martes, 28 de febrero de 2012

Marxismo y Familia



Andrea D’Atri explica los orígenes de la opresión de la mujer y el desarrollo de los roles y estereotipos que surgen a raíz de la creación de la familia.

Cuando nos hablan de “familia” –en la tele, en la escuela, en la Iglesia y en la propia familia- enseguida relacionamos esto con amor, comprensión, cuidados y cariño. A pesar de los problemas de la convivencia, de que no todas las familias son iguales e, incluso, a pesar de la existencia de la violencia doméstica, nadie se atrevería a cuestionar que el fundamento de la familia es el amor y, mucho menos, cuestionaría su existencia en todos los tiempos, desde “que el hombre es hombre”. ¿Pero esto es realmente así? ¿Cuáles fueron los fundamentos de la organización familiar en sus orígenes?

Sobre los orígenes, los roles y estereotipos, el trabajo doméstico, etc.
Parte I: Los orígenes
Hasta la época de los antiguos griegos y romanos, los seres humanos se habían organizado de diferentes maneras para la reproducción y producción de sus vidas, predominando las formas de relación basadas en los lazos sanguíneos de línea materna. Las mujeres, enaltecidas por su posibilidad de engendrar vida y el misterio que esto encerraba para los seres humanos, ocupaban un lugar privilegiado en las sociedades primitivas. Una de las razones por la cual, también, nos encontramos con numerosas diosas y otras divinidades femeninas en este período.
Luego se descubrieron la técnica de la agricultura, la fundición de metales y la domesticación de animales, entre otras cosas. Todos estos grandes descubrimientos permitieron aumentar las riquezas sociales y entonces, ya no fue necesario que todos los miembros de la comunidad trabajaran para garantizar su supervivencia: mientras la mayoría trabajara, un sector minoritario podía eximirse de esta carga y ser mantenido por los productores. Se originan, así, las clases en las cuales se divide la sociedad y la propiedad privada. Pero no sólo se descubrieron las técnicas que permitieron aumentar la productividad del trabajo, sino que también se descubrió la relación que existía entre el coito y la reproducción, lo que permitió entender el papel que tenía el varón en la procreación. “Así quedaron abolidos la filiación femenina y el derecho hereditario materno, sustituyéndolos la filiación masculina y el derecho hereditario paterno”, dice Engels y agrega:
 ”El derrocamiento del derecho materno fue la gran derrota histórica del sexo femenino en todo el mundo. El hombre empuñó también las riendas en la casa; la mujer se vio degradada, convertida en la servidora, en la esclava de la lujuria del hombre, en un simple instrumento de reproducción.” [destacado en el original].
Si sólo nos detenemos a analizar el término “familia”, descubrimos que, en latín, quiere decir “conjunto de esclavos”. Es que la familia, entre los romanos, remitía a la esposa, los hijos y los esclavos que poseía un ciudadano. Como este conjunto de esclavos era un objeto de propiedad del padre, el mismo tenía derecho de vida y muerte sobre la familia (patria potestad) y la cedía en herencia a través de un testamento, a sus hijos.
De pronto, las mujeres eran una fuente de riqueza igual que los esclavos, la tierra o el ganado, porque eran las que permitían aumentar la cantidad de hijos de una familia, es decir, la cantidad de fuerza de trabajo disponible para aumentar aún más las riquezas de su propietario. Su papel independiente en la producción social, pasó a un segundo plano: lo que se requería primordialmente de ellas era su capacidad reproductiva. Y poseer el dominio sobre esta capacidad, garantizaba que la descendencia fuera “legítima”, por eso –dicen los marxistas-, la monogamia en el matrimonio se estableció como una obligación para las mujeres, pero no para los varones.
“La monogamia nació de la concentración de grandes riquezas en unas mismas manos –las de un hombre- y del deseo de transmitir esas riquezas por herencia a los hijos de este hombre, excluyendo a los de cualquier otro. Para eso era necesaria la monogamia de la mujer, pero no la del hombre; tanto es así, que la monogamia de la primera no ha sido el menor óbice para la poligamia descarada u oculta del segundo.” A este dominio del varón adulto en las relaciones sociales para la reproducción de la especie, los marxistas lo denominaron “patriarcado”.
Claro que los modos de producción fueron cambiando, desde aquellos tiempos remotos en que surgieron las clases sociales: amos y esclavos, señores y siervos, burgueses y proletarios… Y en cada modo de producción y en cada clase social, los mecanismos patriarcales también fueron distintos. No obstante, podemos decir que las relaciones patriarcales existen en todos los modos de producción, aunque las formas específicas que asuman sean diferentes.
¿Qué función cumple la familia, entonces, en nuestros días?
Parte II: Casados con hijos
Parece que, desde que se instituyó la familia en los tiempos de la Antigüedad, el padre se convirtió en una figura indiscutible de poder sobre esposa e hijos. ¡Cuántas veces escuchamos o dijimos “en casa mando yo”, “ya vas a ver cuando venga tu padre” y otras frases por el estilo! Y si no hay un varón adulto en la familia, también se habla de “quien lleva los pantalones” ¡Hasta en las encuestas y los planes se habla de “jefes” y “jefas” de hogar! Como si en la familia existieran las mismas jerarquías que en la fábrica, en la empresa y en otras instituciones de la sociedad… ¿Por qué existen estos roles dentro de la familia?
Con más o menos amor, de maneras más explícitas o sutiles, a veces brutales, la familia ayuda a moldear el carácter de niños y niñas, desde la infancia, educándolos en la obediencia a la autoridad, imponiéndoles disciplina y castigando la rebeldía. En la familia se aprende lo que es correcto y lo que no, para la vida social.
¿Y quién decide lo que es correcto y lo que no? En general, todos los comportamientos que permitan adaptarse y desenvolverse en esta sociedad, serán estimulados, mientras que los comportamientos que choquen con las normas y las costumbres sociales, serán reprimidos. Por eso, antes que en la escuela, en la familia se enseña cuáles son los comportamientos “adecuados” para un varón o para una mujer. La familia educa a las niñas desde temprano para que después sean esas “buenas esposas y madres” que se espera de ellas y a los niños les enseñará que “los hombres no lloran” y que deben comportarse como machos fuertes, protectores o autoritarios.
Decíamos que Engels hablaba de la monogamia sólo como una obligación para las mujeres, mientras los varones gozan del “privilegio” de “hacer lo que quieran”. ¡Esa conducta basada en la desigualdad todavía se ve en nuestros días! Sucede que las mujeres, consideradas sólo en su capacidad reproductiva, son un preciado tesoro para la reproducción de la fuerza de trabajo; su sexualidad sólo interesa siempre y cuando se asocie a la reproducción. ¡Qué importa su deseo! Por eso también resulta que un varón que hace gala de sus “conquistas” (¡vaya término!) es estimado por sus congéneres; pero una mujer que hiciera lo mismo sería calificada negativamente.
Por eso, esta sociedad fundada en la explotación del trabajo asalariado, también reprime la sexualidad que no está ligada estrictamente con la función reproductiva, como por ejemplo, la homosexualidad, el lesbianismo, etc. Y en esto, la familia cumple un papel importantísimo, “amoldando” a los pequeños a lo que la sociedad “espera de ellos”.
Y aunque hay padres más permisivos que otros, o madres que crían solas a sus hijos, el ejemplo que todavía nos transmiten en la escuela, en la Iglesia y en los programas de televisión se parece mucho a este tipo de familia “modelo”, que ya está bastante en crisis en estos tiempos.
Mientras tanto, el mismo sistema capitalista que reproduce estos estereotipos de sumisión y obediencia para las mujeres y control y dominación para los varones, expone los cuerpos femeninos como objetos de consumo y disfrute para los demás. Y no es casualidad, entonces, que la violencia doméstica sea ejercida, en la inmensa mayoría de los casos, por los varones contra las mujeres. No se trata de ninguna predisposición congénita maligna, sino de uno de los productos más aberrantes de esta sociedad que –desde la más tierna infancia- nos inculca estos papeles, estos roles, estas normas y reglamentos: “que ella me engaña con otro”, “que se vistió con ropas provocativas”, “que no cuida a los chicos y no se queda en casa todo el día”, “que no me hace caso”, “que así va a saber quién manda”…
Como señalaba Engels, la familia es la institución de esta sociedad de clases que determinó y mantiene la opresión de las mujeres. En las familias trabajadoras y de sectores populares, las mujeres y las niñas son, mayoritariamente, las que se encargan de las tareas domésticas: uno de los aspectos principales que adquiere esa opresión. En la mayoría de los casos, esas mujeres que realizan las tareas del hogar, además trabajan en fábricas, empresas, hospitales, escuelas o en los hogares de otras familias. Por eso, los marxistas, hablamos de la doble opresión de las mujeres trabajadoras.
Parte III: Amas de casa desesperadas
Decíamos que la familia es la institución de esta sociedad de clases que determinó y mantiene la opresión de las mujeres. Sin embargo, la familia no cumple esta función del mismo modo entre las clases dominantes que entre las clases subalternas.
Para la pequeñoburguesía (los pequeños comerciantes, propietarios de pequeñas parcelas de tierra, etc.), la familia es una unidad productiva en la que todos sus miembros cooperan. Para los explotadores, la familia es, fundamentalmente, aquella institución a través de la cual transmiten hereditariamente su riqueza de una generación a otra.
Pero los capitalistas obtienen otros beneficios de la familia… ¡de los trabajadores!: la familia del obrero es el mecanismo básico por el cual, el empresario, se exime de garantizar la reproducción social de aquellos cuya fuerza de trabajo explota. ¡Es un mecanismo muy barato para la burguesía! Por eso, los capitalistas nos siguen inculcando la idea de que cada familia debe hacerse responsable por la vida de sus integrantes. La familia es responsable del cuidado de todos aquellos que no están en condiciones de ser explotados y “ganarse el pan con el sudor de su frente”: niños, ancianos y enfermos.
Además, a través de la familia, se garantiza la reproducción de la fuerza de trabajo con las tareas domésticas gratuitas que permiten a los trabajadores volver a la fábrica, al día siguiente, para seguir vendiendo su fuerza de trabajo al capitalista. Si los trabajadores tuvieran que comprar su comida hecha o tuvieran que comer siempre en restaurantes, si tuvieran que recurrir todos los días del año a los lavaderos automáticos y las tintorerías, si tuvieran que pagar modistas, niñeras y personal de limpieza para el aseo de la casa… ¡tendrían que cobrar salarios mucho más altos que los que cobran! Por eso el capitalismo, aunque no “inventó” la opresión de las mujeres, se aprovecha de ella en gran escala, fomentando los prejuicios de que las mujeres tienen que estar en la casa fregando, mientras los varones trabajan para “traer el sustento”.
¡Pero, al mismo tiempo, el capitalismo empujó a las mujeres a la producción social! Incorpora su fuerza de trabajo a fábricas, talleres y empresas; pero no las exime de las tareas domésticas. Por eso, los marxistas hablamos de la doble jornada laboral de las mujeres trabajadoras: por un lado, vende su fuerza de trabajo al patrón –como el resto de los obreros–; pero, además, usa el tiempo libre restante en las tareas domésticas que no son consideradas “horas de trabajo” por la patronal, aunque le resulten altamente beneficiosas.
El resultado para las mujeres está claro: stress, abatimiento, embrutecimiento y múltiples enfermedades y accidentes producidos por la excesiva fatiga. Es lógico que el amor familiar, entonces, se vea trastocado por la discordia, el malhumor, el desgano y la irritabilidad.
Los reaccionarios de toda laya dicen que los marxistas –cuando denunciamos esto– queremos destruir a la familia. ¡Pero es el mismo sistema capitalista el que, al mismo tiempo que glorifica la unidad familiar, hunde en esta situación a las familias proletarias!
Parte IV: Las superpoderosas
A pesar de lo que venimos sosteniendo, la familia es defendida por la mayoría de los trabajadores y trabajadoras, porque es el único lugar en el que se intentan satisfacer algunas necesidades humanas, como el amor, la compañía, etc. ¡Quien desintegra a la familia, trayendo sufrimiento y soledad, no es el marxismo sino el propio sistema capitalista!
El sistema capitalista ha moldeado enormes contradicciones: nos dice que las mujeres debemos quedarnos en el hogar al cuidado de los niños, pero nos obliga a trabajar fuera de la casa, porque con un salario no alcanza para sostener a la familia; nos dice que los varones tienen que proveer el sustento, pero después azota a los trabajadores con el látigo de la desocupación, provocando depresión y angustia junto con la miseria. En el capitalismo, nos dicen que debemos criar a nuestros niños, pero ni el Estado ni los capitalistas nos proveen de guarderías gratuitas en nuestros trabajos, para estar cerca de ellos, que quedan en manos de otras trabajadoras –si podemos pagar este servicio- o al resguardo de sus hermanas mayores, de las abuelas u otros familiares. ¡Incluso nos despiden cuando quedamos embarazadas!
A los jóvenes se les dice que deben ser libres, independizarse de sus padres y progresar, pero después se encuentran con el trabajo precario, la flexibilización, los sueldos de miseria y la inestabilidad de los contratos temporales… ¡Así que tienen que quedarse a vivir con los padres hasta muy grandes! Nos dicen que debemos soñar con el amor romántico, pero después nos imponen los turnos americanos, los horarios rotativos, el trabajo nocturno… ¿Y cuándo nos vemos con nuestra pareja?
También nos dicen que las mujeres somos débiles, pero cada vez son más los hogares mantenidos por mujeres solas. Pero además, cuando el capitalismo descarga sus grandes crisis sobre las familias obreras, ¡las mujeres están en la primera fila de la lucha y son de temer para los patrones, para los jueces, para las fuerzas represivas y para los políticos del régimen! Trotsky decía que “la crisis social, con su cortejo de calamidades, gravita con el mayor peso sobre las mujeres trabajadoras. Ellas están doblemente oprimidas: por la clase poseedora y por su propia familia.” Pero agrega: “Toda crisis revolucionaria se caracteriza por el despertar de las mejores cualidades de la mujer de las clases trabajadoras: la pasión, el heroísmo, la devoción.” Así lo mostraron las mujeres pobres de París, en 1789, cuando se movilizaron contra los precios del pan y dieron inicio a la gran Revolución Francesa. Así lo mostraron, también, las obreras textiles de San Petersburgo, en 1917, cuando se movilizaron reclamando “pan, paz y libertad” y dieron el puntapié inicial de la primera revolución proletaria triunfante, la Revolución Rusa. Pero también así lo mostraron, más recientemente, las obreras de Brukman y las mujeres de los movimientos de desocupados, enfrentando la crisis del 2001. Y en estos últimos meses vimos cómo las jóvenes de la Comisión de Mujeres de Jabón Federal estuvieron al frente de la lucha por la reincorporación de los despedidos, imprimiéndole su fuerza, como apoyo moral de sus compañeros. Ellas dijeron que no eran las “chicas superpoderosas”. Sin embargo, su compañía y su fortaleza fueron indispensables para que la patronal no quebrara el ánimo de los trabajadores.
Las mujeres, durante la dictadura militar, fueron las que encabezaron las denuncias contra el terrorismo de Estado. Y también son mujeres las que siempre están adelante en las movilizaciones contra el gatillo fácil, convirtiendo su dolor en una lucha contra las fuerzas represivas, la corrupción y la impunidad.
Por eso, creemos que un análisis materialista del origen histórico y del rol que cumple la familia en la sociedad capitalista y una visión marxista de la opresión de la mujer en la sociedad de clases son esenciales para desarrollar un programa revolucionario que se plantee desplegar esta enorme energía de las mujeres trabajadoras y de los sectores populares en la lucha por la revolución social y la emancipación de todos los oprimidos.
Parte V: Libres e iguales
Decíamos que un análisis materialista del origen histórico y del rol de la familia en la sociedad capitalista y una visión marxista de la opresión de la mujer en la sociedad de clases son esenciales para desarrollar un programa revolucionario, que se plantee desplegar esta enorme energía de las mujeres trabajadoras y de los sectores populares en la lucha por la revolución social y la emancipación de todos los oprimidos. ¿Qué debería plantearse ese programa?
A los marxistas muchas veces nos acusan de estar en contra de la familia. A decir verdad, es el propio capitalismo el que destruye a las familias proletarias con la superexplotación, la desocupación, la marginación, el hambre, la miseria y todas las consecuencias de la descomposición social. Lo que planteamos es que debe abolirse la familia como estructura económica privada, sobre la que descansan las tareas relativas al abastecimiento de alimentos, abrigo, comida y cuidados necesarios para la reproducción de la fuerza de trabajo; para dar paso a relaciones establecidas libremente, sin coerción económica ni de ningún tipo, y basadas en el amor. Pero sabemos que esto no puede acontecer “por decreto”.
Para ello es necesario plantearse, en primer lugar, la industrialización y socialización de las tareas necesarias para la reproducción. Esto liberaría a las mujeres de lo que Lenin denominó la “esclavitud doméstica” y permitiría que se incorporen a la producción socializada en las mismas condiciones que los varones, sin cargar con las dobles cadenas que impone la doble jornada laboral.
Esta enorme tarea es inseparable del derrocamiento de la propiedad privada de los medios de producción. Sólo sobre la base de un estado obrero, basado en los organismos de democracia directa de la clase trabajadora que planifiquen la economía, se podrán dar estos primeros pasos para erradicar, definitivamente, la opresión que pesa sobre las mujeres.
Pero con esa perspectiva, sabiendo que esta emancipación sólo puede conseguirse sobre las bases de una revolución socialista que acabe con el dominio de una clase sobre otra, llamamos a la más amplia movilización de las mujeres para luchar con un programa que permita desplegar la energía revolucionaria de la clase trabajadora en alianza con el pueblo pobre y otros sectores oprimidos. Exigimos un salario destinado al trabajo doméstico necesario, en una familia, para su propia reproducción; denunciando que ese trabajo “invisible” y no remunerado –que recae mayoritariamente en las mujeres de la familia- es vital para el Estado y los capitalistas ya que, en nuestro país, equivale a más del 33% del Producto Bruto Interno. Exigimos la inclusión de guarderías pagadas por la patronal y el Estado en las fábricas, empresas y demás lugares de trabajo.
Con la incorporación de las mujeres a la producción social, exigimos igual salario por igual trabajo, igualdad de oportunidades en el empleo, contra la discriminación de las mujeres en cualquier rama de la actividad económica y derechos especiales para las mujeres embarazadas y que están amamantando.
Junto a esto, el derecho de las mujeres a decidir y tomar control de su propio cuerpo, su sexualidad y sus funciones reproductivas. Por eso luchamos por el derecho al aborto libre y gratuito, pero también por la educación sexual y la distribución gratuita de anticonceptivos, al mismo tiempo que defendemos el derecho a la maternidad elegida libremente.
Consideramos que sólo la más amplia autonomía –desde la independencia económica hasta el control del propio cuerpo- permitirá que las personas se relacionen con libertad, amor y respeto mutuo, basándose exclusivamente en sus deseos y no presionados por las necesidades acuciantes de la supervivencia cotidiana.
Para esto es necesario, también, enfrentar los prejuicios que la clase dominante recrea entre las filas de los explotados. Sabemos que, tampoco con decretos o “buenos deseos” se puede acabar con el machismo y la opresión. El feminismo plantea la necesidad de desarrollar nuevas “culturas” y “estilos de vida” que enfrenten las actitudes patriarcales de los varones. Para los marxistas, por el contrario, la salida no es individual. Y no culpamos a los varones de la opresión sexual, sino a la sociedad de clases y sus instituciones. Es ésta la que reproduce y legitima estos comportamientos machistas entre los sectores oprimidos, fortaleciendo el dominio de los explotadores.
Sin embargo, que no se trate de un problema de “educación” o “estilo de vida”, no significa que los marxistas, los obreros concientes y las mujeres que toman su destino en sus propias manos no debamos enfrentar estas presiones y que, en ocasiones, nos conducen a reproducir las peores miserias humanas que luchamos por desterrar. Parafraseando a Marx, podemos decir que no puede liberarse quien oprime a otros. Por eso, ¡desterremos el sexismo de nuestras filas! ¡Por la unidad de la clase trabajadora en lucha contra la explotación y la opresión! ¡Paso a la mujer trabajadora!
Publicado en entregas semanales en el periódico La Verdad Obrera , del Partido de Trabajadores Socialistas www.pts.org.ar

Cuál es el origen de la opresión de la mujer?







Gema Puga

El próximo 8 de marzo se celebra el Día Internacional de la Mujer Trabajadora en el marco de la ofensiva de los gobiernos, que recortan los pocos derechos democráticos conquistados por las mujeres, y del aumento vertiginoso de la violencia machista.
¿CUÁL ES EL ORIGEN DE LA OPRESIÓN DE LA MUJER?
El próximo 8 de marzo se celebra el Día Internacional de la Mujer Trabajadora en el marco de la ofensiva de los gobiernos, que recortan los pocos derechos democráticos conquistados por las mujeres, y del aumento vertiginoso de la violencia machista.
Los gobiernos, medios de comunicación y empresas hablan de la opresión de la mujer como algo superado, enalteciendo “políticas de igualdad” que ocultan la verdadera situación de la mujer trabajadora. De hecho, la existencia de sectores oprimidos y marginalizados dentro del sistema capitalista no es casualidad. Es el resultado de un sistema que se asienta en la desigualdad, en una sociedad dividida en clases y en un sistema económico basado en la explotación. Al concentrar toda la riqueza producida por la sociedad en pocas manos, el sistema marginaliza (oprime) a millones de personas.
¿Qué es la opresión?
Entendemos por opresión la actitud de aprovecharse de las diferencias que existen entre seres humanos para colocar a unos en desventaja en relación a los otros. Significa beneficiarse de una diferencia en provecho propio generando así una situación de desigualdad de derechos, de discriminación social, cultural y económica.
Entre todas las formas de opresión, aquella que se ejerce contra la mujer en la sociedad capitalista tiene un carácter distinto de las demás porque abarca a más de la mitad de toda la especie humana.
La sociedad patriarcal es uno de los recursos que la burguesía ha utilizado y utiliza para mantener a la mujer marginalizada. Se trata de un sistema jerárquico que se asienta en la familia, en el cual toda mujer ya viene al mundo a ocupar un lugar subordinado definido en la sociedad. Fueron los historiadores del siglo XIX los primeros en preocuparse en el estudio del origen de la familia y, cuál fue la sorpresa, cuando afirmaron que la mujer no siempre fue oprimida.
El origen de la opresión de la mujer
La opresión de la mujer no es una invención del capitalismo, sino una característica de las relaciones sociales a partir del surgimiento de la propiedad privada de los medios de producción. Esto significa que, durante un largo período de la historia de la humanidad, antes de las sociedades divididas en clases sociales, la mujer ejerció en pie de igualdad con el hombre, o con ventajas en relación a él, sus derechos sociales.
En el llamado comunismo primitivo, los bienes materiales eran colectivos, pertenecían a la comunidad, y se obtenían a partir de la recolección de alimentos y de la caza, la agricultura y la domesticación de animales. Como no existía propiedad privada de los medios de producción, tampoco existían clases sociales. En la familia primitiva, el matrimonio se realizó, durante un largo período, a través de grupos –dentro de las gens (estructura familiar de lazos consanguíneos)- donde los hombres eran maridos y las mujeres, esposas. No existía la monogamia. Los hombres eran padres de todos los niños y las mujeres, madres. En un sistema como ese, la descendencia sólo podía ser verificada a través de la madre, lo que originó el matriarcado. La importancia de la mujer, como reproductora y único pilar seguro de la descendencia familiar, se extendía también a las tareas que desempeñaba en la comunidad: la transformación de los alimentos y el desarrollo de la agricultura.
El matriarcado fue sustituido por el patriarcado cuando el desarrollo de la agricultura, del pastoreo y las técnicas de fundición de metales para crear nuevos instrumentos propició el surgimiento del excedente de producción. Por un lado fueron los hombres quienes pasaron a controlar las más sofisticadas técnicas e instrumentos de producción, controlando también los excedentes que generaban. Por otro, como en los matrimonios por grupos era imposible determinar la descendencia paterna, la sociedad se readecuó para que los hombres pudiesen legar a sus hijos legítimos los bienes que acumulaban en vida. Para garantizar la herencia, surgió la monogamia.
Para Federico Engels, en su libro “El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado”, el desmoronamiento del derecho materno (matriarcado) supuso “la gran derrota histórica del sexo femenino en todo el mundo”. Apartada de la producción social, la mujer se refugió en el mundo doméstico, donde la tarea de reproductora de seres humanos, que en el pasado fue su principal triunfo, se volvió su grillete más pesado. A partir de ahí, en los distintos modos de producción (esclavismo, feudalismo y capitalismo) de las sociedades divididas en clases, la historia de la mujer fue la historia de su opresión.
Opresión y explotación
Más arriba veíamos cómo en el capitalismo la opresión es utilizada por la clase dominante para someter a la clase explotada y justificar esa explotación. Esa opresión-explotación de las mujeres se manifiesta de varias formas: la reproducción y el mantenimiento de la fuerza de trabajo a través del trabajo doméstico no remunerado y la utilización de la mano de obra femenina con salarios más bajos, propiciando mayor extracción de plusvalía (más beneficio para la clase dominante, la burguesía).
Estas dos categorías (opresión y explotación) se combinan, son distintas. La opresión ataca a todas las mujeres en su desarrollo profesional, derecho al trabajo, su libertad para decidir sobre su vida y disponer de su cuerpo. Para justificar la opresión, se creó el mito de la inferioridad femenina, presentándose en mayor o menor énfasis dependiendo de la época histórica. Actualmente, la tesis de inferioridad es disfrazada por el concepto de “desigualdad”.

Pero, aunque la opresión es común a todas las mujeres, las trabajadoras son más oprimidas que las mujeres burguesas, la doble jornada de trabajo es un buen ejemplo. En cuanto a la mayoría de las asalariadas se refiere, después de trabajar en la oficina, en la fábrica o en el campo, debe cumplir sus tareas domésticas; mientras que las mujeres burguesas o de clase media, aunque trabajen, pueden relegar a otras mujeres esa segunda actividad. Las mujeres burguesas, en síntesis, utilizan la opresión de su sexo para explotar a las trabajadoras. Por eso, si hay afinidad en la lucha genérica contra la opresión, esa unidad está limitada por el papel que cada clase social ocupa en la producción. Solamente las mujeres trabajadoras, por el hecho de ser oprimidas y explotadas, pueden luchar de forma consecuente contra la opresión.
Por su naturaleza, basada en la desigualdad y la explotación, el capitalismo es incapaz de acabar con la opresión femenina. La igualdad entre hombres y mujeres sólo podrá lograrse a partir de una revolución socioeconómica y política que derrumbe este sistema. Las trabajadoras y trabajadores deben unirse en la lucha por la emancipación de la mujer.
Artículo publicado en Página Roja de febrero 2012, publicación mensual de Corriente Roja/Corrent Roig 

jueves, 16 de febrero de 2012

-Concurso..Por un cuerpo libre de patriarcado y violencia..

Soy Mía
Fotografía: Tania Hernandez

Ganadora del Primer Lugar



Generaciones
Fotografía:  Ana Lucía Ramazzini

Ganadora del Segundo Lugar

TRES GENERACIONES:
Caminos cruzados.

Cada camino que se muestra
en mi cuerpo
es propio.

Nadie lo recorre
si yo no quiero.

Nadie lo violenta,
ni lo vulnera.

Nadie lo hace suyo
porque es mío…



Título: "Cero violencia en Santiago Zamora"
Técnica: Programa fotográfico "Aperture"
Fecha de creación: 22/11/11
Ganadores del Tercer Lugar.






Adaly Rodriguez Muralles
Fotografía: Angéles
tengo 22 años y estoy harta de la violencia en contra de nosotras, LAS MUJERES.
Ella es una niña de 14 años que vive violencia intrafamiliar, (psicológica, física y sexual), la madre también vive esta violencia pero a esta se le suma la violencia económica; y sus vidas momento a momento están en peligro.  ¿Es justo?
“Seguimos en la Lucha, Accionemos”.Participante del Festival  Ixchel 2011 (Fotografía)

 stephanie Michelle Burckhard Méndez
 Título: Ya dio su flor
Técnica: ipod touch, fotografía blanco y negro
fecha: 27 de noviembre 2011 aldea Las Flores, Sumpango, Chimaltenango 




Sobre la obra: Entre el bosque habían varias flores, pero esta estaba dañada. Normalmente asemejan nuestra vagina con una flor y esta flor está rota. Es una flor pequeña que ve hacia los grandes árboles y sueña con la luz, pero desde pequeña ya está lastimada.




La erótica para la vida
Autora: Mariajosé R.

La erótica provoca las complicidades y libertades para la vida placentera. Hablar de sexualidad, los cuerpos y la erótica es necesario para hacer resistencias.  
Lesbiana-feminista radical

lunes, 13 de febrero de 2012

¡¡¡¡¡ EL AMOR ROMÁNTICO MATA!!!!



Consideramos y analizamos el amor romántico, no simplemente como esfera de sentimientos, sino como construcción cultural, parte fundamental del sistema de poder entre géneros, relegando a las mujeres a un rol de subordinación, carencia y necesidad. 

En este sentido, pensamos que cuestionar los patrones relacionales en la esfera 'intima' y personal, además de hacerlo en ámbitos sociales, laborales, etc., es fundamental para poder de-construir los roles de género hetero-normativos, y construir nuevas identidades de género, autónomas, diversas e igualitarias, así como establecer relaciones sanas, en libertad y con autonomía desde una práctica de la afectividad en horizontalidad y no basada en el poder, la dependencia, el control y la sujeción de una persona hacia otra.

En la cultura occidental moderna y contemporánea el amor romántico, y su forma clásica de expresión de pareja heterosexual, nuclear y abocada a construir y preservar la familia, pone la base, no sólo social y económica, sino también psicológica, de la subordinación de las mujeres. Marca e interioriza la demarcación entre lo público y lo privado, limitando nuestra actuación, sentido y 'existir' a esta última esfera. De la misma manera, el paradigma del amor romántico está en la base de la domesticación sexual de las mujeres y de todxs lxs sujetxs no hetero-normativo, de tal manera que deriva (todavía hoy, lamentablemente) en el control sobre nuestro cuerpo. 

Asimismo, a estos ejes de subordinación, se le añade el consumismo y la explotación económica del sistema de géneros, por ejemplo, está interiorizado por muchas de  nosotras que amar = gastar por san valentín! (cuanto más valen los regalos que te dan más te quieren).
El amor romántico también se sustenta sobre la idealización de la felicidad dependiente. Se considera que no podemos asumir nuestra vida afectiva hacia nosotras mismas construyendo nuestra propia felicidad, sino que se da en dependencia exclusiva hacia otras personas. Hipotecando nuestra felicidad afectiva hacia la otra persona: "soy feliz porque tú estás conmigo".
No estamos postulando que todas las mujeres (o las personas) somos iguales, con las mismas orientaciones, deseos, y maneras de expresarlos y realizarlos. Por el contrario, estamos afirmando la necesidad y el valor de la empatía, el cuidado y el afecto entre las personas (y hacia una misma, en primer lugar) , de la forma que cada una elija, libremente. 
Lo que cuestionamos es la supuesta carencia que subyace de la teoría de la media naranja (cada una de nosotras es una persona entera en sí misma,y no tenemos una mitad que nos complete). Asimismo, cuestionamos y rechazamos el relegar a las mujeres a la esfera de los sentimientos y del cuidado, como nuestra forma  natural, ineludible de 'ser' (en función de y para el otro), a menos que no se quiera incurrir en la exclusión social (estigma-discriminación/violencia) o psicológica (salud mental).
Y no nos olvidemos que el amor romántico mata: en lo que va del año 2012, ya son 8 (a fecha 06.02.2012) las mujeres asesinadas por hombres de su entorno sentimental y familiar.
Con  esta acción pretendemos crear debate y reflexión en torno a uno de los factores (el amor romántico) más enquistados que sostienen las situaciones de violencia de género. 
Este  modelo amoroso basado en el amor como "pasión sufriente" y demás mitos  construidos por nuestra cultura occidental, emerge especialmente en la educación sentimental de las mujeres. Muchas asumen este modelo estructurando sus vidas alrededor de la conquista del amor, convirtiéndolo en objetivo fundamental de sus vidas.
Las posibilidades de tolerar la violencia aumenta en las mujeres que  persiguen este ideal romántico ya que son estas formas de relación las  que dan sentido a sus vidas.
La gravedad de sus consecuencias nos impulsa a generar un análisis crítico de este modelo, y a tratar de desmontarlo para fomentar relaciones afectivas alternativas que no generen sufrimiento y/o dependencia y que respeten nuestra individualidad.
Por todo esto, y porque lo personal es político, os invitamos a todas y todos a visibilizar, cuestionar y rechazar las hetero-normas, la dependencia, los roles y necesidades  preestablecidas. Y a construir, experimentar y  explorar relaciones afectivas sexuales en función de nuestros deseos, orientaciones y fantasías, en el respeto de nuestra autonomía y auto-cuidado.
Proponemos que se impriman las pegatinas que podéis encontrar en nuestro blog y  pegarlas, discretamente, en los productos de "San Valentín", tipo: botellas de vino, cajas de bombones, etc., pero de manera que se pueda pagar el producto tranquilamente en la caja y que el mensaje llegue a casa. 

Actúa, difunde, comparte, y sobre todo disfruta, con ironía, y rebeldía: este 14F dile 

¡¡¡No al amor romántico!!!!!

abrazos feministas a todas y todos!

                                                                    Feministes Indignades, 14 de febrero 2012

                                                                    http://feministesindignades.blogspot.com

jueves, 9 de febrero de 2012

La voltereta del posfeminismo A propósito de discursos “sin la madurez de la memoria”



  Andrea Franulic

…la contestación a su pregunta ha de ser que la mejor manera en que podemos ayudarle a evitar la guerra no consiste en repetir sus palabras y en seguir sus métodos, sino en hallar nuevas palabras y crear nuevos métodos. La mejor manera en que podemos ayudarle a evitar la guerra no consiste en ingresar a su sociedad, sino en permanecer fuera de ella… (Virginia Woolf, 1938, en Tres Guineas).

Son conocidos los argumentos y los hechos que deconstruyen los fundamentos ideológicos y las prácticas políticas del feminismo liberal. Situándome, solamente, en el mundo occidentalizado y en los inicios de la llamada “segunda ola feminista”, tropiezo con los análisis políticos del feminismo radical y cultural en Norteamérica y el feminismo de la diferencia en Europa, por las décadas de los sesenta y setenta. Estos feminismos comparten el rechazo contra las políticas feministas que le demandan “derechos humanos” al poder patriarcal. Ponen en cuestión el deseo de las mujeres de ser reconocidas por una civilización que han proyectado y pensado los varones; el deseo de integrarse a una simbólica y a un aparataje institucional que se han trascendido en base a declararnos inexistentes.
La historia de reivindicaciones feministas da cuenta de cómo cada conquista o acceso conseguidos por las mujeres (educación, sufragio, aborto, liberación sexual, mundo laboral, no violencia) no ha mejorado ni, menos aún, ha cambiado el mundo sustancialmente; al contrario, han sido absorbidos por la deshumanización y el desequilibrio intrínsecos de la civilización masculinista, remozándola. Las puertas que nos abrieron nuestras antecesoras, cuyas reivindicaciones llevaron la marca de la radicalidad, no fueron seriamente analizadas por las liberales post-sufragismo, cuyas demandas llevan la marca arribista del oportunismo político, terminando por cristalizar el fracaso de los mal llamados “avances feministas”.
Es así entonces que Nelly Richard, connotada teórica del post-feminismo criollo, en la mesa inaugural del coloquio “Por un feminismo sin mujeres” (1), usa los verbos “reclamar, solicitar, requerir, urgir” cuando alude a las “tácticas” políticas del feminismo. Por ejemplo: “reclamar contra el fallo del tribunal constitucional en relación a la Píldora del Día Después” o “solicitar, requerir, urgir respecto de la despenalización del aborto”. Es decir, se refiere a las recurridas estrategias del feminismo institucional, también denominado “feminismo de la igualdad” o “feminismo liberal” (dejando a un lado la heterogeneidad que podría existir entre los tres): “…la grupalidad del nosotras las mujeres, (…) sí importa cuando tengamos que reclamar contra el fallo del tribunal constitucional de la Píldora del Día Después o cuando haya que salir a la calle para solicitar, requerir, urgir respecto de la despenalización del aborto. Bueno, ahí, nosotras las mujeres todavía importa…” (2)
En la misma mesa inaugural, la teórica y crítica literaria Patricia Espinosa da cuenta -sin saberlo, por lo tanto, deshistorizadamente- del fracaso del acceso de las mujeres a los centros de producción masculinos. Su exposición describe las repetidas expresiones sexistas (también racistas y homofóbicas) -violentas expresiones- que ocurren dentro de la escena universitaria. Con voz afectada, cuestiona el progresismo aparente de este espacio. Por supuesto, todo este cuestionamiento contiene una demanda implícita: “…¿Es el espacio universitario el lugar donde se ha anulado el sexismo, la división masculino-femenino, el control del cuerpo de las mujeres, la violencia material y simbólica sobre nuestros cuerpos? (…) como que se me vino un vómito que tuve que convertir en discurso rabioso y en parte triste, porque tres años en la Universidad de Chile no han servido para generar una apertura intelectual que desmonte la exclusión y menos el binarismo genérico, y esto es consecuencia de los académicos y de la institucionalidad…”.
            Hace, por lo menos, 17 años atrás, el grupo Cómplices (Pisano, Gaviola, Lidid, Bedregal) previó y explicó el fracaso que hoy encarna la incomodidad deshistorizada de Patricia Espinosa, y que es resultado de tácticas políticas como las que defiende Nelly Richard en este coloquio que se pretende de avanzada. Engarzadas a las ideas de lo que yo llamo el feminismo radical de la diferencia, pero aterrizándolas en el contexto chileno y latinoamericano, e interpretándolas desde el potente discurso de Pisano, las Cómplices –y luego otras de ese feminismo autónomo que continúa esta línea teórica- instalan en el espacio político-feminista un marco filosófico que, entre otras cosas, devela y desmonta las estrategias del feminismo institucional, anclado a la macroideología masculinista. Al mismo tiempo, entreteje las ideas-fuerza para, lo que Pisano llama, un cambio civilizatorio.
            Las feministas que adoptan el discurso liberal se suman a una estrategia concertada del sistema patriarcal para instalar el modelo neoliberal y sus pseudodemocracias en Latinoamérica, desarticular los movimientos sociales y de resistencia a las dictaduras, e institucionalizar los conocimientos del feminismo rebelde. Es así como se acomodan en los espacios de poder masculinos que se re-arman luego de la dictadura pinochetista: partidos políticos, ministerios, universidades. Alcanzan cargos, logran puestos y accesos, a nombre del movimiento feminista y el movimiento de mujeres: “…la grupalidad del nosotras las mujeres, que sí importa cuando tengamos que reclamar…” (Nelly Richard). Usan esta envestidura para “trepar”. El costo, de entonces, para permanecer, consistió en entregarles a los varones el cuerpo de conocimientos que el feminismo había trabajado fuera de la institucionalidad, transformándose en sus estrechas colaboradoras para, no solo exprimirle la insolencia y la rebeldía (a este cuerpo de conocimientos), sino, y sobre todo, para arrancarle la historia. (3)
            Pero Nelly Richard no solo nos conmina a usar, de manera táctica, la expresión las mujeres para salir a reclamar contra el fallo del tribunal constitucional, sino, al mismo tiempo, en el nivel teórico, nos invita a “desbordar, exceder, deconstruir” el signo “mujer”: “…El nombre mujeres puede usarse con comillas o sin comillas. La versión esencializada del feminismo binario, (…), que aquí se estaría refutando, y a la vez mujeres con comillas para aquel feminismo deconstructivo (…) que yo sí creo debe desbordar, exceder la categoría mujeres junto con deconstruir esa categoría (…) me parece que permite hacer oscilar el género (…), entre comunidad las mujeres que sí le importa al feminismo como movimiento social y, a la vez, como desidentidad que quisiéramos compartir aquí…”
            Richard separa el cuerpo teórico del movimiento social. Acusa recibo de una de las dicotomías más burdas de los análisis políticos. Yo, particularmente, no tengo ningún problema con las dicotomías en sí, al menos no constituyen ningún fantasma para mí, porque es la lógica de dominio incluyente la que conforma el modus operandi del sistema masculinista. Pero me sorprende, porque las personas de este coloquio, sí tienen problemas con las dicotomías, y muchos. Es más, el discurso binario pasa a ser un anatema para esta tendencia, y sus ángeles vengadores están atentos a acusar y sancionar moralmente cualquier asomo o atisbo de binarismo en los discursos ajenos. Extraña situación.
            Sin embargo, tras esta arbitraria división que hace Richard, los dos niveles de su propuesta se unen para apuntalar el mismo objetivo político. Tanto en la “táctica”, “urgiendo por la despenalización del aborto”, como en el discurso, “desplazando el signo mujer”, las mujeres -con comillas y sin comillas- se des-integran en la civilización androcéntrica, material y simbólicamente. Como dice una tal Linda Alcoff, tras desplazar y desmantelar el signo mujer nos quedamos, al parecer, con la idea de un sujeto universal y abstracto, con el mismo humano genérico por el que apuesta el liberalismo y, consecuentemente, el feminismo liberal o de la igualdad, y que las feministas radicales, culturales y de la diferencia de los años sesenta y setenta pusieron al descubierto (4). La cultura patriarcal se ha valido de la creencia de un sujeto universal, abstracto e incluyente para cubrirse las espaldas: el Hombre. Y para disfrazar de inamovible su dominio y, en especial, lo que nos hace a las mujeres: incluirnos como femeninas (masculinas) y, como seres humanas, declararnos inexistentes, negarnos.        
            Desplazar el signo mujer, opera como una negación sobre la negación. Como las mujeres no hemos logrado marcar el mundo con una historia y una adscripción simbólica propias, relatadas, visibles, conocidas que nos sostengan y que, al menos, contrarresten el referente androcéntrico, no encontramos una propuesta distinta (sin dominio) de ser personas tras el desmantelamiento del signo mujer; nos encontramos con más de lo mismo, con un sentido de la existencia masculinista, o sea, con un sentido depredador de la existencia. Por lo tanto, el signo mujer –y las mujeres con y sin comillas- se des/integran en la feminidad, esencializándola aún más. No por nada las teóricas de esta tendencia están femeninamente arrellanadas en la academia masculinista; solo pueden estar allí y así, a costa de este ejercicio discursivo deshistorizado al que se dedican.
Nelly Richard, entonces, se equivoca cuando se lee genealógicamente en el trasnochado feminismo de la diferencia: “feminismo de la diferencia, luego (…) un feminismo que pasa a ser de las diferencias y luego un feminismo deconstructivo, postmetafísico, postestructuralista...”. Porque todo el desarrollo anterior me lleva a concluir que el post-feminismo no es más que el trasnochado feminismo liberal o de la igualdad, barnizado y revestido con post-modernidad; y es parte del resultado actual del proceso de institucionalización que hace 20 y más años se emprendió contra el movimiento feminista chileno, y también latinoamericano.
Mientras el feminismo siga congelado en el tiempo eterno de la feminidad, reclamándoles, solicitándoles, requiriéndoles, urgiéndolos, implorándoles, demandándoles, o bien, denunciando a los poderes masculinos, estos se mantendrán dichosos manejándonos con nuestras supuestas “conquistas”: alargándolas, quitándolas, otorgándolas, reemplazándolas o atribuyéndoselas; de acuerdo a sus intereses, sus crisis, sus guerras, sus modas o sus cambios de humor, de acuerdo a sus urgencias. Y las mujeres seguirán des/integrándose en su civilización, creyendo en ellos, aceptando sus migajas o haciéndoles la guerra; en definitiva, creyendo en su cultura como la única posible. En tanto, ellos nos seguirán matando. Por eso concuerdo con Pisano en que el feminismo – y por muy post que se lea hoy en día- “está tomado, repetitivo y aburrido, demandante y quejoso, decadente y sin la madurez de la memoria”. (5)

Santiago, julio de 2010

Referencias:

(1)   Me refiero al Segundo Circuito de Disidencia Sexual “Por un feminismo sin mujeres”,  organizado por la Coordi…nadora Universitaria por la Diversidad Sexual (CUDS) de la Universidad de Chile, y por el Diplomado en Estudios Feministas de la Universidad Arcis. Junio, 2010.
(2)   La mesa inaugural del Segundo Circuito se puede escuchar en http://www.disidenciasexual.cl/2010/06/escucha-el-panel-inaugural-del-segundo-circuito-de-disidencia-sexual/
(3)   Para quien quiera leer un análisis riguroso y una interpretación radical de los hechos que concertaron –y del debate político que rodeó- la institucionalización del feminismo en este país y parte de Latinoamérica y, asimismo, profundizar en la historia y los planteos de Pisano, las Cómplices y las voces pensantes de la corriente autónoma; en especial, en el discurso de las diferencias ideológicas y de las corrientes de pensamiento feministas, ver: Franulic, A. y Pisano, M.: 2009. Una historia fuera de la historia. Biografía política de Margarita Pisano. Editorial Revolucionarias, Santiago. 
(4)   “Para el liberalismo, en último extremo, la raza, la clase y el género carecen de importancia en relación con cuestiones como la justicia y la verdad, porque, ‘en el fondo, todos somos iguales’. Según el post-estructuralismo, la raza, la clase y el género son constructos, por tanto, no pueden ratificar ninguna concepción sobre la justicia y la verdad, puesto que no existe una sustancia esencial subyacente que liberar, realzar o sobre la que construir. Por tanto, vuelve a confirmarse aquí que, en el fondo, todos somos iguales.” En Alcoff, L.: 1988. “Feminismo cultural versus post-estructuralismo”. http://www.creatividadfeminista.org El planteo de Alcoff se condice con los análisis que se han realizado desde la autonomía cómplice –y que yo misma he realizado- en relación al tópico de la diversidad. Es decir, cómo el discurso de la multiplicidad de diferencias cae, otra vez, en la indiferenciación, la uniformidad y la homogeneidad. O cómo el discurso des-identitario vuelve a reponer las identidades.
(5)    Pisano, M.: 2004. Julia, quiero que seas feliz. Editorial Surada, Santiago, p.73.