jueves, 30 de diciembre de 2010

En busca del amor romántico


El amor es una vía de acceso al conocimiento, un intento de trascender la realidad, de superar la muerte, de lograr la fusión con el cosmos. Es también una ficción que vivimos en y con el cuerpo, y una fuente constante de sufrimiento, dolor, y sublimación poética...

Por Coral Herrera Gómez  Especialistaenamor.com

Lo que hoy denominamos ?amor romántico? es en realidad un collage de mitos antiguos cuyas principales fuentes han sido el amor cortés del siglo XII y el romanticismo del siglo XIX. De estos restos culturales tenemos la idea del amor para siempre, el mito de la indestructibilidad y omnipotencia del amor, el mito del matrimonio como institución perfecta para el desarrollo del amor, el mito de la princesa esperando en su castillo, la figura del príncipe azul salvador, la imagen de los atardeceres o la belleza de la naturaleza como paisajes del amor, la boda como culminación de ese amor?
Este collage de relatos, mitos y símbolos ha logrado seducir a las masas hasta convertirse, hoy en día, en una utopía emocional de carácter individualista. Una vez derrumbadas las utopías religiosas y las políticas, el amor romántico es, cada vez más, un anhelo idealizado y un objeto de deseo que nos sirve como medio para lograr los grandes fines de la posmodernidad: la felicidad, la plenitud, la autorrealización.
El amor romántico ha servido como medio para seducir a las masas; el objetivo de la Iglesia y del capitalismo ha sido lograr mediar en las vidas sexuales y sentimentales de las personas, y conseguir que muchas parejas se casen bajo la bendición de la familia, Hacienda, la Iglesia y el Estado.
Sin embargo, el amor es un fenómeno complejo que a menudo no tiene mucho que ver con el matrimonio ni con el modelo heterosexual y monogámico que nos han vendido a través de los productos culturales. Además, no siempre está impregnado de romanticismo individualista. En ocasiones el amor se expande a la comunidad, y es transgresor porque rompe con el modelo normalizado. Otras veces en cambio funciona como regulador de la organización social, porque la pareja es la base para la creación de las Familias tradicionales.
Y es que el amor tiene una dimensión política, económica y social que está invisibilizada, porque se presenta como un fenómeno sentimental, perteneciente al ámbito íntimo.
El amor es consecuencia del miedo humano a la soledad, pero a la vez es una aventura por las profundidades de nuestro ser, de nuestras potencialidades y nuestras miserias. En el amor romántico confluyen el arrebato y la contención, el paso de los años y la pasión de una noche. Es una condensación de mitos que circulan por el espacio colectivo, pero también un sentimiento que genera potentes respuestas físicas que sacuden y modifican el organismo humano, su conducta y sus actuaciones.
El amor pasión es acción pura, pero también se resume en divagaciones y ensoñaciones íntimas de carácter platónico. Está anclado a la realidad; se expresa en forma de caricias, jadeos, gemidos, susurros y gritos, sangre, sudor, semen y fluidos, pero también es un fenómeno idealizado y vivido de forma irreal.
El romanticismo puede suscitar en las personas sentimientos de altruismo, generosidad, entrega, sacrificio, ilusión, felicidad intensa. Los enamorados se ven de pronto mostrando su mejor cara, tratando de ser buenas personas, siendo hospitalarios, ofreciendo su ayuda, haciendo sentir bien al otro, deseado lo mejor para el otro. Muchos se ven ?fuera de sí?, como contemplándose a sí mismos desde lejos, sorprendidos por su propia generosidad, altruismo y capacidad de entrega: ?El amor es el comunismo dentro del capitalismo. Incluso a los más avaros les da por regalar y se sienten por ello totalmente felices? (Ulrich Beck, 2001).
Sin embargo, el amor pasional también puede ser un mecanismo que active  nuestro lado oscuro: el egoísmo, el miedo y las inseguridades, los complejos, los deseos de venganza y dominación, la crueldad extrema. Por eso a menudo el amor romántico nos muestra la peor cara de nosotros mismos, nuestro lado más sombrío e inconfesable.
El amor nos hace tomar conciencia de la muerte y de la vida como procesos inseparables. Nos produce una sensación de poder abarcar la totalidad del ser, porque nos vuelve hacia nosotros mismos, y en ese proceso podemos conocer la realidad desde la propia realidad, como si fuese la de la Humanidad entera. Esto sucede porque al volverse hacia sí, el humano encuentra su animalidad a través de su propio cuerpo, sus deseos, e instintos. Y también se choca con la realidad de su pequeñez y vulnerabilidad; por eso ansiamos la eternidad, la perfección, el infinito, la sublimación de los sentimientos.
En este sentido, el amor es una fuerza grandiosa que hace tomar conciencia al ser humano de su insignificancia y su breve paso por este mundo. Y eso sucede porque el amor romántico expresa un deseo de eternidad que nos arroja a la cara la precariedad de nuestra existencia, como personas y como especie. No sabemos por qué estamos vivos o para qué, pero el amor a veces logra proporcionarnos un sentido, un motivo, una causalidad.
El amor, entonces, nos pone en contacto con lo inconmensurable (la vida, la eternidad, el movimiento, la existencia) y con lo insignificante (nosotros mismos, perdidos en una esquina de una galaxia lejana y aislados por distancias astronómicas del resto del universo). Y esta conexión con la inmensidad nos hace ser conscientes de lo extraño y maravilloso que es a la vez estar vivo. Existir es un estado tan precario que precisa ser disfrutado con intensidad, porque es poco probable que vuelva a repetirse. La pasión amorosa se acaba; explota con violencia o se extingue lentamente, pero se acaba, como la vida misma, como nuestra propia existencia. Por eso el amor nos pone en relación con la vida y la muerte; por eso lo experimentamos de un modo tan trágico y pasional en ocasiones.
El amor es, también, un arte, como dijo Erich Fromm (1959). Es una fuente sentimental que genera otras emociones fuertes; a menudo se le acusa de ser un elemento perturbador, generador de caos y destrucción, provocador de actos irracionales que anulan la lucidez y cordura de las personas, como si pudiese separarse a las emociones de los pensamientos, como si los sentimientos y las ideas fuesen entes contrapuestos.
La extraordinariedad del amor correspondido radica en que nos eleva por encima de la cotidianidad, normalmente monótona y rutinaria para la mayor parte de la Humanidad. En un sistema tan cruel como el nuestro, tan desocializado e individualista, es normal que el ser humano desee vivir otro tipo de realidades; enamorarse sería un modo de evadirnos, de relacionarnos y de trascender la realidad.
La realidad de la persona enamorada es mucho más colorida, diversificada, intensa y placentera que la realidad del día a día; por eso hoy en día el amor romántico sirve como dispositivo de evasión, bien consumido como relato, bien vivido en persona. Por su carácter escapista, el romanticismo a menudo constituye una realidad utópica que choca con la realidad; en ella deseo y frustración van de la mano.
Necesitamos enamorarnos del mismo modo que necesitamos rezar, leer, bailar, navegar, ver una película o jugar durante horas: porque necesitamos trascender nuestro ?aquí y ahora?. Alejarnos de la realidad, ponernos en la piel de otras personas, de otros seres fantásticos, viajar a otros mundos, descubrir nuevas cosas, buscar la trascendencia espiritual. Fusionar nuestra realidad con la realidad de otra persona es un proceso fascinante porque se unen dos biografías que hasta entonces habían vivido separadas, se construye una historia en común, y se proyecta un presente y futuro idealizado, situado más allá de la realidad propiamente dicha, y alejada de los cambios y avatares de la vida.
Por eso el amor es para los enamorados como una isla o una burbuja, un refugio o un lugar exótico, una droga, una fiesta, una película o un paraíso: siempre se habla de las historias amorosas como situados en lugares excepcionales, en contextos especiales, como suspendidas en el espacio y el tiempo. Esa magia es lo que hace este fenómeno incomprensible para muchas personas, que no se explican por qué sus vidas cambian cuando se enamoran, por qué hacen cosas que nunca harían, por qué son capaces de cualquier cosa por su amado o amada?.
El amor, en definitiva, es una vía de conocimiento, un intento de trascender la realidad, de superar la muerte, de lograr la fusión con el cosmos. Es también una ficción que vivimos en y con el cuerpo, y una fuente constante de sufrimiento, dolor, y sublimación poética. Es un sentimiento poderoso, de eso no hay duda, pese a la dificultad para entenderlo en toda su complejidad.

“El amor sustenta desigualdades sociales”

 
 
Irene G. Rubio y Belén Macías Marín
La salud, el cuerpo o el amor son temas que ha investigado esta feminista en los últimos años. Le preguntamos sobre todos ellos y el resultado del interrogatorio tiene miga. Aquí, un costoso resumen.
 DIAGONAL: En este momento estás trabajando en un libro sobre el amor. ¿Crees que el amor es clave en la dominación de las mujeres?
MARI LUZ ESTEBAN: El amor, el amor en general y el de pareja en particular, tal y como se construye y se vive en nuestra sociedad, es un pilar central de la subordinación social de las mujeres. El amor nos convierte en eso que llamamos mujeres y hombres, hace que tengamos estatus diferentes. Resulta determinante en un sistema de género en el que se diferencian espacios para unas y otros, donde se nos asignan posiciones desiguales de poder, donde a las mujeres se nos construye específicamente como seres emocionales.
D.: ¿Hay que dejar de identificar a la mujer con el ‘sujeto amoroso’: la amante, la cuidadora, la madre...?
M.L.E.: Ése es uno de los retos que tenemos por delante. El feminismo ha avanzado mucho en el cuestionamiento de la identificación entre ser mujer y ser madre. Pero sigue habiendo una identificación entre ser mujer y ser un sujeto específicamente amoroso, que yo no comparto. Es una identificación que se está aplicando en el tema de los cuidados, como si nosotras tuviéramos una aportación específica al mundo desde ahí, y creo que la hemos tenido obligadas y con muchos peajes. Eso no quiere decir que dejemos de reivindicar un mundo más humano y más justo, donde las relaciones de poder y los trabajos se distribuyan de otra manera, que sean relaciones donde pueda haber afectos. No sería cargarnos eso, sino romper la centralidad del amor, la ‘obligación’ de amar. Además, cuando hablamos de amor, ¿de qué estamos hablando? Muchas veces de injusticia/justicia, poder/no poder o de la vulnerabilidad y la interdependencia como algo básico en los humanos.
Vivimos en una sociedad de ‘pensamiento amoroso’, donde parece que el amor es lo más genuino del ser humano, la principal tabla de salvación, y parte del feminismo está también ahí. No estoy para nada de acuerdo. No sé si en una situación ideal el amor podría ser lo más genuino, pero, desde luego, en esta cultura en la que vivimos, no. Porque el amor está tapando desigualdades sociales, no sólo entre hombres y mujeres, también de clase, de etnia. No hay más que fijarse en los relatos de ficción del cine, la literatura... El amor nos construye como desiguales, sustenta desigualdades.
D.: ¿Que la sexualidad siga siendo el principal instrumento de subversión desde el cuerpo para las mujeres no es una trampa?
M.L.E: La subversión a través de la sexualidad ha sido y seguirá siendo un campo muy fértil, y ahí están todas las propuestas de las últimas décadas, desde el porno feminista hasta lo queer, con la transexualidad y el transgenerismo... La duda que me surge es si no estamos hipertrofiando en exceso la sexualidad y si no hay otras dimensiones de la corporalidad que no estamos trabajando tanto, como la edad o la clase social. ¿Por qué nos parece que la sexualidad es más subversiva que la vejez o que las desigualdades económicas? Muchas de las propuestas queer en nuestro contexto, no todo, igual estoy generalizando demasiado, tienen que ver con cuerpos jóvenes, delgados... cuerpos que se mantienen en unos márgenes concretos. Sin embargo, si pensamos en otras áreas, como el trabajo doméstico, los cuerpos que están en esa pelea podrían ser o están siendo subversivos, sin cumplir esas condiciones. A mí me parecen fundamentales, pero creo que nosotras mismas los tenemos bastante invisibilizados.
D.: Frente a todos los dispositivos que nos instan a controlar y exponer el cuerpo, ¿la reivindicación de lo feo puede ser una forma de resistencia?
M.L.E: Ahí la aportación del feminismo ha sido muy significativa y lo seguirá siendo. Lo que nos puede pasar es que también nos veamos afectadas por esos ideales de belleza. Que, por muy feministas que seamos, la fuerza de esa ideología hegemónica sobre la imagen es brutal. Otro problema es que a veces vemos a las mujeres como víctimas del sistema, pero la regulación, el control y la posibilidad de resistencia van de la mano. Si nos vemos sólo como víctimas, nos negamos la posibilidad de agencia, de acción social e individual.
D.: Y en el otro extremo, ¿cómo darle la vuelta a lo que se malentiende como ‘armas de mujer’?
M.L.E:Tenemos una visión muy estrecha de la seducción, con esa separación que hay en nuestra sociedad de la belleza y la inteligencia, parece que quien seduce con el cuerpo o con la imagen no puede hacer otras cosas. Es una idea que por una parte hemos criticado y, por otra, interiorizado. Además, la aplicamos de una manera muy ‘generizada’ a las mujeres y no a los hombres. Si viéramos la seducción y el erotismo de una forma mucho más amplia, y miráramos más allá de la heterosexualidad, podríamos darnos cuenta de que eso que hemos llamado “armas de mujer” es mucho más complejo y tiene que ver con una manera de presentarse, de seducir al otro, pero en un sentido muy amplio; y que también los hombres lo utilizan, aunque en su caso no es visto como seducción sino como inteligencia.

¿ACASO ELLAS NACEN SABIENDO CÓMO CUIDAR?
D.: ¿Hay que revisar el discurso feminista de los cuidados?
M.L.E.: Sí, y en ello estamos. En el tema de los cuidados las teorías feministas están en un continuum. En un extremo estarían las que han defendido el ideal del pensamiento maternal, del cuidado como una ética, como una aportación específica de las mujeres. En el otro, posturas mucho más materialistas que defienden que es mejor entrar en este tema desde la división sexual del trabajo y las diferencias de poder según las tareas que hacen mujeres y hombres. Y en medio puede haber posiciones mixtas. En el Estado español, hay sobre todo posiciones mixtas, como las de las economistas que han aportado mucho en este ámbito. Pero, en general, hay un tinte esencialista en muchos de los discursos sobre los cuidados, incluso en las posturas materialistas; una idea de que las mujeres tenemos algo especial que ofrecer, en vez de partir de que ‘tener que cuidar’, tal y como se plantea aquí y ahora, es una alienación para las mujeres.
Si no se puede elegir, no podemos hablar de ‘ética de los cuidados’. Muchas mujeres no pueden elegir, lo que tiene que ver con la clase social; hay que tener cuidado con hacer planteamientos clasistas, que sirven sobre todo para las ricas, en éste y otros temas. Hay grupos de mujeres, por ejemplo en Euskadi, que hemos trabajado mucho en esta dirección y hemos sido muy rotundas sobre el derecho a decir “no” frente a los cuidados, junto con el derecho a decir “sí”, pero sobre todo para hombres.
ENVEJECER EN EL SIGLO XXI
¿Es más difícil envejecer ahora que nunca?, nos preguntamos, en una sociedad que idolatra de forma creciente el cuerpo y la juventud. “No. Mi sensación no es que sea más difícil, es que estamos elaborando la vejez a nivel individual, cada una como puede, o con la gente cercana. Aunque hay algunas excepciones, hay muy poquita elaboración teórica y colectiva sobre estos temas, al menos en el Estado español”, responde Esteban. Finalmente, es la medicina la que se encarga de explicarte cómo envejeces, lo que, según esta antropóloga, “no siempre es positivo, dado que esta disciplina tiene una forma de mirar la realidad y lo ‘femenino’ muy concreta, por lo que sería muy interesante que hubiera discursos distintos, alternativos”, señala.

 Fuente: Kaos en la Red

miércoles, 29 de diciembre de 2010

ENTRE SILENCIOS Y OLVIDOS: EMERGEN LAS MEMORIAS DE LAS MUJERES GUATEMALTECAS


Ana Silvia Monzón(2)
 
Recuperar, elaborar y difundir la memoria tiene un sentido vital y político que ha impulsado a las mujeres a superar el silencio y el olvido de las distintas memorias que hasta ahora conforman las culturas patriarcales y que, generalmente, relegan el espacio para la expresión de esa memoria.

¿Existe una memoria específica de las mujeres? ¿por qué y cómo hacer memoria de las mujeres? ¿a quiénes incluye? ¿podemos construir historia con esa memoria? Estas interrogantes guian las reflexiones que hoy comparto.

Si nos atenemos a la definición primaria de qué es la memoria el diccionario nos dice que es la “facultad síquica por medio de la cual se retiene y se recuerda el pasado”, esa facultad se expresa tanto individual como colectivamente pero, como plantean las categorías del feminismo, esta condición de retener, traer al presente y hacer permanente el recuerdo está, indudablemente, determinada por relaciones de poder que dictan quién recuerda, qué recuerda y qué se registra de esos recuerdos. Y entonces tiene sentido la pregunta ¿se permite recordar a las mujeres? ¿se ha dado valor a los recuerdos de las mujeres?

Las evidencias nos muestran que no, que lo que se ha reconocido como la historia, la memoria no ha hecho más que perpetuar un orden en el que las realizaciones de los hombres como género y particularmente de un grupo étnico y de una clase social, adscripción religiosa o política, así como los espacios que ellos ocupan son los que definen lo trascendente, lo que marca los períodos históricos, los personajes importantes, en fin los que dan forma al pasado y referencia identitaria a las personas y los pueblos. La historia y la memoria se han elaborado en clave masculina.

Para las mujeres este orden ha reservado el espacio doméstico, invisibilizado y desvalorizado. La memoria dominante nos ignora y ni siquiera tenemos pasado, como escribió una vez la escritora Carolina Vásquez Araya no tenemos nombre propio, desconocemos nuestra historia y con ello nuestra identidad, que ha sido designada desde los lugares de poder.

Pero vivimos en un tiempo en el que la memoria está en el centro de las reivindicaciones, para recuperar identidad, para dar fuerza a los discursos, para reclamar espacios, para vislumbrar utopías. Develar el pasado con otros referentes, indagar con nuevas miradas, iluminar los espacios antes ocultos. Interpretar esos hallazgos y dotarlos de significado para más y más mujeres ha sido el aporte de muchas teóricas, filósofas, políticas, artistas, mujeres anónimas quienes transgrediendo la norma patriarcal de callar y obedecer han preservado la memoria, han burlado la tutela y nos han legado gestos, rituales, símbolos, escritos, creaciones artísticas y sobre todo, la palabra. Una palabra que, al menos en el idioma español, está sesgada, niega y descalifica lo femenino pero que, ahora resignificada, es un instrumento poderoso para nombrar a las ancestras, reconocer a las mujeres de hoy y construir espacios de autoridad para los saberes y haceres de las mujeres.

Hoy muchas mujeres nos asumimos herederas de las Evas satanizadas que comieron del fruto del árbol del conocimiento rebelándose contra la prohibición de nombrar lo femenino en primera persona, de diosas como Ixchel patrona del parto y de la luna, inventora del arte de tejer y que, además, es una de las pocas deidades del panteón maya, o de Malintzin-Malinche, sospechosa de traición, signo del mestizaje. Nuestro presente se está elaborando con esos legados que hacen despertar las conciencias lo cual, como escribió Adrianne Rich, es estimulante pero a la vez “también puede ser confuso, desorientador y doloroso” costo que, sin embargo, muchas mujeres están dispuestas a pagar.

Un breve recorrido histórico que destaca los nombres de mujeres fundamentales en la historia del feminismo, surgido en Europa hace casi tres siglos al calor de las promesas de la modernidad y la ilustración, constituye el sustrato del feminismo que llegó a las tierras americanas. Efectivamente, las ideas de libertad, fraternidad e igualdad traspasaron fronteras y llegaron si bien con algún retraso a las élites criollas de nuestros países. El siglo XIX –con la excepción previa de Sor Juana Inés de la Cruz en el siglo XVII- empieza a registrar en América Latina nombres de las primeras mujeres que tuvieron acceso a las letras. En Guatemala entre las más conocidas: Dolores Bedoya y Pepita García Granados que, por excepcionales, han sido registradas aunque de manera marginal en la historia.

Hacia la segunda mitad de ese siglo los esfuerzos se hicieron colectivos, surgió el primer períodico redactado por mujeres “La Voz de la Mujer” en 1885 y dos años más tarde “El Ideal” que si bien tuvieron escasa difusión son testimonio del interés de las mujeres por expresarse más allá de las cuatro paredes de sus hogares. Sin olvidar, por supuesto, que miles de mujeres indígenas y ladinas pobres estaban excluidas de cualquier espacio que no fuera el trabajo servil tanto en la casa patronal como en sus hogares.

Este despertar de las mujeres guatemaltecas ha sido documentado, entre otras historiadoras, por Marta Elena Casaus quien nos revela cómo se fue gestando un movimiento de mujeres –de élite, de la capital o lo más de Quetzaltenango- quienes desde la segunda mitad del siglo XIX hasta los años cuarenta del siglo XX escribían, opinaban, empezaban a reclamar el voto femenino3. Desde otros espacios las trabajadoras también se expresaron, organizaron una primera huelga en 1925 y se incorporaron –si bien en minoría- a algunos de los sindicatos de la época.

La llegada del siglo XX marca también un hito en la memoria-historia de las mujeres: es el momento en el que las mujeres iniciaron su ingreso a la universidad4, como plantea Clara Meneses (1985:11) posiblemente en 1902, Berta Strecker “al tener el título de Bachiller fue la primera mujer que se inscribió en la Facultad de Medicina, dejando esos estudios porque los estudiantes le hacían una guerra fría, teniendo como único propósito el egoísmo, que una mujer se pusiera al nivel científico de ellos; a ese respecto dijeron en un periódico que: “la miel no se había hecho para el pico del zope”, descalificando el hecho de que una mujer pretendiera realizar estudios universitarios.

Tal era el conservadurismo y la resistencia masculina que fue hasta 1919 cuando Olimpia Altuve ingresó formalmente a la universidad siendo la primera mujer graduada en el área de química y farmacia. Más de veinte años después, en 1942, se graduó la primera mujer médica Dra. María Isabel Escobar. En 19265 y 1943 se graduaron las primeras abogadas de que se tenga noticia: Luz Castillo Díaz Ordaz vda. de Villagrán y Graciela Quan, quienes no pudieron ejercer su profesión ya que, como no se reconocía la ciudadanía a las mujeres, no gozaban de derechos cívico-políticos, no tenían “fe pública”.

Cabe destacar, por otro lado, que debido el racismo y la discriminación económica que configuran a la sociedad guatemalteca, las mujeres indígenas hicieron su ingreso a las aulas universitarias mucho más tarde. Fue hasta los años setenta, que se graduó la primera mujer indígena como médica: Dra. Flora Otzoy, y en mil novecientos ochenta la primera garífuna, Dra. Claudina Ellington.

Desde entonces la matrícula femenina en las universidades no ha dejado de aumentar hasta constituir mayoría en algunas profesiones. Sin embargo, lo femenino y las mujeres continúan invisibilizados, en la cotidianidad universitaria no se incorpora el pensamiento, el lenguaje, los aportes de las mujeres. Esas instituciones continúan reproduciendo la cultura patriarcal, el racismo y el clasismo. Y eso se traduce objetivamente en la inexistencia de espacios autorizados para investigar, enseñar o aprender acerca de las mujeres: no existen, salvo una que otra excepción, cursos de feminismo o de historia de las mujeres, ni bibliografía suficiente y adecuada o asignación de recursos para investigar. Lo del olvido se eleva a categoría de política institucional. Se sigue negando estatus científico a paradigmas como el feminismo o la cultura maya a las que se acusa de parciales, se sigue manteniendo la idea de que lo universal
-masculino por supuesto- es lo único válido.

Pero esa visión trasciende los muros académicos, incluso los esfuerzos por documentar la memoria reciente que se hacen desde otros lugares –siempre cargados de poder- han olvidado a las mujeres y, en un gesto de reparación tardía las han “agregado”6. Asimismo los lugares públicos –como los museos por ejemplo- donde se guarda y exhiben objetos tangibles de la memoria ¿Y qué decir de otros recursos? Los periódicos, el cine, la fotografía, los libros, y ahora la red, todos reproducen esa ceguera de género y nos muestran épocas pasadas y acontecimientos presentes donde prevalece lo masculino y si se incluye a las mujeres es en calidad de objetos sexuales, compañeras complacientes o, en el otro extremo como mujeres superpoderosas, temibles: en fin mujeres inexistentes.

Pero las mujeres aún con recursos escasos, leyendo entre líneas, haciendo labor de “arqueología”, resistiendo los embates culturales patriarcales cuyos símbolos y significados se incrustan en la piel, estamos reivindicando nuestras memorias, en plural porque somos diversas. Y reclamamos este derecho universal y básico, que nos cubre a todas independientemente de quiénes seamos y de nuestros orígenes, que nos acompaña durante toda la vida y ojalá después de la muerte porque también reivindicamos ser recordadas. Merecemos tener historia. Que nuestras memorias sean convertidas en historia.

En este camino las francesas y anglosajonas, las españolas y en nuestro continente chilenas, mexicanas, argentinas nos han aportado luces, aprovechando que “la Escuela de los Annales (1929) consiguió ensanchar los campos de la historia, incorporando a ella las prácticas cotidianas, las conductas ordinarias y las mentalidades comunes, la historiografía francesa facilitó el desarrollo de una historia de la mujer, al hacer posible una transición de lo político a lo social, lo cotidiano y lo personal” (Correa y Ruiz, 2001).

En este proceso la teoría y la práctica feministas han sido fundamentales para redefinir y ampliar las nociones del significado histórico, para interrogar y revelar el pasado y el presente de las mujeres, para valorar otras fuentes. Incluso para cuestionar las periodizaciones históricas que hasta ahora han estado marcadas por las hazañas masculinas, guerreras la mayoría.

Asimismo un aporte vital de esta nueva forma de hacer historia ha sido restituir la dignidad a las mujeres, romper con la visión de víctimas, subordinadas y oprimidas que transmite sin ningún pudor la historia patriarcal.
Dejar de ser víctimas para constituirse en actoras sociales, como reivindica actualmente un grupo de mujeres que está indagando en clave femenina las causas y los efectos del conflicto armado interno en Guatemala7.

Entre los silencios y los olvidos, entre la memoria y la historia, las mujeres hoy estamos recordando lo vivido, la violencia en los cuerpos femeninos, la descalificación de los saberes, la condena al silencio, el recuento de “las querellas” y los agravios. Este momento es necesario para reclamar el “lugar que se nos ha arrebatado”, pero al mismo tiempo también para traer al presente las resistencias y los gestos transgresores de nuestras ancestras porque estamos honrando sus memorias, creando nuestras historias y re-creando la cultura.


Fuente: Ciudad De las Diosas.

Referencias bibliográficas
Carrillo, Lorena Sufridas hijas del pueblo: la huelga de las escogedoras de café de 1925 en Guatemala. Guatemala, CIRMA. En: Mesoamérica; Año 15; No. 27; junio 1994; pags. 157-173
Casaus Arzú, Marta Elena Las redes teosóficas de mujeres en Guatemala: la Sociedad Gabriela Mistral, 1920-1940. España, Universidad Autónoma de Madrid,2001. En: Revista Complutense de Historia de América, no. 27. pp. 219-255
Correa, María José, Ruiz, Olga 2001. Memoria de las mujeres: espacios e instancias de participación Prensa Feminista, Centros anticlericales Belén de Sárraga y Teatro Obrero. http://www2.cyberhumanitatis.uchile.cl/19/correaruiz.html.
Meneses A. de Soto, Clara Biografía de Magdalena Spínola. Guatemala, Tipografía Nacional,1985.

martes, 28 de diciembre de 2010

Un feminismo de Contra-movimiento






El Vaticano acuñó el término “nuevo-feminismo” tras la encíclica Evangelium Vitae en la que Juan Pablo II llamó a la creación de un “nuevo-feminismo”, un “feminismo cristiano, pro-vida” que asumía sin embargo, derechos formales para las mujeres.
Los éxitos políticos del FEMINISMO forman ya parte de los valores democráticos y no admite, por tanto, una crítica integral. El Vaticano consciente de que las sociedades democráticas tienen poca tolerancia hacia un sexismo hostil y dado que no cabe un enfrentamiento abierto y sin matices, queda obligado a asumir parte de la teoría viendose obligado a construir una corriente discursiva.
Pero el “nuevo-feminismo” vaticano es en realidad un contramovimiento que se construye contra las teorías sociales que permiten desvelar las normas, representaciones, ideas y comportamientos que se han ido construyendo socialmente como “naturales” y atribuidos a las diferencias biológicas de los sexos[1]
. Lo enmarcan, además, en un sistema dual bueno-malo.
Su feminismo bueno lo circunscriben a la reivindicación de la igualdad formal y lo aderezan con pizcas de un “orgullo femenino” que le ofrece el feminismo de la diferencia que considera nocivo para las mujeres cualquier empeño por cuestionar las “exigencias biológicas” negando por tanto las  asignaciones construidas culturalmente.
Lo contraponen y enfrentan a un feminismo malo al que identifican con el feminismo analítico que cuestiona las normas y estrategias coercitivas que imponen el modelo social androcéntrico. Identifican, por tanto, la categoría analítica del Género como el elemento perverso que permite contravenir su concepción de la construcción social y simbólica de los hombres y las mujeres sobre la base de la diferencia sexual. En sus escritos lo denominan como “ideología del género” o “ideología de la muerte”.
El “nuevo feminismo” vaticano,  trabaja activamente para contrarrestar los avances de las mujeres ya que según ellos esta ideología supone “la Revolución Cultural más profunda y dramática de toda la Historia de la Humanidad”[2].
Sus alegatos analizan y contra-argumentan los textos clásicos del feminismo y concluyen con  apocalípticas descripciones como las del obispo de Castellón-Segorbe que ha expresado que detrás del término Género
“se esconde una ideología malévola que busca abrirse paso en las conciencias para instalarse en nuestra cultura, cada vez más andrógina o unisex. Se trata, en definitiva, de una revolución extrema: lograr una cultura nueva, o contracultura, que excluya el matrimonio, la maternidad, la familia, y acepte todo tipo posible e imaginable de práctica sexual”. [3]
Según este apologeta religioso “en España estamos sufriendo, cada vez más, las consecuencias de esta perversa ideología”, cosa que según él, “se refleja en el talante de nuestros gobernantes y en las reformas legislativas que pretenden aprobar” haciendo referencia a la nueva ley de matrimonios, la enseñanza en las escuelas de pautas comunes para poder convivir como buenos ciudadanos/as o la ley de salud sexual y reproductiva.
Su beligerancia es tal que a través de la Instrucción Pastoral “ORIENTACIONES MORALES ANTE LA SITUACIÓN ACTUAL DE ESPAÑA” la Conferencia Episcopal identifica el apoyo gubernamental a lo que ellos laman “ideología de género” como uno de los principales problemas que afrontan los valores católicos en España.
Parece evidente que el boicot, resistencia y acciones de contra-movimiento, hacia los procesos sociales que están tratando de transformar pautas y patrones culturales sexistas, están orientados por la Iglesia Católica y que son sus reflexiones y argumentaciones las que alimentan las acciones y posicionamientos de las políticas conservadoras en materia de igualdad. El rechazo a la asignatura de Educación para la Ciudadanía es paradigmático y especialmente grave desde la perspectiva de la Igualdad de Oportunidades ya que, significa la obstaculización a una de las estrategias gubernamentales para acelerar el avance de la igualdad de las mujeres.
La reciente oposición del PP a la iniciativa legislativa que trata de impulsar juegos no sexistas en los colegios pone en evidencia la concreción de sus resistencias a los cambios a favor de la igualdad.[4]
Hay dos niveles de ataque:
  • Uno al conjunto de las mujeres al ser las principales perjudicadas de su modelo; un modelo que se construye sobre la limitación de nuestros derechos y expectativas.
  • El otro va dirigido a las activistas que son expuestas a la eterna estrategia de burla, ninguneo, ultraje y humillación por parte de los neoconservadores. Tenemos muchos ejemplos en España del menosprecio a las políticas públicas de igualdad y de embestidas hacia quienes trabajan activamente a favor de esas políticas.

A pesar de todo, moneda de cambio

Para las religiones, las mujeres no somos sujetos morales con capacidad de actuar responsablemente y por tanto queda justificada la tutelada de los varones y el control de nuestro cuerpo y nuestra sexualidad. Ese control se sigue cimentado, en algunas partes del mundo, imponiéndonos leyes religiosas basadas en supuestas voluntades divinas, en otros  lugares demandando y atribuyéndonos comportamientos sujetos a la biología.
En general, las religiones se convierten en garantes de la tradición androcéntrica y por eso es esencial en nuestras agendas la pugna para que el establishment religioso pierda su capacidad de influencia hacia al poder político. Debemos interactuar de manera más resuelta a favor de un estado laico ya que ésta es una condición necesaria para que las mujeres del mundo podamos traspasar las fronteras de culturas que amparan prácticas que violan nuestros derechos fundamentales.
La reflexión feminista ayudó a desentrañar su sistema de creencias y a evidenciar las consecuencias  políticas del mismo, por tanto no es de extrañar que el Vaticano e ideólogos  a su dictado haya identificado y señalado lo que ellos denominan “la ideología del género” como enemigo a batir en el plano conceptual y organizativo. Esto es así hasta el punto de que existen grupos llamados a “estudiar y analizar en profundidad esta situación para poder darla respuesta seria, sistemática y planificada”[5].
Todas las religiones identifican el feminismo como un elemento hostil a sus intereses. Quizás ninguna otra ideología ha desentrañado con tanta precisión sobre que pilares sustentan su poder. Dependiendo de la parte del mundo en que estemos veremos que tratarán de enajenar nuestros derechos o de frenar el ritmo de nuestros avances.
Para nosotras construir alianzas de defensa de los derechos adquiridos es esencial, pero, habrá dificultades para cimentarlas ya que en estos tiempos convulsos muchos/as tratarán de moderar nuestras reivindicaciones como ofrenda que apacigüe la virulencia de los integrismos. No en vano las mujeres siempre hemos sido moneda de cambio.


Fuente:  Red Feminista


[1] http://es.wikipedia.org/wiki/Estudios_de_G%C3%A9nero
[2] Grupo de trabajo Grupo Juan Pablo II
[3] Congreso Internacional de la Familia.
[4] Proposición no de Ley registrada por el Grupo Socialista y enmendada por CiU en la que se pide al Ejecutivo que se elaboren e impulsen protocolos de juegos no sexistas para que se implanten y desarrollen en los espacios de juego reglado y no reglado en los colegios públicos y concertados de Educación Primaria, en colaboración con las comunidades autónomas.
[5] ttp://www.esposiblelaesperanza.com/index.php?option=com_content&view=article&id=34&Itemid=4

Rosa Parks



Monse Vilar

Nacida Rosa Louis McCauley en 1913. En 1932 se casó con Raymond Parks y, como es costumbre en muchos países, adoptó su apellido. Rosa creció en una familia modesta en Alabama, sur de Estados Unidos, donde las leyes conocidas como de "Jim Crow" mantenían a los negros separados de los blancos. Sus padres estaban separados, y ella vivía con su madre, su hermano y sus abuelos en una granja a las afueras de Montgomery, Alabama. No pudo terminar los estudios de secundaria por tener que cuidar a su abuela enferma y después a su madre. Más tarde fue Raymond, su marido, quien la convenció de que terminara la secundaria: eso en una época en la que sólo el 7% de los negros llegaban a ese nivel de estudios. Su marido era un activista por los derechos civiles y pertenecía a la NAACP (siglas en inglés de la Asociación Nacional para el Progreso de la Gente de Color) y Rosa se unió en diciembre de 1943.

La
NAACP se dedicaba a defender a los negros que hubieran sido maltratados legalmente. En 1955 estaban buscando a alguien que se negara a ceder su asiento en un autobús, en los que los blancos y los negros viajaban separados, y los negros tenían que ceder su asiento a un blanco siempre que el chófer se lo exigiera. En Marzo hubo un incidente con una chica de 15 años que se negó a ceder el asiento y fue arrestada. Pero la chica estaba embarazada, para escándalo de la comunidad religiosa negra, y se determinó que la prensa utilizaría esto en su contra. En diciembre de ese año, una tarde al volver del trabajo, Rosa Parks se encontró en una situación similar, cuando el autobús se llenó, y se negó a ceder el asiento. Otros tres negros lo cedieron, pero ella resistió. El chófer llamó a la policía y Rosa fue arrestada. Esa noche la NAACP produjo 35.000 volantes anunciando un boicot a los autobuses. Cuatro días después, Rosa fue juzgada y sentenciada a pagar una multa, pero apeló la sentencia. El boicot duró 381 días, incluso cuando algunas personas, negándose a utilizar los autobuses, tenían que caminar hasta 30 km. para llegar al trabajo. Este boicot fue el pistoletazo de salida para otras muchas protestas, y fue durante este tiempo que Martin Luther King se hizo conocido.

Tras su arresto, Rosa perdió su empleo, y su marido dimitió del suyo cuando su jefe le prohibió hablar del caso. Rosa viajó mucho, dando conferencias y discursos, ayudando a los diferentes grupos a organizarse. Se había convertido en un símbolo de la resistencia a la opresión de los negros. En 1987 fundo el Instituto Rosa y Raymond Parks para el Autodesarrollo. Y en 1992 publicó su autobiografía. Rosa Parks murió el 24 de octubre de 2005.




BIBLIOGRAFÍA

Rosa Parks: My Story

Fuente:  Sin Genero de Dudas. 

lunes, 27 de diciembre de 2010

“¿QUÉ ES EL FEMINISMO DE LA DIFERENCIA ?”



(Una visión muy personal)
Por VICTORIA SENDÓN DE LEÓN
A Gretel Ammann, tan consciente de sus diferencias : mi homenaje.

Hace un par de días estuve charlando con dos jóvenes mexicanas, Martha y Artemisa, acerca de cuestiones feministas que aún parece les inquietan : concretamente sobre la definición o peculiaridades de la diferencia frente a la igualdad, un discurso que yo creía superado, endogámico y sin verdadero interés. ¡Después de veinte años ! ¡Sorprendente ! Pero las vi tan entusiasmadas exponiendo sus puntos de vista que no tuve por menos que forzar una puesta a punto de mis experiencias y conclusiones a fin de aclarar-me y aclarar-les cuestiones arrumbadas en el baúl de la memoria y de las emociones, pues cuando las evocaba tuve que reconocer que no sólo revoloteaban en mis neuronas, también -¡cómo no !- en mi corazón, derivando en un apasionado diálogo lógico y visceral como todo lo valioso, como aquello que ya forma parte de la vida. Me sentí hasta más joven recordando rostros, nombres y situaciones que brotaban de una experiencia intensa al hilo de este devenir de lucha y vida que llamamos feminismo, de militancias festivas y fiestas plenas de sororidad, encuentros y desencuentros que aún confortan y desgarran.
Con las ideas aun frescas y el corazón caliente, en una tarde tonta de domingo, con música de los setenta al fondo para ayudar a la memoria, me propongo relatar sencillamente lo que allí se expresó improvisadamente por si algunas de las jóvenes que van llegando al movimiento están interesadas todavía.
Y digo sencillamente porque si me meto en berenjenales muy sesudos perderé la inmediatez que intencionadamente deseo mantener. Ni citas ni tecnicismos deseo que me corten el hilo de lo que fue una conversación viva y reconfortante por la inteligencia, precisión y cercanía de mis interlocutoras.
No quiero que redactar estos papeles a vuelapluma me lleve más de unos pocos días. Con esta intención me pongo a ello y que os aproveche el pastel, que no pastiche, que en esta tarde tonta de domingo voy a meter en el horno de la escritura.
Sólo me resta añadir que se trata de una versión muy personal con la que no deseo hablar en nombre de nadie, salvo de mí misma. Como tampoco creo que el apelativo de “feminismo de la diferencia” sea propiedad intelectual de alguien en particular, espero que ninguna se ofenda por mi modo de concebirlo.
El punto de partida no es inocente
Estoy convencida de que una no elige al azar. El temperamento, los genes, la educación y la experiencia condicionan más de lo previsto. ¡Cómo no ! Por eso me pregunto y me respondo a la vez por qué en los primeros setenta, las hijas del 68 nos encaminamos hacia dos feminismos diversos que, estoy convencida, se complementan por más que se empeñen en excluirse. Si uno u otro no existieran habría que inventarlos.
Unas eligieron lo urgente y otras nos encaminamos hacia lo importante. Creo que ni unas ni otras estábamos dispuestas a ser una generación perdida. De modo más o menos consciente sabíamos que estábamos transformando el mundo (Marx) y cambiando la vida (Rimbaud) Y todas, sin duda, hacíamos historia. Más de lo que imaginábamos, pues el feminismo, de modo diluido o light, ha impregnado ya todos los rincones de la sociedad del dos mil. Y un plus : ha sido el movimiento político más importante de las últimas décadas. Ya veremos si una OPA hostil consigue homologarnos a lo políticamente correcto o somos capaces de superar esa peligrosa trampa de autocensura.
Pues bien, las feministas de lo urgente se lanzaron hacia la ardua tarea de cambiar las leyes para las mujeres en un entorno de mejoras sociales. Había que librarse del estatuto de sometidas y acceder al de iguales, al de ciudadanas. Chapeau !
Otras, que sin duda apoyábamos todos esos cambios, debatíamos sobre cuestiones que nos parecían más importantes porque cambiaban la vida. Empezamos a contarnos las experiencias vividas en “grupos de autoconciencia”, las inquietudes y dudas referentes a la sexualidad y a las opciones en torno a ésta. La autoestima y la fuerza comenzaron a crecer en aquellas reuniones informales que acababan en divertidas cenas y confidencias que produjeron en nosotras una verdadera “catarsis”. Descubrimos lo que era la amistad y la complicidad entre mujeres en un ambiente sin jefes, sin novios, sin maridos, sin secretarios generales que mediaran entre nosotras y el mundo, una burbuja virtual que estalló y nos lanzó al mundo con mucha más seguridad en nosotras mismas. No nos sentíamos solas y los lazos entre nosotras siguen, en muchos casos, aun vivos, por más que nos hayamos replegado “cada mochuela a su olivo”. Aquello pertenece ya a la experiencia vivida, al descubrimiento de un mundo que realmente conseguimos transformar, al menos dentro de nosotras. Y con la certeza, además, de que estábamos haciendo política, ya que lo que intentaba el feminismo era otorgar tal estatuto también a lo privado. Verdaderamente nos convertimos en mujeres nuevas y para siempre. 

¿Por qué elegimos distintos caminos ? Ya lo he dicho : imponderables de todo tipo.
El alimento teóricoLas feministas de la igualdad contaban con abundantes fuentes en las que beber ; a las de la diferencia nos gustaba más el vino. De hecho, estábamos permanentemente embriagadas de entusiasmo. No íbamos a permitir que nos aguaran la fiesta. Mejor, las fiestas. Había que celebrar la vida y la celebramos. Y eso marca. 

Desde la Ilustración, el tema de la igualdad estaba sobre el tapete. Ellas tenían abundante letra escrita para teorizar y reinterpretar. Y no digamos con la aportación de las teorías socialistas, sin olvidar a Simone de Beauvoir y su tema del Sujeto. 

Nosotras, las de la diferencia, nos encontramos con un panorama que planteaba la crisis del sujeto y prefiguraba la posmodernidad. Nuestros lagares rebosaban incertidumbre y cuestionamientos sin cuento. Todo era nuevo porque partíamos de lo que se estaba pensando al hilo de la propia época. Las teorías de la emancipación nos importaban un bledo porque no creíamos en ellas. No queríamos ser mujeres emancipadas. Queríamos ser mujeres libres porque sí, por derecho propio, y así íbamos viviendo todos los “simulacros” de la libertad, todas las osadías del atreverse, todas las explosiones de la dicha.Condorcet era una antigualla que no valía la pena ni desempolvar. Foucault, Deleuze y Guattari, Derrida, Chomsky y otros muchos estaban diciendo cosas más frescas, que si nos venían al pelo las tomábamos y si no, las despreciábamos : ni dios ni amo. No queríamos doctrinas ni doctrinarios. 

Leímos con avidez las primeras teorías feministas radicales que nos llegaban de USA. No había viaje a París sin que nos viniéramos con lo último de la editorial Des Femmes. También recurrimos a la doctora Shaeffer, que nos desveló nuestra potente y creativa sexualidad. ¡Eureka ! Fue divertido y tremendo descubrir tantas cosas a la vez. Nuestro gozo era equiparable a nuestra perplejidad. 

Nunca estuvimos seguras de nada y supongo que seguimos buscando.
Las feministas de la igualdad continuaban con sus campañas militantes y sus apoyos teóricos más académicos, evidenciando siempre lo evidente. Pero también aportando investigaciones sociológicas y de otro tipo, que han servido para los consabidos “planes de igualdad” que la Administración tuvo que poner en marcha gracias a la presión y a los trabajos de aquellas mujeres.
Nosotras, las de la diferencia, nos metimos en rollos más psicoanalíticos. No en vano había sido Freud el primero en plantear, de modo más o menos científico, la indescifrable sexualidad femenina. Por supuesto que lo repudiamos, pero nos dio pie para pensar en nosotras mismas desde dentro. Luego vino Lacan con su propuesta lingüística del inconsciente y se puso de moda lo referente al deseo. “¿Qué deseamos realmente las mujeres ?” era uno de los leitmotiv de nuestras conversaciones. Y, por fin, Luce Irigaray.Eran muy difíciles de leer, pero algo nos iba calando.Así pues, el alimento teórico del movimiento en sus dos versiones era distinto. El de la igualdad más académico y ortodoxo ; el nuestro más underground y herético. Y eso también marca. 

Con Irigaray empezamos a caer en la cuenta de que nosotras éramos “feministas de la diferencia”. ¿Por qué ? Porque nuestro camino hacia la libertad partía precisamente de nuestra “diferencia sexual”. Esa era la piedra filosofal.
Supimos entonces que el mundo como representación no era más que una proyección del sujeto masculino, es decir, “lo mismo”. Y “lo mismo” sólo se pregunta por aquello que puede responderse y que puede, de nuevo, representar. Para ser sujeto desde “lo mismo” basta con verse reflejado. ¿Cómo ser sujeto desde lo Otro ? ¿Cómo ser sujeto en un mundo de representación masculina ? Todo un reto apasionante. 

La cuestión clave que exponía Irigaray ¿era espejo o speculum ? Es decir, ¿se trataba de reflejar el mundo(con el espejo) para hacer una crítica feminista o de explorar la caverna(con el speculum) de la diferencia sexual ? ¿Sociología o Psicología ?El feminismo de la igualdad enfrentó un mundo androcéntrico con un espejo crítico. El de la diferencia exploró con su speculum nuestras propias ignotas diferencias para, desde ahí, crear un mundo.
Habrá que reconocer que lo primero, aunque más aburrido, es mucho más fácil. Lo segundo es titánico.Las amistades peligrosasNo sólo afinidades teóricas, sino políticas, fueron las que nos separaron. 

No podemos olvidar que muchas de las feministas de la igualdad pertenecían o provenían de partidos políticos de la izquierda. Su monotema en todo congreso, conferencia o mesa redonda que se preciara era “Mujer y lucha de clases”. Pensaban que una vez realizada la revolución socialista sólo era cuestión de meter en el programa las “reivindicaciones feministas” y listo : puros ajustes logísticos.Primero fueron marxistas, luego socialistas, después socialdemócratas y ahora progresistas, que debe ser algo así como “ilustradas”. 

Las de la diferencia éramos más bien ácratas, de tendencia un poco hippy, radicales, despelotadas, que todo hay que decirlo. Hoy, después de la caída del muro de Berlín, las de la igualdad, para no quedarse huérfanas, supongo que habrán cambiado a los barbudos Marx y Engels por los empelucados revolucionarios parisinos del XVIII. Nosotras nunca tuvimos padres, y nuestras madres quién sabe cómo andarán. Pero las seguimos amando.
Con todo, la mayoría, de uno y otro lado, nos enfrentamos ahora, un poco perdidas, a un mundo más hostil si cabe que nos ridiculiza por seguir definiéndonos como feministas. Sin embargo ¡no pasarán ! O pasarán por encima de nuestros cadáveres. Exquisitos cadáveres de un tiempo de vino y rosas.
Dos modos de hacer política Ellos eran cazadores y nosotras agricultoras : un tópico. Lo sé, pero me sirve para la metáfora.Hay un modo de hacer política masculino y otro femenino. El primero reclama conducir grandes rebaños con el pastor al frente armado de cayado, y los perros que impiden que se desmadre el ganado. ¡Oh, las multitudes siguiendo a un líder ! El sueño de toda política masculina : la revolución de las grandes masas o la sumisión de ellas, que es lo mismo.
Tal vez las de la igualdad soñaran alguna vez con esos espejismos. Al final del camino, “la tierra prometida”.
Las de la diferencia hemos soñado voluptuosamente con “un paraíso perdido” en el que comernos todas las manzanas prohibidas. La igualdad sigue su camino consiguiendo leyes y normativas que van mejorando la vida de las mujeres, sin duda. Son logros más vistosos que, a veces, hasta salen en los periódicos o en las noticias de la tele, sobre todo si se refieren a temas morbosos, como la violencia doméstica o las violaciones. Es, por lo visto, cuando existimos. Las de la diferencia, sin saberlo, se han multiplicado como hongos y van plantando sus semillas en multitud de pequeños espacios en los que se sigue buscando, no sólo el cambio de las estructuras y los derechos básicos, sino también el cambio de las mujeres. 

Es una política de agricultoras que se afanan en los pequeños huertos de las mil transformaciones. Sembramos y sembramos sabiendo que fructificará. Aunque sigamos siendo invisibles El qué y el cómo Por muy importante que sea el qué, no debe lograrse a cualquier precio. Vamos consiguiendo pequeñas emancipaciones : económicas, profesionales, domésticas, políticas o personales, pero el precio de la igualdad, en muchos casos, ha sido muy alto : soledad, agotamiento, triples jornadas, venta de la propia alma, claudicaciones, enfrentamientos, dispersión, enfermedad en muchos casos. Con frecuencia ha supuesto una competitividad y un esfuerzo más allá de lo aceptable. 

En este sentido, las feministas de la diferencia siempre hemos tenido muy claro que la vida no es negociable. Por eso nos planteamos el cómo. Llegar más allá de la igualdad, sí, pero ¿cómo ?
Ni el dinero ni el prestigio ni el éxito valen el sacrificio del gozo, de la libertad interior, del tiempo personal, de la amistad ni siquiera del dolor compartido. No se trata de que las mujeres lleguemos a la política para seguir haciendo “lo mismo”, ni que podamos ser igual de mediocres que muchos hombres en condiciones adversas para nosotras, porque las feministas de la diferencia nos planteamos la política no sólo para hacer cosas diferentes, sino de distinto modo. 

Tal vez por eso no estemos. Nunca hemos querido tener una sexualidad semejante a la masculina de “aquí te pillo, aquí te mato”, ni la promiscuidad que ellos reclaman simplemente para ser iguales, porque en la libertad sexual nos interesa más el cómo que la cosa en sí. Es un pequeño ejemplo extensivo a los demás asuntos, pero lo señalo como muestra de algunas de las consecuencias de plantearse la igualdad como fin. El precio de las cosas constituye el baremo de nuestra implicación. 

Sólo se vive una vez -que yo sepa, de momento- y nada interesa tanto como hacer de esta vida (tal como están las cosas) un acto de rebeldía inteligente. A veces ese acto de rebeldía no consiste más que en sobrevivir cuando la muerte sale al camino en cada encrucijada. Otras, por el contrario, nos reclama una resistencia numantina ante la insistente oferta de una vida fácil en la aceptación de “lo que hay”. Muy frecuentemente tendremos que aceptar que no podemos transformar el mundo, pero nunca renunciaremos a cambiar la vida porque sabemos que la “revolución” sin “evolución” es una trampa demasiado vista como para reincidir. Simplemente : el qué sin el cómo no interesa.Cuestionar el modelo

El tema de fondo de nuestros desencuentros siempre ha sido el mismo : el modelo.
Cuando se plantea la igualdad parece como si se hiciera desde un peldaño, o muchos, más abajo. La igualdad de las mujeres con los hombres. ¡Peligro !El feminismo de la diferencia, en cambio, plantea la igualdad entre mujeres y hombres, pero nunca la igualdad con los hombres porque eso implicaría aceptar el modelo. No queremos ser iguales si no se cuestiona el modelo social y cultural androcéntrico, pues entonces la igualdad significaría el triunfo definitivo del paradigma masculino. El panorama quedaría reducido a hombres y “hombrecitos” : todos “casi” iguales. Es muy triste convertirse en una mala copia de un patético modelo. Claro que queremos la igualdad ante la ley, igual salario a igual trabajo y las mismas oportunidades ¡cómo no ! Pero no es suficiente, ni siquiera deseable. 

Sospecho que una determinada forma de entender la igualdad proviene de una idealización del sujeto masculino, versión Simone de Beauvoir seducida por la misoginia de Sartre.
La contraposición entre la naturaleza y la libertad sartriana es la que se expresa entre el en-sí y el para-sí. Para los hombres, la libertad ; para las mujeres, la necesidad, lo natural, el cuerpo como destino. Beauvoir atribuye a los hombres la producción y la trascendencia a lo largo de la Historia, es decir, el “para-sí”, mientras que las mujeres quedamos encerradas en el “en-sí”, en nuestra maldita naturaleza de reproductoras, que constituye un serio obstáculo para conseguir la libertad, o sea, la cualidad de Sujeto. 

Sin duda que Simone daba cuenta de la situación de la mayoría de las mujeres de su época, pero esa constatación no puede elevarse a categoría, es decir, no se puede hacer de ella ontología ni metafísica. En todo caso, sociología. Además, parece que ignora en cierto sentido la multitud de cosas que las mujeres hemos hecho e inventado para hacer posible el nivel de humanidad y civilidad que ahora tenemos. Claro que las mujeres hemos trascendido nuestra condición de hembras, pero habitualmente en condiciones de dominación, unas condiciones que no han permitido la brillantez que ha otorgado nuestra civilización a los logros masculinos, esa trascendencia sublime que supone Sartre y, detrás, Simone de Beauvoir. 

Siendo consecuentes con lo que plantea Beauvoir, la propuesta de la igualdad y emancipación desde semejantes presupuestos sólo puede lograrse negando la diferencia sexual femenina en beneficio de un Sujeto universal y neutro que, lógicamente, sería masculino, por más que incluyera tanto a hombres como a mujeres en la etapa gloriosa de la igualdad.
Es absurdo contraponer naturaleza y libertad, pues nuestra libertad nace de nuestra naturaleza, que la dota tanto de posibilidades como de límites. Pero, claro, la lógica occidental juega siempre con las oposiciones de un estrecho pensamiento binario : o esto o lo contrario.
Las feministas de la diferencia nunca hemos deseado una igualdad que aniquile nuestra diferencia sexual, ni un Sujeto universal que consagre el modelo masculino de ser, de ser libre, de trascenderse y de otros idealismos que no son más que huidas hacia adelante por el miedo a la propia naturaleza. En definitiva, el rechazo varonil a la materia que nos enraiza y nos hace verdaderamente humanas. ¿Igualdad a costa de negar nuestra diferencia, nuestra naturaleza, nuestra realidad más real ? ¡Qué dislate !
Aclarando conceptos
En este punto es en el que nos tiramos los trastos. Ignoro si se trata de una guerra ideológica o de intereses. Seguramente de las dos cosas. O, tal vez, de confusiones muy arraigadas.
Cuando insistimos en la diferencia, el latiguillo de las feministas de la igualdad es siempre el mismo : “Sí, claro, somos diferentes ¡qué más quieren los hombres ! Eso es lo que ellos han dicho siempre de nosotras para mantenernos sometidas, que somos diferentes. Lo que no soportan es que seamos iguales.” La verdad es que dicho argumento me ha parecido, en cada ocasión, un argumento muy simple, sobre todo en boca de mujeres con gran autoridad académica.
¡Claro que ellos han utilizado nuestra diferencia para someternos ! Y sobre todo nuestra capacidad de gestar nuevos seres. La posibilidad de ser madres y nuestra mayor ligazón a la especie por la crianza y otras derivaciones ha jugado en contra de las mujeres en un modelo androcéntrico. ¡Qué duda cabe ! Hay incluso quién propone la liberación de las mujeres a través de la gestación “in vitro”, el útero artificial y la incubadora. Después...¡hala ! niños para el Estado. Es algo así como cortarte la cabeza sólo por que te duele.
En fin, que es fundamental separar los hechos de los conceptos, porque los hechos se mueven en el devenir del acontecer histórico y los conceptos corresponden a esencias más o menos fijas. O.K. ?
Lo que sucede es que una de las características fundamentales de la dominación masculina es que ha utilizado las diferencias a favor de la desigualdad. Las diferencias de edad, de raza, de religión, de lengua, de etnia, de clase y de sexo han dado lugar a múltiples desigualdades. Pero la diferencia nada tiene que ver conceptualmente con la desigualdad. Esta ha sido una consecuencia perversa.
El concepto clave que hemos de tener en cuenta para no seguir diciendo tonterías es el siguiente : lo contrario de la igualdad no es la diferencia, sino la desigualdad. Hemos contrapuesto igualdad a diferencia cuando en realidad no es posible conseguir una verdadera igualdad sin mantener las diferencias. Lo contrario no sería más que una colonización a saco.
A esto respondería el feminismo de la igualdad que la supuesta diferencia no es más que el producto de una socialización en la desigualdad. Y en este argumento se pone de manifiesto otra confusión más : la confusión de “la diferencia” con el “género”, que sería una diferencia construida como desigualdad. En palabras de Irigaray, supone una confusión con “lo diferido”, es decir, con las infinitas mediaciones que han determinado un “ser mujer” socialmente construido.
Si lo entendiéramos bien, veríamos que las diferencias encierran una potencialidad extraordinaria. Sin diferencias no hay cambio ni pluralidad, todo sería homogéneo y estático. La anulación de las diferencias nos está llevando al modelo único, al pensamiento único, a la economía global. Un sistema que, lejos de anular las desigualdades, las afianza y profundiza. ¿Quién sale reforzado ? Sin duda que el modelo dominante y dominador, el más fuerte. Eso sí : “todos podemos jugar en la Bolsa de valores”, incluso los que ganan veinte rupias al día. ¡Menos mal ! ¡Qué consuelo !
Las diferencias entre los sexos existen. La investigación genética, hormonal, cerebral y psicológica nos lo están demostrando cada día. Pero, claro, esas diferencias están enraizadas en la naturaleza y la naturaleza significa, en la jerga hegeliana-sartriana-bouveriana, el “en-sí”, algo a superar y trascender por la libertad del sujeto en el “para-sí”.
Me recuerda demasiado al mandamiento bíblico de “¡Dominad la tierra !” Doblegar la naturaleza, trascenderla, explotarla y después renegar de ella. Sospechoso camino, vive dios.
La atalaya de la historia
En el siglo XX que recién dejamos, han sucedido cosas demasiado significativas como para no sacar conclusiones. Tenemos la suerte de disfrutar de una perspectiva privilegiada.
La lucha de clases en su versión de revolución proletaria nos ha puesto en bandeja el modelo de lo que nunca deberíamos hacer las feministas. También aquella revolución tuvo sus días gloriosos de vino y rosas. Después apareció la hoz y el martillazo, los gulag, las purgas de intelectuales y disidentes, el muro de Berlín y la espantosa agonía de un sistema no sólo corrupto, sino triste, muerto de antemano. Más que agonía, fue la descomposición de un cadáver.
De todos modos, los mejores frutos de la lucha obrera los recogimos en Occidente, no allí donde se hizo la revolución, sino aquí, con las mejoras que se consiguieron para los trabajadores. La lucha sindical y de partidos de izquierda fue muy efectiva en los países con un sistema democrático de gobierno. No podemos ni comparar las condiciones económicas y sociales a las que estaba sometida la clase obrera con los logros de los que actualmente puede disfrutar. Eso, sin duda, es mejor, mucho mejor, que nada. Sin embargo, lo que se pretendía no se consiguió, con el agravante además de la desmovilización de los propios agentes.
¿Qué se pretendía en realidad ? La abolición de una sociedad dividida en clases. Aquello que decían Hegel y Marx de que la condición del esclavo era la verdad más verdadera, más abominable, del amo, aquello de que su papel de antítesis, su fuerza de negación, habría de producir un salto dialéctico, una realidad nueva en la síntesis..., pues parece que no funcionó. Por supuesto que ha desembocado en una situación nueva, pero no en aquella por la que se luchaba. Digamos que la clase dominante, los valores de la clase dominante, han acabado por imponerse, han colonizado el imaginario, los deseos, las proyecciones y las aspiraciones de la clase dominada. El proletariado no ha creado su propia cultura, su modelo de sociedad alternativo ni siquiera la unión necesaria, no. Los obreros sólo quieren vivir como la clase adinerada, no tienen conciencia de clase y se movilizan únicamente cuando se trata de sus salarios o del puesto de trabajo. Incluso hay muchos que votan a la ultraderecha por el miedo a la competencia del “extranjero”.
Es ingenuo, lo sé, hablar ahora de dos clases sociales, pero estoy exponiendo grosso modo para entendernos. En todo caso, tal vez sólo el desclasado voluntariamente se mantenga puro, tal vez guarde en sí la llama que le hizo tomar una opción de clase. Por más que muchos piensen que han perdido el tiempo.
Pues bien, algo así puede ocurrir en la lucha de las mujeres. Mientras la tendencia hacia la igualdad nos va consiguiendo “mejoras”, no podemos relegar una conciencia crítica que cuestione el modelo en sí, pues nos quedaríamos a medio camino. La igualdad es un buen punto de partida, pero no de llegada.
En la lucha de sexos puede ocurrir lo mismo : que las mujeres no tengamos otra aspiración que ser como los hombres, sin introducir ninguna variable que constituya “diferencias significativas” respecto al modelo dominante. Como mucho, terminaríamos haciendo beneficencia con las más desfavorecidas. El camino hacia la igualdad no cambia la estructura de dominación sexista, al contrario : la reafirma. Es un modo de colonización.
Insisto en que la función del feminismo de la diferencia consiste en mantener la conciencia crítica frente al modelo, en propiciar realmente el cambio.
Ya estoy escuchando la pregunta insidiosa, “pero ¿qué cambio ?” Si conseguimos la igualdad ¿qué otro cambio vamos a pretender ?
La respuesta... en el siguiente capítulo.
Lo significante y lo in-significante
En nuestra civilización jerarquizada, los que están arriba -y un hombre siempre está por encima de las mujeres que se le pueden equiparar- son los que han ido construyendo un modelo en el que lo significante, lo valioso, es aquello que se ajusta más fácilmente al esquema viril. Es más, yo diría algo tan burdo como que lo más importante tiene que ver con los efectos que produce la testosterona : la fuerza, la competitividad, la acción, la conquista, la producción ... frente a la paciencia, la solidaridad, el sentimiento, el cuidado o la reproducción.
Oh, sí, ya sé, ya sé. Las mujeres también somos fuertes, competitivas, dinámicas, emprendedoras y todo eso ; así como ellos pueden ejercer de tiernos, amantes padres, sentimentales y solícitos. Por supuesto.
No estoy hablando de personas concretas, sino de paradigmas : Del paradigma construido de lo viril y del correspondiente femenino. Tampoco estoy hablando de esencialismos que tanto se nos achacan a las feministas de la diferencia cuando se piensa que nosotras nos hemos encerrado en una urna de cristal autocomplacidas en nuestra ternura, sensibilidad, esteticismo, etc. Nada de eso.
Cualquiera, mujer o varón, pueden ser una cosa, la otra, o las dos indistintamente. A lo que me refiero es a la valoración que se hace de determinadas funciones, roles, actitudes o aptitudes. Y para calibrar lo que existe y no existe a la medida del paradigma viril no tenemos más que fijarnos en los medios de comunicación : Hay realidades noticiables y otras que no son periodísticas ni telemáticas ni ... Es decir, hay cosas significantes y otras in-significantes. ¿O pensáis que es inocente todas las horas de fútbol, comentarios sobre el mismo, entrevistas, recapitulaciones, tertulias, chismes, penas y glorias de ese simulacro de guerra del que no es posible descansar en todo el año ? La economía de los grandes números, los liderazgos políticos, la lucha entre pueblos y cosas así ocupan tiempo y páginas sin límite para contarnos lo que es el mundo.
Las páginas más visitadas en Internet son las de sexo duro para disfrute de sádicos, proxenetas, salidos y otros especímenes. Y no digamos los video-juegos para niños y adolescentes en los que se premia tanto el matar a un marcianito como atropellar a una ancianita en la autopista.
El esquema del triunfador está muy cerca del financiero, del político con éxito, del presentador mediático, del futbolista goleador. Si una mujer alcanza el éxito en alguno de estos campos, no será considerada verdaderamente exitosa si no está felizmente casada, felizmente enamorada o felizmente entregada a sus hijos bienamados. El baremo que corresponde al esquema viril es lo significante. Lo demás es absolutamente in-significante, por eso no nos enteramos nunca de lo que están consiguiendo las mujeres de un pueblo perdido de los Andes o de las investigaciones interesantísimas que otras realizan en una Universidad de Boston, por decir algo. Es tan invisible como el “techo de cristal” que se cierne sobre nuestras cabezas y que, por fas o por nefas, impide una realización personal y profesional acorde con los esfuerzos y la valía de una mujer concreta. 
Es más, que la prostitución, femenina en su inmensa práctica, sea incluida en una instancia a la que llaman “libertad sexual del individuo”, está poniendo de manifiesto que la explotación brutal de las mujeres constituye algo “normal” a los ojos del paradigma viril. Cínicamente ponen en situación recíproca de libertad a la prostituta y al cliente. Ahora, todo tipo de periódicos publican anuncios de “contactos” como si de una cosa legítima se tratara porque ven como algo normal, e incluso sano, eso de la prostitución. A nadie sin embargo se le ocurriría publicar : “blanqueo dinero negro” porque no se lo considera políticamente correcto, amén de punible.
¿Qué nos dice todo esto ? Que existe, no sólo una dominación real de la que las mujeres somos las víctimas, sino también una dominación simbólica que ni siquiera la vemos porque anida en nuestro inconsciente. Vemos, pues, que existen explotaciones visibles y materiales que son posibles porque previamente existe una dominación tácita y simbólica que consigue hacer pasar por normal lo que es aberrante. El imponderable por el que se decide lo que existe y lo que no, lo que es valioso y lo devaluado, el éxito y el fracaso no es otro que el código implícito en las sociedades de dominación en las que impera el modelo viril.
Precisamente esta clase de dominación es la que a las feministas de la diferencia nos interesa solucionar, de lo contrario todas las luchas en favor de las mujeres se convertirán en parches, ya que el modelo se reproduce a sí mismo “in eternum” por inercia y por inconfesables intereses.
Crear orden simbólico
Hablar de lo simbólico provoca con frecuencia reacciones de escepticismo cuando no de sarcasmo, lo que no es comprensible desde una perspectiva seria.
La definición de que los seres humanos somos “animales racionales”, que con cierto voluntarismo se fuerza hacia lo racional, ha sido superada por otra definición más abarcante y que nos delimita claramente del reino animal, sobre todo desde que nos hemos enterado de que algunos de ellos poseen una mayor capacidad para operaciones aritméticas básicas que nosotros, como sucede con ciertos monos.
Pues bien, esa definición más ajustada a nuestra realidad de humanos es que somos “animales simbólicos”, para empezar porque somos capaces de lenguaje simbólico por el que sustituimos cosas por conceptos. Haciéndolo muy simple podríamos decir que poseemos un código personal, cultural e incluso de género por el que traducimos los significantes (realidades de cualquier tipo) a significados determinados. Es decir, que las cosas no son lo que son, sino lo que significan. Y ese código, que sería como un lenguaje cifrado, es el símbolo. Pero lo que las cosas significan para cada quién tiene también que ver con nuestras estructuras psíquicas más profundas ; así pues, el código (símbolo) también pone en comunicación el inconsciente con el consciente. O, si queréis, el “imaginario” con el “Yo”.
El feminismo de la diferencia es consciente de que la realidad estructural sigue funcionando y repitiéndose a sí misma porque el mundo simbólico androcéntrico continúa inalterable. Es decir, porque la dominación simbólica, agazapada, está inscrita en el inconsciente de nuestra civilización.
Pierre Bourdieu ha publicado un pequeño estudio muy interesante sobre la sociedad de la Cabilia, en la que el dominio patriarcal es evidente : la división del trabajo, la sumisión de las mujeres o la primacía del varón se viven con toda naturalidad y sin ser cuestionados. La conclusión del “socioanálisis” de Bourdieu es que lo que en esa sociedad es evidente y se muestra a la luz del día, está reflejando lo que en nuestra sociedades avanzadas anida en estructuras simbólicas tan profundas que a veces no las podemos detectar, de suerte que lo que en la Cabilia es real, entre nosotros es simbólico. Se trata, pues, de una dominación inconsciente.
Hay que afinar muchísimo para conseguir detectar y desentrañar la dominación simbólica que se nos ha impuesto y que nosotras mismas acatamos sin conciencia de ello. Sólo, tal vez, en contraste con otro orden simbólico podría salir a la luz todo lo que de dominación existe en nuestras conductas, nuestros sueños, nuestras mentiras, en nuestros deseos jamás contados.
Pero ¿cuál es ese otro orden simbólico ? Existe sólo de modo incipiente: hemos de crearlo. Y crear orden simbólico pasa por el proceso de autosignificarse. Lo que hacemos las mujeres puede ser significativo y valioso, sea igual o no a lo que hacen los hombres, pero depende de cómo lo hagamos. Se crea orden simbólico con el modo de vivir, de hablar, de amar, de relacionarse, de trabajar, de ejercer el poder o de crear cuando todo eso se hace significativo, cuando no es “más de lo mismo” y, por tanto, podemos asignarle una significación diferente. Aunque lo difícil es, precisamente, hacerlo significativo. Tan difícil como “hacer visible lo invisible”, lo que exige una política consciente por nuestra parte.
Un modo muy efectivo es a través del arte : el cine, la literatura, la música, las plásticas diversas utilizan símbolos que van al corazón del problema. Pero también creando “lugares propios” que no sean meros guetos, sino que pongan de manifesto un “modo” peculiar de estar en el mundo, un modo prestigioso de seguir siendo diferentes.
El movimiento pacifista, por ejemplo, ha conseguido cambiar la “significación” de la figura del héroe (el símbolo más definitivo en la civilización patriarcal) que antes encarnaba el guerrero, hasta el punto de que la carrera militar está cada vez más degradada y su acceso al alcance de cualquiera. Ya no se trata de algo prestigioso, sino de todo lo contrario. Claro que como el sistema es muy versátil, el héroe es ahora el financiero.
Para crear orden simbólico es muy efectivo el humor con el que desprestigiar determinados roles, funciones, jerarquías y figuras que encarnan el dominio simbólico de modo solemne, honorífico, significante y prestigioso.
La creación del orden simbólico es una tarea específica del feminismo de la diferencia, una tarea nada fácil y en absoluto espontánea, pues hay que darle muchas vueltas al asunto para no caer en “esencialismos feminoides” que lo único que consiguen es confirmar la asignación de género que se nos ha impuesto.
Y, para terminar, saber que crear orden simbólico es una tarea colectiva, además de individual, porque de lo contrario sólo seremos capaces de encarnar “excepciones que confirman la regla” y, como tales, ser clasificadas.

Los diversos modos de ser mujer
No existe una esencia de mujer. Las mujeres hemos sido definidas de muchos modos a lo largo de la historia. Siempre de acuerdo con las conveniencias, prejuicios, miedos y perplejidades de los varones.Tampoco se trata de que, en contraposición, nos autodefinamos según el modelo femenino que más nos guste y creemos así una esencia de mujer que haga las veces psíquicas de lo que fue el corsé para el cuerpo domeñado de nuestras madres o abuelas.
Si continuamos profundizando en el simbólico y tenemos en cuenta que los arquetipos son las fuerzas fundamentales que estructuran el psiquismo, podremos comprobar que hay muchos modos de ser mujer. Pero no de acuerdo con los mitos que nos ha legado la “mala conciencia” patriarcal, como hace Bolen en “Las Diosas de cada mujer”, sino rastreando los mitos originales, que muy poco tienen que ver con todas las añadiduras y tergiversaciones que la dominación simbólica ha ido sutilmente versionando.
Veremos que los arquetipos originales pueden servirnos según nuestra personalidad o según las circunstancias vitales por las que estemos pasando. Estos arquetipos despliegan unas energías desconocidas y constituyen un orden simbólico puro que nos remite a las múltiples versiones de “ser mujer” de modo plurifacético y cambiante. No apuntan tanto a la esencia como a la existencia.
No se trata de ser mujeres en un limbo estático de arquetipos platónicos, sino de ser mujeres en este mundo.
Quiero añadir que no hablo de memoria, pues recientemente he dirigido un curso sobre “Recuperación del mundo simbólico femenino”, dirigido a profesionales sanitarias de Atención Primaria, al que asistieron mujeres médicas de familia, ginecólogas, matronas, enfermeras, docentes y trabajadoras sociales de formación fundamentalmente científica. He de decir, para mi sorpresa, cómo este taller respondió plenamente a sus expectativas, pues se echa de menos un “orden simbólico” para la comprensión de realidades que el orden político, el económico y la ciencia misma no son capaces de explicar del todo.
El Género Humano y el Sujeto Universal
A menudo se dice y decimos que “el género humano” es una especie depredadora y suicida ; que apaleamos a las focas o quemamos los bosques, que gastamos en armamento mucho más que en salud ; que el comercio de niños para la venta de órganos, la prostitución o la pornografía constituye uno de los más suculentos negocios actuales o que las desigualdades en la posesión de los recursos es abismal... ¿Seguro ? ¿El género humano ? ¿Quién apalea a las focas ? Que yo sepa, hombres ; ¿quiénes están destruyendo bosques y selvas ? Hombres ; ¿quién dirige todo el comercio mundial de armamento ? También hombres ; ¿en manos de quiénes están las riquezas de la tierra ? Pues el 98% está en manos de hombres y sólo un 2% corresponden a las mujeres. Si las 225 “personas” más ricas del mundo acumulan el mismo capital que los 2.500 millones más pobres, esas 225 personas son varones y la mayoría de los más pobres son mujeres. En armamento se gastan 780.000 millones de dólares al año frente a los 12.000 millones que se gastan en salud reproductiva de las mujeres, decisiones tomadas por gobiernos mayoritariamente masculinos. En la prostitución “infantil” el 90% son niñas y los beneficiarios en un 100% hombres también. ¿Existe, pues, el “sujeto universal” que representa al “género humano” indistintamente ? Definitivamente, no. Cuando hablamos de personas o de gente o de la humanidad no reflejamos en absoluto la realidad. Lo que sucede es que el mundo simbólico actúa a través de un lenguaje neutro que nos impide ver lo que hay detrás de las palabras.
Para analizar la realidad hay que huir de lo neutro, porque ese universal es siempre parcial. Nosotras, las mujeres, no pertenecemos a ese Género Humano ni al Sujeto Universal. Pero también hemos de escapar del genérico Mujer, con mayúscula, porque no podemos ser Sujeto desde lo genérico. ¿Por qué ? Porque lo genérico engendra identidades, que es precisamente lo opuesto a diferencias. No entiendo, pues, cómo se nos acusa de que estemos ancladas en la búsqueda de una identidad femenina, que es precisamente lo antagónico de lo que pretendemos. Si lo contrario de igualdad es desigualdad, lo contrario de diferencia es identidad, que es relativo a lo idéntico. Por tanto, del mismo modo que no se puede contraponer igualdad a diferencia, tampoco se puede relacionar ésta con la identidad, que es precisamente su término antagónico :

igualdad versus desigualdad
diferencia versus identidad
La aspiración del feminismo de la igualdad es que las mujeres lleguemos a ser sujetos con todas las prerrogativas que se atribuyen al Sujeto Universal. Y aquí si que diferimos, porque el Sujeto Universal, pretendidamente neutro, ese sujeto de derechos abstractos, da prioridad y autoridad a la experiencia masculina del mundo, cuando lo que las mujeres necesitamos son derechos sustantivos, y esos derechos sustantivos sólo se consiguen marcando las diferencias. De lo contrario estaremos legitimando unas leyes que hacen más invisible aún el dominio social.
Los derechos sustantivos han de tener en cuenta las necesidades y los deseos legítimos de las mujeres, porque los derechos abstractos siempre van a favorecer a los varones, así como la inscripción en el Sujeto Universal nos catapulta en la igualdad con el varón.
Desde las diferencias que nos constituyen como mujeres, tendremos que construir políticamente un Sujeto diferencial capaz de pactos y transaciones a la vez que de cuestionar el modelo. Pero ese Sujeto diferencial no ha de ser un “sujeto genérico” porque no somos idénticas, sino un sujeto compatible con las diferencias existentes entre las propias mujeres. En definitiva, que ese Sujeto diferencial femenino, es el sujeto que corresponde a las mujeres y no a “la Mujer”.
La reivindicación de la diferencia es muy recurrente entre los nacionalismos, que continuamente caen en contradicción consigo mismos. Reclaman vehementemente el “hecho diferencial” hacia fuera, pero aplican hacia dentro el “deber ser” y la obediencia debida a una “identidad” que se contradice con la diferencia. Se trata de un “hecho diferencial” que no permite “las diferencias”.
Nosotras reclamamos, desde la diferencia, “las diferencias” porque somos diferentes frente a un modelo construido según los privilegios de lo viril, así como frente a una identidad de género también construida desde fuera. Otra cosa será la complicidad con las semejantes
La cuestión del poder
El tema del poder ha sido y es uno de los más controvertidos entre los diversos feminismos. Tal vez tendríamos que comenzar a discutir qué entendemos por poder.
También la palabra poder pertenece a esa panoplia de palabras neutras de connotación unívoca cuando ni es neutra ni es unívoca.
No es neutra porque en una sociedad estructurada por la dominación, la palabra poder significa “dominio”, un dominio que ha permitido sobre todo transformar las diferencias en desigualdades. ¿Nos interesa realmente ese tipo de poder ? El feminismo de la igualdad dice que por qué no ; el de la diferencia, pone en tela de juicio la bondad y la eficacia de ese poder para conseguir lo que pretendemos.
Oh, ya salió la palabra bondad : semejante tontería. Sí, claro, el derecho al mal y todo eso, el derecho a ser igual de mediocres o de brillantes, de estúpidas o de inteligentes que los hombres y, a pesar de ello, ejercer el poder como un derecho más.
La palabra poder, al menos en castellano, puede referirse a poder mandar, poder hacer y poder ser, es decir, a dominar, administrar los recursos o elegir el modo de estar en el mundo. ¿De qué poder hablamos cuando hablamos de poder ?
Tenemos derecho, sin duda, a ejercer los tres tipos de poderes. La cuestión es si queremos o no. En cuanto al poder mandar nos planteamos si vale la pena reproducir el modelo como feministas que somos, no sólo como mujeres. Por más que el poder mandar, en sociedades democráticas, tendría que reducirse a poder gestionar los recursos en función de una sociedad más justa y no a medrar con él y aprovecharnos de todos los privilegios que conlleva. Eso sólo podría hacerse a través de la política institucional que hoy, más que nunca, depende de los poderes económicos.
Actualmente se plantea el camino de la paridad como el único posible, planteando que si muchas mujeres accediéramos a puestos de responsabilidad posiblemente llegaríamos a conseguir una masa crítica suficiente como para cambiar el modelo. Lo malo es que la paridad impuesta desde los aparatos de los partidos es una trampa porque se establece entonces la “política del harén”. Cada jeque se rodea de “sus chicas” y elige a las menos molestas, a las más sumisas, a las que no le van a robar protagonismo o, como mucho, a las que le darán más votos. Si la paridad no se ejercita desde las propias mujeres que eligen a sus representantes y las imponen a los partidos, la cosa no tiene sentido.
La masa crítica sólo podría alcanzarse cuando, desde fuera, otras muchas mujeres apoyaran a sus candidatas y desde dentro se defendieran las propuestas. Lo que sucede es que la gran contradicción radica en que, en democracia, el sistema de partidos constituye una partidocracia, un juego endogámico de poder que no pretende cambiar las cosas si eso va a arrebatarles la poltrona o el beneplácito de los banqueros.
La paridad tendrá sentido desde un fuerte movimiento de la sociedad civil que considere a los políticos como meros administradores de sus intereses legítimos. Lo malo es que los sirvientes se han convertido en amos.
Las mujeres, como consumidoras o impositoras, también podríamos crear un reducto de resistencia frente a los productos que se nos venden o que se nos pretende vender. Podríamos no consumir cualquier cosa ni a cualquier precio. Podríamos imponer un mayor respeto con el medio ambiente, una negativa a determinados impuestos o mayores asignaciones para la sanidad preventiva o la formación continua. Eso, sin embargo, no se plantea. Sólo se discute el número de diputadas o de cargos políticos.
Otra vez, como siempre, el cómo frente al qué. Lo deseable no es que muchas mujeres accedan al poder para abundar en “más de lo mismo”, sino de acceder al poder de un modo cualitativamente diferente.
Algunas opciones dentro del feminismo de la diferencia proponen, frente al poder, la autoridad femenina como si ambas cosas fueran contradictorias. Tan contradictorias se presentan que dicha autoridad impide contaminarse con el sucio ejercicio del poder que ejercen los machos. Si la susodicha “autoridad femenina” no se convierte en una tiranía dentro del grupo de adeptas, considero que sería un requisito incluso para apoyar a ciertas mujeres, cuya autoridad no radique únicamente en su erudición en determinados “saberes académicos”, pues de nada sirve la autoridad intelectual sin la moral. Pero la autoridad no basta para cambiar las cosas.
Una ética del poder
Insisto en que la cuestión de el “qué” y el “cómo” es lo que nos divide. Si el feminismo supone una nueva forma más evolucionada de hacer política, o sea, de ejercer el poder, tendríamos que convenir en que “el fin no justifica los medios” o, como diría el Tao, “el camino es la meta”. Todo lo contrario de lo que susurraba Maquiavelo al oído del Príncipe. El fin y los medios tendrían que estar de acuerdo si queremos que la política recobre su dignidad y su razón de ser.
Lo que pretendo poner de manifiesto es que nuestra política ha de estar fundamentada en una ética acorde con nuestros propósitos. Si lo que postulamos es acabar con una estructura de dominación, y no sólo conseguir que las mujeres seamos iguales a los hombres, la búsqueda de los principios éticos es fundamental. Nuestra política no puede ser únicamente “el arte de lo posible”, sino también de lo “conveniente”. De lo contrario ¿de qué emancipación o liberación estamos hablando ? ¿De qué nos sirve ejercer el derecho al mal como argumento definitivo si lo que postulamos es una superación de las condiciones actuales ? En todo caso el derecho al error, el derecho a las propias limitaciones sin idealizar nuestras posibilidades.
Por supuesto que no voy a proponer aquí qué tipo de principios éticos tendríamos que adoptar, pero sí hacer ver que es banal la propuesta de la toma del poder sin reflexionar sobre su fundamento.
Para el feminismo de la diferencia y de las diferencias creo que sería primordial contravenir el imperativo categórico de Kant, para quien el bien no funda la moral, sino que la moral funda el bien, de ahí la propuesta de “obrar de tal modo que nuestro comportamiento pueda servir como norma universal”. Algo así como mantener el orden y las costumbres por encima de todo. Justo lo que no queremos mantener. Más bien propongo : obra de tal modo que tu comportamiento abra posibilidades diversas de realización humana. Al menos un bien fundamentaría la moral : la libertad.
Es muy sintomático que en sociología se acepte un modelo para medir el desarrollo moral de los individuos como es “el paradigma de Kohlberg”. Este paradigma afirma que un individuo posee una categoría ética o moral superior si tiene más en cuenta las normas morales y el derecho en sentido abstracto que las relaciones interpersonales, el cuidado y la atención por las personas.
Casualmente se prima lo que han venido haciendo los hombres, más dedicados a lo público que a lo privado ; y se desprestigia, cómo no, las funciones que las mujeres nos hemos visto obligadas a desempeñar, lo cual no significa que sean funciones inferiores, sino insignificantes, desvalorizadas.
No estoy proponiendo que las mujeres nos dediquemos a lo que nos hemos dedicado por milenios como una función subsidiaria del buen funcionamiento de la sociedad, por descontado. Sin embargo, no le doy ningún valor a la moral normativa y al derecho que no tiene en cuenta el cuidado por las personas, el bienestar físico y anímico de los individuos concretos. No me valen para nada las “razones de Estado” si esas razones olvidan los derechos sustantivos de los ciudadanos. Además de que no me parecen de inferior rango las relaciones interpersonales que las internacionales.
En definitiva, que el feminismo es una opción política fundamentada en una ética que tiene como principio que lo privado merece el mismo respeto que lo público o, mejor, que lo público no puede ejercerse sobre el desprecio de lo privado. Y no estoy hablando de la propiedad privada exactamente, sino de lo privado como privacidad, como derecho a la atención y al cuidado por parte de los otros y, también, de los poderes públicos.
Estoy hablando de una opción ética que refuerce la libertad de los individuos sin menoscabo de los derechos de otros individuos. Estoy hablando de una ética más evolucionada que la que hoy valoramos.
Si se plantea el poder como “poder, sí” o “poder, no”, tengo que definirme por el “poder, depende”, todo depende ...
La lógica binaria de la exclusión
La lógica no es inocente en todo este entramado, tan poco inocente como la ética kantiana para la que los valores no fundamentan la moral, sino al contrario.
La civilización patriarcal nos ha impuesto, no sólo una ética más allá de la bondad o maldad de las cosas, sino una lógica determinada que se pretende constitutiva de la esencia humana. Hegel llega a afirmar que “el hombre piensa naturalmente según la lógica, o , más bien, la lógica constituye su misma naturaleza”. Y para el positivismo lógico del Círculo de Viena, la lógica abstracta es superior a la realidad, y aunque parte de la experiencia, ha llegado a constituir un sistema completamente autónomo, independiente por completo de la experiencia en su validez, o sea, que vale “a priori” porque se mueve en el campo de la simbolización, que nunca es la cosa en sí. Es decir, que las relaciones lógicas son únicamente relaciones dentro de un sistema de representación. Pero, al mismo tiempo, la lógica misma puede volver a ser introducida en el ámbito empírico considerándola pragmáticamente como un tipo determinado de comportamiento metódico. Es decir, que “su lógica” manda sobre la realidad.
Este pensamiento es tan aberrante que nos lleva a concluir que si la realidad contradice la lógica, habrá que modificar dicha realidad antes que modificar la lógica. Es lo que hacen continuamente los políticos.
Pero la lógica, afirmo yo, no constituye el pensamiento “natural” del ser racional llamado hombre, ni hablar. La lógica constituye un sistema de relaciones, un código impuesto, coherente con la estructura misma de dominación, de modo que pase por ser un tipo de pensamiento connatural a la especie humana.
Desde Aristóteles, la lógica de Occidente es una lógica de la contradicción y de la exclusión. Es decir, que contrapone conceptos diferentes como si fueran contrarios, por ejemplo, hombre y mujer, de modo que si el concepto hombre es igual a “A”, el concepto mujer equivale a “no-A”, en lugar de ser “B”, “C”, “D”, etc. Además, entre “A” y “no-A” no puede existir un tercer término. Entre salud y enfermedad no hay lugar para ninguna mediación lógica que pueda significar salud y enfermedad al mismo tiempo, ya que los contrarios son irreconciliables lógicamente.
Al simbolizar matemáticamente la lógica, si “A=1”, resulta que “no-A=0”. Si lo masculino, que se toma como término fundamental, equivale al uno, quiere decir que lo femenino (su contrario según esta lógica) es igual a cero. De ahí que Aristóteles defina a la mujer como “un varón castrado”. Esta, pues, es la lógica binaria : el término que se considera principal elimina o negativiza a su (pretendidamente) contrario.
Conclusión : El dominio simbólico no sólo está fundamentado en un modelo ético, sino que dicho dominio se hace razón a través de la lógica, de esta lógica. De esta lógica sobre la que se construyen todos los desafueros de la “razón de Estado”, todas las convenciones, conveniencias y connivencias de los poderosos : es muy fácil.
Por esto también, el feminismo de la diferencia se ha impuesto la tarea de estructurar una lógica no binaria, no digital, sino analógica, es decir, que refleje la realidad y no una abstracción forzada de esa realidad.
Para nosotras, el feminismo no puede ser ajeno al problema epistemológico que supone un determinado modo de pensar, ya que este modo de pensar y de clasificar lo real redunda en el modo de hacer política.
Este enfoque ya lo he tratado más fundamentada y extensamente en la obra colectiva de “El Feminismo Holístico”, denominación desde la que intento superar la dicotomía de igualdad/diferencia para bucear en la gran metáfora del Uno (Dios-Padre) que contamina no sólo nuestra lógica, sino todo nuestro universo simbólico. Por más que mis referentes sean los del “feminismo de la diferencia”, creo que intelectual y personalmente ya he superado aquella etapa
La unión posible
Aunque he abundado en expresar lo que significa el “feminismo de la diferencia”, también he puesto de manifiesto lo que nos separa del “feminismo de la igualdad” o, si queréis, lo que nos confronta. Sin embargo, no los considero irreconciliables porque no son “contrarios”, pues, como he insistido, la igualdad no es lo que se opone a la diferencia.
La filósofa francesa S. Agacinski ha elaborado una teoría sobre la mixitud para tratar de reconciliar, superándolas, ambas tendencias, pero con una fórmula que más bien me parece una receta de cocina por más que le reconozca sus méritos. Ella parte del concepto de paridad entre los dos sexos, ideal que reclama la universalidad desde las diferencias. Nos dice que su teoría de la “mixitud” es, precisamente, una teoría de la universalidad teniendo en cuenta las diferencias, pero no es una teoría de la diferencia, sino una teoría de la igualdad ilustrada sensu stricto.
También ella propone la superación de la lógica binaria como elemento clave para conseguir una verdadera paridad, pero advierte del peligro de primar ahora a la mujer situándola en la posición del “1” relegando al hombre a la situación de “0”, ya que eso nos mantendría en el círculo vicioso de lo binario. Su gran argumento es que todo Uno proviene de Dos que lo engendran, lo que me resulta una teoría demasiado biologicista, ya que, para empezar ¿de qué Dos proviene el Dios-Padre , Uno por excelencia y gran metáfora de nuestra cultura patriarcal ? No se da cuenta de que el “1” y el “0” no se refieren solamente a individuos sexuados, sino a conceptos como bueno y malo, luminoso y oscuro, valiente y cobarde, recto y curvo... y, por ende, hombre y mujer. Recordemos si no la lista de antagónicos de Pitágoras.
Pero más grave me parece aún que Agacinski afirme que el individuo se puede sentir igual ante la religión, la ley, la cultura, etc., pero no ante el sexo y todo lo derivado de él, porque en estos aspectos existe dicotomía, de lo que deduce que la “mixitud” se consigue con una “política de sexos” que tenga en cuenta las diferencias y las similitudes.
Personalmente no concibo que las mujeres y los hombres se puedan sentir iguales ante la religión, la ley y la cultura. ¿Cómo vamos a sentirnos iguales frente a esos grandes constructos que la civilización patriarcal ha levantado excluyendo a las mujeres cuando no contra ellas ? Me resulta un postulado demasiado naïf.
Concluye diciendo que tanto el radicalismo (la diferencia) como el universalismo (masculino) se apartan de la mixitud, que sería realmente un posfeminismo, es decir, una superación dialéctica de la teoría del Sujeto de Beauvoir como del Sujeto diferencial de cierto feminismo radical. En realidad, más que unir las dos tendencias fundamentales del feminismo, lo que quiere es unir a hombres y mujeres en una propuesta política compartida. ¡Qué beatitud la suya ! ¿Es que no sabe cómo funcionan los círculos del poder estando tan cerca de ellos ?
Mi propuesta no pasa por esas superaciones ficticias. Más bien creo que ambos feminismo han de seguir sus caminos respectivos, pero teniendo muy claro que ni sus teorías ni sus acciones ni su modo de entender la política pueden plantearse como antagónicos irreconciliables. Pero, sobre todo, aceptando que no existe “el feminismo”, sino “los feminismos”.
Acerca del socialismo también surgieron multitud de teorías, que fueron desechadas cuando Engels definió la marxista como la única científica frente a las utópicas. Si no se hubieran obstaculizado todas las demás, posiblemente hoy disfrutaríamos de una riqueza política y de opciones de las que, desgraciadamente, carecemos. No seamos mezquinas ni miopes.
Una última pregunta
El feminismo de la igualdad insiste en plan poseso en que, salvo las obviedades biológicas que distinguen a ambos sexos, la igualdad entre hombres y mujeres es un hecho que hemos de actualizar jurídica y socialmente ; que la tal “diferencia” no es más que un modo de autoexclusión y una aspiración absurda a un esencialismo que sólo puede resolverse en desigualdad. ¿Dónde ?
¿Dónde radica esa diferencia ? claman indignadas.
Yo lo veo de un modo muy simple, si queréis, pero muy nítidamente a la vez.
La afirmación : “Las mujeres son iguales que los hombres”,
no podemos, sin embargo, sustituirla por :
“Las mujeres son hombres”.
Entre Ser iguales que los hombres y Ser hombres existe sin duda una diferencia ¿no ? Pues ahí, ahí radica la diferencia, oculta tras la comparación iguales que. Si queremos ser iguales que los hombres, pero no queremos ser hombres, es que entre ambas realidades existe un resquicio para la diferencia. Ese irreductible del que no podemos prescindir es lo que constituye la diferencia.
Solapada tras la comparación anida esa diferencia. No es una esencia : es un “axioma ontológico”.
En este sentido, este axioma ontológico se convierte en un punto de partida para un pensamiento diferente, para una epistemología, es decir, para una investigación teórica.
El mismo esquema lo podemos aplicar a nuestro programa político :
Tampoco podemos sustituir : “Las mujeres queremos ser iguales que los hombres” por la proposición : “Las mujeres queremos ser hombres”.
Si ambas frases no son equivalentes, significa que como NO QUEREMOS ser hombres, la afirmación de que queremos SER IGUALES QUE carece de sentido sin introducir la diferencia. Y en este caso se trata de una diferencia política con sus estrategias, sus tácticas, modos, metas y etapas a cubrir, porque lo que queremos ser implica eso : una voluntad política.
La historia interminable
Como habréis podido observar, el feminismo de la diferencia supone un programa apretado de propuestas que dan para todo un itinerario vital.
Pretende cambiar la vida buscando modelos que no existen (todavía) desde las diferencias que nos constituyen como mujeres ; de hacer significante lo in-significante ; de crear orden simbólico a partir de arquetipos negados ; de constituirnos como sujetos diferenciales luchando por derechos sustantivos y no abstractos ; de acceder al poder desde nuestras propuestas y de cuestionar la esencia misma del poder como dominio ; de crear una ética de valores no reconocidos, y de estructurar un modo nuevo de pensar desde una lógica no binaria. ¡Casi nada !
Cuando descubrí el feminismo ignoraba exactamente hasta dónde me llevaría, pero lo concebí como un “Viaje a Itaca” : “Pide que tu camino sea largo, rico en experiencias, en conocimiento....” ¡No sabía cuán largo !
Tal vez la versión de la igualdad no me convencía porque pensaba : “Y cuando cambiemos las leyes y consigamos el divorcio, el aborto y todo eso ¿qué ? ¿Qué más ?” No tenía para mí el carácter de aventura. Por eso me embarqué en “otra cosa” siguiendo una intuición que me ha ido guiando. Y resultó que esa otra cosa era el feminismo de la diferencia.
Hace no mucho, una amiga, también feminista, me planteó que el feminismo de la igualdad había conseguido todos los derechos y oportunidades que ahora disfrutamos las mujeres, pero que no veía qué demonios había conseguido el feminismo de la diferencia. Yo le respondí que, de momento, cambiar la vida de muchas mujeres, que no era moco de pavo. Pero también que estaba cambiando la percepción sobre muchas realidades, el modo de entender el sentido de la vida y la solidaridad y complicidad entre las mujeres.
Tengo varias amigas que no se han contentado con eso de “a igual trabajo, igual salario” y han decidido dejar sus trabajos seguros optando por algo que les llenaba mucho más como tarea, no sólo como modus vivendi. Eso es producto, entre diversas causas, del feminismo de la diferencia. Otras se han decido por el nomadismo y el vivir día a día. Las de más allá han construido una estructura afectiva que nada tiene que ver con las relaciones al uso o han descubierto una comprensión más profunda de la naturaleza. 

Creo que respecto a la realización como sujetos, el feminismo de la diferencia nos abre unas posibilidades mucho más creativas, ya que al no tener como aspiración la igualdad con el hombre, se amplía el panorama de las elecciones, de los caminos ignotos, de las experiencias insólitas o de la libertad de no ponerse metas. Si realmente pudiéramos hacerlo, serían los varones los que tendrían que comenzar a plantearse el ser iguales a nosotras.
De todos modos, a semejanza de los comienzos en que todo era un totum revolutum, creo que ambos feminismos vuelven a una cierta convergencia en la que las fronteras no están ya tan claras. Laus Dea ! No hay verdad ni verdades, sólo caminos, búsquedas, tanteos, despistes y aciertos. Queriendo o sin quererlo, nos hemos enriquecido mutuamente. Dentro de no mucho, las divisiones y clasificaciones espúrias serán ya historia.