miércoles, 28 de septiembre de 2016

Mitos y realidades del embarazo no deseado

Ana Pizarro


Mito: Todas las mujeres por naturaleza son madres, o desean serlo. 
Realidad: No todas las mujeres pueden quedar embarazadas. De hecho son muchas las mujeres que no pueden o deciden no embarazarse, por razones de salud, económicas, son estériles, porque el embarazo se contrapone con su proyecto de vida, etc. 

Mito: Las mujeres si quisieran, evitarían un embarazo no deseado. 
Realidad: Muchas mujeres se enfrentan diariamente a un embarazo no deseado. La mayoría de ellas se vieron forzadas a una relación sexual sin consentimiento, o bien no utilizaron un método anticonceptivo, o bien su pareja no aceptó, se negó o no le gusta usar preservativo. Muchas mujeres se enfrentan a una pareja violenta cuando se niegan a sostener relaciones sexuales sin el uso de condón, o bien cuando las parejas se dan cuenta que están planificando. 

Mito: Antes no se tenía información sobre los métodos anticonceptivos, pero ahora sí. 
Realidad: Si bien ahora se cuenta con más información sistematizada o mediada, sobre los métodos anticonceptivos, las dosis y consecuencias, eso no implica que se tenga disponibilidad o acceso para su uso y compra. En muchos centros de salud el desabastecimiento es notable o bien no es suficiente para cubrir la demanda. 

Mito: Ante un embarazo no deseado, la mejor opción es la adopción 
Realidad: Si bien esta podría ser una opción, no todos los y las niñas son adoptadas. En Guatemala 65,000 mujeres anualmente se enfrentan ante la decisión de abortar, sin embargo en Consejo Nacional de Adopciones autorizó del 2014 al 2016 únicamente 234 adopciones. 

Mito: Las mujeres (indígenas y mestizas) traen al mundo los hijos e hijas que Dios les mande. 
Realidad: El quedar embarazadas y parir no es designio divino. En el mejor de los casos debería ser una decisión, basada en la información científica, contexto social y cultural de la familia o mujer. Un embarazo que no se desea, ya sea por decisión o por causa de violencia sexual no puede ser bienvenido. 

miércoles, 14 de septiembre de 2016

Misoginia en el movimiento feminista





Por Insu-Jeka


Habitualmente nos referimos al término misoginia como el odio y desprecio contra las mujeres, expresándose como una manifestación de la cultura patriarcal, cuyo efecto social es posicionarnos como seres humanas inferiores. 


La misoginia forma parte de nuestra vida cotidiana, está presente en las actitudes y comportamientos que nos atribuyen a las mujeres para descalificarnos y desacreditarnos, asimilable a lo que los griegos llamaron estigma para referirse a las marcas o signos que se hacían en el cuerpo de una persona, y que representaban los males que esta poseía, con el fin de exhibirla públicamente a fin de ser evitada por los demás. Posteriormente, Goffman[1], en los años sesenta, aborda este concepto como la identidad social deteriorada, planteando que existen medios establecidos en la sociedad para categorizar a las personas; para el propósito de este texto, sería nacer Mujer en la civilización patriarcal. Es decir, cargar con la marca de nuestra diferencia sexual nos convierte en personas estigmatizadas en relación a nuestra historia, nuestros saberes, nuestro cuerpo y nuestra relación con el mundo y nosotras mismas. 


Una de las expresiones más complejas y explícitas de misoginia es hacia nuestro cuerpo con todo lo que significa la feminidad patriarcal. En otras palabras, es la construcción que han hecho los hombres de nosotras como cuerpos sexuados mujeres y las imposiciones sistémicas que nos colocan en una posición no solo de inferioridad, sino de apropiación y manipulación de nuestro placer, nuestro deseo y del ejercicio de la maternidad bajo la institución de la heterosexualidad obligatoria, en la que se sostiene el sistema social y simbólico que configura la existencia femenina, desarticulando, a través de la estigmatización, cualquier aproximación a nuestra existencia lesbiana[2]. 


De la misma manera, la intervención de las relaciones entre mujeres ha sido histórica y conocida, sobre todo, por quienes hemos tomado conciencia de estas estrategias patriarcales y cómo han sido exitosas en la construcción de un orden simbólico que nos deja en la imposibilidad de expresarnos en esta cultura (de los hombres) con palabras propias y desde nuestra experiencia, “atrapadas” en la tergiversación de nuestros relatos.[3] 


Esto ha traído la consecuencia de que no solo la misoginia sea una práctica sistemática de los hombres hacia las mujeres como modo de relación social, sino que opera más profundamente entre las mujeres, y es precisamente allí su mayor logro al engendrar la desconfianza entre nosotras, por tanto, una predisposición a no “fiarse”, no “aliarse”, no “cuidarse”, no “amarse”, sino, más bien, a relacionarse desde la competitividad, la envidia, la descalificación, o cualquier otra expresión que da cuenta de una distancia entre las mujeres. Pese a que han existido experiencias de relaciones muy sólidas entre mujeres, el patriarcado siempre se las arregla para intervenirnos, y es principalmente a través del rumor (ya lo escribimos por ahí hace un tiempo con Franulic)[4] como se propaga este odio por las mujeres en grupos feministas. 


La misoginia entre mujeres es un tema que han ido visibilizando de manera más frecuente algunas compañeras de grupos o colectivos, que han sido atacadas a través de las redes sociales por otras colectividades e identidades anónimas que, por un lado, propagan el desprecio y la hostilidad con discursos ofensivos y descalificadores y, por otro, explicitan su misoginia con el descrédito y la estigmatización, ya no solo desde el nicho posmoderno/trans/gay, sino que, lamentablemente, desde sectores donde participan, principalmente, mujeres feministas. 


Estas acciones son una muestra real del odio que el patriarcado ha engendrado en cada una de nosotras (desde la práctica más invisible hasta la más evidente) y también, de que no hemos avanzado NADA en su eliminación. Por el contrario, algunas compañeras parecen creer que de esa forma hacen resistencia al patriarcado. Consideran legítimo exponer al maltrato a la otra compañera, es como enviar a la otra a la hoguera o a la guillotina, como si no fuera ya suficiente que los hombres (y no el machismo) nos sigan matando y cortando en pedazos; son ahora las compañeras feministas quienes nos lanzan piedras y nos matan simbólicamente. Es el silenciamiento de otras voces que algunos feminismos no quieren y necesitan borrar. 

Entre tanto, siguen borrando siglos y siglos de relaciones entre mujeres, e instalando la misoginia entre mujeres donde unas sancionan a las otras. Pareciera ser que la caza de brujas no fuera un antecedente suficiente para seguir ejerciendo calumnias y juicios en contra de las mujeres. Ya me preguntaba hace un tiempo, ¿qué mujer se desarrolla en la cultura/civilización patriarcal por fuera de la misoginia? ¿Cómo lo harán estas feministas para haber llegado a ese podio y poseer el martillo de la verdad y la justicia? ¿Qué harán después?, ¿nos enviarán a la cárcel y nos encerrarán en los hospitales psiquiátricos? No olvidemos que muchas de las feministas más radicales terminaron su vida llenas de rechazos a sus ideas y de ocultamiento a su pensamiento, condenadas al silencio y a la soledad por negarse a negociar con la institucionalidad y transar con un feminismo que niega a las mujeres y su genealogía, promoviendo la misoginia. 

Solo espero que las mujeres que deseamos ser feministas no canalicemos este legado patriarcal de rechazo a nuestro propio cuerpo, a la sexualidad y a las compañeras amorosas, amistosas y políticas. Yo quiero que una compañera feminista se alegre cuando otra mujer ejerza libertad (y no en el sentido de "el cuerpo es mío" o "hago lo que quiero", sino, más bien, en hacer elecciones conscientes sobre su vida, que incluye cambios, separaciones, y a veces re-nacimientos). 

Yo quiero que una compañera feminista respete tanto a otra mujer que escriba, piense y produzca conocimiento como cuando lee (o leyó) a Foucault, Marx, Bourdieu, Galeano, Aristóteles, Castaneda, entre muchos otros. 

Yo quiero que una compañera feminista no desprestigie, ofenda y maltrate a otra mujer que haga política feminista (aunque quiera ser presidenta de la república). 

Yo quiero que una compañera feminista celebre a que otra mujer se rodee de personas que le hacen bien y se separe de aquellas que la dañan. 


Yo quiero que una compañera feminista abrace a una mujer cuando cometa errores (impuestos por el patriarcado) y reciba apoyo para que pueda resolverlos, dialogando con afecto, comprensión y sororidad. 

Yo quiero que una compañera feminista no enjuicie y rumoree acerca de otra mujer. 

Yo quiero que una compañera feminista no obligue o inste a otra mujer a seguir dogmas para sentirse validada y aceptada por el grupo. 

Yo quiero que las feministas cantemos, dancemos y salgamos a la calle cuando las mujeres comencemos a ser seguras de nosotras mismas, porque hemos recuperado nuestra historia, nuestro cuerpo y hayamos logrado establecer relaciones entre mujeres sin misoginia, con confianza y libertad. Ese día, sin duda, celebraremos… 


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[1] Es un estudio psicosocial de Erving Goffman del año 1963, quien toma el concepto de estigma, analizándola como una ideología para explicar la inferioridad de ciertas personas que salen de lo normalmente aceptado. 





[2] Ver en “Heterosexualidad obligatoria y existencia lesbiana” de Adrienne Rich. 


[3] Para mayor profundidad en “La tergiversación de la experiencia” de Andrea Franulic, 2013. www.andreafranulic.cl


[4] Ver “De aquí no sale: algunas reflexiones sobre el rumor” en www.andreafranulic.cl

viernes, 9 de septiembre de 2016

"Malestar", en Acoso Sexual Callejero: contexto y dimensiones

Javiera Arancibia
Psicóloga Pontificia Universidad Católica de Chile

Se escucha en los medios y en la opinión pública, que una de las motivaciones de lo que definimos como acoso sexual callejero, sería producir agrado. Aún más, algunos opinan que las mujeres, quienes son sus víctimas en mayor proporción, lo buscarían con ciertas actitudes o vestuarios sexualmente ‘provocadores’ (Instituto de Opinión Pública, 2013). En este sentido, el acoso sexual callejero constituiría una especie de “favor”, que mejoraría cómo las mujeres se sienten consigo mismas, hasta elevar sus niveles de bienestar (Jara, 2013). Así, el no ser acosada produciría un efecto opuesto, es decir, las mujeres lo entenderían como un “no ser deseada” a ojos de los hombres e, indirectamente, generaría malestar en ellas. En respuesta a estas creencias, esta ficha plantea que el acoso sexual callejero no solo no produce agrado sino que, al revés, viene acompañado de emociones desagradables o negativas y puede generar malestar.

Para comenzar, se entiende que el bienestar es una sensación individual posibilitada por un entorno social que proporciona una buena calidad de vida y salud. Es así como el bienestar se compone por una dimensión social, que cobra sentido ahí donde “los individuos construyen una imagen de sí, de los otros y del mundo en el contexto de sus experiencias sociales” (PNUD, 2012, p.16). En otras palabras, si bien el bienestar se relaciona con el desarrollo de capacidades individuales, también tiene que ver con capacidades relacionales y sociales. Entre ellas, sentirse seguro y libre de amenazas, participar e influir en la sociedad, ser reconocido y respetado en dignidad y derechos, y conocer y comprender el mundo en que se vive. Por el contrario, podemos definir malestar como cualquier estado en que el bienestar se encuentre amenazado o deficiente.

Respecto de investigaciones científicas, actualmente no existen suficientes estudios sobre las emociones y/o el malestar que el acoso sexual callejero puede producir. De todos modos, contamos con algunas pistas. Por ejemplo, existen estudios donde las participantes expresan sentir emociones desagradables o negativas al enfrentarse a situaciones de acoso sexual callejero, tales como “asco, rabia, miedo, inseguridad, confusión, culpa” (Observatorio contra el Acoso Callejero, 2014, p.17). Por otra parte, se ha visto que, aun cuando hay aspectos como el atractivo físico y la edad del acosador; y como la hora del día y la presencia/ausencia de compañía cuando el acoso sucede, que sí afectan la intensidad de estas emociones, el acoso sexual callejero nunca se vive como una experiencia emocional agradable o positiva. Incluso, en el caso de que no se sientan emociones desagradables o negativas, las víctimas nunca muestran intenciones de relacionarse más allá con el acosador, sin importar el contexto ni las características de éste.

En relación a las emociones, éstas son modos de adaptación a ciertos estímulos del entorno, expresadas como reacciones psicológicas y fisiológicas que mueven a la persona a mantener y/o cambiar su posición, impulsándolo o alejándolo hacia ciertas personas, objetos, acciones e ideas. Específicamente, las emociones que llamamos negativas constituyen sensaciones desagradables, una evaluación de las situaciones que las originan como dañinas, y la movilización de gran cantidad de energía psíquica para afrontarlas. Éstas suceden cuando la sensación de amenaza supera la sensación de confianza en el entorno. Así, experimentar situaciones amenazantes tiene un efecto en la sensación de seguridad de las personas, disminuyendo la confianza de que podemos controlar nuestro entorno y nuestra propia vida. Considerando esto, se ha observado que a mayor exposición a acoso sexual callejero, mayor cantidad de emociones negativas aparecen, tales como miedo a la violación, miedo al acoso, estrategias pasivas de afrontamiento y auto culpabilización. Es en ese sentido como las emociones no sólo pueden ser explicadas desde las diferentes ‘sensibilidades’ de las personas, sino más bien entendidas a partir de un contexto social, donde se toleran situaciones de acoso sexual y donde su ocurrencia produce un constante sentimiento de amenaza para quienes lo sufren.

Ahora bien, aunque el acoso callejero puede suscitar emociones negativas, llama la atención que las reacciones ante él son, en su gran mayoría, respuestas pasivas, tales como ignorar la situación (SERNAM, 2012; OCAC, 2014). Tomando todo esto en cuenta, ¿cómo es que el acoso sexual callejero puede generar malestar?

Una respuesta es que el acoso sexual callejero es una expresión de violencia simbólica (que no modifica el hecho de que el acoso sexual callejero pueda ser físico), que se define como una acción racional en el contexto de asimetrías de género, que funciona para que éstas asimetrías se mantengan (Bourdieu, 2000), y que se expresa generalmente a través del control del cuerpo- y del movimiento- de las mujeres (Blanco, 2009). De esta manera, las emociones negativas o desagradables afectan las posibilidades de movimiento en el espacio público y la sensación de libertad y control sobre el entorno, que tiene por consecuencia que las mujeres se muevan con cautela en el espacio público, de modo temporal, y que su apropiación de estos espacios sea significativamente menor en comparación con los hombres. Asimismo, evita que las víctimas se manifiesten en contra, aun cuando lo vivan con desagrado. En otras palabras, las emociones negativas asociadas al acoso sexual callejero se erigen como formas adaptativas de transitar entre patrones culturales sexistas, que avalan y reproducen la violencia de géne
ro. En conclusión, estas prácticas generan malestar en quienes la sufren, en la medida en que coartan no solo el libre tránsito, sino además las posibilidades de desarrollar capacidades individuales, relacionales y sociales, en un contexto que pueda hacer posible el bienestar. Por esta razón, el acoso sexual callejero no constituye un bien para sus víctimas. El acoso sexual callejero es violencia.

Fuente:http://www.ocacchile.org/wp-content/uploads/2015/06/Acoso-Sexual-Callejero-Contexto-y-dimensiones.pdf