lunes, 23 de septiembre de 2013

Luchemos contra la trata



Carolina Vásques Araya 

El Día Internacional contra la Explotación Sexual y el Tráfico de Mujeres, Niñas y Niños que se evoca cada 23 de septiembre fue instaurado por la Conferencia Mundial de la Coalición Contra el Tráfico de Personas en coordinación con la Conferencia de Mujeres que tuvo lugar en Dhaka, Bangladesh, en enero de 1999. Su creación tuvo relación con la celebración de una fecha argentina: la del 23 de septiembre de 1913, cuando fuera promulgada la ley 9.143, primera norma legal en el mundo contra la prostitución infantil.


A pesar de ser uno de los crímenes más extendidos en la región centroamericana, poco se habla de la trata y menos aún se conocen sus características. Por tal razón, tampoco existe una incidencia de denuncia acorde con el volumen de sus operaciones. En muchos casos, las familias confunden un acto de trata con una decisión voluntaria de la víctima, quien en cambio ha sido objeto de violencia, engaño y presiones por parte de los miembros de estas redes.

Para aclarar el concepto, es conveniente citar la definición de este crimen según el protocolo de Palermo: “Trata es la captación, transporte, traslado, acogida o recepción de personas recurriendo a la amenaza, al uso de la fuerza, rapto, engaño, fraude, abuso de poder o de una situación de vulnerabilidad, con fines de explotación sexual, laboral o de otra índole”.

Y continúa: “Esa explotación incluirá, como mínimo, la explotación de la prostitución ajena u otras formas de explotación sexual, los trabajos o servicios forzados, la esclavitud o las prácticas análogas a la esclavitud, la servidumbre o la extracción de órganos”.

Las estrategias de los tratantes son de una pasmosa precisión y eficacia. Aprovechan las debilidades de las víctimas, como alguna situación de maltrato familiar, un evento catastrófico que haya colocado a la comunidad en situación de caos y vulnerabilidad; pero, sobre todo, el bajo nivel educativo de sus objetivos potenciales, deficiencia ampliamente extendida entre la población a todo lo largo y ancho del territorio nacional.

La permeabilidad extrema de las fronteras y la participación de autoridades del aparato estatal en el negocio, facilitan el tráfico de personas hacia otros países. Esta situación empeora en gran medida la situación de las víctimas y hace casi imposible su localización y recuperación. Los volúmenes de efectivo que se mueven entre las manos de los tratantes constituyen, además, un blindaje sólido contra cualquier intento de denuncia o investigación por parte de los familiares de las personas secuestradas por estas redes.

En países como Guatemala, agobiados por la violencia criminal, el narcotráfico, la corrupción y sobre todo la inestabilidad política —no existen estructuras partidarias sólidas y sostenidas por una ideología— estos delitos tienen muchas oportunidades de lograr una completa impunidad. El poder de estos carteles es muy superior al de los cuerpos de seguridad del Estado y, por tal motivo, se precisa un mayor involucramiento de la sociedad para incrementar la denuncia y movilizar las operaciones de búsqueda de niñas, niños, adolescentes y mujeres cuyo destino se desconoce.

elquintopatio@gmail.com

Fuente: Prensa Libre Guatemala 

Las esclavas invisibles

Una prostituta salvadoreña se maquilla antes de salir a bailar en el club Calipso, en Cacahuatán, Chiapas. (E. P.)



Texto: Óscar Martínez Fotos: Edu Ponces y Toni Arnau
Febrero de 2009, estado de Chiapas.
Periodismo Humano

Lo más extraño para el observador es que termina por acostumbrarse. El miedo se convierte en impotencia, luego en rabia y al final en conformismo. La sordidez de las vidas de estas mujeres que conviven en los burdeles del sur de México se ve amortiguada por sus espeluznantes pasados. En ellos nada era normal, el sexo se parecía más a la violación; la familia, a los victimarios; y el cuerpo, a una tarjeta de salida de un infierno hacia el otro. Todo cruzado por esa fina red de coerciones a la que llaman trata. Centroamericanas migrantes atrapadas en la prostitución, lejos del Norte y de esa entelequia llamada el sueño americano.

Ríen con saña en la mesa del fondo. En una esquina de este galerón de metal, asbesto y malla ciclón, en la última mesa de plástico blanco, las tres mujeres se desternillan al recordar la noche anterior. La razón de la algarabía no queda clara. A unos metros de ellas, solo una frase logra escucharse completa: “Cayéndose andaba el viejo pendejo”. Y las risotadas vuelven a estallar. Es difícil imaginar que esas mismas mujeres escandalosas son las que luego llorarán al hablar de su pasado, al recordar cómo llegaron aquí.


Se ríen de un cliente que anoche, en su intento por bailar con una de ellas y alcanzarle una nalga, un pecho o una pierna, daba tumbos por el antro, hasta que terminó en el suelo.


El centro botanero (así llaman en la zona a estas cervecerías) donde resuenan las carcajadas es un predio techado de unos 50 metros de largo por 20 de anchura, con 35 mesas blancas y piso de cemento. Las 25 muchachas que trabajan aquí han empezado a llegar. Al fondo, desde la barra de cemento, ya se despachan baldes de cervezas y pequeños platos con trocitos de carne de res o diminutas porciones de sopa o alitas de pollo. La botana.


Las que ahora al mediodía aparecen por la calle de tierra que llega hasta la puerta del local son ficheras, meseras que trabajan por fichas. Literalmente. Círculos de plástico que les dan por cada cerveza que un cliente les invita. Al final de la noche, cuando falte poco para que el cielo claree, irán a la barra y cobrarán las fichas que se han ganado bailando con los clientes o sentándose en sus piernas o solo escuchándolos. Cada cerveza, si es para ellas, cuesta 65 pesos (unos 6 dólares). Y si no hay cerveza, no hay compañía. Pero las que se ríen al fondo son bailarinas. Esperarán a que llegue la noche para subir al escenario del antro de al lado, conectado al centro botanero por un traspatio terroso, y bailar dos piezas retorciéndose en el tubo de metal hasta quedar desnudas.


A este centro botanero lo llamaremos Calipso, uno más entre las decenas de antros que retumban cada noche en esta zona. No diremos dónde se ubica porque ese fue el trato para entrar en él. Pero el sitio exacto es lo de menos. Calipso está en una de las bautizadas como zonas de tolerancia de la frontera entre México y Guatemala. Está del lado mexicano. Todos son iguales, con las mismas dinámicas y la misma carne. Decenas de antros de prostitución y bailes eróticos que hacen de estos pueblos y ciudades sitios frecuentados por animales de la noche. Tapachula, Tecún Umán, Cacahuatán, Huixtla, Tuxtla Chico, Ciudad Hidalgo… Todas son poblaciones donde la diversión huele a baratos aceites de fruta mezclados con sudores, tabaco y alcohol. Todos son antros donde el sexo es lo que vende. Y todos, también el Calipso, son sitios en los que es muy complicado encontrar a una mexicana, pero donde las hondureñas, las salvadoreñas, las guatemaltecas y las nicaragüenses abundan. Aquí, a pesar de estar en México, la mercancía, como se suele llamar a las chicas, es centroamericana.


Espectáculo erótico en el club Calipso. Muchas de las centroamericanas que traban en esta zona son víctimas de trata de blancas (E. P.)
Los dueños manejan con hermetismo sus sitios. A fin de cuentas, emplean centroamericanas indocumentadas, y la mayoría de lugares tienen un ala con pequeños cuartuchos donde esas mujeres, tras bailar en la barra, tras fichar con un cliente, terminan encerradas con él, no sin que este antes pague en la barra por el servicio. Por ocuparla. Aquí, en esta frontera, las prostitutas, para decir que estaban en uno de esos cuartos, dicen “Me ocupé”. Como si hablaran de dos, una que maneja a la otra, como si el cuerpo que tuvo sexo con ese hombre fuera un títere que ellas ocuparon para el momento.

A Calipso llegué de contacto en contacto. De una ONG que pidió no mencionar su nombre en este reportaje a Luis Flores, representante de la Organización Internacional de las Migraciones (OIM), a Rosemberg López, el director de Una Mano Amiga, que trabaja en la prevención del VIH, y que conocía a la administradora del Calipso porque es uno de los antros donde lo dejan dar sus charlas. Él intercedió y ella cedió, luego de una conversación cara a cara y de repetir varias veces las razones, intenciones y temas de los que se hablaría con las muchachas.

Aun así, esta administradora es una aguja en este pajar. En otros bares ni a Rosemberg le permiten entrar, y ya ha habido intentos de linchamiento contra periodistas que han querido filmar las zonas de tolerancia. Esta administradora no solo accedió, sino que se encargó de decir a las muchachas que no tenían por qué desconfiar, que no se trataba de ningún policía encubierto. Una aguja.

El ostracismo se ha convertido en un firme candado ahora que un viejo pero desconocido fantasma atormenta a muchos dueños de bares queprostituyen a niñas y mujeres centroamericanas contra su voluntad. Desde que en 2007 se aprobó la ley para prevenir la trata de personas, las organizaciones civiles han aumentado su presencia en foros, y el título “trata de blancas” suena cada vez más. Y ese título no significa otra cosa que el tráfico de mujeres jóvenes para dedicarlas a la prostitución sin su consentimiento. Y ese fantasma es viejo porque la trata ocurre en esta frontera desde hace décadas. Pero sus mecanismos son finos, y su telaraña, difícil de descifrar.

Lejos de la imagen prejuiciosa que uno puede generarse –hombre mal encarado custodia a niñas enjauladas–, la trata en esta frontera es un complejo sistema de mentiras y coerciones que ocurre a diario y de espaldas a la vida de los habitantes de estos sitios. Por eso es tan importante hablar con las chicas de Calipso, porque ellas ayudan a entender sobre el terreno este mundo donde la trata es un fantasma. Víctimas o no, ellas contarán lo que deseen. Desconfiadas con toda razón y reservadas ante la palabra trata, una a una, esas tres mujeres que aún se desternillan se sentarán a regalar sus testimonios alrededor de una mesa.

Sola en el mundo

                                                                            (E. P.)

Las carcajadas más estruendosas sin duda son las de Érika, un nombre ficticio, como todos los de las prostitutas con las que hablaremos. Un fino chorro de voz con un deje infantil que aumenta en volumen hasta convertirse en una risa aguda que sale de una boca abierta de par en par y es acompañada por el palmeo de sus manos. Tez blanca, cabello rojizo, rizado, sostenido hacia atrás por una diadema. Hondureña, de Tegucigalpa. 30 años. Bailarina. Rolliza, de piernas y torso grueso, pero de cuerpo curvilíneo. Bajita y alegre. Burlona.
“A ver, papaíto, ¿qué es lo que va a querer? ¿En qué le podemos ayudar?”. Érika se sienta en la mesa. Pide una cerveza. Es la 1:30 de la tarde. Después de esta, tomará una tras otra hasta más allá de la medianoche.

Salió de su país con 14 años y dejó a los dos gemelos que parió cuando tenía 13. “Iba para el Norte.” Y el Norte en este camino siempre es Estados Unidos. “Lo que todos buscamos, una mejor vida.” Venía con otros cinco niños. A ellos “les pasaron accidentes, y mucho escuchamos que a las mujeres las violaban”. Érika prefirió quedarse en Chiapas. Lo hizo en Huixtla, un municipio de esta zona de burdeles, de este triángulo donde habita ese fantasma del que pocos, muy pocos hablan con claridad. Llegó un lunes o miércoles, no lo recuerda bien. Llegó al hotel Quijote a pedir trabajo.

—¿Pero cómo una niña de 13 años queda embarazada y decide migrar?
Érika voltea a ver hacia atrás, hacia la mesa de donde siguen saliendo risotadas. En Calipso hay otras dos mesas llenas. En una de ellas, los hombres ya bailan con dos ficheras, y las alitas de pollo y trocitos de carne son despachados con prisa desde la barra.

—Salgamos de aquí, no me gusta que me vean llorar mis compañeras.
En este mundo de piedra las lágrimas son un defecto.
Afuera es una calle de tierra que se dirige hacia otro antro. Un callejón sin salida. Adelante, un burdel más y una casa de huéspedes. Un eufemismo para llamar al complejo de cuartos donde las prostitutas llevan a sus clientes.
—Es que nunca conocí a mi familia. O sea, que yo soy de Honduras, pero soy de esa gente que no tiene papeles pues. Nunca tuve un acta de nacimiento. O sea, como si uno fuera un animal.

Le contaron que su mamá trabajaba en el mismo ambiente. “En la putería, como yo”. Dice que cuando era un bebé, su mamá la regaló a una señora que se llama María Dolores. Y de esa señora Érika se acuerda muy bien. “Esa vieja puta tenía siete hijos, y nosotros, mi hermanito gemelo y yo, no éramos como sus hijos, sino como sus esclavos.” Hermanito le dice siempre, aunque él sería un hombre de 30 años ahora, si no hubiera muerto cuando tenía 6.


¿Cómo era su vida? De esclava, como dice ella. Con cinco años, el trabajo de Érika era ir por las calles de su comunidad vendiendo leña y pescado. Si la niña regresaba con algo, si Érika no lograba venderlo todo, le esperaba María Dolores con un cable eléctrico y la azotaba hasta abrirle surcos en la espalda. Luego cubría esas heridas con sal, y obligaba a su hermano a que se las lamiera. Un día de esos, un día de lamer su espalda, su hermano murió ahí, en el suelo donde ambos dormían. De parásitos, dijeron. Érika está convencida de que esos parásitos salieron de los surcos de su espalda.


Llora y rechina los dientes con rabia. Al lado se estaciona una camioneta. Tres clientes más entran a Calipso.


—El día que mi hermano se murió yo también enfermé, me llevaron al hospital, y nunca más me llegaron a traer. Después de eso, empecé a vivir como un borrachito de la calle, entre basureros.

Cuarto de una mujer centroamericana que trabaja en el prostíbulo El Bambi, en Ciudad Hidalgo, Chiapas (T. A.)
Dos años anduvo así. Vendiendo esto, cargando aquello, pidiendo por ahí, durmiendo en cualquier esquina. A los 8 años se topó con María Dolores, la señora de los latigazos, que la convenció de volver a su casa. “Yo estaba chiquita, no entendía muy bien, así que me fui con ella”. Los golpes disminuyeron, pero la vida empeoró. Omar, uno de los hijos de la señora, tenía ya 15 años, y Érika empezó a ser violada por el muchacho.


—Por eso yo me pregunto: ¿cómo voy yo a entender de sexo normal si me acostumbré a que él me amarraba de pies y manos y entonces me hacía el sexo?


Sentada en un bordillo de la calle de tierra, sollozando afuera de Calipso, Érika empieza a dibujar el perfil de las migrantes centroamericanas que dan vida a la noche fronteriza. Muchas de ellas sin estudios, provenientes de una vida de desintegración familiar, maltrato y agresión sexual, llegan niñas a los burdeles, incapaces de distinguir entre lo que es y lo que debería de ser. Carne de cañón.


“Si no partís de la realidad social de nuestros países, no vas a entender”, me había explicado el guatemalteco Luis Flores, encargado en Tapachula de la OIM, que desarrolla proyectos en la zona y atiende a centroamericanas víctimas de trata. Convertidas en mercancía. “Vienen violadas, acosadas, de familias disfuncionales, donde muchas veces su padre o su tío las han violado. Muchas nos han dicho que ya sabían que en este viaje las iban a violar, que es una cuota que hay que pagar. Se calcula que ocho de cada diez migrantes mujeres de Centroamérica sufren algún tipo de abuso sexual en México, según el Gobierno guatemalteco (seis de cada diez, según un estudio de la Cámara de Diputados mexicana). Viajan con eso, sabiendo que las abusarán una, dos, tres veces… El abuso sexual perdió sus dimensiones. Desde ahí entendé el fenómeno de la trata. Saben que son víctimas, pero no se asumen como tal. Su lógica es: sí, sé que esto me pasa, pero ya sabía que me pasaría.”


Hay, como dice Flores, una expresión acuñada en este camino de los indocumentados: cuerpomátic. Hace referencia a la carne como una tarjeta de crédito con la que se puede conseguir seguridad en el viaje, un poco de dinero, que no maten a tus compañeros, un viaje más cómodo en el tren…


Érika, la niña violada desde los 8 hasta los 13, parió a sus dos gemelos cuando le faltaban seis meses para cumplir los 14. El relato de pandemónium sigue, como si su única continuidad posible fuera empeorar.


—Yo no sabía qué era el embarazo, solo sentía que engordaba. La señora me acusó de puta. Le dije que era de su hijo. Y me dijo que yo era como mi madre, una prostituta, y que yo también iba a dejar a mis hijos como perros. Entonces, me volvió a tirar a la calle. Me sacó desnuda, como por cinco cuadras, del brazo, hasta el parque, ahí me dejó, y desde ahí tuve que volver a empezar.


Y volver a empezar fue volver a la limosna, a la basura, a las esquinas. Ahí parió, en esas calles, y entonces decidió probar suerte. Dejó a sus hijos con una vecina de la que durante años fue su verdugo, y emprendió el viaje hacia Estados Unidos con otros cinco niños. Ahí es cuando, tras escuchar que este es un camino de muerte y vejaciones, tras ver a sus amigos mutilados, decidió quedarse. No sabe si fue un lunes o un miércoles cuando llegó al hotel Quijote.



Cuarto de una mujer centroamericana que trabaja en el prostíbulo El Bambi en Ciudad Hidalgo, Chiapas. (Toni Arnau)

“La mayoría empieza como meseras comunes. Luego se hacen ficheras y terminan prostituyéndose, generalmente llegan hasta ahí con engaños”, explica Flores una lógica que también se podía leer en el libro del investigador Rodolfo Casillas, “La trata de mujeres, adolescentes, niños y niñas en México, un estudio exploratorio en Tapachula”. En este texto también se establece el escandaloso rango de edad desde el que se prostituye a las niñas: “De 10 a 35 años, difícilmente de más. Aunque el problema de la trata se recrudece entre las que son menores de edad, principalmente las que tienen entre 11 y 16 años”.

Desde el restaurante del hotel Quijote Érika escuchaba propuestas.

—Llega un cabrón y me dice: “Vámonos, yo te consigo lugar en un bar, vas a ganar más”. Entonces si te apendejás, sí es un problema. Un montón de hombres te dicen eso: yo te alojo, te consigo papeles, te consigo trabajo, pero vas gastando en comida, transporte, hospedaje.

La bailarina hondureña se guarda sus detalles. Como la mayoría de testimonios de trata, se cuentan en tercera persona, y nunca se sabe si un relato de otra es un trozo de la autobiografía de la que habla. Incluso entre ellas la trata es un fantasma. Si le ocurrió, le ocurrió a otra.


Érika asegura que no se dejó engañar. “No me apendejé”. Que fue ella, por su propia voluntad, la que dejó el Quijote y se fue a un antro. Que aquella niña con un parto fresco se plantó frente a la dueña del local y le impuso sus reglas: “Yo vengo a trabajar de bailarina, pero no me vas a tener encerrada como a las demás. Yo no soy pendeja. Aquí trabajo cada noche, termina, y me pagan de una vez. Es que como me crié en la calle, sé defenderme”.

Entonces, hay que preguntar por las otras.
—¿Cómo tenían a esas otras mujeres?
—Estaban encerradas, no las dejaban salir. Solo un tiempo de comida les daban. El hombre que las llevó ahí les dijo: “Buena onda, vas a trabajar, pero tenés que pagar”. Es que la persona que te lleva pide un dinero por una al dueño del bar, y eso te lo va a sacar el del bar a ti. Te llevan a venderte, pues. A mí nunca me hicieron eso. A las demás sí, porque son pendejas.


(Toni Arnau)


Esta razón se repite como justificación de los testimonios: la culpa es de las que se dejan. Pero las que se dejan, como explica Flores, son muchachas inocentes, sin educación, que no saben de denunciar nada, que son fáciles de amenazar. ¡Si te escapás, llamo a Migración y te meten presa! “Es un problema de docilidad”, dice el guatemalteco. De 250 migrantes violadas que la OIM detectó en un proyecto de atención, solo 50 se dejaron asistir, no denunciar, sino ser asistidas médica y sicológicamente. El resto asumió que era inútil, que les volvería a pasar, que faltaba mucho camino.
El mundo de la migración, aunque hay actos de solidaridad entre migrantes centroamericanos, es un mundo de sálvese quien pueda. El camino es duro, y los momentos para la ternura son escasos. Muchas de las reclutadoras de carne nueva para los prostíbulos son las mismas centroamericanas que contra su voluntad llegaron a trabajar en ellos y que, años después, reciben algún dinero por ir a convencer a otras muchachas en sus pueblos, a prometerles lo que a ellas les prometieron: serás mesera y ganarás bien.

Flores tiene un nombre para esto: efecto espiral. “Yo, hondureña, salvadoreña, guatemalteca, llegué aquí a los 15, tuve que pasar por eso, y ahora tengo mi empresa que es hacerle eso mismo a otras.”

Érika recuerda con asco sus primeros días de prostitución. Aquellos cuando dentro del antro cerraba el trato con el cliente con el que fichaba, y se iban al motel de enfrente durante media hora. Con la habitación inundada por el olor a cerveza y sudor se dejaba hacer. Y ellos a veces creían que eran sus dueños por esa media hora, que ella era como una casa y ellos la habían alquilado durante ese tiempo, y la podían habitar como les placiera. Y recuerda que aquello, muchas veces, terminaba en lo que ella de niña tan bien conoció: golpes, insultos.

Se observa los ojos reflejados en el pequeño espejo circular que sacó de su cartera. Aspira con fuerza el cigarrillo mientras mira a la nada, como si cambiara de registro para volver de un pasado de ignorancia a un presente de costumbre. Lleva 16 años en esto. Desaparece la vulnerabilidad. Vuelve la misma mujer burlona y se despide chocando la mano y después el puño cerrado. Entra a Calipso contoneando su cuerpo blanco y curvilíneo.

Casillas y Flores explican que las hondureñas y salvadoreñas se cotizan bien en estos negocios porque, a diferencia de las mexicanas de esta zona indígena del Soconusco chiapaneco o de las pequeñas mujeres morenas de la autóctona Guatemala, las primeras tienen cuerpos menos compactos y tez menos oscura.
A las 3 de la tarde, Calipso está más lleno. Otro grupo de hombres regordetes ha llegado al centro botanero a ocupar otra mesa. La música pop de la rocola contrasta con el ambiente de bigotes espesos y barrigas prominentes. Keny entrega lo que lleva en una bandeja a una de las mesas, y la administradora la intercepta. Habla con ella un momento, y la salvadoreña de pequeños ojos negros y redondos camina hacia mi mesa.
Esto no ocurre en todos los lugares. Calipso, dentro de lo que cabe, es un buen sitio para trabajar. Aquí, los proxenetas no deciden sobre ninguna de las chicas. Si quieren hablar, hablan. Si quieren ocuparse, se ocupan. Nadie las obliga. En otros sitios, incluidos los lugares públicos, sobre cada centroamericana que se ofrece hay dos ojos puestos.

En una ocasión, recuerda Flores, mientras intentaba entrevistarse con estas mujeres, se acercó a una que hacía esquina en la plaza central de Tapachula. Le explicó que estaba recopilando entrevistas para su organización, que si podían hablar. La respuesta de la chica fue la de una persona bajo vigilancia. “No puedo, me pega mi patrón”, se excusó emulando con sus gestos la negociación con un cliente. Sonrisa, no, no, gracias, adiós.

Keny pide agua. Las cervezas las tomará más tarde. Hoy es viernes, y el rendimiento de la noche es casi tan importante como el del sábado para sacar buenos pesos. La diferencia es que el viernes llegan los oficinistas, que descansan los dos días del fin de semana; el sábado en la noche, en cambio, muchos obreros acuden a cerrar su semana de trabajo abrazados a una centroamericana.

Desterrada dos veces

La voz de Keny es un susurro. Un sonido reconfortante que proviene de algún lugar muy profundo de su caja torácica. Un punto ronca y desgastada, arrastra pausadamente su voz y cierra sus pequeños ojos negros cuando desea hacer un énfasis. Por ejemplo, cuando dice: “Estoy aquí porque no tengo a nadie en otro lado”. Y deja caer los párpados y se alacia su cabellera larga y negra.

Su vida estuvo marcada por ese enorme imán que tira desde arriba a Centroamérica. Cuando era apenas un bebé, su abuela emprendió camino. Cuando tenía 4 años, su papá se fue para el Norte. Cuando tenía 14, una mañana despertó, y su mamá tampoco estaba. Se fue para arriba. Cuando cumplió 15, su hermana mayor también fue atraída. Ella quedó en manos de unos tíos.

Sala de baile de El Bambi (T. A.)

Pero resume, y resume mucho, “esos tíos no me daban de comer, se quedaban el dinero que mi papá mandaba y me criaban a golpes”. Su abuela, que bajó uno de esos días con papeles estadounidenses, vio el régimen en el que su nieta vivía y prefirió sacarla de ese martirio y entregarla a unos amigos para que la cuidaran. El cambio no cambió nada. Con esa familia estuvo hasta los 16, cuando la señora murió de un infarto. A partir de entonces, el señor o la golpeaba o la tocaba. Llamó a su hermana mayor –tres años mayor–, que en su intento por llegar a Estados Unidos, recaló en Ciudad de Guatemala, con dos hijos más del que ya llevaba.

Ahí, en la Zona 7 de esa capital, vivió solo unos meses con su hermana y su cuñado. Un ataque de celos de su hermana terminó en una pelea, donde a Keny casi le arrancan un pecho con un cuchillo. “Me dejó irreconocible, y me tiré a la calle, a trabajar de mesera en una cantina.”

Trabajó en una y en otra. Llegó a Puerto Barrios, a probarse como bailarina en el Hong Kong, todavía con una camisa con el estampado de un dinosaurio de caricaturas en medio. Ahí, entre burlas, sus compañeras le enseñaron a bailar, a conquistar hombres cada noche, a fumar marihuana y crack, a maquillarse, a aspirar cocaína y a tomar, a tomar mucho. “Salí de ahí con camisas muy escotadas.”

Del otro lado de la frontera, del lado mexicano, una de las chicas del Hong Kong regresaba de tanto en tanto con más dinero del que ganaban las bailarinas en Puerto Barrios. “Es que en Huixtla pagan más”, les decía a las más jóvenes, como Keny, que tenía 17. Y se entusiasmó.
Terminó en México, en un antro de Cacahuatán, El Ranchón, durante años muy famoso, y ahora cerrado porque algunos clientes vendían droga. El Ranchón está por revivir este año. Ahora, se llamará Ave Fénix.

Keny lleva siete años moviéndose de lugar en lugar, de Huixtla a Tapachula y de ahí a Cacahuatán. De antro en antro en antro.
—¿Te prostituís o solo fichás?
—Lo hice al principio. No me gustó porque es estar con alguien por quien no sientes nada. No sabés qué persona te vas a encontrar adentro del cuarto. Hay quienes te golpean. Me ha pasado que ya estando en el cuarto se comienzan a poner agresivos, y una a veces se niega, y ellos empiezan con los golpes. Ahora solo me quedo con la bailada, las fichas, la bebida.

Las tarifas varían en esta frontera de prostitución. Una jovencita vale más que una vieja. Y aquí jovencita es sinónimo de menor de edad, y una vieja es la que pasa de los 30. Las demás son el montón.

Una de estas tardes, de regreso de una entrevista en Tapachula, abordé un taxi y pregunté al chofer por muchachas jóvenes, de unos 20 años, que se prostituyeran. Se llevó la mano a la frente, y respondió: “Tarde, amigo, con mi primo teníamos un negocio de muchachas. Las llevábamos a hoteles y casas, todas jovencitas, pero no de 20, de 14 o 15 te conseguíamos, mexicanas y hondureñas, y te las llevábamos a tu hotel. Dos horas por 1,500 pesos (unos 150 dólares). Yo me quedaba la mitad”.

Las tarifas varían. A más edad y más rasgos indígenas, se cobra lo más bajo, unos 400 pesos la media hora. A menos edad y tez más blanca, la tarifa puede llegar a 2,000 pesos. Flores, el de la OIM, tiene su propia ecuación: “Migrante más indígena más guatemalteca es igual a sirvienta o prostituta de bajo cobro. Migrante más hondureña más jovencita es igual a lo que llaman edecán o teibolera”.

En Calipso la música pop ha dado paso a canción norteña de El Gallo de Oro, Valentín Elizalde. La conversación continúa.
—¿Era cierto lo que te dijo tu colega en el Hong Kong? ¿Ganás más aquí que en Guatemala?
—Sí, definitivamente. A veces vengo a trabajar de mesera de día y bailarina en la noche, y hago unos 1,000 o 2,000 pesos diarios.

En la frontera hay una casa de atención a mujeres que han sido víctimas de violación y trata cuando subían hacia Estados Unidos. Sus encargados hablaron del tema, pero pidieron no ser identificados como institución. “Ya sabe, hay muchas mafias metidas en esto”, argumentaron. Dijeron que, de todos los casos atendidos, había dos razones principales por las que las mujeres decidían quedarse, no escapar. Uno de esos motivos es que siempre ganan más que lo que ganaban en Centroamérica. Luego de un mes de estar forzadas, explicaron, empiezan a resignarse, y a verle el lado amable, a ver que tienen dinero para mandar a sus casas, y se dejan caer en esta vida de noche, de vicios, y su vulnerabilidad inicial se convierte en un carácter de piedra. Y terminan revestidas por un caparazón que las protege de toda la porquería que tienen que enfrentar.
—¿Y tu familia sabe dónde estás?
—Me comunico solo con mi padre, pero no sabe en lo que estoy. Mi hermana lo sospecha. Cree que soy mesera, no saben que bailo, que he llegado a ocuparme. Tengo que irme a El Salvador, no quiero que mi hijo de 9 meses crezca y me vea así, pero por mi cuenta. Allá nadie sabe cómo soy. Aquí todos conocen lo que he hecho. Allá solo seré otra madre soltera. Mi familia no puede enterarse de esto. No lo entendería.


Cuarto de una mujer que trabaja en el prostíbulo El Bambi (T. A.)


La segunda razón por la que las mujeres no huyen, explicaron los encargados de esa organización fronteriza, es la vergüenza. El pasado. Explicar dónde estuvieron. Y el miedo. Que les descubran su mentira. Flores lo explica con otro ejemplo, con una amenaza que circula en estos bares: “Sacan a una niña indígena de su tierra, le dicen que va a ser mesera, y la venden como prostituta. Le quitan sus documentos y le aseguran que si escapa, que si no obedece, contactarán a su familia y le mostrarán fotos de ella en las piernas de un hombre en el bar. Dile a una guatemalteca que toda su aldea se enterará de que no era mesera, sino prostituta, y pídele que se regrese. Verás que no quiere”.

Desde su última frase, los pequeños ojos negros de Keny dejan caer un hilo de lágrimas que se limpia con una servilleta y con un sutil movimiento que impide que se le corra el maquillaje.

—En estos años, ¿te has encontrado con mujeres que están a la fuerza?
—Han venido por su propia voluntad, porque ellas quieren. He escuchado comentarios de mujeres que las venden, pero cuando ya ven el lugar, se quedan. He hablado con algunas de ellas, y me dicen que se quedaron porque les ha gustado el dinero. Entonces es por su propia voluntad.

Otra vez el fantasma. Otra vez la fina red que hace que la trata no parezca trata. Culpa de la muchacha. Ella quiso quedarse. Los métodos de chantaje de los tratantes se camuflan como propuestas en las mentes de mujeres acostumbradas a sufrir y a ser valoradas como mercancía. Al final, nadie tiene la culpa. Las cosas son como son. Así han sido siempre.
La trata es confusa hasta para aquellos para los que no debería serla. En Tapachula está una de las oficinas de la Fiscalía Especial para Delitos contra las Mujeres y Trata de Personas (Fevintra). Solo hay tres en todo México. Eso a pesar de que en un informe publicado el 2 de febrero de este año, la Oficina de las Naciones Unidas contra la Droga y el Delito aseguró que en México la negligencia de las autoridades y el escaso reconocimiento del crimen hacen que la trata sea un delito en aumento. Solo tres oficinas en un país de 31 estados, a pesar de que el Instituto Nacional de Estadística y Geografía registra que alrededor de 20,000 niños y niñas son esclavizados en explotación sexual en este país.


Aunque por convenios internacionales México debería haberlo hecho en 2003, no fue hasta septiembre de 2007 cuando entró en vigor una ley que contempla la trata como un delito y obliga a las autoridades a prevenirla. Sin embargo, a esa ley aún no la acompaña el reglamento que dicta cómo deben operar los perseguidores de ese crimen ni tampoco se ha creado la comisión intersectorial que debería dictar estas normas y crear un sistema de información.
Desde su despacho, David Tamayo, el “fiscal anti-trata” de Tapachula, la ciudad atestada de bares y de historias de niñas obligadas a actuar como mujeres en la cama con un desconocido, contestó con quejas y tibiezas.

—¿Qué tan común es que reciban casos de trata de centroamericanas?


—Han llegado muy pocos. Este tipo de delito casi no se denuncia, porque quienes intervienen, Migración, y otras instituciones, no los canalizan acá, las deportan, y se pierden las denuncias. Es un fenómeno preocupante, pero fantasmal, no se ve. Solo de cuatro asuntos hemos conocido.
—¿Y cuántos procesos han ganado?
—Están en proceso todos.
—¿Puedo hablar con un fiscal que lleve un caso?

—No, es confidencial.
—Siendo fiscalía, ¿no actúan de oficio?
—No. Solo se politizan las cosas. Nuestra tarea es la divulgación de la ley y la prevención. La policía es la que trata de ser operativa. A veces nos avisan, a veces no. Por la cuestión de fuga de información. Es otro problema que enfrentamos, nunca nos avisan de los operativos. Los grupos delictivos están incrustados en las policías.
—¿Son redes criminales bien organizadas?

—Es característico de los cárteles. Abarcan todos los delitos de orden federal: secuestro, narcotráfico, trata de personas. No conocemos concretamente qué grupo es el que está en esto. Es imposible identificarlos.

Y eso es una mentira rotunda. Uno de estos días visité en Ciudad Hidalgo, el municipio bañado por las aguas del río Suchiate, a un miembro de la alcaldía. Le comenté que buscaba historias de mujeres en prostitución, y accedió a llevarme a un bar llamado Las Nenitas. Enclavado entre callejuelas de tierra, a las 2 de la tarde solo dos mujeres estaban tras la barra. Tesa nos atendió. Era una guapísima hondureña, alta y morena, enfundada en botas de plataforma, un pantalón ceñido y una blusa escotada hasta el escándalo. En Las Nenitas, contó el funcionario, todas se prostituyen. Comenté a Tesa mi interés en hablar con ella, sin mencionar la palabra trata. Dijo que sí, que hablaría conmigo otro día, y me dejó un número de teléfono que nunca contestó.
Al salir del bar, el funcionario explicó que el dueño del antro era un zeta muy reconocido en Ciudad Hidalgo. O sea, un miembro de esa banda criminal que opera por independiente y como brazo armado del Cártel del Golfo. Que cómo sabía eso, le pregunté. Contestó que Ciudad Hidalgo era muy pequeña, y que el dueño siempre que sale, porta un fusil AR-15 y se hace acompañar por tres guardaespaldas armados. Dijo que en la ciudad esa banda controlaba la trata, enviaba gente a reclutar muchachas a Centroamérica y a veces secuestraban migrantes y las vendían a camioneros como material de usar y tirar. Por una noche. “No diga mi nombre, por favor”, fue lo último que dijo el funcionario.

Respecto a lo que argumentó el fiscal de que es imposible identificar a esas bandas, habría que agregar que hay una abismal diferencia entre querer y poder. Entre intentar y temer.

Son las 4 de la tarde, y Keny se levanta de la mesa y se calza un delantal para llevar cervezas a los clientes. Hoy hará doble turno. Más tarde dejará el pantalón, las chancletas y el delantal, y los cambiará por unas sandalias de plataforma negras y un chillón traje amarillo, con botones en un costado, para poder arrancárselo sobre la pista de baile.

Connie regresa al antro y se cruza con Keny cuando esta se aleja. “Qué ondas, vieja”, se saludan. Connie no trabaja de mesera. Lo suyo es la noche. Fichera y bailarina. Vino esta tarde porque la administradora se lo pidió, y viene a lo que viene. A recordar.
Yo no me quedo aquí
Su mirada es de profunda desconfianza. “¿Qué quiere? Explíqueme dónde va a salir esto”. Connie es una mujer segura que se cubre las espaldas. Ya me lo habían advertido: es de armas tomar.

“Yo vine aquí con mis cinco sentidos, nadie me trajo”, apunta, enrumbando la conversación. Tiene 18 años, y cuando llegó, cuando dice que lo tenía todo calculado, era una niña de 15. Conversa menos que Keny y Érika, pero los detalles que regala poco a poco permiten desmenuzar otros aspectos del fantasma que recorre la frontera.

Dice que un compatriota suyo, un guatemalteco que trabajaba en esta zona como mesero, le dio la llave de salida. Le dio la idea para escapar de un mundo que ella quería dejar luego de ver la suerte que le espera a una joven de su edad en las calles de su barrio. Un mes antes de que hiciera la maleta rumbo a los prostíbulos de Tapachula, donde llegó primero, su hermano había caído muerto a media calle. Tres disparos. Era cobrador de una ruta de autobuses de la capital guatemalteca. Tenía 16 años y una pandilla lo quería reclutar. La Mara Salvatrucha, la pandilla más peligrosa del mundo según el FBI, le ofreció encargarse de extorsionar a los conductores de los autobuses. De ofrecerles seguridad a cambio de una cuota o inseguridad a cambio de su negativa. El hermano de Connie rechazó la propuesta. Ante la negativa, tres balazos: pecho, abdomen y cabeza.

—Ese mismo mes, la mara mató como a 15 niños en mi colonia, todos entre 14 y 16 años –recuerda Connie–. Yo ya no podía vivir en paz.
Mientras niños y niños caían abatidos por el plomo, su vida transcurría: su padre se emborrachaba cada noche y la acosaba, como hacía desde que ella tenía ocho años. Su madre, como Connie explica, se encargaba de “embarazarse y embarazarse”. Ella es la mayor de sus ocho hermanos.
Muchas niñas centroamericanas, explicaron los cónsules en Tapachula de El Salvador y Honduras, escapan de situaciones de marginalidad. De circunstancias que, traducidas a hechos, son el miedo a una pandilla o una vida familiar peor que la que podrían llevar como niñas de la calle. Son aquellas circunstancias que relativizan, que les permiten ver la prostitución, la violación, la trata, con los prismáticos de una realidad distorsionada. Una realidad donde los niños caen muertos por decenas, los padres son acosadores y los barrios, zonas de guerra.

Por eso, dentro de su mundo, Connie, que desde niña trabaja en prostíbulos, recorta la realidad y divide lo que le parece normal a lo que le parece inusual para responder a la pregunta de cuál es su peor recuerdo desde que llegó.
—Hubo un tiempo en que me fui a trabajar a Huixtla, a otro negocio de allá, y me detuvo Migración en Huehuetán. Me enfermé de los nervios, me dio depresión. Nunca había estado en un lugar así, con tanta gente. Era la única mujer entre tanto hombre, me acosaban. Eso es una prisión. El encargado de Migración me daba a entender que si yo le daba sexo, él me dejaba ir.
En Chiapas, según ha documentado la CNDH, ocurre que a veces las autoridades migratorias actúan como acosadores de las mujeres. ¿Quién quiere denunciar un caso de trata a un agente que te ofrece sexo a cambio de libertad? Y la negligencia no termina ahí. El Instituto Nacional de Migración, como ya explicaba el fiscal anti-trata, es el que muchas veces impide que estos testimonios de trata lleguen a un juzgado o a los cónsules.

El cónsul guatemalteco no quiso hablar del tema. Nelson Cuéllar, el salvadoreño, sí aceptó sentarse a explicar por qué hay cosas que aquí no funcionan. Dice que en sus tres años como funcionario en Tapachula solo ha visto dos casos de trata. Pero dice que en ambos, al final, frente al agente del Ministerio Público, eligieron no denunciar. Por lo demás, enterarse de la trata de blancas depende de la suerte, no de la cooperación de otros.

—Cuando hacen las redadas en centros de tolerancia no nos informan. Las repatrian a sus países. Migración debería de avisarnos antes de deportarlas, para entrevistarlas, ver si han sido víctimas. Pero las regresan como si fuera un migrante normal al que agarraron caminando. Es más, se maquilla todo por parte de ellos.
Una de estas calurosas noches fui a una zona de tolerancia muy popular en Tapachula: Las Huacas. Antes de eso, había conversado ingenuamente con el secretario de Seguridad Pública Municipal, Álvaro Monzón Ramírez. Solo a él le pedí autorización para poder establecer como base de esa noche el quiosco de la policía municipal que está frente a los prostíbulos. A nadie más. Cuando llegué a Las Huacas solo un antro estaba abierto. Los demás habían cerrado, algo inusual para la noche de un jueves. Al preguntar a un encargado que cerraba su negocio, me contestó: “Vinieron unos policías municipales a avisarnos de que hoy habría redada y de que vendrían policías con agentes de Migración y varios periodistas”.
La noche siguiente regresé a Las Huacas sin avisar a nadie. En esa ocasión, como a la 1 de la madrugada, todas las prostitutas centroamericanas del antro donde estaba corrieron en estampida hacia una puerta negra en el fondo que da a la nada, que las saca a un riachuelo que hace de traspatio de la zona. Luego, una de ellas me explicó que un agente de Migración había llamado a la dueña del antro de enfrente para avisarle de que habría operativo.

Connie pide su segunda cerveza y se muestra algo inquieta. Los clientes llegan poco a poco, a pesar de que todavía no anochece. Tiene dos hijos menores de cinco años y, a fuerza de baile y de cama, ha logrado traer a México a toda su familia. Toda: su madre, su padre, sus siete hermanos y una sobrina.
Aunque sean migrantes que apenas han cruzado el río Suchiate, algunas de las centroamericanas que dan vida a estos prostíbulos son el sustento de sus familias. Por eso, explica Connie, “muchos niños y niñas de Guatemala se vienen con gente que llega allá a ofrecer a uno que van a ganar buen dinero”.

Así, niñas y niños. Nada más el pasado 13 de febrero, policías federales y miembros de Fevintra allanaron una casa en Tapachula. Adentro encontraron encerrados a 11 niños, todos en un cuarto maloliente donde dormían en lonas, sobre el piso. Las autoridades acusaron al dueño de la casa, un mexicano de 41 años, de obligarlos a trabajar hasta 14 horas en las calles, como su ejército de esclavos, en la venta de globos, cigarros y golosinas. Lo acusan también de negarles agua y comida, y de propinarles golpizas si no vendían lo suficiente.
Es hora de dejar ir a Connie. La hora estelar se acerca, y pronto tendrá que subir al escenario o sacar fichas a varios hombres. Ella todavía es joven, y en una buena noche hace hasta 6,000 pesos. Keny, en cambio, con 24 años es una del montón, y en una buena noche saca la tercera parte de lo que obtiene Connie.

Antes de irse, Connie voltea a verme, y responde a una pregunta que al parecer quería que le hiciera. ¿A qué te dedicás ahora? ¿Qué harás en el futuro?

—Yo ya no me ocupo. Lo hice al principio, pero ya no, no me gusta. Y no pienso quedarme aquí. En unas semanas me voy. Mi novio me dice que él me va a sacar y que va a mantener a mi familia. No quiero que mis hijos me vean así.
Por desgracia, nada de eso pasará. Sé que Connie es una de las que se ocupa en el bar. Sé que hace solo unas noches entró al cuarto con un hombre y que lo volverá a hacer hoy. Y lamentablemente, cuando dijo lo que dijo, Connie no sabía que su novio la abandonaría unos días después.
La noche en Calipso arranca y sigue su curso normal por unas horas. El antro se divide en dos. A un lado del traspatio, el centro botanero, donde unos 40 hombres gritan, bailan con las ficheras o se las posan en sus piernas. Al otro lado, la luz neón y la pista de baile, donde diez hombres esperan el espectáculo. Cuando la noche avanza, el lado de las botanas se vacía, y el de la barra se llena con los clientes que se trasladan. Los que quieren seguir la noche.

En Calipso, Érika, Keny y Connie han tomado posiciones y se ganan el dinero como tienen que hacerlo desde que eran niñas, cuando llegaron aquí ya con experiencia en vivir vidas que se destartalan a cada vuelta de rueda.


Pasada la medianoche, Keny la salvadoreña baila sin ropa sobre el escenario e intenta controlar sus movimientos después de 23 cervezas. A Érika la hondureña 30 cervezas la han soltado y, subida sobre una mesa, restriega sus nalgas desnudas en la cara de un hombre bigotudo al que se le ha caído el sombrero. La ha invitado a unas cinco cervezas, cinco fichas, y es hora de empezar a compensarle. Connie la guatemalteca baila en mini falda y enormes tacones con el hombre prieto y barrigón con el que luego se irá a un cuarto.


Mañana, con otros nombres, con otros hombres, la escena volverá a empezar en Calipso y en decenas de antros de la frontera. Las centroamericanas volverán a agitarse. Como lo hacen todas las noches, como lo hacen desde niñas.








Fuente:http://enelcamino.periodismohumano.com


martes, 17 de septiembre de 2013

Violencia simbólica: Los peligros de lo “natural” femenino



La violencia simbólica no deja marcas visibles pero sus huellas se multiplican en la cultura e impacta a toda la sociedad, y contribuye a reproducir las causales de la violencia machista hacia las mujeres y las niñas, dice la especialista cubana en medios de comunicación Isabel Moya. Se trata de un grupo de significados impuestos como válidos y legítimos por la cultura patriarcal, que parten de la supremacía y dominación masculina y que pueden ser rastreados en la educación, el cine, el arte, la religión, la música, entre otras manifestaciones de la producción simbólica de las sociedades. Diversas especialistas cubanas analizan el tema.
Por Helen Hernández Hormilla, desde La Habana*

COMUNICAR IGUALDAD/ SEMlac- Entre un cuadro como El rapto de las mulatas, del pintor cubano Carlos Enríquez, y un video clip de reguetón existen abismales distancias estéticas. Sin embargo, la representación sublimada de una violación sexual en el primero y la constante presencia de una imagen cosificada y degradante de las mujeres en el otro caso vienen a evidenciar la manera en que el maltrato por motivos de género ha sido tradicionalmente naturalizado desde el arte, los medios de comunicación y, en general, las prácticas culturales.

Si bien cuando se habla de violencia de género suele trabajarse más aquella que implica daños físicos, psicológicos o estructurales, también en el ámbito cultural y subjetivo se ejerce la agresividad machista. Acuñada por el teórico francés Pierre Bordieu, la violencia simbólica se refiere a un grupo de significados impuestos como válidos y legítimos por la cultura patriarcal, que parten de la supremacía y dominación masculina y, por tanto, tiene estrecha relación con el poder y la autoridad. Se trata de un tipo de maltrato sostenido en las prácticas culturales de hombres y mujeres y puede presentarse en todos los espacios de la vida social, indica a SEMlac la socióloga Magela Romero. ”Estamos hablando de una violencia que se expresa a partir de la legitimidad en que el poder patriarcal se concreta en todos los modelos impuestos a las mujeres, desde un determinado ideal de belleza hasta el rol tradicional de ama de casa, el ser incondicional o la moderna superwoman“, explica. Asumir estos patrones sexistas y estereotipados como los únicos legítimos para el ser femenino lacera, pues, parte de un ideal de subordinación, continúa la experta. “Nos parece natural que nos queramos semejar a esos modelos y que se nos juzgue a partir de ellos cuando no somos así, sin darnos cuenta de que eso nos violenta porque la realidad humana es más compleja”, señala Romero.
Los medios de comunicación resultan reproductores por excelencia de esas nociones preestablecidas para ser hombre o mujer, pues es desde allí que constantemente se refuerzan estereotipos machistas. A criterio de la experta en comunicación y género Isabel Moya Richard, desde los medios se reproduce un discurso sexista, patriarcal y misógino “que utiliza sus herramientas y mecanismos expresivos para presentar a las mujeres según los cánones de la ideología androcéntrica, asociándola a roles, juicios de valor, concepciones y teorías que ‘naturalizan’ la subordinación de las mujeres y lo considerado femenino“. En su artículo “Del silencio al show mediático”, publicado en la revista digital La Jiribilla, en noviembre de 2012, la también directora de la Editorial de la Mujer de la Federación de Mujeres Cubanas (FMC), ubica la violencia simbólica ejercida desde los medios en todos aquellos productos que presentan a las mujeres solo como objetos sexuales, las reducen a víctimas, las ignoran o convierten en espectáculo la cólera machista. Asimismo, resultan mordaces los enfoques folcloristas o xenófobos de las mujeres del Sur; la culpabilización del amor lésbico; el confinamiento de los “asuntos de mujeres” a determinadas secciones informativas; o “cuando la protagonista de una serie para adolescentes solo vive para su ‘físico perfecto’ y la vemos multiplicada en muñecas, camisetas y vasos desechables“, advierte.
También cuando se excluyen y enjuician comportamientos, prácticas y representaciones que contradicen las maneras establecidas de ser hombre y mujer. La omisión de realidades alternativas al canon de género en la producción cultural es una de las señales más preocupantes para la psicóloga Sandra Álvarez. En su opinión, el análisis de la violencia simbólica debe incluir una perspectiva racial, pues las mujeres negras que llegan a los medios cubanos casi siempre son vistas desde estereotipos vinculados con la sexualidad o con la falta de capacidades humanas como la inteligencia y la laboriosidad, entre otras. “Cuando se promocionan fechas importantes para las cubanas, como el aniversario de la FMC o el 8 de marzo, la mujer negra está ausente o, si aparece, lo hace de la manera que todo el mundo espera“, argumenta a SEMlac. En los audiovisuales transmitidos por la televisión nacional han primado las mujeres negras y mestizas ocupando roles de sirvienta doméstica o nana de niños blancos, o en espacios marginales, mientras faltan historias de amor que las tengan como protagonistas, denunció. “Al pensar en la mujer como generalidad siempre es blanca, porque a nivel simbólico ese es el referente que prima, y solo en campos muy estrictos como el deporte aparecen con mayor regularidad las negras y mestizas“, argumenta la activista afrofeminista.
Por su parte, la crítica de cine Danae C. Diéguez invita a revisar el canon de la historia del arte como expresión sostenida de este tipo de violencia“La representación de la mujer como objeto del deseo, su presencia en espacios domésticos y tradicionales o la manera acrítica de mostrar las agresiones contra las mujeres por motivos de género prima en todas las manifestaciones artísticas y forma parte de un imaginario con el que hemos aprendido a vivir y no cuestionamos“, apuntó Diéguez. La especialista intervino en el evento “Calladita no te ves más bonita”, el pasado 21 de diciembre, con el cual cerró la Jornada Cubana por la No violencia contra las mujeres. El cine cubano resulta, a su juicio, un ejemplo de la pervivencia de la ideología patriarcal en las artes, pese a los intentos de cuestionar el machismo en algunas películas comoLucía, de Humberto Solás; Retrato de Teresa, de Pastor Vega y Hasta cierto punto, de Tomás Gutiérrez Alea. ”Estamos ante imágenes que, a pesar de que en algunos casos se cuestionan el rol que tradicionalmente se les ha asignado a las mujeres, no identifican como causante de esas inequidades y ejercicios de violencia machista a la perpetuación de estructuras sociales que reivindican al patriarcado“, sostiene la estudiosa. Para quienes realizan obras distintas a esos códigos, resulta más complejo insertarse en los mecanismos de producción y exhibición, pues por lo general deben pagar lo que Diéguez define como “peaje de invisibilidad“. ”Hay ejemplos en el audiovisual contemporáneo, en las artes visuales y la literatura desmarcados del canon que ha hecho de la violencia simbólica un ejercicio cotidiano, pero como hablan desde otra perspectiva, los grandes públicos, habituados a las representaciones tradicionales, no entran en diálogo con esas propuestas“, refirió.
Considerar que las mujeres tienen el deber de satisfacer los deseos sexuales de sus parejas y serles fieles; deben ser delicadas, bellas y sencillas; pertenecen a los hombres; les deben obediencia y son las principales responsables de los hijos y la familia son principios patriarcales que se reproducen desde la cultura como síntesis del maltrato a nivel simbólico. Sin embargo, resultan construcciones arbitrarias enmarcadas en la desigualdad, la discriminación y la violencia que sufren las mujeres, reiteran especialistas. A juicio de Romero, hacer visibles estos principios, y entender que los símbolos machistas transmitidos por la cultura son construidos y no naturales, convence de que pueden ser cambiados. “Podemos deconstruir las inequidades de género en el mismo sentido que nos las han presentado, y eso nos da a cada persona un poder importante para aportar a la equidad de género“, defendió la investigadora en el citado panel. Construir nuevos paradigmas culturales y comunicativos resulta imprescindible para contrarrestar la violencia simbólica que prima en las sociedades contemporáneas, una forma de maltrato particularmente nociva pero soslayada.
Como advierte Moya en su artículo, la violencia simbólica “es un recurso que legitima socialmente la supervivencia de relaciones jerárquicas de poder que potencian lo considerado masculino. Es decir, contribuye a reproducir las causales de la violencia machista hacia las mujeres y las niñas.No deja marcas visibles pero sus huellas se multiplican en la cultura e impacta a toda la sociedad.

* Docente del Diploma Superior de Comunicación y Género dictado por la Asociación Civil Comunicación para la Igualdad. 

Fuente: http://www.comunicarigualdad.com.ar

miércoles, 11 de septiembre de 2013

Myrna Mack "Una inspiración para la lucha por la vida"





Asociación para el Avance de las Ciencias Sociales en Guatemala


Myrna Mack Chang nació el 24 de octubre de 1949 en el Barrio San Nicolás, Retalhuleu, en Guatemala. Era hija de Yam Jo Mack Choy y Zoila Esperanza Chang Lau y la segunda de seis hermanos: Marco Antonio, Helen, Freddy, Vivian y Ronnie. Su nombre originario fue Sau Ha que significa "Tierno Amanecer". Su nacimiento tuvo lugar a mediados de la llamada década democrática, iniciada en 1944  tras el derrocamiento de la dictadura de Jorge Ubico, con el que se abrió una época de importantes reformas que crearon oportunidades de desarrollo social y participación política en Guatemala.
Estudió la educación primaria en el Colegio D´Antoni de su ciudad natal, en tanto que la secundaria la cursó en el Colegio Monte María, en donde se graduó como maestra de educación primaria en 1967. La década democrática había sido abruptamente interrumpida en 1954 por la invasión militar organizada por Estados Unidos que produjo la renuncia del presidente Jacobo Arbenz Guzmán y la instauración de una Junta Militar dirigida por Carlos Castillo Armas.
Ya antes de ingresar en la Universidad de San Carlos de Guatemala para comenzar sus estudios en Trabajo Social, pasó un tiempo en zonas rurales del altiplano occidental trabajando como maestra de alfabetización. En estas áreas el Ejército aplicaría pocos años después con extremo rigor políticas represivas derivadas de la denominada Doctrina de Seguridad Nacional.
A inicios de la década de los setenta, con el nacimiento de nuevos grupos guerrilleros  como el Ejército Guerrillero de los Pobres y la Organización del Pueblo en Armas, los militares recurren crecientemente a la práctica de terror  como parte de la estrategia contrainsurgente. Es la época en la que Myrna Mack estudia en la Escuela de Trabajo Social del Seguro Social. El 16 de noviembre de 1973 nace su hija Lucrecia Hernández Mack.  A finales de la década Myrna se va de Guatemala para iniciar sus estudios de postgrado en  Antropología en la Universidad de Manchester en Inglaterra, estudios que finaliza con una maestría en Antropología Social. Después de terminar la maestría, continuó su preparación académica en la Universidad de Durham, también en Inglaterra, concretamente con un Master of Philosophy en el Departamento de Estudios Latinoamericanos de dicha Universidad, el cual concluye en 1982 con la presentación de su tesis “De la organización de base, a la movilización de masas en Nicaragua: El caso de Esteli”.
A su regreso a Guatemala ese mismo año se incorpora al equipo de Inforpress Centroamericana, en cuyo ambiente pone en práctica su capacidad analítica y se relaciona con personas experimentadas en el trabajo periodístico e investigativo.  Su sobresaliente desempeño en esta actividad la lleva a ocupar el cargo de Jefe de la División de Estudios Especiales.  Luego, en 1985 es Consultora del Instituto Nacional de Nutrición para un programa rural en México.
En 1986, junto con otras personas del entorno de Inforpress Centroamericana, funda la Asociación para el Avance de las Ciencias Sociales en Guatemala, AVANCSO, con el objeto de contribuir al fortalecimiento de las ciencias sociales en el país, fuertemente afectadas por la represión con el asesinato y exilio forzado de importantes investigadores y pensadores, sobre todo de la Universidad de San Carlos de Guatemala.
Entre 1987 y 1989, Myrna Mack desarrolla una ardua labor de campo con la población desplazada por el conflicto armado interno, trabajo que culminó con la publicación del estudio Política institucional hacia el desplazado interno de Guatemala, en enero de 1990. Durante la preparación de la segunda publicación sobre ese mismo tema, fue brutalmente asesinada de 27 puñaladas por un comando especial del Estado Mayor Presidencial el martes 11 de septiembre de 1990.

Labor Antropológica
La tesis con la que concluyó el Master of Philosophy en el Departamento de Estudios Latinoamericanos de la Universidad de Durham, Inglaterra, titulada “De la organización de base, a la movilización de masas en Nicaragua: El caso de Esteli” marca el inicio de lo que sería su primera época de trabajo antropológico: había que obtener un entendimiento de las bases del modelo para poder orientar los trabajos posteriores. En definitiva, la necesidad de conocer toda clase de datos sobre condiciones de vida tanto materiales como espirituales de los sujetos de estudio - incluyendo estados de ánimo, palabras precisas utilizadas por los interlocutores y sus diversas reacciones en el momento - antes de perfilar propuestas de solución.
Su asesor de tesis, el Profesor Norman Long, en una carta a la Fundación John D. and Catherine T. MacArthur pocas semanas antes del asesinato de Myrna se refirió a ella en los siguientes términos:  “Fue una estudiante muy talentosa que obtenía excelente información de campo y que escribió una tesis sobresaliente sobre el tema de la organización social al nivel local”.
En 1986, como resultado de las discusiones alrededor de las iniciativas para crear un centro de investigación ligado a las necesidades de los sectores populares, funda, junto con otras personas del entorno de Inforpress Centroamericana, la Asociación para el Avance de las Ciencias Sociales en Guatemala,  AVANCSO,  con el objeto de estimular un mayor desarrollo de las ciencias sociales. AVANCSO y personalmente Myrna Mack desarrollaron estrechas relaciones profesionales con instituciones académicas y con intelectuales de renombre. Prestigiosas universidades e instituciones extranjeras - entre otras la Fundación Ford, EEUU; la Autoridad Sueca de Desarrollo Internacional; la Universidad de Georgetown, EEUU; y la Universidad de California en Berkeley, EEUU -  financiaron diversos proyectos de AVANCSO, en especial aquellos vinculados con comunidades rurales que abandonaron sus lugares de origen, a raíz de las masacres cometidas en gran escala por las fuerzas militares a principios de los años ochenta.
Myrna Mack  dio voz a los desplazados internos a través de sus estudios minuciosamente documentados y de sus publicaciones en Guatemala y en el extranjero. Ella difundió las condiciones reales de vida de los desplazados y expuso la responsabilidad de los militares en el diseño y aplicación de las políticas estatales referidas a estas poblaciones. De hecho, uno de sus principales aportes a las ciencias sociales guatemaltecas y a la sociedad en general, fue el proponer como categoría analítica la de  desplazado interno y demostrar la existencia de este sector de la población.  
En 1988 inició el estudio titulado “Política institucional hacia el desplazado interno en Guatemala” publicado en marzo de 1990 en el Cuaderno no. 6 de AVANCSO. Como paso previo, en la Primera Conferencia Internacional sobre Refugiados Centroamericanos (CIREFCA), de Naciones Unidas, había presentado un borrador de este trabajo, que tuvo difusión nacional e internacional.  
El Profesor Long escribió sobre Myrna:  “Dadas las dificultades generales y lo arduo de esta tarea, muchos investigadores evitan comprometerse a una exposición tan profunda al campo guatemalteco, pero no la señora Mack, a quien considero uno de los mejores etnógrafos que conozco en Centroamérica”.  
Al momento de su muerte, Myrna Mack estaba trabajando en una investigación complementaria de las anteriores que trataba especialmente el tema del reasentamiento de los retornados, tanto refugiados como desplazados internos. AVANCSO publicó este estudio tras su asesinato como el Cuaderno de Investigación No. 8, bajo el título “¿Dónde está el futuro? procesos de integración en comunidades de retornados”.

Hechos y contexto político
El 11 de septiembre de 1990, alrededor de las 18:45, al salir de su oficina de AVANCSO, ubicada en la 12 calle y 12 avenida de la Zona 1 de Ciudad de Guatemala, y al dirigirse a su vehículo, que se encontraba estacionado a unos pocos metros de la puerta de su oficina, Myrna Elizabeth Mack Chang fue atacada por al menos dos sujetos que la apuñalaron brutalmente un total de 27 veces, ocasionándole la muerte. 
El asesinato de Myrna Mack fue producto de una operación de inteligencia militar, que obedeció a un plan cuidadosamente elaborado por el alto mando del Estado Mayor Presidencial  consistente en seleccionar a la víctima de manera precisa debido a su actividad profesional, asesinarla brutalmente y encubrir a los autores materiales e intelectuales del asesinato, entorpecer la investigación judicial y dejar en la medida de lo posible el crimen inmerso en la impunidad.  
El interés profesional de Myrna Mack por los desplazados la había convertido en un blanco para los militares. Sus estudios representaban la expresión y difusión de la verdad, especialmente sobre las campañas de represión del Ejército en los sectores rurales. El asesinato obedecía al propósito de no dejar pruebas sobre estas acciones militares, de no encontrar oposición a las mismas y de no atraer la atención de la comunidad internacional. 
El contexto social y político en el que se produjo el crimen es especialmente relevante para entender sus causas. El asesinato de Myrna Mack ocurrió hacia el final del conflicto armado interno. La matanza indiscriminada de los 80 había empezado a disminuir, si bien habían aumentado los asesinatos selectivos. En noviembre y diciembre de 1985 se celebraron elecciones generales para las autoridades que encabezarían el primer Gobierno constitucional desde 1982. Éstas fueron ganadas, tras una segunda vuelta, por la Democracia Cristiana (DC), asumiendo la presidencia de la República Vinicio Cerezo Arévalo. Las interpretaciones sobre los resultados electorales señalaron tres puntos en común: el Gobierno democristiano estaba ahora sujeto a multiplicidad de expectativas internas y externas; su triunfo representaba un rechazo de la población hacia el pasado inmediato; y, sobre todo, se había convertido en un voto de desconfianza hacia los militares.  
En abril de 1986, bajo el nuevo Gobierno civil se iniciaron los primeros retornos de población desplazada, buscando la protección de la Iglesia Católica en Alta Verapaz e Izabal. En mayo y junio de ese año los diarios locales informaron que pobladores ixiles se entregaban al Ejército en condiciones físicas alarmantes. En septiembre el Gobierno creó la Comisión Especial de Atención a Retornados (CEAR), con la participación de los Ministerios de Relaciones Exteriores, Defensa Nacional, Desarrollo y el Comité de Reconstrucción Nacional. El Ejército consideró el reasentamiento de los refugiados como una cuestión de seguridad nacional.  
A partir de 1987, Myrna Mack, al frente de un pequeño equipo, había empezado a realizar investigaciones en comunidades de desplazados internos en las montañas del norte de Alta Verapaz. Su propósito consistía en elaborar y presentar un estudio sobre las condiciones de vida de las víctimas de este fenómeno y las políticas gubernamentales hacia ellos. Como en el caso de los refugiados, el Ejército consideraba la cuestión de los desplazados internos como un asunto potencialmente adverso a los intereses de la seguridad nacional. Además de revelar el nivel de violencia hacia las poblaciones rurales, previamente oculto, la aparición de los grupos de desplazados en el comienzo de las negociaciones de paz entre el Gobierno y la guerrilla planteaba muchos problemas para el Ejército, que quería evitar concederles un estado especial de protección, o garantizarles un regreso pronto y seguro a sus hogares. Las visitas que Myrna Mack realizaba se hacían con presencia y control militares, incluyendo interrogatorios, toma de fotografías de los componentes de los grupos y la infiltración de militares en ellos.
En 1989 la posición del Ejército era crítica hacia la capacidad del Gobierno civil para hacerse cargo del tema de los desplazados y manifestaba su inconformidad sobre las nuevas políticas oficiales planteadas respecto a los repatriados y desplazados internos.  
En enero de 1990 Myrna Mack publica en el No. 6 de los cuadernos de investigación de AVANCSO el estudio“Política Institucional hacia el Desplazado Interno en Guatemala”. Previamente,  en la I Conferencia Internacional sobre Refugiados Centroamericanos (CIREFCA), de Naciones Unidos, había circulado ampliamente un borrador de este trabajo, con lo cual el mismo se difundió nacional e internacionalmente.  
Para la antropóloga, era el Ejército el que definía los criterios para la reincorporación del desplazado retornado, primeramente por ser el causante directo de los desplazamientos masivos y en segundo lugar porque, al igual que los refugiados, los desplazados internos entraban dentro del terreno de la seguridad nacional. El ente militar trató a los desplazados internos como prisioneros de guerra dentro de una política de contrainsurgencia que partía de considerarlos la base social de la insurrección. La antropóloga mencionaba casos en los que las cifras dadas por los militares como población “quitada” a la guerrilla coincidían exactamente con las cifras de población desplazada retornada con motivo de las ofensivas del Ejército.     
El 7 de septiembre de 1990,  desplazados internos organizados en las Comunidades de Población en Resistencia, CPR,  publicaron el primer anuncio pagado en los periódicos guatemaltecos, detallando el sufrimiento que debieron soportar por las acciones represivas del Ejército, y pidiendo que el Gobierno los reconociera como población civil no combatiente. Las negociaciones de paz estaban avanzando cuando se produjo este hecho que afectaba fuertemente a la imagen del Ejército y de su estrategia político-militar, claramente violatoria de los derechos humanos respecto de la población civil indefensa. 
El Ejército estableció una relación de causalidad entre el trabajo publicado por Myrna Mack y la declaración pública de las CPR. Debido a sus labores de campo visitando a estas comunidades, y el control que el Ejército tenía a la hora de acceder a ellas, tanto la antropóloga como su grupo de trabajo habían sido “fichados” por la inteligencia militar. Cuatro días después de la publicación del comunicado de las CPR, Myrna Mack era asesinada precisamente por dos miembros de la inteligencia militar que durante más de 15 días la habían vigilado.  
En un proceso inédito en la historia judicial del país, Helen Mack, hermana de Myrna, constituida en querellante adhesiva llevó el caso del asesinato a la justicia guatemalteca y logró, tras vencer innumerables obstáculos, que en 1993 se dictara sentencia condenatoria contra uno de los autores materiales, el especialista del Ejército Noel de Jesús Beteta Alvarez, y se le sentenciara a 30 años de prisión.  Trece años después del asesinato, la Corte Suprema de Justicia confirmó la sentencia condenatoria contra uno de los autores intelectuales, el coronel Juan Valencia Osorio, sentenciándolo también a 30 años de prisión.  Valencia, quien al momento del asesinato fungía como director del Departamento de Seguridad presidencial Del Estado Mayor Presidencial,  huyó antes de ser capturado y se encuentra aún prófugo de la justicia. 
La obstaculización sistemática en el proceso dentro del sistema de justicia guatemalteco llevó a Helen Mack a plantear el caso ante la Corte Interamericana de Derechos Humanos, la que en enero de 2004 falló en contra del Estado de Guatemala, sentenciándolo, entre otras cosas, a reconocer públicamente su responsabilidad. La Consideración 278 de la sentencia correspondiente dice textualmente: 
“…Para que el reconocimiento de responsabilidad efectuado por el Estado y lo establecido por este Tribunal rindan plenos efectos de reparación a las víctimas y sirvan de garantía de no repetición, la Corte estima que el Estado debe realizar un acto público de reconocimiento de su responsabilidad en relación con los hechos de este caso y de desagravio a la memoria de Myrna Mack y a sus familiares, en presencia de las más altas autoridades del Estado, el cual deberá ser difundido a través de los medios de comunicación.” 
El acto de reconocimiento se llevó a cabo el 22 de abril de 2004 en el Palacio Nacional de la Cultura.