lunes, 8 de marzo de 2021

Las perlas negras de Guatemala

Por: Nancy Martínez


Hoy, ante un año más de recordar uno de los sucesos más atroces que la sociedad guatemalteca ha experimentado en los últimos años, en el que 41 niñas perdieron la vida en el incendio del Hogar Virgen de la Asunción, durante el gobierno de Jimmy Morales, se hace presente la necesidad de encontrar palabras para decir eso que nos inunda ante una vida que acaricia la muerte a tan temprana edad. Niñas que estaban al “cuidado del Estado” ese que recientemente ha dado a relucir sus “logros”, en la reducción de gastos para la manutención y el resguardo de estas vidas que antes de que entraran al cuidado del Estado, ya habían presenciado la reducción del goce de sus derechos humanos. Hoy duelen 56 vidas porque si bien 15 lograron sobrevivir, esta experiencia ha  marcado para siempre su existencia. Y a nosotras, las otras mujeres que circulamos la noticia, nos vemos conmovidas, por la fragilidad con que siendo mujeres se vive en este país.

En este país que odia a las mujeres[1] es un continuo recorrido de nombres que aparecen en las distintas alertas Alba Keneth e Isabel Claudina. Estadísticas que constantemente los distintos grupos, como los feministas, luchan por que no se borren de la memoria, porque para las personas en Guatemala es muy fácil olvidar. Las marchas, las consignas, las denuncias, las concentraciones, entre otras formas de protesta, son actividades que se visibilizan en redes y forman ese registro, o bien, el archivo de las distintas violencias que sufren las mujeres en el país.

Ante tanto horror, nos preguntamos cómo hemos caído tanto, cómo seguimos siendo esta sociedad que construye mujeres fragmentadas[2], que permite la continua subjetividad femenina herida al crecer planteándonos seres para otros. Eso que nos permite aceptar el silencio para “evitar mayores problemas”, el creer que nuestro destino está escrito por la pluma de una sociedad que desde el patriarcado nos educa para perpetuar la imagen del mujer-madre, mujer-esposa, mujer-ángel y mujer-cuidado. Sí, porque aún persisten las tres designaciones, o eres la mujer santa, como esa virgen a quien admiramos por su entrega incondicional. O eres esa mujer mártir, que da su tiempo, esfuerzo, dinero y vida, para el crecimiento de otros, siempre posponiendo su propia existencia y deseo. Y por último, esa mujer puta, a la que el mercado construye desde todas las características del abanico, una de ellas la famosa Lolita, que es deseada y cuidada para que cuando pierda su “inocencia” valga la pena; o la mujer con quien pueden experimentar todos aquellos deseos “pecaminosos”, a quien aunque tengan que pagarle, será la que por un segundo les lleve a la “gloria” de su satisfacción.

Esta sociedad misógina en la cual nos construimos mujeres en rivalidad contra las otras, por un puesto, por un marido, por un halago. En donde a pesar de tanta violencia, surge la sororidad, el cuidado entre nosotras porque el Estado no nos cuida, nos cuidamos nosotras, entre hermanas, amigas, colegas, etc.. Sí, somos las feministas que en el reconocimiento de clase, etnia y género, en ese surgir de la conciencia de género, que logramos hablar con las otras, logramos sentir con las otras, apoyarnos entre nosotras y sentir en el cuerpo las violencias a las que todas nos vemos expuestas. Hoy se hace necesario empalabrar los sentimientos que nos rodean, tanto por el pasado como ese presente tan abrumador que nos rodea. Por todas las que no están, por todas las que hoy nos hacen falta en la mesa, por todas las que dejaron a hijos e hijas sin ver crecer, por todas aquellas niñas que no llegaron a la pubertad, por tantas vidas que hoy nombramos que han sido golpeadas por el machismo y la misoginia:

“Las perlas de mi vestido” (1983)

 

Voy a hilar
de perlas negras
mi vestido
Voy a morir
cada vez que me lo ponga
Voy a lucirlo
con impotencia y sufrimiento
cuando la televisión me diga
que mataron a mi amigo
a mi primo
a mi amado
a mi amante
a mi más tierna compañía
Las perlas negras
se agitarán
mostrarán su brillo
se llenarán del agua
vertida por mis ojos
sentirán deshenebrarse
en el impulso ahogado
de mi grito de angustia
de mi protesta
de mi amargura
Mi vestido de perlas negras
cada vez
se mantiene menos
colgado de su cercha
Cada vez, temblando
se vuelve a posar sobre mi cuerpo
para atarme
con sus frágiles cintitas
el cuello
dejándome apenas respirar
Oh, Dios
de nuevo pisando el cementerio...
y quien ve las perlas
de mi vestido
todavía unidas, erguidas.
29.VIII.83
23:35[3]

 

Gracias a Elizabeth Paz Ligorría Balcárcel, mejor conocida como la poeta Maríabelem, hoy tenemos este poema que nos presenta en el año 1984, en su primer poemario en el que cuenta con palabras de apertura escritas por Horacio Figueroa Marroquín y Margarita Carrera, quienes dan una primera impresión a este interesante camino de reflexión y emocionalidad. Impreso por la Tipografía Nacional, el libro Cantos a la vida, acariciando la muerte, presenta más de 60 poemas que inundan la mirada de quien lee y trae a reflexión sobre la vida, esa a la cual se presenta la celebración, pero que la reconoce finita, que cotidianamente se extingue en el correr del tiempo y rutina. A pesar de haber sido producido en los años que se conocen como los más oscuros del conflicto armado interno en el país, sus versos suenan y hacen conexiones humanas con asombrosa actualidad.

Estas perlas de las que Maríabelem nos habla, son todos esos llantos que inundan los corazones de quienes hoy viven y se solidarizan con la pérdida de vidas de tantas mujeres y niñas en el país. Esos vestidos con perlas negras que son atravesados por tanto dolor y desgarro ante la violencia empapada de impunidad, porque los mecanismos del Estado solo hacen postergar un acceso a justicia. Como ejemplo tenemos el camino de la madre de Isabel Veliz Franco, que tras veinte años ha logrado justicia con una condena para el asesino de su hija.[4] Ese vestido con perlas negras que cada día pasa menos en su armario porque la muerte se multiplica, porque la muerte desgarradora e incomprensible se multiplica en las manos de un sistema con tanta carencia y precariedad. Es ese vestido con perlas negras el que hoy marcha por las calles de este país, protestando por la indolencia e ineficiencia de las instituciones, reclamando que  no se nos olviden los nombres de las que hoy ya no están y exige justicia para que como mujeres y niñas tengamos una vida libre de violencias.



[1] Lucía Escobar. El país que odia a las mujeres.  La Columna. El Periódico. 7 de noviembre 2018.

[2] Carol Zardetto. El viaje de la mujer fragmentada. Gazeta. 8 de marzo 2020.

[3] Maríabelem. Cantos a la vida, acariciando la muerte. Guatemala: Tipografía Nacional. 1984. Pg 86.

[4] Irvin Escobar. Caso Isabel Veliz Franco: “Es justo que esto termine con justicia y no impunidad”, dice la madre de la víctima. Prensa Libre. 1 de marzo 2021.