jueves, 2 de diciembre de 2010

DIGNIDAD Y CORAJE El sentido de nuestras vidas








Ileana Alamilla
Nosotras estamos aquí, sin embargo nos miran pero no nos ven, luchamos, trabajamos afanosamente, proponemos, aportamos, incidimos, construimos y somos parte indispensable en ésta y en cualquier sociedad. Lo que hacemos usualmente queda en el anonimato, a la sombra de lo que hacen otros, lo que decimos repercute si lo repite un hombre, nuestro trabajo no se valora, aunque sea de superior calidad.

Somos constructoras de futuro, tejedoras sociales y las protagonistas  resilientes de siempre. En la cotidianidad, por diversidad de causas, se presentan todas las formas de violencia hacia nosotras: irrespeto, gritos, golpes; pero también falta de equidad en el pago de salarios y en promoción de cargos, mortalidad materna elevada, abusos, desigualdad, inequidad, violaciones sexuales y, la forma extrema, femicidio, tan vigente en la cotidianidad mediática. Las demás expresiones de estos hechos tipificados como delitos en la Ley contra el Femicidio y otras Formas de Violencia contra la Mujer, están casi naturalizadas en nuestra sociedad.

“Es tu cruz”, le dice la madre a la hija, heredando patrones vergonzosos de relación de  pareja.
  “Servíle la comida a tu hermano y lavás los trastos”, “algo le hizo y por eso le pegó”,”seguramente andaba vestida indecente y lo provocó, y por eso la violó”.
Las anteriores son expresiones para justificar hechos violentos que provocan la reproducción de esa cultura que es necesario modificar.

Las mujeres guatemaltecas estamos en constante actividad reivindicativa, unas en demanda de condiciones idóneas de salud sexual y reproductiva, para reducir los altísimos niveles de mortalidad materna, para que se atienda el problema de las niñas y adolescentes convertidas prematuramente en madres, o los riesgos tremendos de abortos inseguros.  Otras, luchan por sus legítimas aspiraciones de participación política. Unas más están defendiendo su cultura, idiomas y cosmovisiones, o su derecho a un trabajo digno. También hay quienes demandan acceso a la propiedad y a la tierra; y unas más quieren verdadera libertad de expresión y de información.

Hay una lucha de las mujeres que recién se ha iniciado en nuestro país, en donde el conflicto armado provocó una cauda millonaria de sufrimiento; ellas han quebrando los muros del silencio de manera heroica, han hablado de los crímenes sexuales cometidos en su contra como una estrategia de guerra contrainsurgente impulsada por los gobiernos militares.
Fueron humilladas, mancilladas en su dignidad, destruyeron a sus familias, ultrajaron sus cuerpos, sus sentimientos y su espíritu. Ellas decidieron sacar la culpa impuesta a sus vidas y conciencias. Injustamente sintieron vergüenza de lo que hicieron los victimarios y perpetradores de esos crímenes aún no investigados ni castigados.  Las sobrevivientes exigen ser escuchadas, reconocidas y respetadas, quieren ser y vivir sin ser señaladas ni estigmatizadas. Esa dignificación, dicen, pasa por reconocerse y ser reconocidas como sobrevivientes de crímenes sexuales.

La violación sexual a mujeres en la guerra es una práctica común, producto de las relaciones de poder; fue, en su tiempo, una política de colonización, la han impuesto como forma de marcar territorios, demostrar fuerza y propiedad sobre las mujeres. Irónicamente, esta práctica no es abordada, no se condena y no se reconoce. Una condición indispensable para reparar el daño es el juicio y castigo a los responsables, es decir, pasa por el acceso a la justicia.
Las mujeres no queremos ser vistas como víctimas, sino como seres humanos con igualdad de derechos, hemos luchado toda la vida por este propósito. Demandamos del Estado en primera instancia que cumpla la legislación nacional e internacional que nos rige y  honre las razones para las cuales existe. La sociedad entera tiene también que dar su aporte para cambiar mentalidades y actitudes. Todo esto contribuirá a deconstruir los estereotipos y los símbolos, a transformar las relaciones desiguales entre ambos sexos y, sobre todo, a construir un nuevo pacto social sobre bases que busquen la equidad y la justicia social
Pero el problema de violencia hacia la mujer no es patrimonio nacional, se presenta en todos los países, por lo que la Organización de Naciones Unidas (ONU) ha hecho importantes aportes a la causa de las mujeres.

La resolución 1325 del año 2000 sobre la mujer, la paz y la seguridad, fue la primera que abordó los efectos de los conflictos armados sobre las mujeres, así como lo que les ocurre durante y después. Instó a las partes en conflicto a adoptar medidas especiales para proteger a las mujeres y a las niñas contra la violencia por motivos de género, en particular la violación sexual y otras formas de abuso sexuales. Una resolución posterior abordó exclusivamente la violencia sexual en los conflictos armados. Reconoció que esa violencia es una cuestión de seguridad y señaló que cuando se utiliza como táctica de guerra contra poblaciones civiles, esto puede constituir un impedimento para el restablecimiento de la paz y la seguridad internacionales.
La resolución 1888, del 2009, complementó la anteriormente citada y destacó la importancia de abordar las cuestiones de violencia sexual desde el comienzo de los procesos de paz y de someter a los responsables a la justicia.
La violación ha sido incluida explícitamente como crimen de lesa humanidad en los estatutos de los tribunales especiales establecidos por el Consejo de Seguridad de la ONU, para conocer algunos casos.

El Informe de Estado de Población Mundial 2010 reconoció que las mujeres son víctimas de violencia sexual  y son utilizadas como arma de guerra.
Una vida sin violencia, con equidad y respeto no es una cantaleta de las mujeres, ni es una necedad; es un derecho que debe ser reconocido y aceptado para que nuestra sociedad tenga verdaderamente un rostro humano y que cree condiciones para  una redefinición de roles en donde haya oportunidad para todas y todos de decidir y participar y de redefinir el camino del desarrollo.

Es deseable que el tratamiento de nuestras agendas en espacios públicos, que la inclusión de nuestras demandas, que la atención a nuestros requerimientos, no sean efímeros, ni recordados en conmemoraciones o usados en discursos demagógicos, esto es  cuestión de conciencia, dignidad y justicia.
Las mujeres queremos vivir en paz, con dignidad y derechos. Nuestras ancestras han dedicado su vida a estas conquistas. Seguimos sus extraordinarios ejemplos y honramos su vida y memoria.


Fuente : Revista Diálogos de  FLACSO

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