabajos etc.   En ese sentido me parece más interesante desde el punto de vista político la incitación a la rebelión, a la negación individual y colectiva y a la exigencia de políticas públicas efectivas y justas,  que tratar de revalorizar eso llamado afecto. Al fin y al cabo las mujeres no necesitamos ni que nos enseñen a cuidar ni que nos inciten a ello.

Fuente: http://beatrizgimeno.es/2012/03/21/cuidado-con-el-cuidado/

jueves, 17 de diciembre de 2015

Acoso sexual callejero: Cuando el cuerpo de la mujer es terreno de dominio público





Norma Loto 

Hasta hace poco tiempo, el imaginario había quedado estancado en la idea de que el acoso sexual callejero era un costo que las mujeres debían pagar en el espacio público. Pero, afortunadamente, desde un tiempo estas acciones indeseadas son interpeladas.

Los “piropos”, como también otras frases y situaciones que parecían signos indiscutibles de la calle, hoy se denominan: acoso sexual callejero (ASC). Según la especialista Hollu Kearl, clasifican como ASC “las palabras y acciones no deseadas llevadas adelante por desconocidos en lugares públicos, que están motivadas por el género e invaden el espacio físico y emocional de una persona de manera irrespetuosa, rara, sorprendente, atemorizante o insultante”.

En tanto, el Observatorio contra el Acoso Callejero de Chile -http://www.ocacchile.org/- sostiene como ASC prácticas “sufridas de manera sistemática, en especial por las mujeres, ocurriendo varias veces al día desde aproximadamente los 12 años”. Estos actos generan traumas “no solo por hechos de acoso especialmente graves, sino por su recurrencia.”

Según el Observatorio contra el Acoso Callejero, el ASC comprende las miradas lascivas, “piropos” suaves y agresivos, silbidos, besos, bocinazos, jadeos y otros ruidos, gestos obscenos, comentarios sexuales, directos o indirectos al cuerpo, fotografías y grabaciones no consentidas a partes íntimas, tocamientos (“agarrones” o “punteos”), persecución y arrinconamiento, masturbación con o sin eyaculación y exhibicionismo”.

El ASC es un tipo de violencia porque se trata de “una práctica no deseada, que genera un impacto psicológico negativo y tiene efectos en la vida cotidiana de las mujeres que, a veces, se ven obligadas a cambiar los recorridos habituales por temor a reencontrarse con el o los agresores, modificar los horarios en que transitan por el espacio público; preferir caminar en compañía de otra persona, modificar sus modos de vestir buscando desincentivar el acoso”, refiere el Observatorio.

Tamara es una joven universitaria, tiene 18 años, vive en Santiago del Estero (a 1.200 kilómetros de Capital Federal) y contó su experiencia a SEMlac:

“Una vez tuve que cambiar el camino habitual a casa porque alguien me seguía en una moto, decía cosas feas. Salí corriendo hasta llegar a mi casa, con un miedo impresionante. Además, ¡detesto salir a la calle y que estén en la esquina albañiles o vecinos diciéndome cosas! Mi actitud es ignorarlos y la respuesta de ellos es: “¡ay, tampoco que estés tan buena!”.

El acoso sexual callejero es violencia, ya que parte del imaginario imperante que se enfoca sobre el cuerpo de la mujer como un terreno donde otros tienen derechos (a decir y hacer).

“Nada les viene bien a ustedes, las mujeres” dice Manuel, de 19 años, cuando SEMlac le consultó sobre el tema. “No justifico las grosería -continuó-, pero si las ignoramos se enojan y si es que les decimos algo lindo, también”.

Lo que Manuel ignora es que tanto un piropo como una grosería están dirigidos al aspecto íntimo de una mujer y sin su consentimiento.

La semana pasada fue la Semana Internacional contra el Acoso Callejero y fueron muchas las actividades realizadas en diferentes puntos del país. Acción Respeto, un grupo de jóvenes activistas, organizó algunas de ellas.

Este es el caso de las actividades co-organizadas junto a La Marcha de lxsPutxs, para el 24 y 25 de abril en Chaco y Corrientes (provincias del norte argentino).

Una de las organizadoras es Silvana Sanabria, quien sostuvo ante SEMlac: “Se piensa que los cuerpos, sobre todo de mujeres y personas que no encajan en el modelo hetero-patriarcal, son de dominio público y que cualquiera puede decirle lo que le venga a la mente. En cambio, sí creemos que los halagos o piropos pueden existir, siempre provenientes de una persona con la que sí tenemos un vínculo de amistad y desde el respeto”.

Los eventos que se realizarán en esas provincias tendrán como eje brindar información sobre el ASC y entregar volantes a las mujeres con la leyenda: “Esto que acabás de hacer se llama acoso callejero”, para que cada vez que sean acosadas en la vía publica puedan entregar esa información a los acosadores.

Estas actividades provinciales contarán con un taller de defensa personal. SEMlac consultó a Sanabria si es necesario combatir la violencia con más violencia, a lo que respondió: “Desde el taller planeamos dar herramientas a las personas para que puedan defenderse ante posibles situaciones de abuso sexual y violencia de género. Lo cierto es que muchas veces, cuando sufrimos acoso callejero en los espacios públicos, nos sentimos indefensas y no tenemos idea de qué hacer en caso de que la situación avance”.

La activista remarcó que el taller brindará herramientas para afrontar una situación límite, “ya que las mujeres o personas violentadas nunca son las primeras en atacar. Tiene que ver con ofrecer herramientas para resguardar la vida, en el peor de los casos y como último recurso”.

¿Por qué se necesita una ley?

Las activistas de Acción Respeto han puesto sobre la mesa de discusión la necesidad de presentar un proyecto de ley para penalizar el ASC.

“Los números del acoso demuestran que la población más vulnerable son las niñas y adolescentes menores de 15 años, y según la encuesta que hemos realizado, 38,2 por ciento fueron acosadas antes de los 13 años y otro 38,2 por ciento entre 13 y 15 años”, dijo a SEMlac Verónica Lemi, creadora y directora de Acción Respeto.

La franja etaria más afectada “coincide con el momento en que las niñas comienzan a desarrollarse -continuó Lemi- y a descubrir la sexualidad. El acoso callejero afecta enormemente no solo la libertad, sino al desarrollo de una sexualidad sana, dado que desde ese momento se encuentran con que su consentimiento no es tenido en cuenta y sus cuerpos “nuevos” generan reacciones violentas”.

Lemi relató a SEMlac que el ASC primero genera “vergüenza” en las adolescentes y, cuando recurren a los adultos, estos les refuerzan el concepto de que esas prácticas deben ser soportadas ya que “es parte de ser mujer” y “hay que soportarlo en silencio”. “Bajá la cabeza y apurá el paso”, son algunas de los consejos que escuchan las jóvenes.

“Desde ese momento clave en el desarrollo -precisó Lemi- se afianza la noción de que así tratan los hombres a las mujeres y comienza la naturalización interna de la violencia. Entonces, el acoso callejero funciona como una suerte de rito de pasaje que les marca su rol dentro de la sociedad y les enseña a aceptar la violencia hacia ellas sin responder, porque eso es ser mujer”.

La activista es partidaria de que, desde el Estado, se tomen medidas que reviertan esta situación y contrarresten el efecto de acoso y su naturalización.

“Una ley que señale esta conducta como violencia y como inaceptable es vital para que haya un marco social claro para la concientización. Hoy día las mujeres que denuncian acoso callejero se encuentran con que las fiscalías se niegan a reconocerlo como hostigamiento, minimizan las situaciones y rechazan las denuncias”, remarcó.

Además, Lemi dijo a SEMlac que una ley para esta situación no solo tendría la función de penalizar, sino que también funcionaría de modo preventivo, dado que los acosadores actualmente “cuentan con la impunidad de que no haya una figura que contemple exactamente su conducta y, por tanto, tanto policías como fiscales la minimizan”.

“Una vez aprobada una ley que multe el acoso callejero, muchos dejarán de hacerlo, aunque no entiendan del todo por qué está mal, pero las siguientes generaciones van a crecer sabiendo que es una conducta punible y rechazada social e institucionalmente”, insistió.

En definitiva, la necesidad de una ley radica en “una toma de postura del Estado: defender a las víctimas o seguir apañando a los acosadores”, concluyó la directora de Acción Respeto.

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Antecedentes cercanos

En Perú se aprobó este año la Ley para Prevenir y Sancionar el Acoso Sexual en los Espacios Públicos y tiene por objeto prevenir y sancionar el acoso sexual en lugares de uso público que afecten la dignidad, la libertad, el libre tránsito y el derecho a la integridad física y moral de niños, adolescentes y mujeres. Las sanciones penales serán establecidas en el Nuevo Código Penal peruano.

A la vez, en Chile se presentó en la cámara baja un proyecto de ley que establece tres tipos de conductas que recibirían multas: los actos verbales y no verbales; la captación de imágenes; y los abordajes intimidantes. Y los actos de acoso sexual callejero que involucren contacto físico de carácter sexual serían sancionados con presidio menor en su grado mínimo.

Fuente:http://www.alainet.org/es/articulo/169237

“En el cuerpo de la mujer se realiza una pedagogía de la crueldad”




Por Natalia Gelos 

La antropóloga Rita Segato estuvo en Argentina para presentar su libro sobre los asesinatos de Ciudad Juárez. El cuerpo de las mujeres como depositario de violencia, el rol del Estado y la búsqueda de soluciones por la vía comunitaria fueron algunos de los temas que desarrolló. Infojus Noticias la entrevistó.

Dijo que no tiene vergüenza de pensar con sospecha; que hemos colocado fichas de más en el género y no llegamos a ninguna parte; que la política ha capturado al crimen. Y para romper con la violencia de estas “nuevas guerras”, la única salida es construir comunidad.  En la presentación de su libro, en una mesa acompañada por  Raúl Zaffaroni y Hugo Cañón, la antropóloga e investigadora Rita Segato hizo un recorrido por su pensamiento de los últimos años. Especialista en violencia, y en particular de la violencia contra las mujeres, en  2003, esta argentina que reside en Brasil se trasladó a Ciudad Juárez y escribió el libro que acaba de publicarse por el sello Tinta limón: “La escritura en el cuerpo de las mujeres asesinadas en Ciudad Juárez. Infojus Noticias conversó con la autora.
¿Qué relación hay entre guerra y violencia en el cuerpo de las mujeres? 
Después de la guerra de Yugoslavia hay una discontinuidad de la historia de la guerra. Las guerras se vuelven informales, y entre las cosas que han cambiado, el foco que se coloca en el cuerpo de las mujeres. Como una profanación, como una aplicación de crueldad y tortura hasta la muerte, más que como una anexión, que era lo que sucedía en las guerras anteriores. Entonces, la historia de la guerra es discontinua y hay una transformación de las prácticas estructurales del conflicto cuando se pasa a las guerras no convencionales. Hay una paramilitarización de todas las guerras hoy, donde lo que sucede ahí está en un umbral entre lo legal y lo ilegal.
¿Cuándo se produce lo que llama la autonomización de la violencia?
En los asesinatos mafiosos, tanto en Italia como en Colombia, las víctimas en general son otros hombres. Antagonistas, delatores o traidores, pero parte de la corporación armada propia o enemiga. Esos cuerpos llevan mensajes, con diseños que implican una escritura mafiosa en la disposición del cadáver, pero ese cuerpo es parte del enemigo.  Pero en la violencia contra las mujeres hay una diferencia. Si matás a alguien que no es miembro de la banda armada, inocente de la guerra, pongamos el caso Candela, ahí el carácter puramente expresivo de la violencia se autonomiza y se hace más potente: estabilizando lo que es específicamente un lenguaje. 
A partir de su estudio sobre la trata, se pregunta si el Estado puede proteger a sus ciudadanos. ¿Cómo es la acción anfibia que propone? 
El discurso del derecho es el discurso del Estado. Las leyes son buenas en Brasil, por ejemplo, pero no consiguen frenar la escalada de asesinatos de mujeres. Para mí, la acción debe ser anfibia: con una mano trabajar sí en el campo estatal pero sin colocar las fichas ni todos los esfuerzos, porque el Estado hasta ahora no ha sido capaz de probar que puede proteger a las personas. Los crímenes del poder económico no se clarifican nunca.  Eso pasa en los países centrales también. Yo creo que la lucha es en todos los campos, inclusive en el Estado, pero no exclusivamente en él. Es necesario reconstruir el tejido social comunitario, reconstruir las comunidades, que pueden proteger, conversar entre sí, tomar medidas de una forma que el Estado no puede. Necesitamos un Estado que devuelva el fuero comunitario.
¿Qué soluciones ofrece el tejido comunitario?
Hay modelos de comunidad que no se deshicieron completamente. Después de trabajar en la cárcel de Brasilia, con estudiantes, mi decepción fue tan grande con la manera con la que el Estado entiende la infracción, el delito, el crimen, que ahí empecé a estudiar pluralismo jurídico. El derecho indígena, por ejemplo, tiene una estructura totalmente diferente al derecho estatal y es mucho más inteligente. Toda la noción de delito… no hay tipificación, no hay reducción a término. Cada delito es único y es analizado por toda la comunidad. Cuando vos tenés comunidad, las personas pueden reunirse y conversar sobre lo ocurrido y lograr un acuerdo. Y es siempre un acuerdo eficiente. Porque la meta es de salud, más parecida a una curación de los lazos comunitarios que a un remedio por destrucción del infractor. Lo que tenemos que colocar en un signo de interrogación es nuestra fe estatal.
Usted dice que la trata actual tiene una funcionalidad que excede el intercambio sexual como servicio. ¿Cómo llega a esa conclusión? 
Una vez, les pregunté a Silvia Chester y Monique Thiteux- Altschul  si los hombres van a los prostíbulos solos o en grupo. Me contestaron que van en grupo ¿Qué es lo que se realiza ahí? ¿Se realiza la compra de un servicio sexual o ese es el lugar en el que se celebra un pacto entre hombres, un negocio de entendimientos corruptos entre jueces, policías, empresarios o políticos? Con eso, varias cosas se garantizan; por ejemplo, que las mujeres políticas, juezas, empresarias y policías no participen de ese monopolio del convenio entre un grupo de hombres. La mujer que está ahí, como víctima sacrificial, es la que con su cuerpo sella la posibilidad de ese pacto. Y hay una segunda cosa en la trata: cada vez más estoy percibiendo que el capital en su fase actual se asienta en un pacto de la pedagogía de la crueldad y es en el cuerpo de la mujer que se realiza ese acto. La trata es todo eso simultáneamente.
¿Por qué dice que las organizaciones de derechos humanos no alcanzan a entender estas violencias?
El discurso de los DDHH actual encuadra Estados. Aquí  los crímenes los comenten actores paraestatales. El Estado es duplicado por naturaleza. Con la tercerización de la vigilancia está más duplicado todavía. Luego tenemos personas que actúan en el control territorial de los lugares vulnerables y que no son agentes estatales. Muchas veces torturan por ejemplo.  En el Derecho Internacional de los Derechos Humanos, la tortura es gravísima pero cuando es realizada por el Estado. Pero si un vecino es un marero, un sicario, y está actuando para cabezas intermediarias entre el Estado y el paraestado, no puede haber una condena porque la tortura es condenable cuando hay estatales.

Fuente:http://www.infojusnoticias.gov.ar/entrevistas/en-el-cuerpo-de-la-mujer-se-realiza-una-pedagogia-de-la-crueldad-85.html

miércoles, 16 de diciembre de 2015

“Nos gustaría caminar solas sin miedo en la oscuridad, pero la calle sigue sin ser nuestra”



Sandra Lazaro
La oscuridad en el entorno urbano aumenta el peligro de las mujeres de sufrir una agresión por las noches. No es una leyenda, sino un estudio del Colectivo de Mujeres Malvaluna que muestra a modo de mapa que los espacios públicos de Mérida mal iluminados ponen en riesgo la seguridad de ellas.
Pueden ponerse muchos ejemplos, el último de esta misma semana. Una mujer ha denunciado haber sido víctima de un intento de agresión en las traseras del parque de La Argentina de Mérida, en el paseo de Artes y Oficios. Una zona efectivamente mal iluminada donde esta mujer fue abordada por un hombre en plena oscuridad, aunque logró escapar según ha denunciado.
Gloria Angulo, de Malvaluna, pone de manifiesto que los planes urbanísticos no se han desarrollado pensando precisamente en la seguridad de las mujeres, lo supone uno de los elementos que tiene que reforzarse con urgencia.
Agresiones sexuales
Existe una realidad que solo las mujeres sienten. Ellas, por el simple hecho de ser mujeres tienen miedo, o lo han sentido en algún momento. Cuando andan solas por la calle de noche se enfrentan a un estado inconsciente de pánico, permanecen en alerta. Hay una frase que repiten: "La calle sigue sin ser nuestra". Y una evidencia: a todas les une la posibilidad de ser víctimas de una agresión. 
“Siempre vamos alerta, y no por lo que oigamos, sino porque a casi todas alguna vez nos ha pasado, incluso aquí en Mérida. Hace 5 años a dos de nosotras nos dieron un buen susto de noche un grupo de 3 tíos en un coche, nosotras pensábamos que Mérida era una ciudad tranquila y no íbamos con miedo. Desde entonces vamos más en alerta”. Esta es la experiencia que traslada el grupo de mujeres libres de Salamandras Sincréticas. Comentan que en una sociedad patriarcal las mujeres “estamos siempre en riesgo, pues se nos considera inferiores para todo, y como objetos sexuales para usar cuando ‘uno’ quiere”.
Un concepto que comparte Mujeres Maquinando, también de Mérida. “Violencia machista también es que una mujer tenga que tener la sensación del miedo continuo cuando camina por una ciudad supuestamente segura, por el hecho de ser mujer”.
En cuanto al último intento de agresión en la capital extremeña, Mujeres Maquinando comenta que “los atacantes optan por las zonas en las que se sienten más seguros, como los entornos oscuros”. Reclaman al ayuntamiento que tome cartas en el asunto, “y por supuesto darle importancia a las cosas”. “No restarle importancia al caso, aduciendo que solo ha sido ‘un intenso de’. Lo que esta chica sufrió es un aspecto más de la violencia machista”, comenta este colectivo.
¿Sufren violencia mujeres y hombres por igual?
Las Salamandras no comparten las tesis de quienes piensan que los hombres también sufren violencia, que pueden ser violados al igual que ellas: “el índice es infinitamente menor, son casos de violencia aislados, que cualquier persona puede sufrir, pero aquí estamos hablando de que todas las mujeres tenemos un alto riesgo de violación”.
Intento de violación, abusos en la infancia, una violación consumada o simplemente toparse ante exhibicionista. Son situaciones que los hombres no sufren. “No tenemos los mismos peligros, no es comparable. Por ejemplo, en nuestro grupo a todas nos ha pasado algún episodio de este tipo, y estas cosas no las contamos abiertamente, no hablamos de ello, parece que hay que esconder que nos hayan intentando violar, que nos hayan forzado a tener una relación, que hayan abusado de nosotras, que nos haya salido un exhibicionista, etc. Pues esto pasa, es real, mucho más común de lo que se cree”.
Más de 60 ciudades han albergado 'Marchas de las putas', como esta de Lima, en respuesta a una frase de un policía de Toronto: "Las mujeres deben evitar vestirse como putas para no sufrir violencia sexual". EFE / Paolo aguilar
Uno de los conceptos en los que coinciden todas las feministas es que las mujeres no deben avergonzarse por haber sufrido algún tipo de agresión, del tipo que sea, porque “es la sociedad en general y los hombres en particular" quienes deberían de avergonzarse, "pues con las bromas, actitudes y ciertos comentarios machistas, se permiten este tipo de actos violentos".
¿Por qué no se defiende una mujer?
Tanto las Salamandras como Mujeres Maquinando piensan que a ellas se las enseña a tener miedo desde pequeñas, porque el miedo ‘paraliza’.
“Y lo que interesa es que las personas estemos lo más quietas posibles a todos los niveles. Nosotras creemos que debemos aprender a defendernos, con autodefensa, en grupos, con sprays antivioladores y sobre todo dando la cara y tomando las calles de noche, no quedándonos en casa, pero para eso tenemos que estar unidas y ser conscientes de los peligros”.
“Si tenemos miedo, pues tampoco pasa nada, es que es para tenerlo, la ayuda mutua y buscar estrategias juntas nos ayudará a superarlo”. El mensaje que lanzan es que hay que 'empoderarse' y no sentir miedo, salir solas, a cualquier hora, "porque en caso contrario le estás dando la razón al agresor".
A este respecto la representante de Malvaluna explica que ellas como colectivo no apuestan por hacer uso de la violencia explícita por parte de las mujeres, sino a desarrollar otras armas –dice—como el modo de caminar, las miradas que una mujer devuelve o simplemente la actitud.

¿Los piropos son violencia machista?

Tanto para Malvaluna, como para Salamacras y Mujeres Maquinando, no cabe la menor duda de que sí.

Aunque existen mujeres a las que les puede gustar el piropo de un desconocido, insisten en que habla de ellas como seres sexuales, y no como seres pensantes. “A algunas mujeres les puede gustar, quizás porque no las han enseñado a valorarse por sí mismas, algo muy normal que suceda en una sociedad donde priman los valores patriarcales, donde las mujeres son consideradas personas de segunda”.

En este sentido apuntan a que son juicios de valor constantes, que no siempre tienen por qué producirse bajo el prisma adulador. Comentan por ejemplo que cuando una mujer no cumple el canon socialmente marcado “se produce el insulto de fea, gorda, vieja”. “Ojo, que estamos hablando de una agresión verbal”, advierten Mujeres Maquinando.

Fuente:http://www.eldiario.es/eldiarioex/sociedad/gustaria-caminar-solas-oscuridad-calle_0_460904892.html

martes, 15 de diciembre de 2015

SILVIA FEDERICI, FEMINISTA: “EL PODER MÁGICO DEL CONSUMISMO SÓLO SE PUEDE DESARROLLAR SOBRE UN DESIERTO EMOTIVO, UN DESIERTO SOCIAL”


Silvia Federici, fotografiada en Vic en 2015 por Beatriz Plaza.

Por: Beatriz Plaza y Erika González

Escritora, activista y profesora de la Universidad de Hofstra de Nueva York, Silvia Federici es una referente en la economía feminista. Hablamos con ella durante el V Congreso Estatal de Economía Feminista [1] sobre cuestiones como el sistema capitalista, las alternativas soñadas y en marcha, la lucha salarial, el trabajo doméstico, la quema de brujas y el imaginario popular.

– ¿De qué hablamos cuando nos referimos a la economía feminista?

– La economía feminista es un proyecto con mucho coraje que se ha propuesto cambiar de manera significativa una disciplina que ha estado más comprometida con la economía capitalista que con ninguna otra. Creo que ha tenido muchos efectos importantes: el primero, someter la economía oficial a una crítica radical de su metodología, de su forma de medir, de su aplicación del método cuantitativo, del análisis de la realidad social que no se puede reducir a una fórmula matemática y de sus valores estructurales; el segundo, poner en el centro de esta deconstrucción de la economía la importancia de toda un área de actividades que definimos como reproductivas, muy importante para el movimiento feminista pero sistemáticamente desconocida y desvalorizada por la economía oficial. El cuidado, el trabajo del hogar, las relaciones familiares, sexuales o procreativas, el cuidado de los niños, el de las personas enfermas, el de los mayores… Para la economía feminista esto es fundamental, no solamente para la reproducción de nuestra vida, sino también para la producción del sistema capitalista, porque la sociedad ha sido sometida a esta producción.


Las economistas feministas hemos visto la importancia de todo este conocimiento e iniciado una investigación sobre las consecuencias y los efectos de la invisibilización. En concreto, hemos empezado un trabajo de democratización del lenguaje que ha permitido crear un espacio donde las mujeres que no son economistas expertas pueden empezar a comprender cuál es la lógica de este sistema en el que vivimos, una lógica realmente perversa.


Por ejemplo, estudios como el de Madeleine Fairbairn (sobre la medida de los estándares del PIB y sobre cómo las organizaciones internacionales y los gobiernos cuentan y excluyen el trabajo de reproducción de sus cuentas) nos han permitido comprender que el crecimiento de niños y niñas no es considerado productivo, pero fabricar las armas que los matan sí que lo es.


Gracias a estos estudios podemos entender la lógica que calificaba de perversa, porque la economía como disciplina ha creado un nudo que nos impide ver la verdad de las relaciones capitalistas. Es una red de categorías, conceptos, asuntos y asunciones que son como un muro que la gente común no puede comprender, que nos ofusca la visión. Por este motivo ha sido importante comenzar a explicar qué significan estas categorías y empezar a construir, a pensar y a imaginar la posibilidad de una alternativa.


– En este contexto, advierte sobre el peligro de que la economía feminista se convierta en una rama más de la economía. ¿Cómo cree que se podría evitar esto?


– Creo que se puede evitar si las economistas feministas trabajan en la economía como espías en un territorio hostil. No se trata de educar a las y los economistas, sino de comprender y transmitir la conciencia que pueden adquirir trabajando dentro la economía. Una vez adquirida, se podría empezar un trabajo de educación importante, porque, en mi opinión, el riesgo es dejar de pensar.


Por este motivo, creo que es importante que la economista feminista tenga su punto de referencia en los movimientos, sea como inspiración por la economía alternativa (lo que es necesario hacer a partir de la lucha o de la expresión, ya que la lucha exprime necesidades, dificultades y posibilidades), sea como guía para no olvidar por quien se escribe y por quien se hace este trabajo. El riesgo es pensar que nuestros referentes son los economistas de los institutos académicos.


Se habla de las mujeres y de la igualdad, pero después se aprueban leyes que destruyen la condición de igualdad. El reto por tanto es enseñar al sistema a ser contundente, porque muchas feministas han participado en conferencias de las instituciones y la gente identifica el feminismo como el que ha sido construido por Naciones Unidas. Es importante que las economistas feministas no repitan esto.








– ¿Qué opina sobre las potencialidades de la economía feminista?


– La economía feminista debería tener dos objetivos principales: por un lado, revalorizar el trabajo de reproducción y, por otro, demostrar la centralidad, no solamente del trabajo de cuidado. Tengo un poco de resistencia a este concepto porque durante muchos años en el movimiento feminista en el que milité nunca se habló de cuidado. El término “cuidado” es completamente nuevo, de los años 90. En los documentos feministas de los años 70 y 80 se habla de trabajo doméstico o trabajo de reproducción, pero nunca de trabajo de cuidados. ¿Por qué? ¿Cuál es para mí el problema? El problema es que se va a construir una nueva jerarquía entre las mujeres que hacen el trabajo material (limpiar la ropa o las calles) y el trabajo que se ve como más emotivo, intelectual, educativo, relacional… Por eso yo uso estos términos pero con mucha cautela, porque no me gusta separar el trabajo material del inmaterial. Para mí es muy importante demostrar la centralidad.


El trabajo de cuidados es un ejemplo paradigmático, no se puede olvidar que lo material e inmaterial es indisoluble en el trabajo que reproduce la vida de una persona. Piensa en la educación de las niñas o en la cura de los enfermos. Si sabes cómo se cura un enfermo, qué significa trabajar con una persona que no es autosuficiente, es que sabes que no se puede separar una cosa de la otra. La gran tragedia hoy es exactamente esto, la separación. Lavar, limpiar o amamantar a un niño o niña, ¿es material o inmaterial? Si piensas en el trabajo de reproducción te das cuenta de cuánta estupidez hay en esta tendencia a la separación. No me gustaría que las mujeres reprodujeran de manera indirecta esta dinámica que sitúa a los conceptos en niveles más altos o bajos según el tipo de trabajo. Conservar la naturaleza, cocinar, el trabajo sexual, hacer el amor… ¿qué es, material o inmaterial? ¿Cómo se puede separar? No, no vamos a reproducir esta visión que separa y que hemos criticado tanto en los hombres, en los intelectuales.


– Señala a los movimientos sociales como fuente de inspiración. ¿Qué fortalezas podrían aportar al sistema para hacerlo más sostenible, justo y equitativo?


– Cuando hablo de movimiento social lo hago entendiéndolo como un concepto amplio y diverso, porque hay muchos tipos de movimientos sociales y de algunos no soy muy entusiasta. Me gusta mucho lo que tantos compañeros y compañeras en América Latina dicen: “no es importante hablar de movimiento social sino de sociedades en movimiento”. Hablo de movimientos sociales muy arraigados en la sociedad, que cooperan y que miran lo que está cambiando a nivel de base. Movimientos sociales no como organizaciones separadas, sino como clave en la reflexión que está ocurriendo en varias partes del mundo y que nacen de la conciencia de que esta sociedad capitalista no nos puede garantizar nada, que no puede ofrecer prosperidad o seguridad de vida sino sólo a grupos limitados, en períodos concretos y en condiciones particulares, como ocurrió después de la II Guerra Mundial, de los años 40-50 hasta los 60-70.


Fue una época asombrosa en la que se consiguió desestabilizar el sistema gracias a los grandes movimientos sociales contra el capitalismo: la descolonización, la lucha anticolonial, las revueltas en las fábricas de los obreros industriales, el alzamiento contra la guerra del Vietnam, el movimiento feminista o el surgimiento del indigenista. Fue un período increíblemente importante que puso en crisis de manera estructural la capacidad de la sociedad capitalista de producir y reproducirse. El proceso de globalización, la intención de cambiar el mundo de las bases durante los años 80-90, fue la respuesta del sistema.


Hay una gran conciencia sobre el hecho de que el capitalismo puede conceder la prosperidad o el nivel adecuado de vida solamente en condiciones particulares. En este contexto, es importante comprender y analizar lo que es el consumismo, producto directo de un gran empobrecimiento social. Si tienes una vida rica desde el punto de vista emocional, con buenas relaciones sociales, no te pierdes por una camiseta. El poder mágico de las cosas, es un poder que se puede desarrollar sólo sobre un desierto emotivo, un desierto social.


Un gran número de poblaciones ya se sienten excluidas porque han sido expulsadas de sus tierras, de sus trabajos, de sus salarios…. Por eso están intentando crear formas diferentes de vida, organizándose de formas diversas. Los movimientos sociales que tienen sus raíces y sus cimientos en estas poblaciones son los más importantes.


Los movimientos feministas populares de América Latina son los movimientos que el capitalismo reprime. Me refiero a los que tienen como punto de referencia las grandes luchas de las mujeres campesinas por defender los campos, la agricultura de subsistencia y la soberanía alimentaria, o las luchas contra el extractivismo, contra la minería, contra las cárceles y contra todas las formas de represión militar. El zapatismo, en México, o el Movimiento de los Trabajadores Rurales Sin Tierra, en Brasil, son sólo dos de los muchos ejemplos que existen.


Muchos son movimientos creados sobre una base territorial que están empezando una forma de producción diferente teniendo presente el autogobierno. En mi opinión, esto es lo que se está ocurriendo por primera vez en el mundo: lo nuevo surge cuando hay una percepción de que el viejo sistema, el capitalismo, es muerte, y esta idea ya se está difundiendo, sobre todo en América Latina.


– Dice que allí donde se siente la necesidad del cambio se generan prácticas para la construcción de alternativas. Muchos movimientos populares han visto en el Estado un instrumento que les puede ayudar a promover cambios para salir de la explotación o de la amenaza que supone el capital. ¿Hasta qué punto la toma de las instituciones puede servir para el cambio?


– Sí, ahí hay un gran debate. El ejemplo más claro es el que viene de América Latina, cuando los zapatistas rechazaron participar en las campañas electorales. Muchas personas de los sectores de izquierda criticaron esta actitud intensamente, pero yo creo que ahí los zapatistas tenían razón, porque el Partido de la Revolución Democrática (PRD) no ha sido una alternativa. Hemos visto que en países donde los partidos progresistas asumieron el poder, como en Bolivia, con Evo Morales o en Ecuador, con Rafael Correa, ya hay un conflicto entre Estados y movimientos de base.


En el caso de Bolivia, el presidente ha seguido desde el inicio una política extractivista. Aunque ha intentado reducirlo con algunas medidas, como las bolsas solidarias, son acciones tan simbólicas que no cambian nada y no ponen en el centro el fundamento de las relaciones sociales ni un nuevo modo de producción. En Ecuador, Rafael Correa había prometido una postura determinada frente al petróleo, y ahora se choca con el Yasuní. En Brasil, muchas compañeras y compañeros están demostrando que, con el tiempo, Lula da Silva ha instaurado un imperialismo que sólo se diferencia de los otros en el esfuerzo por expulsar a las empresas americanas.


Es necesario reflexionar sobre esto. Si no nos enfrentamos, si pensamos que se puede mejorar el capitalismo y continuamos con la misma lógica, solamente podremos reducir los efectos negativos. Si creemos que el progresismo significa reducir y humanizar un poco la explotación, entonces el resultado será aún peor, porque esto crea mucha pasividad, nos hacen creer que van a mejorar nuestras condiciones, que no debemos activarnos porque ellos lo harán por nosotras.


– Una de las cuestiones clave que identifica como reforma estructural es la reivindicación que desde el movimiento feminista se ha realizado en torno a la lucha salarial, uno de los elementos que más desigualdad genera. ¿Podría profundizar un poco en cómo la brecha salarial reproduce la desigualdad?


– Desde el Colectivo Feminista Internacional lanzamos la campaña Salario para el Trabajo Doméstico porque entendíamos el sueldo como una máquina que provoca desigualdades. En primer lugar, la diferencia de salarios ha permitido invisibilizar el trabajo doméstico, lo que ha provocado una serie de explotación laboral. En segundo lugar, lo ha naturalizado porque lo ha mitificado y ha creado jerarquías entre lo “asalariado” y lo “no salariado”. A través de estas jerarquías se ha ocasionado un sistema de control indirecto de las personas “sin salario”. Aquí las y los asalariados se convierten en patrones, controladores y supervisores del trabajo no salariado. La jerarquía nunca es neutra, es el principio de la explotación. Debemos tener cuidado cuando hacemos cualquier lucha salarial y asegurarnos de que ésta no va a ser a costa del bienestar de otras personas, cerciorarnos de que aquello que ganamos en el terreno del salario no reproduzca de nuevo jerarquías que generen desigualdades.


– Habla de construir formas más cooperativas para la reproducción social…


– En realidad es un sueño, aunque también una práctica. Dolores Hayden, una feminista que ha hecho mucha labor urbanística en Estados Unidos, ha estudiado la historia centrándose en el esfuerzo de las mujeres para superar el aislamiento del trabajo doméstico.


En muchos países la forma más cooperativa ha surgido a partir de una necesidad provocada por la depresión y la austeridad, como en Chile, Perú y Argentina, donde las mujeres trajeron las olas de los piquetes, los comedores populares y los huertos urbanos. Es importante ver qué ha traído de nuevo a la lucha social. Elementos que no estaban en las luchas de los años 60-70 y que nacen de una necesidad de crear formas de control sobre nuestras vidas, de autoproducción yautoaprovisionamiento.


Me parece haber reconocido la línea que necesitamos seguir. Es claro que en algunos países el camino está más avanzado porque el desastre económico los ha obligado a hacerlo. Y también que en muchos lugares como en América Latina es un poco más fácil porque existe una tradición de relaciones comunitarias que el capitalismo no ha podido destruir y que hoy es una fuerza. El camino que nos muestra América Latina, el camino que se debe recorrer también en Europa y en los EEUU, ya se ha iniciado. En Grecia, por ejemplo, millones de personas se han encontrado con la realidad de un empobrecimiento brutal. Es evidente que van a tener que empezar a crear formas alternativas de vida, y las opciones son aceptar la derrota continua o juntarse, juntar sus recursos, juntar su energía y crear. Mi pareja ahora está en Heraclio, Creta, donde han organizado un gran festival para celebrar las nuevas clínicas sociales. Todas estas cosas se van a ampliar necesariamente.


– Vamos a cambiar de tema y abordar otra de las cuestiones fundamentales de tu obra. En su libro Calibán y la Bruja. Mujeres, cuerpo y acumulación originaria[2], retomas la matanza de brujas como fundante de un sistema capitalista que expropia el cuerpo, los saberes y la reproducción de las mujeres sin remuneración alguna. ¿Qué opinas de la quema de brujas?


– La reflexión sobre las brujas es muy seria, y abro para mí lo que es como una herida abierta, porque en los últimos cuatro o cinco años me he dado cuenta de que el legado de los inquisidores permanece en el imaginario popular, de que han dejado una herencia de desvalorización de la bruja que se plasma en canciones o en prácticas como quemar a las brujas, y que esto pasa a nivel europeo.


Hay quema de brujas en Escandinavia, aunque han hecho un pequeño esfuerzo por reconocerlo construyendo un monumento en Noruega. También en San Juan se celebra la quema de las brujas, incluso hay canciones sobre ello. Cuando fui a Copenhague las mujeres me mostraron algunas representaciones horrendas de brujas. Me gustaría viajar y luchar contra esto junto a un grupo de mujeres.


El año pasado en el País Vasco vimos cosas que nos entristecieron mucho. La imagen de la bruja se ha convertido en una mercancía que se usa para atraer a turistas en lugares como Zugarramurdi, donde hay un Museo de las Brujas y puedes encontrar imágenes horribles. Les pregunté a las mujeres de las tiendas que por qué razón vendían esas cosas y me dijeron que, aunque no les gustaba, lo ordenaba el patrón. Debemos hacer algo para que no se vendan más.


Una puede pensar que tal y como está el mundo, lleno de problemas, nadie va a pensar en las brujas, pero creo que hay que hacer algo, que sería muy importante. En realidad, hoy también se queman brujas: en África se calcula que se han quemado, enterrado vivas o acuchillado más de 30.000 mujeres, sobre todo mayores; en 2013 se han enterrado vivas 700 mujeres en Tanzania; y en Papúa Nueva Guinea también han quemado a muchas. ¿Dónde están las feministas? ¿Dónde hay un surgimiento de feministas?


En India estoy en contacto con mujeres feministas que se están ocupando de esto, porque allí es una matanza. Todas me dicen que está conectado con el cercamiento y la propiedad de las tierras, con el nuevo papel de las mujeres y con la expulsión de las mayores, que son consideradas como no productivas pero que tienen acceso a la tierra. La manipulación de las compañías, que usan las acusaciones de brujería para conseguir sus objetivos es constante. Es importante organizar un grupo de mujeres en cada país para hacer algo. ¿Por qué no en España también?


*Beatriz Plaza y Erika González son investigadoras del Observatorio de Multinacionales en América Latina (OMAL) – Paz con Dignidad.


NOTAS:


[1] Vic (Catalunya), julio de 2015.


[2] Federici, Silvia (2010): ‘Calibán y la Bruja. Mujeres, cuerpo y acumulación originaria’, Editorial Traficantes de Sueños, Madrid.


Fuente: http://www.revistapueblos.org/?p=19835