lunes, 19 de agosto de 2013

Mujeres en la historia de la Fotografía -Pioneras


La fotografía fue una de las escasas actividades que estaban permitidas a la mujer a finales del S. XIX y principios del XX. No tanto como una forma de expresión artística, sino como una ocupación respetable para ganarse la vida.

En 1816, al francés Nicéphore Niépce (1765-1833) se le ocurrió unir la cámara oscura y un material fotosensible en un solo dispositivo. La imagen obtenida se deterioraba con el tiempo, así que Niépce siguió investigando hasta que diez años más tarde, consiguió fijar esa imagen en una placa de peltre impregnada en betún de Judea. Niépce había conseguido la primera fotografía de la historia, a la que tituló: Vista desde la ventana. Este método sería denominado heliografía. Un discípulo de Niépce, Louis Daguerre (1787-1851), mejoró el sistema, utilizando placas de cobre impregnadas en sales de plata, que situaba en el fondo de una cámara oscura, previamente bañada en vapores de iodo. Las placas eran expuestas durante 10 ó 15 minutos a la luz del sol, que entraba a través de una lente. Posteriormente, las placas eran bañadas en vapores de mercurio y agua salada. El resultado era un positivo de muy buena calidad, pero sin posibilidad de hacer copias.

Daguerre presentó su invento el 7 de enero de 1839 y 18 días después, Henry Fox Talbot (1800-1877) precipitó la presentación de una técnica propia conocida como dibujo fotogénico. La técnica deTalbot aún no estaba completada, pero temió que la presentación de Daguerre frenara sus posibilidades comerciales, hecho que al final ocurrió. A partir del dibujo fotogénico, Talbot desarrolló el proceso conocido como calotipo o talbotipo, utilizando papel impregando en ioduro de plata lavardo con una solución de galo-nitrato. La imagen conseguida era un negativo. La ventaja de este proceso, frente al invento de Daguerre, es que se podían hacer tantas copias como se quisiera. Bastaba con poner otro papel impregnado en cloruro de plata en contacto con el negativo y dejarlo a la luz hasta que positivara.

Talbot patentó el calotipo en 1841, cuando ya lo tenía más perfeccionado ...y cuando estaba azuzado por las deudas. El calotipo no alcanzó los niveles de popularidad del daguerrotipo, debido en parte a su presentación posterior y a su elevado coste por el pago de la patente.

Sin embargo, el retrato en daguerrotipo tuvo mucho éxito entre la burguesia europea de la época, ansiosa de emular a la nobleza que se hacía pintar retratos en miniatura. El retrato fotográfico resultaba más barato y atractivo que la pintura. Esteboom del retrato en daguerrotipo fue debido, en gran parte, a que Daguerre "donó" la patente de su invento al Gobierno francés para su uso público, el 19 agosto de 1839, ...a cambio de una pensión vitalicia para él y para el hijo de Niépce. El gobierno francés dió a conocer finalmente los secretos del proceso, haciéndolos así de dominio público. Sin embargo, antes de la publicación del proceso, el daguerrotipo fue patentado en el Reino Unido, donde se exigía el pago de un royalty para su uso profesional o privado...se mascaba la tensión entre Daguerre y Talbot.

Una pléyade de fotógrafos itinerantes, conocidos como operadores transeúntes, se dedicaron a extender la técnica del daguerrotipo al resto de Europa. Estos fotógrafos iban de una ciudad a otra con un improvisado estudio fotográfico, entusiasmando a los aprendices, que terminarían instalando sus primeros gabinetes fotográficos para satisfacer la naciente demanda de la burguesia.

La afición de Talbot por poner en práctica su calotipo contagió a su esposa Constance Talbot (1811-1880) y a una colega botánica llamada Anna Atkins (1799-1871). El mismo Talbot diseñó una pequeña cámara de madera, conocida como "la ratonera", que constaba de una lente y una "trampilla" trasera de madera en la que se colocaba el papel sensible. La ratonera fue utilizada por ambas mujeres aunque existe una disquisición entre quién de ellas fue la primera fotógrafa. Como no se dispone de las primeras fotografías atribuibles a cualquiera de ellas dos, no puede dilucidarse quien fue la primera. De cualquier manera, ambas compartieron la misma cámara y la misma pasión por una técnica que apenas comenzaba a vislumbrarse.

Anna Atkins, sin embargo, pasó a la historia como la primera mujer que publicó un trabajo científico utilizando métodos fotográficos. Su padre era amigo de John Herschel (1792- 1871), quien acuñó por primera vez el término "fotografía" e inventó la cianotipia. Esta técnica consistía en impregnar un papel en una emulsión de sales de hierro, de color amarillo-verdoso. Sobre éste soporte se colocaba un objeto fijo y se exponía a la luz natural hasta que la emulsión viraba a color gris. Posteriormente, se lavaba con agua, que actuaba como fijador de la imagen cianotípica. El resultado era un fotograma de color blanco en la zonas no expuestas y de color azul claro (cian) en las expuestas. Por este color azul dominante se le conoce también como "blueprint". En 1843, Anna Atkins publicó la primera obra fotógrafica de la que se tiene constancia British Algae: Cyanotype Impressions, justo al año siguiente de que su amigo Herschel inventara la cianotipia. Esta primera obra constaba de varios tomos que continuaría apareciendo en los diez años siguientes. En 1854, Atkins publicó la obra Cyanotypes of British and Foreing Flowering Plants and Ferns, junto a su amiga Anne Dixon. La técnica de blueprint ha sido utilizada por los diseñadores de cámaras fotográficas hasta los años 40 del siglo XX. Los bocetos se presentaban en blueprint como paso previo a la construcción de los prototipos.

En 1851, el escultor inglés Frederick Scott Archer (1813-1857) presentó un nuevo sistema de impresión fotográfica denominado placa húmeda o colodión húmedo. La ventaja de este sistema respecto al daguerrotipo estribaba en que disminuía el tiempo de exposición a la luz solar, de 15 a 2 min. Este factor era muy importante a la hora de hacer retratos porque evitaba que el retratado permaneciera quieto durante ese lapso de tiempo. El colodión era una especie de mezcla explosiva, conocido también como algodón-polvora, con la que se impregnaba una placa de cristal. Esta mezcla disuelta en éter era óptima para albergar las sales de plata fotosensibles. La imagen resultante era igual que el calotipo, es decir una imagen negativa. Este sistema no hubiera tenido tanto éxito si no fuera por la utilización del papel albúmina, utilizado en el proceso de positivado. Con el colodión húmedo de negativo y el papel albúmina de positivo se obtenían fotografías de muy buena definición tonal. Sin embargo, el sistema de placa húmeda presentaba un importante problema. La volatilidad del éter, obligaba a preparar el colodión en el mismo momento de su uso y el revelado tenía que hacerse muy poco después de tomar la fotografía. Este proceso obligaba a llevar consigo todo el pesado material fotográfico, que incluía: la cámara, el trípode, las placas, los botes con los líquidos y una tienda a modo de cuarto oscuro. La fotografía en exteriores suponía un trabajo previo de planificación y organización.

En 1854, el francés Adolphe Disderi (1819-1899) puso de moda la carte de visite o tarjetas de visita. Estas tarjetas eran pequeños retratos de 10,1x6,3cm, montados sobre una cartulina. Disderi se fabricó una cámara oscura con seis objetivos, por lo que conseguía seis fotografías en una misma placa. Este método abarató mucho el retrato, frente al coste del daguerrotipo que, poco a poco, fue abandonándose, desapareciendo prácticamente en 1865. El boom de las cartas de visita se extendió a toda Europa y fue otra de las razones de la popularización de la fotografía. Hacia 1863, el formato de la carta de visita fue sustituido paulatinamente por el 10x15cm. Conocido entre la burguesía como Cabinet, este formato fue introducido por la firma inglesa Windsor & Bridge.

Disderi fue de los primeros fotógrafos que se consideraron artistas. Sus retratos trataban de imitar a la pintura, por lo que eran muy elaborados. Rodeaba a los retratados con sus objetos más preciados o los disfrazaba. Su libro El arte de la fotografía, editado en 1862, sentó las bases teóricas de lo que se conocería como la fotografía academicista opictorialista.

La cámara fotográfica inventada por Disderi se llegó a fabricar hasta con 12 objetivos. Esta no era la única cámara peculiar que existía en el mercado. En 1851, Lewis diseñó la primera cámara con fuelle, idea que tuvo mucho éxito perdurando hasta bien entrado el siglo XX. En 1853, se comercializaron las primeras cámaras con lentes estereográficas. Estas cámaras tomaban dos fotografías casi iguales, que colocadas convenientemente en un estereógrafo, podían visualizarse en 3D. La fotografía 3D fue uno de los entretenimientos más exitosos de la sociedad de final del siglo XIX, hasta la llegada del cinematógrafo en 1894. En 1859 se comercializaron las cámara panorámicas inventadas por Thomas Sutton (1819-1875). Para abarcar un amplio campo de visión, estas cámaras de madera montaban un respaldo curvado donde se colocaba la placa de cristal también curvada, alcanzando un ángulo de visión 120º.

En estos primeros años, la mujer se incorpora inmediatamente al negocio de los gabinetes o estudios fotográficos. La misma esposa de Disderi, Geneviéve Elisabeth Francart (1817-1878) quedó a cargo del primer estudio fotográfico de su marido, en la localidad de Brest. Disderi se marchó a Nimes para aprender la técnica del colodión húmedo y posteriormente se instaló en París, dejando a su mujer al frente de su antiguo negocio en Brest. La mayor parte de las fotografías de Brest de aquellos años se deben a ella. Aunque en 1872 se instaló en París con su marido, ella mantuvo un estudio de su propiedad.
En España, Amalia López Cabrera (1838-1899) se convierte en la primera mujer que instala un estudio fotográfico, regentado exclusivamente por ella. Aunque nació en Almería, en 1858 se trasladó a Jaén con su marido. Allí el Conde de Lipa, un operador transeunte que llegó a ser fotógrafo oficial de la reina Isabel II, daba clases y facilitaba los materiales para hacer daguerrotipos. Está documentado que en 1860, Amalia regentaba un estudio fotográfico en la calle Obispo Arquellada, nº 2, de Jaén y llegó a presentarse a un concurso de profesionales celebrado en Zaragoza en 1868. Otra española pionera, Anaïs Napoleón(1827-1916) ya se dedicaba a hacer daguerrotipos desde 1850, si bien lo hizo acompañada siempre de su marido Antonio Fernández. Ambos comenzaron con un estudio situado en la casa familiar de la Rambla de Santa Mónica, nº 17, de Barcelona, que llamaron Fernando y Anaïs. En 1862 instalaron su estudio en el nº 15 de la misma rambla. En 1867 se incorporó al negocio su hijo Emilio y la presencia de Anaïs fue haciendose más testimonial.

En febrero de 1861, Hilda Sjölin (1835-1915) con solo 25 años de edad, inaugura su estudio en Västergatan, un barrio de Malmö (Suecia). Hilda, la primera fotógrafa sueca, realizó la primera fotografía estereográfica de la bahía de Malmö en 1864. En el otro extremo del planeta, Shima Ryuu (1823-1900) abría un estudio junto a su marido en 1865 en la localidad de Edo, convirtiéndose en la primera mujer fotógrafa en Japón.

A pesar de lo engorroso de la práctica de la fotografía en estas primeras décadas, también proliferan las fotógrafas aficionadas, sobre todo en los países desarrollados: Europa, Norteamérica y Japón. Las primeras entusiastas de la fotografía lo fueron por muy diversos motivos. Algunas lo hacen por "contagio" de aquellos pioneros de las técnicas fotográficas, como la misma Constance Talbot; o de la mano de algún familiar aficionado, como Alice Austen (1866-1952), quien llegó a la fotografía de la mano de su tío. Otras lo hicieron por pura necesidad, como la estadounidense Julia Shannon, una pluriempleada que compatibilizaba la fotografía con su oficio de matrona. Otras se aficionaron por casualidad como Julia Margaret Cameron (1815-1879) que recibió una cámara como regalo de sus 48 años, de manos de su hija.
Julia Margaret Cameron estuvo en activo apenas doce años, desde 1863 a 1875. Nacida en Garden Reach, Calcuta, como Julia Margaret Pattle, el 11 de junio de 1815. Estudió en París e Inglaterra desde 1818 a 1834. De vuelta en la India, conoció a su marido Charles Hay Cameron, dueño de una gran plantación de té. Cameron, 20 años mayor que ella, le proporcionó una vida más que desahogada.

En 1848 se mudaron a Inglaterra y en 1860 se establecieron en la Isla de Wight con su numerosa prole de hijos naturales y adoptados. Cameron contaba 48 años de edad cuando comiezó su carrera fotográfica. Aquel regalo de su hija sería bien aprovechado. Cameron se enganchó a la fotografía con entusiasmo, convirtiendo la carbonera de su casa de la isla de Wight en un laboratorio y estudio fotográfico. Su amigo John Herschel le asesoró en la técnica del laboratorio, como lo hiciera también con Anna Atkins.

Destacó por sus retratos. Siguiendo la corriente de la fotografía academicista, disfrazaba a sus modelos. Sus hijos, familiares, amigos y sirvientes los sometía a largas sesiones de posado, debido al largo tiempo de exposición y a sus experimentos con la luz. Supo sacar fuerza y expresión en sus rostros jugando con la luz, el soft-focus y el desenfoque. Según su propia versión, una fotografía desenfocada le gustó y experimentó deliberadamente con este fallo. El soft-focus lo conseguía utilizando lentes pequeñas con placas de formatos grande. Este método fue criticado por sus contemporáneos, obsesionados por la calidad técnica, pero a la postre estos experimentos le serían muy reconocidos. Los retratos de Cameron se hicieron muy famosos y grandes personajes de la época posaron para ella, entre los cuales destaca Charles Darwin, autor de la teoría de la evolución de las especies. La casa de Cameron, conocida como Dimbola, es actualmente un museo de arte, después de evitar su demolición para construir bloques de pisos. Cameron es considerada como una pionera del pictorialismo, que se desarrollaría en Europa entre 1880 y el final de la I Guerra Mundial en 1919.

Fue miembro de la Sociedad Fotográfica de Londres y Escocia, expuso su obra en Londres en varias ocasiones (Colnaghi´s, Galería Francesa y Galeria alemana). Además, ganó la medalla de oro de Berlín. En 1874 empieza a escribir "Annals of my glass house". Alfred Tennyson, un poeta vecino y amigo, le convenció para ilustrar su libro "Idylls of the king and other poems". Realiza 12 fotografías para esta publicación. En 1875 produce la segunda parte de este libro de poemas en el mismo formato que el anterior y se muda a Ceylan. Allí intenta continuar con su pasión, pero la dificultad de acceder a los materiales le fuerzan a abandonar hasta su muerte en 1879.
En la década de los 60 del siglo XIX, las técnicas del daguerrotipo y el calotipo habían desaparecido prácticamente. El colodión húmedo era la técnica fotográfica más extendida. Así se mantuvo incluso cuando en 1871, el inglés Richard Leach Maddox (1816-1902) ideó el proceso denominado placa seca. La misma placa de vidrio utilizada en el sistema de placa húmeda, se impregnaba ahora con una emulsión de agua, gelatina y bromuro de cadmio. A esta emulsión se añadía nitrato de plata que reaccionaba con el bromuro. La placa ya estaba sensibilizada y se dejaba secar. Convenientemente protegida de la luz, la placa seca se convertía en un negativo, del que podían obtenerse múltiples positivos. Al papel de albumina, utilizado para positivar, se le unió el de gelatina o papel baritado, un papel impregnado de los mismos materiales utilizados para la fabricación de la placa seca.

En 1878, Charles E. Bennett descubrió que si calentaba lentamente la emulsión de gelatina-bromuro para secarla, aumentaba la sensibilidad a la luz y se endurecía más. El resultado era una emulsión más resistente al rayado y la disminución de la exposición a un cuarto de segundo. Esta última ventaja se convirtió en un inconveniente para los fotógrafos amateurs. En esta técnica era frecuente que las fotografías salieran veladas debido a la alta sensibilidad por lo que solo los buenos profesionales las realizaban correctamente. Fue necesario incorporar el obsturador en las cámaras oscuras porque no daba tiempo a tapar el objetivo, como ocurría con la técnica del colodión húmedo. Aquí se pudo hablar por primera vez de tomar una instantánea como sinónimo de tomar una fotografía.

Las cámaras con obturador comenzaron a comercializarse en 1879, sentando las bases de la fotografía moderna. Sin embargo, el peso de los equipos convertía en un calvario cualquier trabajo en el campo, por lo que la fotografía seguía relegada principalmente al estudio y a los profesionales.

En 1880, George Eastman (1854-1932) montó una pequeña empresa en un ático alquilado en Rochester, una floreciente ciudad del estado de Nueva York. La empresa comenzó fabricando placas secas en serie con una emulsión y una maquinaria inventada por él. Eastman era un hombre tenaz y con buen olfato comercial, por lo que quería hacer de la fotografía un objeto de consumo. Empezó por disminuir la pesada carga de las placas secas, experimentando con el papel como soporte de la película. A Eastman no se le daba bien el diseño de la cámaras fotográficas y para tal fin contrató a un antiguo fabricante de cámaras, William Walker. Mientras Eastman experimentaba sobre la emulsión idónea para impregnar una tira de papel o película; a Walker se le ocurrió enrollarla en dos rodillos que pasaban la película de un lado a otro. Todo el dispositivo se introducía en una caja de madera totalmente opaca.

En 1885, este carrete se presentó en varios formatos que se adaptaban a los repaldos de las cámaras fotográficas de la época, sustituyendo a las placas. Ante su escasa aceptación en el mercado, Eastman comercializó su primera cámara compacta en junio de 1888, la Kodak 100 Vista. Este modelo consistía en una caja de madera con una lente, pero sin visor. En su interior se colocaba el rollo de película de papel con capacidad para hacer 100 fotografías. Una vez que se agotaban, se enviaban a Kodak para su revelado. La compañía devolvía las fotos reveladas y la cámara cargada con otra película nueva. De ahí que el famoso lema de Kodak fuera usted apriete el botón, nosotros hacemos el resto.

Aparentemente, este sistema evitaba tener que transportar cien placas fotográficas, algo realmente revolucionario. Sin embargo, esta simplificación de la fotografía no gustó a la mayoría de los fotógrafos profesionales porque lo consideraban un intrusismo. Además de la escasa calidad técnica de la película de papel, los fotógrafos se quejaban de que este sistema no les permitía controlar el resultado final de la foto en el laboratorio. Pero Eastman lo tenía muy claro: quería vender sus cámaras al mayor número de personas. Con el fin de ampliar su clientela, en la publicidad de esta cámara siempre figuraba una mujer, la "señora Kodak". Es muy posible que fuera esta cámara la que recibió Frances Benjamin Johnston (1864-1952) como regalo de un amigo de la familia, el mismísimo Sr. Eastman.

El interés por la fotografía de Frances Benjamin Johnston le llevó a formarse en una de las mejores instituciones de Estados Unidos, el Instituto Smithsonian. Frances tuvo acceso a la Casa Blanca y realizó numerosos retratos de personajes relevantes de la época. En 1895 montó su propio estudio detrás de la casa de sus padres, en la calle NW 1332 V en Washington D.C. y en 1913, instaló otro estudio en Nueva York. Fue la primera mujer fotodocumentalista freelance de la que se tiene noticia. Sus fotografías sobre la segregación de razas en los colegios de Washington D.C. fue impactante. No dejó de recibir encargos a lo largo de toda su vida. Con este fin, viajó a Europa y a Oriente Medio. Aprendió directamente de los hermanos Lumiére el proceso de autochrome para realizar fotografías en color, quienes lo comercializaron en 1907. Desde 1920 hasta prácticamente su muerte recibió encargos de varias Universidades estadounidenses para fotografíar los edificios históricos abandonados o en franco deterioro.

Esta mujer fue además una de las comisarias de la Exposición fotográfica American Women Photographers, realizada con motivo del 3º Congreso Internacional de Fotografía que se celebró en la Exposición Universal de París de 1900. Esta exposición reflejó la pujanza de la afición y profesionalidad de 30 mujeres fotógrafas norteamericanas a comienzos del nuevo siglo XX.

En 1884, al sacerdote norteamericano, Hannibal Goodwin (1822-1900) se le ocurrió utilizar el celosoide o celuloide como soporte de la emulsión fotográfica. Este material sintético era nitrocelulosa y había sido inventado en 1869. Goodwin intentó patentar su película flexible en mayo de 1887, pero fue rechazado por la oficina de patentes por considerarlo poco desarrollado.

Por otro lado, Eastman reconoció sus limitaciones para conseguir por sí solo la película idónea, por lo que contrató al químico Henry Reichenbach en 1886. Dos años después, sus investigaciones le permitieron desarrollar una película muy parecida a la de Goodwin. Cuando Reichenbach fue a patentarlo en abril de 1889, le informaron de que su invento ya estaba "inventado" por Goodwin, solo a falta de su desarrollo. No obstante, Kodak obtuvo la patente en diciembre de ese año, basándose en que su película contenía alcanfor, a diferencia de la de Goodwin. Eastman y Goodwin se enzarzaron en un pleito que duró 25 años. Durante ese tiempo, Goodwin obtuvo, por fin, su patente el 13 de septiembre de 1898 y el 31 de diciembre de 1900 moría en un accidente, cuando su empresa se estaba preparando para comercializarla. En 1914, el Tribunal de Apelaciones dictáminó que Kodak tendría la patente a partir del 13 de septiembre de 1915, a cambio de resarcir a la empresa de Goodwin con 5 millones de dólares, lo que suponía el 5% de los beneficios netos de Kodak en aquellos años. Así fue como Kodak pudo seguir fabricando en serie las películas fotográficas de celuloide enrollables. Los diseños de las cámaras Kodak permitían que sus propietarios ya no tuvieran que enviar la cámara completa para su revelado, sino solo el carrete.

Paradójicamente, fuera del ámbito de las cámaras Kodak, el carrete fotográfico no fue adoptado por el resto de las cámaras fotográficas de la época. La película de celuloide fue utilizada por Edison para sus kinetoscopio y kinetógrafo, antecesores del proyector y de la cámara de cine, respectivamente. Tendría que llegar la originalidad de Oskar Barnack, quién utilizó el carrete para su Leica, inaugurando así el formato de película de 35mm que sobrevivió hasta advenimiento de la era digital.

A comienzos del siglo XX, las mujeres estaban plenamente integradas en el mundo de la fotografía, no ya como asistentes o propietarias de un estudio fotográfico, sino como artistas, fotógrafas de prensa o documentalistas. En los artículos siguientes puede conocer a sus principales protagonistas.

miércoles, 7 de agosto de 2013

La importancia de la violencia simbólica en la sociedad actual


Lola Martín Fernández
«La dominación masculina, que hace de la mujer un objeto simbólico, cuyo ser es un ser-percibido, tiene el efecto de colocar a las mujeres es un estado permanete de inseguridad corporal o, mejor dicho, de alienación simbólica. Dotadas de un ser que es una apariencia, están tácitamente conminadas a manifestar una especie de disponibilidad (sexuada y, eventualmente, sexual) con respecto a los hombres»  [Pierre Bourdieu, sociólogo francés]
Si analizamos nuestra vida diaria, veremos que los símbolos rodean nuestra cotidianeidad. La manera de comunicarnos es la manifestación más clara de la utilización de estos símbolos, ya sea verbal, no verbal, escrita o no escrita.
Si pensamos en clave de sociedad patriarcal –no conozco a ninguna ni actual ni pasada que no lo sea– comprenderemos que nuestra rutina diaria está plagada de violencia simbólica.
Este tipo de violencia nos hace partir de la base de que debido a nuestra naturaleza hombres y mujeres no sólo somos diferentes, sino que somos desiguales y que los unos dominan sobre las otras. Y ese es el basamento sobre el que estamos construyendo nuestra estructura social.
Es curiosa la manera de presentación de esta violencia. Sólo tenemos que darnos un paseo a cualquier hora del día por delante de la televisión y empezar a analizar lo que estamos viendo (me refiero a la televisión por ser un medio de comunicación de lo más cotidiano para la mayoría de las personas en la actualidad). Por ejemplo observaremos la utilización de varios tipos de mujeres simbólicas:
  • Está la mujer objeto, la deseada por todos los varones, la bella, la perfecta… Que, por una parte, es un reclamo publicitario para el género masculino y, por otra parte, lo es para nosotras que nos imaginamos con unos muslos lisos y firmes…
  • Por otra parte, está la mujer tradicional: esa ama de casa con sus detergentes, esa abuela con su nieto,… Es una manera de seguir pensando en que el lugar que nos corresponde de manera "natural" es la casa y el cuidado de personas dependientes.
  • La tendencia actual es presentar a la "superwoman" del nuevo mileno. A este respecto hay un anuncio de desodorante que presenta a una mujer que va corriendo a todos sitios y que tiene fuerza para abarcarlo todo (y ya, para el colmo de los colmos, a la que no se le termina el desodorante y que siempre está bella) o a otra que dice que no se cuida y está esforzándose una barbaridad para ser bella…
Sea como fuere, el aprendizaje por modelado existe. Si yo veo un modelo de persona que triunfa, quiero parecerme a ella. Lo importante es qué pensamos que es triunfo en esta sociedad… seguramente nos vendrá a la mente el nombre de un programa musical a este respecto.
Toda esta violencia no hace sino seguir perpetuando la jerarquía dominante masculina y otorgarnos a las mujeres la firme convicción de que no merece la pena por lograr algo que está conseguido ya: la igualdad.
Mientras en nuestra cotidianeidad sigan existiendo ejemplos tan claros de violencia de género, estaremos distanciándonos enormemente de la igualdad real, que constituye el pilar básico sobre el que deberíamos basarnos para desarrollar una sociedad plena de derechos, igualdad y respeto y sin violencia de ningún tipo.

martes, 6 de agosto de 2013

Entre la insolencia de las luchas populares y la mesura de la ...



 Andrea D'Atri
Panorama Internacional
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“Elegir entre la mesura y la insolencia tiene que ver con estrategias políticas (...). La exigencia desde la dominación de ‘buenas maneras’ va más allá de una exigencia de cortesía, es un modo muy frecuente, por el contrario, de imponerle inautenticidad al rebelde, de hacerlo renunciar a su contra-cultura, a su ilegalidad y a su contra-lenguaje.” 



Julieta Kirkwood, 1990 


A fines de la década del ’60, una nueva generación de mujeres jóvenes dio origen a los movimientos feministas en las grandes metrópolis de Estados Unidos y Europa, que se conocieron como la “segunda ola”. Influenciadas por estas experiencias y por el contacto con literatura que provenía de los países centrales, muchas latinoamericanas –fundamentalmente de clase media- iniciaron la formación de grupos de reflexión (concienciación) y activismo por los derechos de las mujeres. Pero el movimiento en su conjunto nunca llegó a alcanzar la masividad que tuviera en los países centrales. “Inicialmente eran mujeres del amplio espectro de clase media; una parte significativa provenía de la amplia vertiente de las izquierdas, entrando rápidamente en confrontación con ellas por la resistencia para asumir una mirada más compleja de las múltiples subordinaciones de las personas y las específicas subordinaciones de las mujeres.” (Vargas, 2002). 
El surgimiento de estos grupos se dio en el marco de una aguda radicalización de la lucha de clases que, en el continente, se manifestó en el ascenso obrero y popular cuyas expresiones más destacadas fueron los cordones industriales chilenos, la semiinsurrección del Cordobazo en Argentina, las movilizaciones estudiantiles de las que Tlatelolco (México) puede considerarse la experiencia más aguda y la entrada en escena de numerosos movimientos de guerrilla urbana y campesina. 
Los grupos feministas, por tanto, se vieron envueltos rápidamente por la aguda lucha de clases en el continente que exigía definiciones y compromisos. Como señala Leonor Calvera en su historia del feminismo argentino: “En el sentido de los enfrentamientos, la marea de partidismo que nos circundaba no dejó de golpear fuertemente en el interior del grupo: reprodujimos viejos antagonismos tradicionales e inventamos otros. Los análisis tomaban cada vez menos a la mujer como eje y se desplazaban hacia esquemas de clase.” (Calvera, 1990). 

A mediados de los ’70, sin embargo, la derrota de ese ascenso a través de la contrarrevolución sangrienta en los países latinoamericanos, abrió el curso a una nueva ofensiva imperialista en la región que luego se conoció con el nombre de “neoliberalismo”. 
Los regímenes dictatoriales que se asentaron en gran parte del continente, impidieron el desarrollo del movimiento feminista, no sólo por la instauración de una ideología reaccionaria basada en la defensa de la tradición y la familia, sino también por la persecución política y el terrorismo de Estado con sus secuelas de torturas, exilios forzados, cárcel, desapariciones y asesinatos de activistas sociales, gremiales y políticos. 
La polarización social que vivían nuestros países también se traducía en las visiones que se tenían del feminismo: la derecha consideraba a las feministas como subversivas y contestatarias; la izquierda, por el contrario las tildaba de “pequeñoburguesas”. 
Si bien, algunos grupos feministas realizaron acciones durante los regímenes totalitarios y otras mujeres mantuvieron reuniones de reflexión y estudio en un clima de hostilidad, lo cierto es que el movimiento feminista recupera protagonismo recién a principios de los ’80, con la caída de las dictaduras y la instauración de los nuevos regímenes democráticos burgueses en toda la región. La dictadura logró cortar, en gran medida, los hilos de continuidad con la etapa anterior. Muchos de los planteos iniciales del feminismo de los ’70 volvieron a rediscutirse. En cierto sentido, los años del terror obligaron a que, una vez instalados los regímenes democráticos, las feministas tuvieran que “volver a empezar”. 

Esta historia reciente de los últimos veinte años del feminismo latinoamericano está cruzada por numerosas discusiones políticas y teóricas. Sin embargo, aunque los documentos de los Encuentros Feministas de Latinoamérica y el Caribe están disponibles y destacadas protagonistas del movimiento han escrito diversas “historias” parciales de su propia práctica colectiva, no existe una historia crítica del feminismo latinoamericano que intente vincular estas discusiones políticas y teóricas, sus fragmentaciones, encuentros y desencuentros, alianzas, rupturas y nuevas prácticas con la situación de la lucha de clases en el continente durante el mismo período, en la cual muchas veces las mujeres son protagonistas indiscutibles. 
Su realización excede los límites y las posibilidades de este artículo. Sin embargo, consideramos necesaria la reflexión sobre la práctica feminista y los períodos en que se desarrolla, incorporando un análisis de la política del imperialismo hacia nuestro continente, los regímenes, los distintos flujos y reflujos de la lucha de clases, y su relación con la opresión de las mujeres latinoamericanas. Consideramos que el objetivo que debiera trazarse para esa revisión crítica tendría que ser, recuperando la historia y sus lecciones, la construcción de un movimiento feminista que, junto a las mejores tradiciones de su batalla contra la opresión patriarcal, soldara su destino –de manera práctica y efectiva- con el de los millones de mujeres obreras y campesinas que luchan contra la explotación en este continente permanentemente expoliado y avasallado.


Feminismo, democracia y derechos humanos 



“Democracia en el país y en la casa” 

Feministas chilenas, década del ‘80 


En los ’80, la derrota de Argentina en la guerra de Malvinas ya había actuado como un disciplinador para el continente y todo el mundo semicolonial. La lección aprendida fue la de que no había que enfrentarse al imperialismo, que éste era invencible. Además, la guerra sucia de la “contra” armada por EE.UU. en Nicaragua y la desarticulación de la revolución a través de pactos y la cooptación de algunos sectores de la guerrilla, terminaron de cerrar el cuadro de esta ofensiva imperialista que fragmentó y puso a la defensiva al movimiento obrero y popular. Ese fue el telón de fondo de las “transiciones a la democracia”, que se convirtió, entonces, en la política privilegiada del imperialismo norteamericano hacia nuestro continente, como respuesta defensiva frente a la emergencia de la movilización independiente de las masas contra estos mismos regímenes dictatoriales, que ya se encontraban profundamente desprestigiados. 
Las democracias del continente fueron, finalmente, los regímenes que garantizaron la continuidad de los planes económicos que significaron la pérdida de enormes conquistas del movimiento de masas. Con el desparpajo que le es característico, el ideólogo del imperialismo Henry Kissinger sostiene en su libro La diplomacia: “Los Estados Unidos no aguardarían pasivamente a que evolucionaran las instituciones libres, ni se limitarían a resistir a las amenazas directas a su seguridad. En cambio, promoverían activamente la democracia, recompensando a aquellos países que cumplieran con sus ideales, y castigando a los que no cumplieran (aún si no presentaban un desafío o una amenaza para los Estados Unidos). (...) Y el equipo de Reagan fue congruente: hizo presión sobre el régimen de Pinochet en Chile y sobre el régimen autoritario de Marcos en Filipinas a favor de una reforma; el primero fue obligado a aceptar un referéndum y unas elecciones libres, en las que fue reemplazado; el segundo fue derrocado con ayuda de los Estados Unidos.” 

Durante el período represivo y particularmente durante los primeros años de la democracia, los grupos de derechos humanos tuvieron un gran protagonismo en nuestro continente. Estos movimientos, organizados para denunciar las torturas, las desapariciones y los crímenes de las dictaduras, fueron protagonizados fundamentalmente por mujeres (madres, abuelas, viudas). Por un lado, el que hayan sido mujeres quienes visiblemente encabezaron esta denuncia y las luchas posteriores por el castigo a los responsables del terrorismo de Estado, y por otro lado, la política –especialmente de los EE.UU.- de priorizar los derechos humanos en la agenda internacional, fueron dos elementos claves para entender el cambio producido en el lenguaje y las formas del reclamo feminista. 
El acercamiento militante de las feministas, muchas de ellas llegadas del exilio, a las mujeres que incluso bajo los regímenes del terror ya se habían organizado en el reclamo de sus familiares desparecidos, presos y torturados más los términos de Democracia y Derechos Humanos instalados en la agenda pública permitieron el trasvasamiento de las demandas feministas a un lenguaje novedoso, a través de la política partidaria, los organismos internacionales y los grupos de trabajo local. Fue el período de las conquistas de derechos civiles fundamentales, lucha en la que el feminismo tuvo un evidente compromiso: el divorcio vincular, la patria potestad compartida, las leyes relativas a la violencia doméstica, aspectos parciales relativos a derechos sexuales y salud reproductiva, etc. 

En la década del ’80, muchos de los grupos que se habían formado en la etapa anterior ya se habían disuelto, otros recién comenzaban a formarse en medio de la apertura democrática y al calor de estas luchas por los derechos humanos y la ampliación de derechos civiles. En comparación con el período de principios de los ’70, en este resurgimiento del feminismo en el continente se visualiza una redefinición de las relaciones con el Estado, con los partidos políticos y con el resto de las organizaciones sociales. Las feministas incluyeron sus reclamos particulares en esta situación iniciando la creación de nuevos grupos, presionando a los políticos y parlamentarios, exigiendo al Estado la implementación de una nueva legalidad que contemplara esas básicas demandas nunca resueltas. 
A partir de 1981, además, se suceden los Encuentros Feministas de Latinoamérica y el Caribe, que cada dos y tres años reúne a las feministas del continente en la reflexión política sobre la situación del movimiento y la elaboración de nuevas líneas de acción. 
Sin embargo, la academización, la incorporación a las instituciones de los regímenes políticos y los distintos estamentos de gobierno y la “oenegización” (Bellotti y Fontenla, 1997) son las operaciones más importantes que comienzan a reconfigurar al movimiento feminista en este período, produciendo también, junto con una multiplicidad de nuevas experiencias, acciones y saberes, su incipiente fragmentación y creciente cooptación. Durante este período, el feminismo latinoamericano comenzó a recorrer el camino de la insubordinación a la institucionalización (Collin, 1999). 
Las críticas y las diferencias en relación con las concepciones teóricas, con los fundamentos y las prácticas al interior del mismo movimiento feminista no tardaron en aparecer. La escisión entre “autónomas” e “institucionalizadas” es una de las expresiones más agudas que adquirió esta crítica interna. Pero ese extremo de la situación de tensión, de casi una década, entre dos alas del movimiento que se produjo en el VIIº Encuentro realizado en Cartagena en 1996, fue sólo la culminación de un largo proceso de discusiones al interior del movimiento cuyo origen puede situarse en el mismísimo primer Encuentro de Bogotá. 
En un principio, la cuestión de la “doble militancia” entendida como el compromiso con el feminismo, por un lado, y organizaciones o movimientos políticos no específicamente feministas, fue uno de los debates fundamentales. (Vargas, 2002). Los encuentros que se prolongaron durante la década del ’80 estuvieron signados por estas discusiones: además de la doble militancia, las pertenencias a distintas corrientes dentro del feminismo que expresaban distintas herencias ideológicas y políticas; la discusión acerca de la práctica de los grupos de autoconciencia o la de “llevar” la conciencia a otros grupos de mujeres de sectores populares, etc. Bedregal señala al respecto: “Todo esto eran manifestaciones y expresiones de diferentes concepciones políticas expresadas desde el primer encuentro, era lucha política de proyectos políticos y filosóficos, pero se ocultaban en una aparente homogeneidad y tras el deseo de una especie de romántica hermandad de mujeres que ha dificultado siempre reconocernos, más allá del discurso declarativo, como diversas, pensantes y actuantes de distintos proyectos y tras una identidad de género más fácilmente centrada en tanto víctimas del sistema patriarcal que en tanto constructoras de nuevas culturas.” (Bedregal, 2002) 

La década del ’80 culmina con el IVº Encuentro realizado en Taxco, México, donde un grupo de mujeres elabora un documento crítico en el que, con agudeza, se describen los “mitos” del movimiento feminista que, según las firmantes, impiden un desarrollo del movimiento. Este documento tiene gran repercusión. Allí se manifestaba que “el feminismo tiene un largo camino a recorrer ya que, a lo que aspira realmente, es a una transformación radical de la sociedad, de la política y de la cultura. Hoy, el desarrollo del movimiento feminista nos lleva a repensar ciertas categorías de análisis y las prácticas políticas con las que nos hemos estado manejando.” Más adelante, enuncian los “mitos” que impiden valorar las diferencias al interior del movimiento y dificultan la construcción de un proyecto político feminista. Estos son: 1. a las feministas no nos interesa el poder, 2. las feministas hacemos política de otra manera, 3. todas las feministas somos iguales, 4. existe una unidad natural por el solo hecho de ser mujeres, 5. el feminismo sólo existe como una política de mujeres hacia mujeres, 6. el pequeño grupo es el movimiento, 7. los espacios de mujeres garantizan por sí solos un proceso positivo, 8. porque yo mujer lo siento, vale, 9. lo personal es automáticamente político y 10. el consenso es democracia. Para concluir que “Estos diez mitos han ido generando una situación de frustración, autocomplacencia, desgaste, ineficiencia y confusión que muchas feministas detectamos y reconocemos que existe y que está presente en la inmensa mayoría de los grupos que hoy hacen política feminista en América Latina.” 
Luego, proponen a las feministas latinoamericanas: “No neguemos los conflictos, las contradicciones y las diferencias. Seamos capaces de establecer una ética de las reglas de juego del feminismo, logrando un pacto entre nosotras, que nos permita avanzar en nuestra utopía de desarrollar en profundidad y extensión el feminismo en América Latina.” 
Estos mitos que se denuncian en el documento de Taxco impedían el desarrollo de las discusiones políticas más profundas, mientras el movimiento se iba reconfigurando de una manera que no incluía a todas y que, sin embargo, no podía criticarse. Sin embargo, a pesar de la repercusión que tuvo el documento, los mitos se siguieron sosteniendo en gran parte del movimiento, incluso hasta nuestros días. Muchos años después, feministas autónomas de Argentina escribían sobre los mecanismos con los que se procuraba obturar cualquier intento de crítica social al interior del movimiento: “Todo análisis cuestionador de las ‘democracias realmente existentes’ pretendía ser clausurado con esta apelación a sólo dos opciones aparentemente excluyentes [democracia o dictadura, N de la R], recurso antidemocrático que suele ser usado por los gobiernos de nuestros países para paralizar y desacreditar toda crítica o movilización social por ‘desestabilizadoras’ y conducentes al pasado de golpes militares y genocidios. Pareciera que estas democracias constituyen un punto de llegada y que, a lo sumo, hay que perfeccionarlas un poco e incorporar a ellas la ‘perspectiva de género’, es decir, incluir a algunas mujeres en el excluyente modelo patriarcal capitalista y neoliberal.” (Fontenla y Bellotti, 1997) 

A fines de la década, ya estaban visibilizados los problemas que impedían, según algunas, el avance del movimiento feminista en el sentido de una “transformación radical de la sociedad, la política y la cultura.” Las divergencias que se esbozaban a pesar de los intentos de homogeneización, de obturación de la crítica y de “romántica hermandad” se hicieron más ineludibles al calor de la aparente inevitabilidad de la ola de despidos, privatizaciones y el ataque al nivel de vida de las masas en nuestro continente. 
Mientras tanto, los organismos internacionales también percibieron lo ineludible: el ataque despertaría probablemente la respuesta de quienes lo perdieron todo. La gobernabilidad fue entonces el nombre que los tecnócratas encontraron para el problema que se avecinaba. La gobernabilidad que podría traducirse como el conjunto de condiciones necesarias para sostener el proceso de reformas evitando la irrupción de los movimientos de masas y que incluía la necesidad de establecer relaciones “fructíferas” para el desarrollo sustentable con los movimientos sociales y sus organizaciones. 


Feminismo, financiamiento y creciente institucionalización 


“Mientras una parte del feminismo se pregunta, individual y cómodamente recostada en el diván ‘¿quién soy yo?’, y otra parte busca afanosamente la referencia necesaria para una nota a pie de página que acredite como fiable su trabajo (...), he aquí que el mundo revienta de pobreza: millones de criaturas, nacidas de mujer, se asoman a un modelo de sociedad que les reserva una cuna de espinas...” 

Victoria Sánchez Sau, 2002 


La década del ’90 comenzó con la derrota de Irak en la Guerra del Golfo, en manos de una enorme coalición militar de potencias imperialistas, lo que a su vez permitió redoblar el ataque sobre el resto del mundo semicolonial. Se profundizaron la “apertura” de las economías a los monopolios internacionales y la transformación de nuestros países en “mercados emergentes” que sirvieron sólo para la rápida “emergencia” de capitales “golondrinas”. 
Acompañando las privatizaciones de los servicios del Estado, la creciente desocupación y precarización del trabajo, tanto el Banco Mundial como otros organismos financieros internacionales, comienzan a plantearse reformas en los objetivos de financiamiento y en la relación con las organizaciones sociales. En cierto modo, anticipándose a las consecuencias negativas derivadas de la aplicación de sus propias recetas que aumentaron los ajustes y por lo tanto, la pobreza en toda la región. 
Cuando la mayor parte del programa “neoliberal” ya se había implementado, el Banco Mundial priorizó la financiación de programas sociales bajo los lemas de la participación y la transparencia, reapropiándose de los discursos críticos a su propio accionar. Las organizaciones no gubernamentales fueron las ejecutoras privilegiadas de sus proyectos asistencialistas y focalizados. 

El Banco Mundial como el resto de las agencias de financiamiento cumplieron, en este período, un papel político e ideológico muy importante en relación con el control social. Los intelectuales, antiguamente izquierdistas, se transformaron en tecnócratas progresistas que asumieron la responsabilidad de colaborar en estos proyectos de gobernabilidad, desarrollo sustentable, etc. Estos “postmarxistas”, administrando las ong’s no colaboraron en reducir el impacto económico de una manera sustancial, pero sí ayudaron enormemente en desviar a la población de la lucha por sus derechos (Petras, 2002). 
La cooptación tiene cifras indiscutibles: según la información de la OECD, en 1970, las ong’s recibieron 914 millones de dólares; en 1980, la cifra ascendió a 2.368 millones de dólares y en 1992, rondó los 5.200 millones. ¡En 20 años, el dinero destinado a las ong’s se incrementó en más de un 500 %! A estos números habría que sumarles los subsidios otorgados por los gobiernos “del norte”, que de los 270 millones que dispusieron a mediados de los ’70, elevaron su cifra a 2.500 millones a comienzos de los ’90. En resumidas cuentas, las estadísticas de la OECD nos hablan de un aporte estatal y privado a las ong’s de alrededor de 10.000 millones de dólares, lo que representa la cuarta parte de la ayuda bilateral global. 

Los ’90 –época de privatizaciones, aumento de la desocupación en todo el continente y “relaciones carnales” de los gobiernos latinoamericanos con los EE.UU. – no fueron una etapa fructífera para quienes decidieron mantener la autonomía financiera, política e ideológica. 
Muchas feministas, con cierto prestigio en el movimiento, con conocimientos específicos y una trayectoria política en la reivindicación de los derechos de las mujeres, formaron parte de esta tecnocracia que se sumó a los organismos multilaterales, las agencias de financiamiento, el Banco Mundial y las miles de ong’s, que se transformaron también en plataformas para el lanzamiento de carreras personales. Otras, se mantuvieron a la vera de los financiamientos y criticaron duramente estas tendencias, pero su voz fue minoritaria y su lucha –aunque reivindicable- sólo hizo eco en el vacío que las rodeaba. 
Las feministas autónomas de ATEM denunciaban el proceso de oenegización que impregnó al movimiento con estas palabras: “La mayoría de estas ong’s, formadas por técnicas y profesionales, trabajan con las mujeres de ‘sectores populares’, de barrios pobres. Se presentan como mediadoras entre las agencias de financiamiento y los movimientos de mujeres y formulan programas para los mismos, brindando servicios que van desde talleres y cursos de todo tipo a la distribución de comida, la organización de ollas populares, planificación familiar (control de la natalidad), etc. Esta relación, que implica diferencias de clase, de poder y de acceso al manejo de recursos, genera vínculos jerárquicos y tensiones entre las mujeres de las ong’s y las de los movimientos con que trabajan, además de las competencias entre las profesionales por los financiamientos.” (Fontenla, Bellotti, 1999). 
El neoliberalismo, a través de estos y otros mecanismos, despolitizó a los movimientos sociales (incluso al feminismo). Como señalan muchas feministas autónomas, a las ong’s se las terminó confundiendo con el movimiento mismo, a sus proyectos financiados y sus trabajos rentados se las confundió con “acciones”, como si se tratara de las mismas acciones que los movimientos realizan como reclamos, exigencias y denuncias en la lucha por un cambio radical. En síntesis, las políticas neoliberales que se iniciaron en la década del ’80 y alcanzaron su punto culminante en nuestro continente durante la década del ’90, hicieron que el movimiento feminista se fragmentara y privatizara (Fontenla, Bellotti, 1999). 


Feminismo, movimiento de mujeres y lucha de clases 


“Veo que la mujer puede. Puede hacer más que lavar y planchar y cocinar en la casa a los hijos. Yo creo que es real. Lo estoy sintiendo ahora y lo estoy viviendo. Descubrí mi lado dormido y ahora que está despierto no pienso parar.” 

Celia Martínez, obrera de Brukman, 2002 


En nuestro sufrido continente latinoamericano, el aborto clandestino sigue siendo la primera causa de muerte materna; son 6.000 las mujeres que mueren anualmente por complicaciones relacionadas con abortos inseguros. Contrariamente a lo que se podría imaginar, a comienzos del siglo XXI vivimos una actitud cada vez más beligerante del fundamentalismo católico en alianza con los Estados y el poder político contra los derechos sexuales, reproductivos y el derecho al aborto, mientras salen a la luz cada vez más casos de abuso sexual contra niños, niñas y jóvenes perpetrados por los miembros de la Iglesia. 
América Latina y el Caribe, por otra parte, registran los índices más altos de violencia contra las mujeres: el homicidio representa la quinta causa de muerte, el 70% de las mujeres padece violencia doméstica y el 30% reportó que su primera relación sexual fue forzada. Se calcula que el 80% de las agresiones permanecen en el silencio ya que no son denunciadas por temor o por la certeza de que la denuncia no será tomada en cuenta. Más de 300 mujeres fueron asesinadas durante los últimos años en Ciudad Juárez (México), constituyéndose esa ciudad fronteriza en un lamentable ejemplo de femicidio, impunidad, misoginia y barbarie. En el otro extremo del continente, en la provincia de Buenos Aires (Argentina), se calcula que en 120.000 hogares hay mujeres que sufren maltrato, y en el lapso de un año se cometen más de 50 homicidios de mujeres en manos de sus parejas. En nuestro país, se calcula que se producen entre 5.000 y 8.000 violaciones por año. Según las especialistas en violencia, en todo el mundo, uno de cada cinco días de ausencia femenina en el ámbito laboral es consecuencia de una violación o de la violencia doméstica. 
Las mujeres constituyen el 70% de los 1.500 millones de personas que viven en la pobreza absoluta en todo el mundo. Las campesinas son jefas de una quinta parte de los hogares rurales, y en algunas regiones hasta de más de un tercio de los mismos, pero sólo son propietarias de alrededor del 1% de las tierras, mientras el 80% de los alimentos básicos para consumo los producen las mujeres. En Latinoamérica, son 154 millones de mujeres las más pobres de entre los pobres. 
En el último año, 13 millones de niños murieron por hambre en el mundo: es un número seis veces mayor al total de víctimas que provocó la Primera Guerra Mundial entre 1914 y 1918. La mayoría de esos niños, son niñas. Muchas y muchos son latinoamericanos. 
El valor y volumen del trabajo doméstico no remunerado equivale entre el 35 y 55% del producto bruto interno de los países. La producción doméstica representa hasta un 60% del consumo privado. Este trabajo no remunerado recae casi absolutamente en las mujeres y las niñas. 
Según un informe de la OIT, la tasa de desempleo urbano en el continente alcanzó hacia fines del 2002 a 17 millones de personas, afectando de manera especial a las mujeres. Por otra parte, las mujeres que trabajan lo hacen en situación cada vez más precarizada: no sólo cobran un salario entre 30 y 40% menor al de los varones por el mismo trabajo, sino que en su mayoría, no tienen obra social ni derechos jubilatorios. 
Si bien las feministas participaron y consiguieron introducir modificaciones en las legislaciones de nuestros países en relación con el divorcio, la patria potestad compartida, el cupo en los cargos públicos electivos, etc, la realidad indica que aún estamos muy por detrás de haber solucionado con las leyes las situaciones concretas que vivimos las mujeres del continente. 

Pero así como las espeluznantes cifras del horror y los relatos de la barbarie que aún siguen sufriendo millones de mujeres latinoamericanas son siniestras realidades, no es menos cierto que las mujeres estamos de pie y seguimos siendo, en muchos casos, protagonistas indiscutibles de la resistencia y el enfrentamiento contra esta misma barbarie, como lo demostraron recientemente, las mujeres campesinas, las mujeres aymaras y las trabajadoras mineras de Bolivia. 
La eclosión de los modelos económicos “neoliberales”, a principios del siglo XXI, dieron lugar a un resurgimiento de la movilización en el mundo que fue acompañado por un intento de diálogo del feminismo con otros movimientos sociales. La participación de las feministas en las movilizaciones mundiales contra cada una de las cumbres de gobiernos imperialistas, organizaciones multilaterales y otras reuniones donde se definen, en gran medida, los destinos de la humanidad, son un hecho novedoso de los años recientes. Lo mismo pudimos apreciar en nuestro país, durante las jornadas de diciembre del 2001 –que fueron una de las expresiones más agudas de la lucha de clases del período-, donde las feministas volvieron a aparecer con sus banderas distintivas en medio de las movilizaciones populares. Por otra parte, la “conversión” y autocrítica de muchas feministas “institucionalizadas”, replanteándose los fundamentos de su práctica, fueron –más allá de la autenticidad o el oportunismo de sus nuevas posiciones- parte de las novedades del último período que no han pasado inadvertidas. 

Si el feminismo latinoamericano no ambiciona transformar la realidad del continente, padecida por millones de mujeres que desconocen sus premisas pero enfrentan cotidianamente el hambre, la explotación, la violencia, el abuso y las humillaciones, entonces quedará reducido a las elaboraciones académicas, a los lobbys políticos y a proveer de “cuadros” a la tecnocracia de género que se ha incorporado a los estamentos gubernamentales y los organismos multilaterales. 
Emocionan las palabras de Silvia Rivera Cusicanqui sobre las mujeres que participaron en la insurrección contra el gobierno del “gringo Goni” Sánchez de Losada, recientemente, en Bolivia: “Al organizar minuciosamente la rabia cotidiana, al convertir en asunto público el tema privado del consumo, al hacer de sus artes chismográficas un juego de rumores ‘desestabilizadores’ de la estrategia represiva, al organizar circuitos de trueque y ollas populares para los marchistas, lograron derrotar moralmente al ejército, dando no sólo el sustento físico, sino el tejido ético y cultural que permitió a todos y todas mantenernos furibundamente activos, roto el muro doméstico y transformadas las calles en el espacio de la socialización colectiva. Y así se quebró de pronto el sentido común dominante, que opone lo privado a lo público, la emocionalidad al raciocinio, la ética a la política, pues aquí todas y todos hemos pensado con el corazón y amado y odiado –amado a esos 85 muertos, a esos 500 heridos, odiado a sus victimarios y al sistema que representan- con toda la fuerza de nuestra lucidez y de nuestro pensamiento.” 
Allí las “feministas, putas y lesbianas” del grupo Mujeres Creando tuvieron una participación codo a codo con el resto del pueblo en las movilizaciones. 

Importantes sectores del feminismo hoy rechazan aquel camino de autoexclusión que ha dividido, en numerosas ocasiones, con fortalezas inexpugnables al movimiento feminista del movimiento de mujeres. ¿Podrá caminarse el camino de la unidad y la comprensión de que no habrá emancipación de las mujeres de esta barbarie en la que vivimos si no acabamos con este sistema que explota y oprime a millones, reproduciendo en su provecho al patriarcado? ¿Cuántas serán las feministas que, como señalaba Alda Facio en el documento del último Encuentro Feminista en el continente, piensen que “tenemos que montarnos en el tren del futuro socialista”? 
La respuesta está en las calles de un continente donde las mujeres sufren la opresión con números y marcas ineludibles. La respuesta está en las calles de un continente donde esas mismas mujeres de la clase obrera y el pueblo pobre cortan las rutas, toman las fábricas, llenan las plazas y gritan su rebeldía. 


Bibliografía consultada 

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o Fraser, Nancy (1997): Iustitia Interrupta. Reflexiones críticas desde la posición “postsocialista”, Bogotá, Siglo del Hombre 
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o Kirkwood, Julieta (1990): Ser política en Chile. Los nudos de la sabiduría feminista, Santiago de Chile, Ed. Cuarto Propio 
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o Petras, James (2002): “El postmarxismo rampante: Una crítica a los intelectuales y las ONGs”, en www.rebelion.org 
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o Vargas, Virginia (2002): “Los feminismos latinoamericanos en su tránsito al nuevo milenio”; en AA.VV.: Feminismos Latinoamericanos: retos y perspectivas, México, PUEG 



Notas 

1 La derrota de los EE.UU. en Vietnam, el Mayo Francés, la Primavera de Praga y el Otoño Caliente italiano son algunos de los acontecimientos fundamentales en los que se observa este primer levantamiento de las masas de Oriente y Occidente contra el orden impuesto por los acuerdos de Yalta y Potsdam entre el imperialismo y la burocracia stalinista, a la salida de la IIº Guerra Mundial. En este artículo hacemos referencia a los fenómenos de la lucha de clases que se dieron en nuestro continente en el marco de esa situación internacional. 
2 Kissinger, Henry: La diplomacia, s/r 
3 A fines del 2002 se realizó el 9º Encuentro en Costa Rica. 
4 El documento “Del Amor a la Necesidad” fue elaborado colectivamente durante el taller sobre Política Feminista en América Latina Hoy, del IVº Encuentro Feminista Latinoamericano y del Caribe, Taxco, México, 21 de octubre de 1987. Participaron Haydée Birgin (Argentina), Celeste Cambría (Perú), Fresia Carrasco (Perú), Viviana Erazo (Chile), Marta Lamas (México), Margarita Pisano (Chile), Adriana Santa Cruz (Chile), Estela Suárez (México), Virginia Vargas (Perú) y Victoria Villanueva (Perú). Lo suscribieron: Elena Tapia (México), Virginia Haurie (Argentina), Verónica Matus (Chile), Ximena Bedregal (Bolivia), Cecilia Torres (Ecuador) y Dolores Padilla (Ecuador). 
5 Cifras de 1992 
6 ATEM, Asociación de Trabajo y Estudio de la Mujer 


* Una versión reducida de este artículo fue enviada para la IIº Conferencia Internacional La Obra de Carlos Marx y los Desafíos del Siglo XXI, que tendrá lugar en La Habana, Cuba, del 4 al 8 de mayo de 2004. (www.nodo50.org/cubasigloXXI/) 


viernes, 2 de agosto de 2013

Chistes piropos y minues las estrategias del macho acorralado



Diana Maffía

“¿Qué quieren las mujeres?” se preguntaba Freud, y el error de nosotras era estar expectantes a su respuesta.
Definitivamente, las feministas somos unas amargas. Vemos machismo, patriarcado, androcentrismo, homofobia, lesbofobia, transfobia y violencia incluso en las situaciones más divertidas. Eso nos pone en un raro lugar: somos víctimas de permanentes ataques simbólicos, y a la vez victimarias por arruinar con nuestras respuestas destempladas las situaciones que gran parte de la sociedad considera entretenidas, glamorosas, seductoras, caballerescas, románticas y hasta corteses. Y lo peor de la confusión es que como pertenecemos a esa misma sociedad, tales situaciones también tienen eficacia simbólica sobre nosotras, también nos reímos y emocionamos con ellas; sólo que un Pepe Grillo feminista nos susurra al oído permanentes advertencias analíticas para que no caigamos en la trampa, para que no seamos literales, para que no sonriamos amablemente –como es de esperar- a los gestos corteses.
“¿Qué quieren las mujeres?” se preguntaba Freud, y el error de nosotras era estar expectantes a su respuesta.
Mi propuesta de hoy es muy modesta. Contar algunas anécdotas, señalar algunas situaciones que encienden mi alarma, procurar tímidamente un puente comunicativo para hacer grietas en los implícitos sociales y generar vínculos que no lesionen con su reiteración a ningunx de lxs participantes en ellos.
Cuando inicié la carrera de filosofía, un profesor llamado Adolfo Carpio me dijo: “¿qué hace usted acá, no sabe que las mujeres no pueden hacer filosofía? Tiene lindos ojos, aprenda repostería y búsquese un novio”. Me ubicaba así en una disyuntiva común a muchas mujeres profesionales: o carrera o familia. La filosofía era un sacerdocio que requería no ocuparse del trajín de la vida cotidiana, por eso era para varones, que como todo el mundo sabe vienen equipados con mujeres que se dedican a las tareas de reproducción y cuidado, entonces ellos no deben renunciar a nada que les corresponda para dedicarse a la vida contemplativa. Esta deliberación es objeto de muchas indagaciones feministas, de excelente nivel, que ponen eje en el quiebre subjetivo de las mujeres que deciden innovar. Como ejemplo diré que en una investigación sobre carreras científicas de varones y mujeres, encontramos como dato significativo que el 25% de los investigadores superiores del Conicet eran solteros (su carrera era un sacerdocio) pero esa cifra trepaba al 75% en las mujeres, además de tener muchas menos oportunidades de llegar a la cima.
Muchos años después, ya doctorada y con el permanente esfuerzo de equilibrar familia y trabajo, ocupo la cátedra que fue de Carpio. Últimamente he pensado si no será un gozo enfermizo estar en este lugar, si fue una aspiración verdadera o movida por el desafío y la revancha. Y eso me lleva a reflexionar sobre los deseos de las mujeres y su concepto de éxito. Tenemos paradigmas que producen indicadores precisos de lo que la sociedad reconoce como éxito personal y profesional, y el costo subjetivo de esos indicadores para las mujeres es doble: si acompañan a un varón exitoso, es posible que tengan a su cargo la parte menos glamorosa de ese éxito vicario; si ellas mismas lo son, es posible que alcanzada la meta no encuentren la felicidad prometida sino una incomprensible insatisfacción. Para las innovadoras, que decidimos desafiar la dicotomía conciliando familia y profesión, la culpa de no alcanzar el ideal de perfección en ninguno de los roles (que obviamente requieren la renuncia al otro) es permanente.
Asi las cosas, claro, no estamos para chistes. Sin embargo nos hacen chistes! Cuando me recibí, el profesor Eduardo Rabossi me felicitó haciéndome el extraño homenaje de contarme un chiste, precisamente este: Un hombre decide contratar una prostituta. Va a su departamento y encuentra que entre los previsibles adornos sugerentes había una pequeña biblioteca. Se acerca curioso y ve en ella libros de Kant, de Hegel, de Wittgenstein…
Toma uno de ellos y ve que está subrayado y con acotaciones manuscritas. Le pregunta de quién son esos libros y la prostituta contesta que son de ella, que es filósofa. El hombre, extrañado, le pregunta cómo siendo filósofa trabaja de prostituta, y ella le contesta: “tuve suerte”.
Fin del chiste. No me reí. Quedé como una amarga con mi profesor de derechos humanos.
Una brillante alumna mía, muy linda, terminó su carrera y no logró una beca o una plaza docente para comenzar a trabajar. Terminó de mesera en un restaurante muy caro de Puerto Madero, en plena era menemista, al que concurrían políticos y empresarios favorecidos por el gobierno (dicho sea de paso, algunos siguen concurriendo y siguen siendo favorecidos, pero ese es otro tema). Uno de los clientes en particular era muy pesado, con comentarios subidos de tono sobre su aspecto físico dichos a los gritos y festejados por sus contertulios. Un día mi alumna decidió contestarle con una frase de Nietszche. El diputado, sorprendido, le preguntó de dónde había sacado eso y ella le dijo que era filósofa. La pregunta fue inmediata: “¿y qué hacés trabajando aquí?”, y la respuesta de ella también: “esta es laArgentina en la que vivo, yo soy mesera y usted es diputado”. Los contertulios festejaron el chiste, el político no se rió, ella sintió una satisfacción interior que duró poco porque ese mismo día la echaron de su trabajo por hacer comentarios indecorosos a los clientes.
¿Podemos reaccionar a la violencia de los chistes y los comentarios que nos ponen como objeto pasivo de frases soeces bajo la pretensión de ser piropos, cuando todo el sistema opera contra nuestra vivencia de esas situaciones? La observación rompe un código, a veces violentamente, y entonces pasamos de víctimas a victimarias. A veces ni siquiera tenemos la oportunidad de intervenir, porque la frase se refiere a nosotras pero se pronuncia entre machos en un intercambio que nos excluye y que tiene que ver con el derecho de propiedad. Porque como decía Locke en “Dos Tratados sobre el Gobierno”, para justificar filosóficamente la necesidad del pacto social que dio origen al Estado Liberal Moderno, la violencia entre los seres humanos es consecuencia de la lucha por la propiedad; y hay dos cosas que producen el máximo conflicto entre los seres humanos: la propiedad de la tierra y la propiedad de las mujeres. El pacto social, precedido del pacto sexual, reguló ambas propiedades dando origen a la familia nuclear y garantizando así la legitimidad de la progenie para cuidar la herencia en la acumulación de capital.
Los ambientes ilustrados no están libres de estos métodos disciplinadores del lugar de las mujeres. Cuando finalizaba la dictadura, comenzamos en la UBA un movimiento de estudiantes y graduados que permitiera recuperar las autoridades legítimas una vez alcanzada la democracia. Se creó así una Asociación de Graduados que hizo su primera elección. Los candidatos a presidirla éramos Silvio Maresca, un filósofo muy ligado a la política del peronismo , y yo, una pichi. Inesperadamente gané esa elección, y entonces Silvio le dijo a mi marido, también graduado en filosofía: “te felicito, ahora tenés una mujer pública”. No me lo dijo a mí, se lo dijo a él, que recibió así la advertencia de que un hombre que deja que su mujer circule por los espacios de poder de la política debe aceptar que reciba el calificativo con el que se describe a una prostituta: una mujer pública, una mujer de la calle, una mujer que no es de su casa y por eso ha renunciado a ser de un hombre para estar disponible para cualquier hombre.
Y así seguramente se lo enseñan a los hombres. Los cuerpos que circulan en la calle son cuerpos disponibles, y si no dan señales inequívocas de recato son cuerpos abordables sin permiso por el solo hecho de estar allí. Abordables físicamente y simbólicamente, con manoseos o con pretendidos
piropos que nos ponen en situación de presa y a ellos en situación de dominio.
Salgo de mi casa un día de lluvia para un acto protocolar a la mañana, vestida con más cuidado que de costumbre. En la vereda hay un hombre acostado sobre unos cartones, totalmente borracho, harapiento que daba pena, y cuando paso me dice: “te haría cualquier cosa”. Ese hombre que no  podia ni siquiera ponerse en pie, abandonado de todo, no había perdido sin embargo su poder patriarcal sobre mí, su poder de incomodarme y ubicarme en una situación pasiva que sólo podía ser respondida de modo desagradable o cambiando el código. Otras veces lo he hecho, ante ese habitual comentario “decime qué querés que te haga, mamita” pararme, mirarlo y decir: “recordame el teorema de Göedel”, o “recitame la Odisea en griego”. La respuesta produce pavor, la mirada del piropeador se llena de espanto: la violenta soy yo.
Los comentarios sobre nuestro aspecto físico nos desvían de nuestro lugar de interlocutoras a objeto. Incluso cuando pretenden ser amables nos están sacando de la relevancia del argumento para poner de relevancia nuestro cuerpo sexuado. A veces la violencia es más explícita, y cuesta menos verla. En una manifestación docente donde hay represión policial encuentro a un diputado kirchnerista con sus asesores. Me pregunta con ironía qué hago allí, y yo le digo qué hace él que no está procurando que su gobierno no reprima la protesta social. El, molesto y bajando un poco la mirada de mi cara me dice “¿por qué te pusiste ese escote?”, sus compañeros se ríen, yo le repregunto “¿qué te pasa, extrañás a tu mamá?”, sus compañeros se ríen más. La violenta soy yo que lo pongo en ridículo ante sus subordinados.
Otras veces el comentario es menos burdo, y simplemente nos retrae del lugar donde nos habíamos instalado. En una sesión legislativa salgo de mi banca y me acerco a un diputado del hemiciclo opuesto para reprocharle uno de los mil modos de mala praxis legislativa que acostumbran. Mientras le estoy diciendo que faltó a su palabra me interrumpe: “ahora que te veo de cerca, qué lindos ojos tenés”. ¿Tengo que alegrarme, sentirme orgullosa de algo en lo que no tengo ningún mérito, cambiar mi enojo por un agradecimiento a su observación gentil? Opto por reprocharle doblemente su falta de palabra y el comentario desubicado y quedo como una amarga. La víctima es él: dijo algo agradable y se encontró con mi respuesta destemplada.
La filósofa mexicana Graciela Hierro, especialista en ética feminista, nos advertía sobre estos modos que toma el patriarcado para imponerse a los que llamaba “el trato galante”. Socialmente aparecen como un signo de caballerosidad, pero nos ubican en un papel de debilidad, de objeto de tutela, de incapacidad, de pasividad superlativa. Los usos sociales están llenos de mandatos que los varones pueden tomar como lo que se espera de ellos, y muchas mujeres como signos de protección masculina.
Mañana se cumplen 60 años del voto femenino. Quizás sea oportuno recordar que hasta ese momento el código civil nos ponía con los incapaces, los presos, los dementes y los proxenetas para fundamentar nuestras ineptitudes para la política. Cuando luego de muchos años de lucha del socialismo feminista, y por expresa voluntad de Eva Perón, la ley de sufragio femenino finalmente llega a un recinto formado exclusivamente por varones, los argumentos en contra cubrieron  todo el arco: desde señalar la natural incapacidad de las mujeres para la vida pública, a decir que ibamos a votar lo que nos dijera el cura y la iglesia iba a aumentar así su poder político, o ensalzar las más altas virtudes femeninas que nos destinan a la excelsa tarea divina de cuidar a nuestras crías (lo que logicamente está reñido con la disputa electoral), o describir la politica como un pantano donde no debería posarse el delicado pie que cual pétalo de rosa sostiene nuestra gracia, y como último recurso generar pánico recordando que nos volvemos locas una vez por mes y así existía la alta probabilidad de que en ese estado de enajenación temporal una cuarta parte de nosotras esté a la vez menstruando y decidiendo los destinos de la patria.
Para esos patriarcas de la democracia, que ya contaba con una “ley del voto universal y obligatorio” que no sólo nos excluía del universal sino que no
registraba siquiera la exclusión, eso éramos las mujeres. Ellos sí tenían una respuesta, no como Freud que nos dejó esperando.
Procurando hacer un ejercicio de empatía, comprender cuál es la reacción de quien tiene esta visión de las mujeres ante los avances que el feminismo nos ha procurado en tantos órdenes de la vida, pienso que hay una percepción de cierta masculinidad de estar en retroceso. Una vivencia del poder sustancial y del territorio que torna amenazante el ingreso de las mujeres a las instituciones y a la vida pública, todavía ahora. La pérdida del monopolio
de la palabra no alcanza para abrir el diálogo. El diálogo tiene condiciones lógicas, semánticas, éticas y políticas, no se trata de hablar por turno y menos aún de arrebatar el micrófono. Y ni hablar si se usan dos micrófonos, como hace la presidenta desde el atril!
Eso es lo que llamo “el síndrome del macho acorralado”, que es victimario violento y a la vez víctima, que me desvela cuando pienso en las formas de lograr una sociedad incluyente de verdad,y  que me inspira para decir toda vez que puedo a modo de letanía pedagógica que “cuando una mujer avanza, ningún hombre retrocede”.