jueves, 2 de febrero de 2012

Violencia simbólica: ¿cómo afecta a mis acciones y mis gustos?

 

 

Colectivo Feministas en Movimiento

Es cierto y bien sabido que las relaciones entre los sexos -los dos- han cambiado a lo largo de extensos y duros tiempos de lucha feminista, pero sólo de manera superficial. Esto quiere decir que la imagen que tenemos de nuestras relaciones interpersonales, de aquellas que experimentamos diariamente, no son más que eso, una imagen. Una preciosa y embellecida imagen es la que tomamos por verdadera cuando en realidad, en el mejor de los casos, es parcialmente falsa. Afortunadamente ésta ha de ser acicalada cada vez más, lo cual es un gran punto a nuestro favor. No se me entienda mal: no quiero decir que las relaciones interpersonales no sean reales sino que, a nuestros ojos, se muestran de manera alterada. Me explico: a modo de ejemplo y no me aventuraré demasiado, afirmaré que un alto porcentaje de personas habrá oído alguna vez que “las mujeres hemos/han conquistado la esfera pública”. El valor de verdad de esta afirmación es innegable: hay mujeres que tienen un trabajo remunerado, esto es, llevan a cabo tareas y reciben una cantidad económica a cambio. La cuestión a la que me quiero referir aquí no es estrictamente a la entrada de las mujeres en la esfera pública sino al modo en el cual entran -las que lo hacen-.
Resulta curioso que, por lo general, los puestos de trabajo desempeñados por mujeres sean relativos al campo de los cuidados. De este modo, labores tales como el mantenimiento del hogar, la asistencia de ancianos, la educación o cuidado de niños y niñas o la sanidad se encuentren altamente feminizados. ¿Por qué ocurre esto? ¿qué lleva a las mujeres a elegir dichas profesiones?
Para, modestamente, intentar dar respuesta a estas importantes cuestiones recurriré a un libro, que de antemano recomiendo, llamado La dominación masculina, de Pierre Bourdieu y a un concepto clave que en él se encuentra: violencia simbólica.
Violencia simbólica
En el mundo, nos dice Bourdieu, hay un orden de las cosas establecido y en él existen unas relaciones de dominación que imponen de manera normativa maneras de actuar, de ser, de comunicarse, de sentir etc. Evidentemente y como consecuencia de esto hay también formas no-normativas de lo mismo o, dicho con otras palabras, formas que florecen en los márgenes de lo normativo. En el caso de la dominación masculina esta normatividad aparece ante nuestros ojos como admisible y, lo que es peor, como natural. Paradójicamente aquello que tiene un nacimiento en la historia se nos muestra como eterno, natural y, por tanto, necesario e inamovible. Así, mediante el arduo trabajo de las instituciones (familia, estado, iglesias, escuela etc.) por neutralizar la historia y hacer que los productos de ésta aparezcan como naturales es el modo en el que las relaciones de dominación masculina se naturalizan y pierden su historicidad. Esto es consecuencia de la violencia simbólica. La violencia simbólica sería aquella fuerza imperceptible para quienes la padecen -que somos todos y todas, dominadas y dominadores- y que nos hace sentir, comunicarnos, conocer, reconocer, actuar y ser de una forma determinada y no de otra.
Tanto de la Mujer como del Hombre -ambos con mayúsculas puesto que me estoy refiriendo a los arquetipos de cada uno de ellos- se esperan ciertas cosas y, por consiguiente, otras no. He aquí el camino simbólico que, teniendo por guía dichos prototipos inalcanzables, conducirá a tropezones la vida de las personas dependiendo de los órganos genitales con los que vengan al mundo. Esta violencia invisible grabará a fuego una serie de disposiciones en los individuos que, aunque muchas personas crean, no son en absoluto naturales. Disposiciones típicamente femeninas tales como coger bien a un bebé, puesto que hemos sido militarmente entrenadas durante nuestra infancia, preguntar a nuestra pareja si se ha tomado su pastilla, porque a él siempre se le olvida, o si ha comido bien durante su estancia fuera de casa, porque eres tú la que siempre cocina. Y las típicamente masculinas como por ejemplo llevar todas las bolsas de la compra cuando tú tienes las dos manos libres, porque cree que tú no puedes o te vas a lastimar, que diga que “te ayuda” mucho en casa porque da por hecho que las tareas domésticas son tuyas o las sistemáticas muestra de cortesía y deferencia que tantas veces nos bloquean a la entrada de una puerta cediéndonos mutua y reiteradamente el paso. Estas disposiciones irreflexivas son el producto de esa violencia etérea.

¿Qué hacer, entonces, con la violencia simbólica?

Como podemos ver, a pesar de que esta violencia es invisible, las manifestaciones de la acción de la misma parecen omnipresentes. ¿Cuáles son nuestras opciones? ¿hay opciones? ¿podemos zafarnos de ella o, por el contrario, es algo ineludible ante lo cual sólo queda la resignación? No puede ser tarea sencilla librarse de algo que se halla tan fuertemente incrustado en nosotros y, de hecho, no lo es. Siendo sincera yo tampoco tengo la receta contra la violencia simbólica pero creo que empezar a hablar de ello ya es un pequeño primer golpe. Lo que sí sé es lo que dice Bourdieu al respecto y que resumiré muy brevemente a continuación a modo de respuesta.
Como hemos dicho, algunos productos históricos tales como la dominación masculina o la división sexual del trabajo han sufrido un proceso de “naturalización” mediante el cual han pasado de ser un producto contingente a ser algo natural, esto ha sido aceptado y ha pasado a formar parte de nuestras vidas. Dicho proceso viene dado por el ejercicio constante de una serie de instituciones interrelacionadas (familia, estado, iglesias, escuela etc.) por perpetuar dichas relaciones de dominación. La propuesta de Bourdieu consiste en invertir este proceso, des-naturalizando lo histórico, esto es, haciendo ver que aquello que había sido considerado como natural siendo histórico no es natural sino que debe su existencia unas condiciones históricas específicas. Paralelamente, se trataría de acabar con las instituciones que han dado lugar a este proceso de eternización de lo histórico. Para ello el autor apuesta por una movilización política y de resistencia masiva por parte de las mujeres. Esta revuelta feminista deberá estar orientada a hacer presión para que tengan lugar reformas y cambios políticos y jurídicos. Quedarán al margen los pequeños grupos de solidaridad y apoyo mutuo para dejar espacio a esa rebelión contra la dominación simbólica que, con ese fin común, parirá otros grupos de resistencia y lucha. Estos últimos, unidos a grupos de homosexuales en acciones conjuntas, conseguirán acabar con aquellas instituciones que han contribuido, contribuyen actualmente y, si nada se hace, contribuirán a eternizar las relaciones de subordinación de las que somos víctimas.
Para nuestra suerte, ese orden que rige el mundo ha perdido su falso carácter natural y con él su incuestionable permanencia. Sabemos que no es fácil acabar con las relaciones de dominación pero nadie nos dijo – ni a nosotras ni a quienes nos precedieron en la lucha- que fuera a ser fácil. Debemos pues, día a día, dudar de lo obvio, sospechar de lo evidente y cuestionar tanto nuestras acciones como el modo en el cual nos relacionamos con nuestros congéneres y, sobre todo, tener esperanza, pero esperanza combativa.

1 comentario:

  1. :) muy bueno. estamos empezando con un blog, y perseguimos la misma causa.

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