martes, 7 de diciembre de 2010

Alaide Foppa

Elena Poniatowska
Escritora mexicana


En su cama, a su lado, no hay un hombre. El sitio lo ocupan tres libros, unas cartas abiertas y extendidas, los anteojos, el periódico de ayer, una cuaderno en blanco, una pluma, unos tres o cuatro cartones de invitaciones que se asoman fuera de sus sobres, la agenda, la libreta de teléfonos y el propio teléfono con su cable. Anoche, cuando la ganó el sueño, durmieron con ella sus mudos acompañantes. Hoy a las ocho de la mañana, Alaíde vuelve a palparlos con la mano. Se cala los anteojos, busca la pluma, el cuaderno en blanco. Un poema, quiere escribir un poema.

Un poema late desde la madrugada en sus sienes, lo ha de haber concebido en la duermevela, en esa hora en que no se sabe si se sueña o se piensa dormido. "Tengo que escribirlo". Se pasa la mano por el cabello chino. "Tengo que escribirlo." Luego se ordena mentalmente: "Voy a ser razonable. Primero voy a consultar mi agenda." Abre la agenda gruesa, muy gastada, abultadísima de boletas del gas, del teléfono, cartoncitos crema y verde de los pagos de la luz, notas de remisión y busca el día de hoy, negro de compromisos. "Ay, a las nueve tengo que estar en la Universidad porque vamos a reunirnos los maestros." Automáticamente toca el timbre para que Esperanza le suba el desayuno.

Alaíde Foppa de Solórzano le pide a Esperanza, su sirvienta, que abra las cortinas de su recámara, mientras ésta pone la charola del desayuno sobre sus piernas.

-¿Por qué no entra más luz?

-El jardín está oscuro, señora.

El jardín de Alaíde siempre ha sido un jardín de sombra. En torno a los árboles, la hierba escasea. Entonces, se ve la tierra negra.

-Tengo mucha prisa. Sería bueno que abriera usted las llaves del agua de la tina para el baño, Esperanza.

Desde la recámara se oye el chorro del agua.

-¡Qué cantidad de citas tengo hoy, no sé como voy a poder!

-Hace usted demasiadas cosas, señora. Dice el señor que no para...

Alaíde ordena la comida.
-Tengo que recoger a Luis en la escuela, me lo pidió Laura porque hoy tiene ensayo con Gloria Contreras para su función de baile en la unam. No olvide comprar los bollos esos con ajonjolí de La Baguette, Esperanza, son los que más le gustan al señor, tome usted el dinero en mi bolsa, tenemos cuatro invitados a comer, son pocos, no se queje, voy a pasar al banco, recoja usted la ropa de la tintorería, ¿puede hacerme ese favor? No es mucha. No tengo tiempo de ir yo. ¡Ay Esperanza, no sé que haría sin usted! ¡Qué feo día, ¿qué me pondré? Algo caliente, el traje gris oxford, la blusa verde, y los zapatos cafés, los cómodos, siempre tengo que caminar mucho desde el estacionamiento hasta la Facultad de Filosofía...

Sobre la silla yace el vestido de noche rosa de muchos botoncitos que Alaide llevó a la Embajada de Italia, las zapatillas doradas, las medias lacias, la ropa interior, todavía un poco abultadita como si recordara que contuvo un cuerpo. La recámara huele a Alaíde, tiene su perfume.

¡Qué extraño nombre, Alaíde, no es Adelaida, es Alaíde, de Guatemala no, no es indígena, será una abreviatura, no es italiano, será... árabe, de dónde vendrá, Alaíde Foppa, parece un nombre antiguo para una criatura antigua. Alaide sin embargo es moderna y vive en México en la ciudad más antigua del nuevo mundo, la más poblada, una ciudad que la atosiga, qué lento el tráfico, se calienta siempre el motor del automóvil, ¿cuánto tendrá de gasolina, un cuarto de tanque? No puedo quedarme varada en el Viaducto corno la semana pasada, ni tomar el Periférico en sentido contrario como me lo reprochan sus hijos llamándome "despistada", "lunática". Alaíde tiene que cambiarle la llanta delantera para ir el fin de semana a la finca de aguacates en Milpa Alta de los Giménez Cacho; le advirtieron en el taller que no saliera a carretera con dos llantas lisas, qué lata, "creo que me va a dar gripa, no tengo tiempo para la gripa, no puedo darme el lujo de enfermarme", hoy también es su programa de radio Foro de la mujer en Radio Universidad.

¿El poema? ¿Dónde quedó el poema? Alaíde se consuela en la tina.  "Hay tantos buenos poemas sobre la manzana, ¿para qué un poema más? Es muy presuntuoso de mi parte." Ni siquiera recuerda cuando escribió el último: "El corazón":

Dicen que es del tamaño de mi puño cerrado.
Pequeño, entonces,
pero basta
para poner en marcha
todo esto.
Es un obrero
que trabaja bien,
aunque anhele el descanso,
y es un prisionero
que espera vagamente
escaparse.

* * *


La casa siempre está llena. La vida social es muy intensa. Primero, son las fiestas infantiles de piñatas y magos para los nietos Luis y Mariana Lojo, hijos de Laura, después las "tocadas" de adolescentes, las "lunadas" en el jardín, las fogatas que acicatean la discusión sentados en el suelo, los ceniceros colmados, las "cubas" que se renuevan, Julio el mayor, su guitarra y sus canciones de protesta, Mario y sus ideales, Juan Pablo y su admiración por Mario; desde muy chicos, los cinco hijos participan en la vida de los adultos, comentan la vida política en la mesa, su futuro, la religión, ir o no a misa; en la casa no hay televisión, la plática en torno a la mesa la suple, también la recámara de Alaíde dónde se continúan las reflexiones políticas, a la hora en que Alfonso, el padre, exilado político, luchador de izquierda, hace la siesta.

Julio, el mayor, es muy extrovertido, lo cual facilita la comunicación. Laura, muy rebelde y bellísima, sus altos pómulos, la gracia de sus movimientos de bailarina, su sonrisa dentro del rostro moreno parecido al del padre, Silvia, la médica, toda entrega y generosidad, Mario, guapísimo e inteligente. Alaíde se recuesta en su cama, los pies sobre la colcha y rememora a cada uno de sus hijos, de repente pueden ser de una ternura increíble, Julio recuerda la lectura de unos poemas con su brazo en torno a los hombros de su madre; frente a las posiciones antirreligiosas a ultranza de sus hijos, Alaíde lee un "Salmo de Salomón" y los calla. Alaíde ha entablado un combate permanente contra el dogmatismo y las expresiones absolutistas; su postura los ayuda a matizar, pero lo que más los conmueve es que su madre les lea poesía, abrazándolos.

A los hijos les encanta conocer a los amigos de sus padres. Cada vez que viene alguien importante de Guatemala se queda en su casa. Pablo Neruda, Miguel Ángel Asturias, Dominique Eluard, la esposa del gran poeta francés Paul Eluard, con quien Alaíde traduce un hermoso libro al francés: El Libro Vacío de Josefina Vicens.

En la entrega de Alaíde hay mucha ingenuidad. Todo lo hace ella misma. Pudo haber delegado algunas tareas pero no, corre siempre. Es muy maternal y se preocupa muchísimo. Hoy tiene que ir a la imprenta por los ejemplares de la revista fem, meterlos en la cajuela de su automóvil, llevarlos a la Gandhi, a ver si alguien la ayuda; guardar algunos para la reunión de fem en la tarde, en su casa. Todas las reuniones son en su casa. Allí se sirve el mejor té de la ciudad de México, según Marta Lamas, y la mejor agua de limón de todo el país. A Alaíde, a veces la atraviesa una ráfaga de espanto: "No tengo tiempo ni para reflexionar" pero ¿no viven casi todas así, en este tornado de obligaciones que las hacen correr de un lado a otro? Así es la vida de Marta Lamas, de Margarita García Flores en la unam, de Carmen Lugo, de Flora Botton, de Lita Paniagua. Para todas sus amigas, la semana transcurre más o menos igual; la ciudad impone su ritmo acelerado y ellas son feministas, se bastan a sí mismas. Los nietos de Alaíde comen en su casa a medio día y, a las cuatro y media en punto, Alaíde examina en el estudio de Fanny Rabel cada una de sus telas para escribir el texto del catálogo; menos mal que la casa de Fanny le queda rumbo al Politécnico porque después irá hasta allá a dar una conferencia sobre el Miguel Ángel de la Capilla Sixtina. No le resulta difícil, a Miguel Ángel lo conoce tan bien que hasta ha traducido su poesía, y, a las nueve, cena en casa de Luis y Lya Cardoza y Aragón. A ésa, sí la acompaña Alfonso, quiere mucho a los Cardoza, también a los González Casanova, Pablo y Natasha, tan ocurrente ella, pero hace años que Alfonso ha dejado de asistir a las embajadas, tan es así que ahora las invitaciones llegan sólo a su nombre: "Alaíde Foppa. rsvp. Réponse s'il vous plait." Miembro del Partido Guatemalteco del Trabajo y director del Seguro Social en el gobierno de Árbenz, Alfonso introdujo muchas reformas en beneficio de los desposeídos. A la caída de Árbenz, en 1954, tuvo que asilarse en la embajada de México y de allá salió con Alaíde a nuestro país donde nació el primero de sus hijos, Julio. Aquí han nacido sus cinco hijos, y todos ellos le deben su formación política a su padre. Alfonso es de una solidez admirable.

A las cenas y comidas en su casa asisten guatemaltecos refugiados en México: siempre alguien interesante, Mario Monteforte Toledo y Mireya su mujer, íntima amiga de Alaíde, Tito Monterroso, Carlos Illescas, José Luis Balcárcel, Luis y Lya Cardoza y Aragón. Asisten también Raquel Tibol, Julia Cardinale, Gutierre Tibón, José Luis Cuevas, Julieta y Enrique González Pedrero, Francisco López Cámara, Margo Glantz, Luis Rius, Sergio Méndez Arceo, Arnold Belkin, Raúl Leyva, Demetrio Aguilera Malta, los hermanos pintores Pedro y Rafael Coronel, Cristina Ruvalcaba, Jorge Hernández Campos, Horacio Labastida, Annunziata Rossi, María Pia Lamberti, poetas, dramaturgos, críticos de arte, personalidades de paso. La conversación es dinámica, estimulante. En casa de los Solórzano, el ambiente es fogoso, capitaneado por una mujer fina y culta, muy elegante, hermosa, cálida, con mucho don de gentes, mucho mundo.

Alaíde, nacida en 1913, es hija única de Tito Livio Foppa, escritor teatral argentino de origen italiano, y de Julia Falla terrateniente guatemalteca, propietaria de fincas cafetaleras, mujer culta, preparada, fuerte, quien ama a la música y ha sido concertista. La niña Alaíde nació cuando su padre era cónsul en Barcelona y la cultura la trae en la sangre, ha vivido entre libros, pinturas, representaciones teatrales; se educó en España, en Suiza, en Francia, en Buenos Aires, en Bélgica y en Italia obtuvo su doctorado en Filosofía y Letras. Niña privilegiada será también una mujer privilegiada, educada en España, Suiza, Francia, Buenos Aires, Bélgica e Italia. Obtiene su doctorado en Filosofía y Letras en La Sorbona, en París, cuando Alfonso Solórzano ya era cónsul de Guatemala. Deciden casarse. Alaíde entera a Alfonso que está embarazada de otro hombre, Juan José Arévalo, padre del mayor. Alfonso lo acepta. Será un padre para Julio, el único. Ya en México, Alaide quiere hacer otra maestría pero con tres hijos pequeños, resulta difícil y no puede terminarla.

Nadie comprende cómo Alaíde se da tiempo para abarcar los cuatro intereses de su vida; los cuatro pilares que la sostienen: la crítica de arte, el feminismo, la poesía (límpida, clara como ella misma), la docencia y la vida académica. Por si esto fuera poco, Alaíde todavía se dedica a la traducción simultánea del italiano al español o viceversa para redondear su presupuesto, porque la casa en la esquina de Hortensia y Camelia la sostienen dos profesionistas: Alfonso y Alaíde. Ambos viven de su trabajo. ¿Cómo le hace Alaíde para ser esposa, madre de cinco muchachos, ama de casa, darse tiempo para atender a sus cuatro inquietudes personales? Es casi un milagro. La verdad es que ahora que los hijos han crecido, también ellos organizan reuniones, y si Alaíde dice qué bueno, que vengan 40, se sorprende e irrita cuando aparecen 200. A pesar de su protesta, participa en la fiesta y llega un momento en que no hay distinción entre los amigos de sus hijos y ella. Julio, el mayor, trabaja en el Museo de Antropología y es ayudante de Siqueiros, sus compañeros del taller se acercan a Alaíde-críticade-arte, lo mismo los jóvenes estudiantes de Sociología en la unam, que estudian con Juan Pablo buscan a Alaíde po-lí-glo-ta y ca-te-drá-ti-ca. Las compañeras de la carrera de medicina de Silvia, las compañeras de Laura, la bailarina, su maestra Gloria Contreras, todos acuden a la casa de Alaíde, a su espléndida mesa, a su calidad humana. Alaíde, cordial, tiene una capacidad real de hacer amistad con gente muchísimo más joven que ella. Y si no, que lo diga Marta Lamas que se considera un poco su hija por tanto apoyo que recibió y tantas tristezas y alegrías y lecturas compartidas. Alaíde les cuenta que ha vivido en 58 casas a lo largo de su vida, que conoce el desarraigo terrible de los trashumantes, que Guatemala es su país y quisiera regresar, frontera con frontera, que doña Julia Falla, su madre, la espera cada año. A México, Alaíde Foppa le ha dado miles de artículos, críticas de arte, prólogos, infinidad de conferencias, clases, traducciones, un libro de sus conversaciones con Cuevas, poemas, ¡ay poemas! ¡ay la poesía! Y ahora fem, la revista feminista que absorbe casi todo su tiempo.

Una poesía
nació esta mañana
en el aire claro.
Estaba distraída,
se me fue de la mano.

El crecimiento de sus hijos la lleva a un mundo político de absoluta entrega, muy rico, muy pleno, vehemente que la complementa y la entusiasma. Sus hijos sueñan con una Guatemala libre y quieren luchar por ella. La unam es un semillero de ideas y de ideales, de romanticismo y de entrega. De la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales, de la cátedra de Sociología de la unam, algunos se han ido a la guerrilla. Los privilegiados Mario, Juan Pablo y Silvia se internan en Guatemala. Mario primero funda un periódico, Nuevo Diario, y cuando ametrallan el edificio decide irse a la clandestinidad. Juan Pablo de 27 años es todo pasión. Silvia que siempre fue una niña generosa, se recibe en la Facultad de Medicina de la unam, y dedica sus conocimientos a los campesinos y a los pobres de Guatemala para optar finalmente por la guerrilla. Julio sale becado a Moscú a la Universidad Lomonosov. Curiosamente, si la politización de los hijos viene de su padre, Alfonso Solórzano, comunista de hueso colorado, la politización de Alaíde proviene de sus hijos.

* * *

Un destino puede cumplirse en unos cuantos días, una vida adquirir un sentido nuevo en menos de una semana.

* * *


El día 19 de diciembre de 1980, después de buscarla en todos los hospitales y puestos policíacos, doña Julia Falla, afligidísima, le habla a Laura desde Guatemala, para comunicarle que nadie sabe dónde está su madre, ni el chofer Actún Shiroy que la llevó de compras al mercado. Doña Julia tiene razón al atormentarse. En los últimos meses, la familia Solórzano ha estado sujeta a pruebas tremendas. Primero murió Juan Pablo, el menor de los Solórzano, en Guatemala, en un enfrentamiento con el ejército –nadie sabe dónde quedó su cadáver-, más tarde Alfonso Solórzano, muy afectado por la muerte del hijo, resultó trágicamente atropellado al atravesar la Avenida Insurgentes frente al cine de Las Américas. Según Marta Lamas "inconscientemente fue un acto suicida porque Alfonso estaba muy deprimido por la muerte de Juan Pablo. Se culpabilizaba; sentía que él, comunista, había metido a tres de sus hijos en la guerrilla y como mucha gente de izquierda, no había medido las consecuencias". A Alaíde, esas dos muertes la han cambiado mucho. Cuando muere Juan Pablo, vende la casa de Hortensia en la colonia Florida, a toda prisa, y la malbarata según Marta Lamas, se compra un diminuto departamento en la calle de Inglaterra en Coyoacán, reparte sus muebles y se muda en un dos por tres porque le urge cambiar de vida. Acelerada, enfebrecida con su nuevo proyecto de vida de viajar y conseguir solidaridad internacional para la guerrilla. Alaíde convierte su duelo en acción. Decide seguir a Juan Pablo, terminar su tarea. Esperanza, la leal, la visitará una vez a la semana para hacer lo más indispensable. Alaíde, de hecho, ya no necesita nada. Empieza una nueva vida. Está decidida a participar mucho más activamente en la lucha que libra Guatemala. El suyo es un compromiso. Surge del dolor, del sufrimiento, de la conciencia. Ahora, de hecho es una activista en aimur (Agrupación Internacional de Mujeres contra la Represión) y en Amnistía Internacional además de su cátedra de Sociología de la Mujer en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la unam que ella misma creó, quiso ser maestra de tiempo completo en la Facultad de Filosofía y Letras. En su programa de Radio Universidad Foro de la Mujer, las indígenas mayas quichés entrevistadas protestan por el saqueo del actual gobierno, cuentan cómo los militares las persiguen y las torturan y cómo muchos campesinos se han refugiado en la sierra a pelear.

Dos días más tarde, Alaíde sale a visitar a su madre, doña Julia Foppa. Alaíde no sabe realmente lo que es el peligro. Tampoco le teme. ¿Cómo se va a temer lo que no se conoce? Además a una madre no le puede suceder nada peor que la muerte de su hijo. Marta Lamas la acompaña y la despide en el aeropuerto. "Este año de 1980 ya no nos puede suceder nada malo; ya todo lo que tenía que pasar pasó."

* * *

Un lento silencio
viene desde lejos
y lentamente
me penetra.
Cuando me habite
del todo,
cuando callen
las otras voces
cuando yo sea sólo
una isla silenciosa
tal vez escuche
la palabra esperada.

A principios de agosto de 1980 (Alfonso, su marido, murió el 19 de agosto de 1980), Alaíde viajó a Guatemala a llevar sus cenizas; ahora viaja sola para estar al lado de su madre. Cada año la visita. Hoy, las noticias serán muy duras; darle a doña Julia la de la muerte del hijo más pequeño, Juan Pablo, pero hay otra buena: el nacimiento de la hija de Silvia, una niñita, Julieta, que ha visto la luz en la clandestinidad. ¡Ojalá y pudiera traerse a la criatura a México, ojalá! Alaíde es fuerte, nadie creería jamás que tiene 67 años porque no los representa. Redonda, de estatura más bien baja, es una mujer muy bonita, muy pulcra, siempre muy arreglada. Sus labios plenos, su sonrisa que irradia luz nos hablan de su belleza.

Está muy orgullosa de ser la madre de un guerrillero, Juan Pablo, muy orgullosa de Mario, el periodista de oposición, probablemente el más brillante, el más inteligente de sus hijos, muy orgullosa de la doctora Silvia Solórzano Foppa, médica y guerrillera. La vida ahora quiere vivirla dedicada a la causa que abrazaron tres de sus hijos; hace ya tiempo que Alaíde empezó a desprenderse de su vida anterior; cuando le robaron su coche en el estacionamiento de Filosofía y Letras no pareció importarle. Es cierto, manejaba muy mal; era muy despistada, sus hijos le hacían burla porque perdía no sólo la pluma fuente sino hasta las páginas de la conferencia que tenía que dar esa misma noche, y no se diga las llaves, los títulos de propiedad. O no veía el reloj que traía puesto y lo buscaba afanosamente. Hasta que dejó de buscarlo todo salvo esta vida espiritual honda, que la muerte de los bien amados le hizo cavar dentro de sí misma, ese silencio al que nadie llega y en el que se dialoga con el propio corazón.

Dices que es tarde,
¿para qué?
El tiempo
no lo mide el sol
ni se lo lleva el viento.
Mira cómo lo gastan
tus manos
sin darse cuenta.

El 19 de diciembre de 1980 en la ciudad de Guatemala, un día antes de su regreso a México, el auto de doña Julia Falla es interceptado por policías del g2, Ejército de Guatemala, en pleno centro. Desde ese día Alaíde desaparece. Quién sabe a dónde se la llevaron, quién sabe porqué, sólo el ejército guatemalteco lo sabe y sólo la guerrilla lo sospecha y lo teme como lo previó Mario, el guerrillero.

* * *

A partir de ese momento, sus amigos se movilizan en México. Manifestaciones, mítines frente a la Embajada de Guatemala, visitas a funcionarios, programas de televisión, protestas en los diarios y el periódico Uno más Uno publica a partir de la fecha de su desaparición un desplegado cotidiano que más bien parece una jaculatoria: "Hoy hace 25 días, Alaíde Foppa desapareció en Guatemala. Hacemos responsable a ese gobierno por su vida." Y firma: Comité Internacional por la vida de Alaíde Foppa. Así se han ensartado los días, un día más sin Alaíde, un día más sobre un montón de días, un día más como una paletada de tierra sobre una situación atroz, intolerable. El día en que el escueto desplegado no aparezca lo extrañaremos o diremos: "Ya se acabó" o nos habremos acostumbrado tanto a él como a cualquier anuncio, el de los colchones América, por ejemplo, el de Dormimundo. Porque tal parece que en Latinoamérica resulta más fácil convivir con la tragedia y la injusticia que con la libertad. Muy pronto nos familiarizamos con la desgracia y la integramos a nuestra vida cotidiana.

* * *

A los seis meses, todavía nada. En seis meses suceden muchas cosas. Un niño deja sus zapatos; hay que bajarle la bastilla a la falda de la niña que crece de la noche a la mañana. A otro le sale la muela del juicio. Los amantes se separan. Los amantes se unen. Unos nacen, otros mueren. En Guatemala, por ejemplo, desde que el general Romeo Lucas García asumió el poder en 1978, han muerto o desaparecido más de 5,000 hombres y mujeres, según César Arias, representante de Amnistía Internacional, ése organismo que se dedica a apesadumbrar a la humanidad y a molestar a los gobiernos del mundo con su absurda insistencia en los derechos humanos. Sólo en el mes de marzo de 1981, para no ir más lejos, el número de víctimas fue de 339 según Noticias de Guatemala que publica el "Comité Mexicano de Solidaridad con el pueblo de Guatemala". Si antes la represión se ejercía en contra de los sectores rurales -los indígenas cuyos cadáveres eran lanzados a fosas comunes-, ahora, y sobre todo desde la toma de la Embajada de España, en enero de 1980, la represión atañe a todos y el último en ser secuestrado, el 11 de marzo de 1981, es el doctor Jorge Romero Imery, decano en funciones de la Facultad de Derecho, universitario digno, interceptado por ocho miembros de las bandas del ejército cuando se dirigía a la Universidad. Los cadáveres baleados aparecen quemados, con los ojos vendados y las manos atadas como en el caso de la ciudad de Escuintla, al sur del país, o se degüellan como en el de las ocho personas halladas en Chimaltenango. Treinta y siete cadáveres son descubiertos en un barranco profundo situado en la cercanía de San Juan Comalapa, a unos 14 kilómetros de la ciudad de Guatemala, y muchos tienen alrededor del cuello lazos que han sido apretados con trozos de madera como torniquetes. Su muerte se atribuye a estrangulación con el garrote. "Garrote vil", dirían en España. El gobierno de Romeo Lucas García se ha llevado a muchos por delante sin más protesta que la de nuestra impotencia.

* * *

La lucha de Marta Lamas, una de las fundadoras de fem por recuperar a Alaíde no tiene descanso. ¿Acaso no está perdiendo a su madre adoptiva, a su mejor amiga? Cuando todos creían que Alaíde sólo se solidarizaba con sus hijos, en realidad, el papel de Alaíde era mucho más significativo. Alaíde, después de la muerte de Alfonso, de Juan Pablo y de Mario pensaba volverse la embajadora en Europa de la causa de la guerrilla. "En realidad el Ejército Guatemalteco no la agarra por ser madre de los guerrilleros Juan Pablo, Mario y Silvia sino por ella misma" -asegura Marta Lamas. "Se da cuenta que puede hacer mucho escándalo con las conexiones que tiene en Francia, en Italia, en Bélgica y en España y que puede ser un elemento importantísimo para la causa de la guerrilla. Alaíde habla cinco idiomas a la perfección. A partir de la muerte de Alfonso, Alaíde se compromete a dedicar su vida a contactar a intelectuales y a políticos europeos para conseguir su solidaridad con la guerrilla. Asiste a una reunión de intelectuales en Nicaragua y le sellan el pasaporte. Es una de sus primeras misiones clandestinas porque a todos, salvo a mí, les dice que va a una reunión de feministas a Costa Rica. No es cierto. Va a Nicaragua a una reunión de intelectuales que apoyan a la guerrilla guatemalteca. El ejército lo sabe y por eso interceptan su automóvil, matan a su chofer y la secuestran. Además, Alaíde se compromete a ser "correo" y llevar y traer documentos. Los hijos aún no lo saben, no se enteran sino hasta mucho tiempo después, en el mes de diciembre, ya cuando Alaíde se encuentra en Guatemala visitando a doña Julia. Mario, arriesgándose muchísimo, baja de la sierra a llamarla por teléfono y le dice: "Mamá, vete a la embajada, al aeropuerto, regrésate a México, aquí corres mucho peligro". Alaíde accede pero, inconsciente del peligro, decide ir antes al mercado a comprar los últimos encarguitos para sus amigos de México y es en el mercado donde la secuestran con el chofer. Si cuando recibe la llamada, se hubiera refugiado directamente en la embajada, quizá se habría salvado" -lamenta adolorida Marta Lamas.

"En el caso de Alaíde Foppa, la organización cometió un error gravísimo. Aceptaron que Alaíde fuera parte de ella sin enseñarle las mínimas medidas de seguridad. En la reunión en Nicaragua conservaron los nombres verdaderos de los participantes. ¿Por qué no arreglaron con los sandinistas que a la gente no le sellaran el pasaporte? Cometieron errores, hubo mucha improvisación. A nosotras, a las de fem nos comunicaron la muerte de Alaíde después de un año cuando debieron hacerlo de in mediato".

"Alaíde murió al tercer día, de un paro cardiaco a raíz de las torturas. Esa información le llega a la gente de la guerrilla en Guatemala. La tienen en unos separos militares. Al chofer Actun Shiroy lo matan de inmediato pero a ella la torturan. No habla, no dice nada. En realidad, los de la organización fueron poco cuidadosos. Son esos errores que cometió la izquierda y la guerrilla y que en el caso de Alaíde resultaron mortales."

* * *

El Congreso de Escritoras, celebrado en México del 3 al 6 de junio de 1981, ni siquiera pudo llevar el nombre de Alaíde Foppa, a pesar de que Elena Urrutia habló de su ausencia en el discurso de inauguración, porque, según dijeron, peligraba la vida de las invitadas de Centroamérica que tienen que regresar a su país de origen y nadie quiere nuevas desaparecidas en el continente, otras Alaídes Foppas. No fuimos capaces de rendirle a Alaíde poeta, a Alaíde mujer, a Alaíde trabajadora, a Alaíde madre de familia, a Alaíde amiga, a Alaíde fundadora de fem, a Alaíde crítica de arte, a Alaíde impulsora de vocaciones, a Alaíde defensora de las mujeres, a Alaíde feminista, ése mínimo homenaje. No pudimos o no supimos. Sería lógico pensar que ser feminista es integrarse a un contexto más amplio: el de la explotación de las mayorías; se pensaría también que ser escritor en países como el nuestro es darle voz a los que no la tienen. No supimos siquiera poner una manta en el muro tras el presidium a partir del primer día del Congreso el 3 de junio de 1981 que dijera: "De no estar desaparecida, Alalde Foppa, participaría en este Congreso." U otra que anunciara: "iv Congreso Internacional de Escritoras: Alaíde Foppa." O un cartelón en el que se leyera con letras rojas: "Alaíde Foppa, estás con nosotras." ¿Sabemos en Latinoamérica defendernos los unos a los otros? ¿Nos protegemos? ¿Nos tendemos la mano? ¿Nos amamos?

Vamos y venimos, sacamos nuestro pasaporte como Alaíde sacó el suyo cuando viajó a Guatemala a ver a su madre, nos lo sellan, le hacemos el juego a la vida, porque hay que seguir viviendo, carajo, hay que ser positivo, ¿verdad? Hay que estar del lado de la vida, ¿verdad?, y en ese juego pasan los meses y un buen día cuando alguien menciona la desaparición como un hecho consumado contra el cual nada se puede, estamos en franca convalescencia. "Ya pasó, ni modo mano, ni modo manito, nos vemos en el Sanborn´s, en el Vips, o dónde se te antoje, vamos a echarnos algo, yo tengo hambre", hay otros rollos que atender, cada noche nos brinda un nuevo acto cultural y político de solidaridad en el que se pasan charolas con copas de vino blanco, cada noche en México podemos satisfacer nuestras buenas intenciones sin necesidad de irnos a la guerrilla, allí está la vida que irrumpe y gana la partida, la vida que ríe, la vida que tiene que seguir a toda costa, la vida en contra y a pesar de todo, la vida que todo lo neutraliza, la vida sepultura de la muerte, la vida fuerte, la vida a carcajadas frente a una mesa de café mientras a una mujer la interrogan y guarda silencio y calla y no da nombres y vuelven a interrogarla ésta vez torturándola y de nuevo guarda silencio y en ese esfuerzo muere del corazón porque a los 67 años no se tiene tanto aguante, el cuerpo ya dio de sí, fueron cinco los hijos, batallas hubo, varias batallas, exilios, y soledad y otra vez a empezar de nuevo, a poner casa, 54 casas a lo largo de la vida.

Cinco hijos tengo: cinco
como los dedos de mi mano,
como mis cinco sentidos,
como las cinco llagas.
Son míos
y no son míos:
cada día soy más de ellos,
y ellos,
menos míos.

El día de la última plenaria del Congreso de Escritoras me enviaron al presidium un recado: "Se está desvirtuando la esencia del Congreso; creo que hay que parar en seco, la prensa nos puede acusar de ser únicamente foro político y no literario." Si claro, el nuestro debía ser un Congreso de Literatura sin conclusiones ni protesta ni petición a gobierno alguno. No hay que confundir el temario académico, se estableció con mucha anticipación, y en un continente como el nuestro no hay por qué hablar de hambre ni de analfabetismo ni de secuestros o desapariciones, ni de revolución, Dios mío, ya estuvo bueno de tanta retórica de la muerte.

Guardé el papelito sin firma con la letra redonda y negra, muy clara, muy firme. En el Congreso nadie preguntó si Alaide tenía los ojos verdes o cafés, si luchaba por causa alguna, si sonreía con frecuencia, cómo era su poesía. ¿Para qué? Allí estaban los carteles con el dibujo de Fanny Rabel pegados a los muros. Eso nos bastó para tener la conciencia tranquila. Nadie turbó la paz de los sepulcros, ni una voz disonante, de veras nada. Las ponencias (de
"poner") se sucedieron, algunas las pusieron en la mesa como huevos de oro, otras, huevos sin cascarón porque no les da el sol, textos y más textos sobre la obsesión de la obra perfecta. Todavía existen mujeres para quienes el arte, la literatura, son terreno sagrado, un espacio intocado en el que ciertas cosas no se mencionan y yo me pregunto el por qué de la escritura femenina o masculina o como quieran llamarla cuando lo que importa es la vida-escritura o la escritura para la vida, me pregunto, ¿de qué sirven nuestros pensamientos, la mano, la pluma y el papel, si con ellos no defendemos a los que desaparecen, a los oprimidos, a los que luchan, a los torturados? Si hace seis meses se encontraba entre nosotros una mujer compañera, amiga, escritora que compartía la vida que todos seguimos llevando tranquilamente, resulta que ahora no podemos levantarnos y exigir que se nos diga qué le pasó a Alaíde Foppa, dónde y cómo está, qué delito ha cometido, quién la juzgó y si se le condenó, que se nos condene también a nosotras porque vivimos como ella, trabajamos como ella y deseamos para Latinoamérica lo mismo que ella desea. Mayakowsky escribió: "La partícula más mínima de cualquier hombre vale más que todo lo que he hecho y hago". En 1968, un deportista negro también dijo que ninguna Olimpiada valía lo que la vida de un sólo estudiante. ¿Qué no podrían volver a integrarse todas las partículas mínimas de todos los que han sido despedazados?

Domingo 10 de Enero de 1982.

Confirmado: Alaíde Foppa fue asesinada.

Al mes de la desaparición de Alaíde, su hijo Mario, "una gente excepcional, la persona más inteligente que he conocido en mi vida", aclara julio, su hermano, murió en un enfrentamiento con el ejército. Ninguno de los tres cadáveres ha podido recuperarse. Yacen en alguna fosa común en Guatemala, su tierra, Guatemala, la tierra de otro gran exiliado, el más ilustre y entrañable: don Luis Cardoza y Aragón, poeta.

Promesa
Cierro los ojos
en esta hora incierta,
tan llena de tormentos,
y oscuramente siento,
alejada y misteriosa,
la existencia
de no sé qué dicha futura:
una promesa
que florecerá un día
bajo el dorado sol
de una mañana
más clara que las otras.

* * *

En ese mismo año de 1980, año de la desaparición de Alaíde, murieron Erich Fromm, quien vivió entre nosotros en Cuernavaca; Jean Paul Sartre; Roland Barthes; Romain Gary y otros hombres célebres. Alaíde no era célebre, ni tenía realmente los méritos suficientes para serlo, según los cánones de los que edifican monumentos y lápidas para la posteridad, pero su desaparición la convierte en un símbolo, y de símbolos vive el hombre. Alaíde es el símbolo de la lucha de las mujeres latinoamericanas por la libertad, contra la infamia de la desaparición, apenas un pequeño colibrí, pájaro del amor, que las mujeres quichés bordan en su huipil en señal de duelo cuando sus hombres no vuelven de la guerra, de la cacería, o son, como hoy, asesinados en un campo de maíz, a traición, y se les calcina en una zanja como a los 39 campesinos que se atrevieron a tomar, en señal de protesta, la sede de la Embajada de España en Guatemala.

Hoy por hoy, el hermoso rostro de Alaíde se nos aparece de vez en cuando en los momentos duros y nos ponemos a pensar, junto con la poetisa Isabel Fraire, cómo es posible que no nos diéramos cuenta que era tan bello.

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