martes, 29 de marzo de 2011

Ángela Davis: un compromiso de clase



Genero con Clase

Ser mujer, comunista y negra no le resultó nada fácil a Davis durante los 70 en EEUU.Pero tampoco les resulta nada fácil a quiénes lo son en la actualidad.

Ángela Davis soportó la explotación y la represión en uno de los estados capitalistas que cuenta con las persecuciones más duras en contra del movimiento comunista.


De la misma manera, hoy en día, mujeres negras y trabajadoras de todo el mundo siguen explotadas por un sistema capitalista que utiliza el racismo y el sexismo para segregar a la clase trabajadora, atomizarla y hacerla insignificante.

Angela Davis fue encarcelada y acusada de dar armas a Jonathan Jackson, quien había participado en un secuestro con el fin de liberar a otros activistas del movimiento de liberación negro. Su juicio fue uno de los momentos más emblemáticos que se recuerda de aquella época ya que creó redes de solidaridad masivas que apoyaron a Davis. Después de varios intentos por acabar con ella, los poderosos nunca pudieron callarla.

Racismo y capitalismo

Davis participó en el movimiento contra la guerra de Vietnam, pero fue como miembro de los Black Panther donde Davis comenzó a desarrollar su pensamiento político. El movimiento pacífico que se creó para acabar con la segregación racial en el Sur de EEUU, liderado por Martin Luther King, sufrió una gran represión y parte de ese movimiento vio necesario tomar las armas para defenderse. Los Black Panther tomaron una posición radical de autodefensa que estuvo estrechamente relacionada con el avance de su teoría política. Mientras que otros grupos hablaban del fin del racismo en abstracto, los Black Panther relacionaban la explotación capitalista con la racista.

Davis declaró en una ocasión que "el único camino verdadero para la liberación de la gente negra es el que trabaja hacia la total desaparición de la clase capitalista en este país". Esta luchadora llevó la perspectiva de clase al centro de cualquier debate sobre explotación. Lo que diferencia a Davis de otras activistas feministas es que ella supo discernir con magnífica clarividencia que la explotación racista y sexista son intrínsecas al sistema capitalista.

Sexismo y clase

En su libro "Mujeres, raza y clase", Ángela Davis traza la historia de las mujeres negras trabajadoras y su relación con las activistas feministas blancas de clase burguesa. Davis explica que el movimiento sufragista, que se inicia en EEUU a principios del s. XIX, se desarrolló completamente alejado de las mujeres negras trabajadoras del campo. Para éstas últimas, las reivindicaciones políticas y el uso de la papeleta en las urnas no le suponían un cambio en la situación de explotación económica que tenían que soportar día a día. Así, en su libro, explica: "los poderes cegadores de la ideología le hacían ser incapaz [a feministas burguesas] de comprender que las trabajadoras al igual que las mujeres negras, estaban esencialmente unidas a los hombres con quiénes compartían la explotación de clase y la opresión racista ya que ninguna discrimina entre los sexos". Afirmar que la liberación de la mujer pasa por el derrocamiento del sistema capitalista lleva consigo riesgos que Davis decidió asumir como feminista. Pero no solo fue ella. Lucy Parsons, Anita Whitney, Claudia Jones, etc.
son ejemplos de mujeres trabajadoras que fueron conscientes de la fuerza de la lucha de clases para la consecución de la liberación real de la mujer de todos sus yugos: del capital, de la raza, del sexo… Conscientes de la necesidad de unión con nuestros compañeros para la consecución de un mundo sin clases y sin diferencias que nos segreguen y nos atomicen.

jueves, 24 de marzo de 2011

La gran trampa....


Lunatika y Bruja

1. votar nos hace ciudadanas? ¿Qué es ciudadanía?
2. La única manera de participar? es en elecciones o en política partidiaria?
4. Pensar que lo que nosotrxs hacemos es lo más chingón y el resto no hace nada?
5. Pensar que. para que me representen debo "formar parte de sus campañas"?
6. Pensar que no tengo derecho de que me importen un bledo las elecciones.
7. Si tengo una postura política de no reconocer a la "democracia" como todo el mundo, es porque estoy hechada en la cama. ULUGRUN!
8. Imponer mis ideas descalificando la postura de las otrxs.
9. Seguir con discursos y activismo de democracias liberales en paísitos desconfigurados y hacer incidencia, mapas de poder, empoderamientos, fodas.
10. Pensar que no puedo pensar por mí misma.

miércoles, 23 de marzo de 2011

Espejito, Espejito



Por Tania Hernández
En una noche como ésta, hace exactamente un año, Reina le preguntaba a este mismo espejo qué habría hecho mal para que cesara la magia.  Eran ya muchas lunas, desde que los ojos de su marido habían dejado de hablarle de imperios románticos y castillos en el cielo. Hacía mucho que su mirada no la hacía sentir la más bella del universo.  El reflejo de la cama, detrás de ella, le traía recuerdos de noches enteras de pasión, con su marido, cual lobo hambriento, comiéndola completa y bebiéndole, gota a gota, la sensualidad hasta emborracharse. ¿Qué había sucedido? 
Alguien le había contado que le habían contado que aquél había escuchado, que había una Blanca, blanca de nombre y blanca de piel, con hermosos cabellos negros y labios rojos, bella, la más bella, y Reina quiso ver, quiso saber, quién era.  Por escusa, en la mañana de ese día, había llegado a la oficina de su marido, con el catálogo de maquillaje de una amiga.  Blanca, Blanqui, Blanquita, como se imaginaba que él la llamaría, le compró un lápiz labial del color de las manzanas. A Reina los celos le envenenaron el alma.
Pasó la noche hablándole al espejo, buscando en sí razones físicas para la sustitución, para el destierro. Esa mujer, con la que su esposo pasaba esa noche, y muchas otras noches en las que no llegaba a dormir, era mucho más bella. Eso le decía el espejo, eso le decía él a diario desde el desprecio.  Cada hora de abandono hacía que Reina se sintiera más vieja, más gorda, más bruja.  El odio, que pudo haber sido liberador, y que le llegó, por fin, de madrugada,  equivocó el destino.  Con toda su alma empezó a odiar su propia imagen.
Menos mal que los amigos, menos mal que el divorcio, y que la terapia, y que las mujeres del grupo, los días de llanto, los meses de rabia y la renovación,  porque ahora, un año después, Reina puede volver al espejo y sonreírle. Reconquistó la  percepción de sí misma, y ahora es reina de nombre y de su reflejo, y de su vida y de su cuerpo.
A veces sí, piensa en Blanca, ahora “de Nieves”, que, tal vez en un futuro cercano, también se sentará frente al espejo, preguntándose, a dónde diablos se fue la magia. Un poco de celos le quedan, pero Reina no tiene mucho tiempo para la envidia.  Perfeccionando a diario sus nuevos dotes de hechicera,  probando nuevas pócimas y recetas emocionales, se ha propuesto llegar a ser experta en conjuros de amor ... a sí misma.

domingo, 20 de marzo de 2011

El Matrimonio y la dependencia femenina



Coral Herrera
“El matrimonio es la tumba del amor salvaje”
Benedetto Croce.

El siglo XIX puso de moda el matrimonio. Hasta entonces, casarse era una práctica exclusiva de las clases poderosas, que teniendo patrimonio, necesitaban legalizar un contrato económico entre dos familias que se unen a través de sus futuros descendientes. El matrimonio ha sido, tradicionalmente, una institución basada en el intercambio genético y la actividad reproductiva, y también en el intercambio de bienes y propiedades del patrimonio familiar.
Los matrimonios, eran, pues, cosa de reyes y reinas, condes y condesas, marquesas y marqueses, vizcondes, etc. Eran actos públicos que tenían normalmente unas consecuencias políticas relevantes para los Estados y para la vida cotidiana de sus ciudadanos.
Mediante estos enlaces nupciales se configuraban y desconfiguraban los reinos, se cambiaban los mapas de la época, y se lidiaban los asuntos políticos de los gobernantes de cada país. Ahora que los países ya no son propiedad de los monarcas, las bodas reales siguen manteniendo sin embargo su poder simbólico, porque su visionado por televisión sigue vendiendonos un modelo de pareja muy concreto, heterosexual, mongámico e idealizado, manteniendo los sueños de mujeres que quieren ser princesas.
Y lo curioso es que desde sus inicios, y hasta el Romanticismo, amor y matrimonio no tenían nada que ver. El amor no ha sido nunca un requisito para la firma del contrato entre dos familias. De hecho, muchos autores defienden la idea de que el amor ha sido siempre un fenómeno extramatrimonial, es decir, de carácter adúltero; un ejemplo de ello es el amor cortés, del que aún conservamos restos en nuestra cultura amatoria.
En el matrimonio, las cuestiones económicas iban por un lado, y las cuestiones amorosas por otro. Ha sido así a lo largo de los tiempos hasta que cambió la tendencia; en la actualidad la mayor parte de las parejas se unen por amor (en España, por ejemplo, el amor es citado en las encuestas como principal motivo para unirse legalmente a alguien).
Los primeros intentos de institucionalizar el matrimonio tuvieron lugar en Europa alrededor del siglo XII, en el seno de la religión cristiana. Según Amando de Miguel (1998), la poligamia comenzó a perder aceptación en el siglo VIII, y la monogamia fue abriéndose camino poco a poco, especialmente en la mayoría de las comunidades judías (excepto la española).
Por otro lado, la práctica del concubinato era muy común en el mundo Mediterráneo; tan común que no es raro encontrar verdaderos contratos de concubinato en los registros notariales de la Baja Edad Media, según Leah Otis-Cour (2000). En Italia toda una generación de juristas de Ferrara defendió su legitimidad, pero en Francia, Alemania e Inglaterra los tribunales eclesiásticos procesaban a los hombres que vivían en concubinato; muchos de estos casos acababan en matrimonio.
Según Otis-Cour (2000), en el Norte de Europa la mayoría de las relaciones de concubinato parecen haber sido equiparables al matrimonio; era incluso habitual que los amantes compartiesen sus propiedades como cónyuges. Cuando había hijos, sin embargo, se podían casar para evitar su bastardía o ilegitimidad. Con el tiempo, el concubinato fue progresivamente degradado social y simbólicamente; el siglo XV fue una época de endurecimiento progresivo de las normas morales, tanto por parte de las autoridades eclesiásticas como los intelectuales y las autoridades civiles.
Fue alrededor de los siglos XII y XIII cuando se instituyó el matrimonio como un sacramento indisoluble. Ahí comenzó la lucha de la Iglesia cristiana contra el concubinato, la poligamia y el incesto: el clero quería evitar la endogamia de los poderosos, que se casaban entre sí creando grandes concentraciones de tierras y riqueza.
Además se intentó que las clases populares adoptaran las mismas costumbres que las clases altas, pero como hemos visto, a la gente en la Edad Media no le gustaba casarse y preferían  las relaciones que se adoptan libremente sin la mediación de ningún factor externo como el Estado o la Iglesia. Debido a las resistencias de la población , la Iglesia tuvo que ofrecer una razón convincente a los campesinos para que accedieran a regularizar su situación ante las autoridades religiosas, o al menos, una motivación que encubriera la necesidad de la Iglesia de tener presencia en todos los momentos importantes en la vida de las personas: nacimientos, uniones, entierros…
La teoría legitimadora del sacramento matrimonial se basó en presentar el erotismo como pecado, condenando así la relación sexual fuera de la tarea reproductiva. Se hizo énfasis en el amor, que se erigió como factor importante entre los cónyuges. Dado que iban a permanecer toda su vida unidos trabajando la tierra, lo mejor era que lo hiciesen en armonía, llevándose bien, respetándose mutuamente, cuidándose el uno al otro.
En el siglo XVIII, momento en el que la clase media adquirió protagonismo y aumentó en número, la nobleza y la burguesía acomodada no disimulaban en absoluto la conveniencia en el matrimonio. Eduard Fuchs, en su “Historia Ilustrada de la Moral sexual” (1911), aporta multitud de ejemplos que permiten documentar “cuán cínicamente se prescindía en todas partes del más mínimo disimulo ideológico, evitándose el uso de la palabra amor en la boda, prohibiéndose incluso en ocasiones, como cosa risible y pasada de moda. (…) En el caso de la mediana y pequeña burguesía no podemos hablar de un cinismo semejante. Aquí el carácter comercial del matrimonio está cargado de embellecimiento ideológico. El hombre decía cortejar durante mucho tiempo a una joven, hablar únicamente de amor, ganarse el respeto de la joven cuya mano solicitaba y debía ganar su amor demostrando cuán digno era de ella”.
 Así vemos como cuando no se puede por la fuerza es mejor utilizar medios más sutiles: seducir a la mujer mitificando el amor y la figura de la feliz casada. El segundo paso fue la sujeción legal y económica de la mujer al hombre por medio del matrimonio. Esta realidad afectó sobre todo a la burguesía, porque los campesinos seguían labrando juntos la tierra y porque no tenían patrimonio que legar a sus descendientes.

El tercer estadio, el momento clave, sucedió cuando el libre consentimiento se instituyó como la base del matrimonio: es entonces cuando el amor y el matrimonio quedaron firmemente unidos. Los contrayentes empezaron a elegir pareja, y los cabezas de familia dejaron de decidir sobre el destino de las vidas de sus hijas e hijos; los hombres y las mujeres empezaron a elegir por su grado de afinidad y sus sentimientos. Gracias a esta libertad se constituyó el mito del amor legalizado, que invisibiliza por fin la dimensión económica del matrimonio y lo hace una práctica más sentimental que contractual.
Es cierto que esta dimensión económica solo se tiene en cuenta cuando la gente se casa por amor con alguien de una clase social muy superior; entonces hay gente que emite sus sospechas. Si un hombre de clase social baja se une a una mujer de clase alta los rumores sociales suelen ser: “se casa por dinero”, “se casa por prestigio”, “vaya braguetazo ha dado”, etc. como sucede con el novio de la duquesa de Alba, con el que además de diferencia social y económica, se lleva más de treinta años. En el caso contrario, el ejemplo de la boda real del príncipe heredero español con una mujer de la clase trabajadora madrileña, muchos pueden pensar que él está enamorado, pero que ella es una mujer ambiciosa.
El amor posee una dimensión no sólo económica, sino también política: la gente se siente atraída y se enamora de la gente con poder y recursos. Es lógico en unas sociedades donde existe la propiedad privada, y donde la competición es la norma. Enamorarse de una persona con recursos, según los sociobiólogos, es una ventaja adaptativa que surge frente a la crueldad e injusticia de un sistema desigual en el que impera la ley del más fuerte.
La falta de autonomía femenina (a las mujeres burguesas no se les dejaba trabajar y los sueldos de las obreras han sido siempre inferiores a los de los varones) ha propiciado la dependencia económica de las mujeres en torno a sus padres o sus maridos. El matrimonio ha sido siempre, hasta la incorporación masiva de la mujer al mercado laboral, una forma de salvación porque ser elegida por un hombre implicaba tener asegurados los recursos para las mujeres y sus hijos e hijas.
Quedarse solterona era una desgracia que minaba la autoestima de una mujer, porque se la señalaba como fracasada, rara, víctima social o lesbiana. En la sociedad patriarcal, las “señoras” tienen más estatus que las mujeres solteras, y el anillo nupcial es un tesoro que los hombres patriarcales otorgaban a una mujer, pero no lo hacen con cualquiera ni a cualquier precio.
En las películas de Hollywood siempre se representa a los hombres como eternos furtivos, seres que huyen al galope del compromiso hasta que por su edad no les queda más remedio que asentar la cabeza junto a alguna mujer buena. Mientras, las mujeres buenas imponen el anillo como condición para estar juntos: “yo te doy mi virginidad, tú me das el anillo”. Es una tarea difícil (ablandar su corazón para que se deje querer y para que sepa valorar la ternura que ella le ofrece), pero en los happy end las heroínas lo logran con bondad, autosacrificio, discreción y sobre todo, lealtad.


Son muchos los relatos que nos han hecho creer que  el día más importante en la vida de una mujer es el de su boda. Curiosamente, las mujeres casadas también se ilusionan con las bodas ajenas porque aunque su matrimonio no haya sido la panacea de la felicidad, siguen creyendo en el mito de que la mejor demostración de amor de un hombre es casarse con una mujer. De modo que las mujeres son más propensas a desencantarse con el matrimonio porque le ponen más expectativas que los hombres, que identifican menos las aventuras románticas con el compromiso nupcial.
Y sin embargo, a pesar de que el matrimonio aparece siempre como la máxima aspiración vital y profesional de las mujeres, creo que no se han estudiado a fondo las ventajas del matrimonio para los hombres, que obtienen, creo, muchas más que las mujeres. En el matrimonio tradicional, los hombres al casarse consiguen una asistenta doméstica que les cuida, que les da hijos, que les alimenta, que les viste, que les desnuda, que les espera en casa.
El problema radica precisamente en lo que cada uno espera del matrimonio. Ahora que las mujeres podemos trabajar y algunas pueden ser independientes económicamente, tener un hombre al lado ya no es suficiente razón para renunciar a la libertad de la soltería. Las mujeres dicen casarse por amor y desean una relación intensa, profunda y romántica, pese a lo imposible de mantener la pasión del inicio durante años. Cuando ésta decae por el paso del tiempo y la convivencia, existe una frustración que flota en el ambiente conyugal, un malestar al hacerse evidente que la armonía y la felicidad matrimonial son un cuento que nos han contado.
En la actualidad, son las mujeres las que interponen las demandas de divorcio, y son muchas las personas que vuelven a enamorarse de nuevo, y a casarse de nuevo, creyendo que por fin ha encontrado el amor eterno que no se agota ni decae. Esta utopía del matrimonio como fuente de felicidad es paradójica, porque todo el mundo conoce las cifras de divorcios y separaciones, pero no parece que desistamos en nuestra idea de encontrar a la media naranja, a la persona ideal, a la pareja perfecta que nos colme por completo y para siempre.
Según Denis de Rougemont (1976) la característica más peculiar del matrimonio en el siglo XX fue que trató de conciliar amor romántico con el matrimonio, cuando son conceptos contrarios entre sí, porque el amor pasional caduca y el matrimonio está concebido para durar para siempre. El matrimonio ofrece estabilidad, seguridad, una cotidianidad, una certeza de que la otra persona está dispuesta a compartir con nosotros su vida y su futuro. El amor pasional en cambio es un amor basado en la contingencia, el miedo a perder a la persona amada, el deseo de poseer lo inaccesible, el delirio arrebatado, el éxtasis místico, la experiencia extraordinaria que nos trastoca la rutina diaria.
Es por esto que existe la crisis del matrimonio burgués, avalada por la cantidad de divorcios que se producen, según De Rougemont. Muchos depositan unas esperanzas pasionales en el amor domesticado que no casan con la realidad; a causa de estas expectativas surge la frustración. A los seres humanos nos cuesta resignarnos a la idea de que no se puede tener todo a la vez: seguridad y emoción, estabilidad y drama, euforia y rutina. Por eso creo que no hay crisis, sino al revés, que el matrimonio hoy es un acto masivo; incluso gays y lesbianas han querido sumarse a esta práctica.
Pese a la idealización del matrimonio, éste es hoy en día un dispositivo más de consumo, un ritual sentimentalizado e idealizado que luego revela su verdadera dificultad, porque todas las relaciones humanas son dolorosas, difíciles, hermosas, rompibles, indestructibles, intensas, y complicadas.
Si además no somos seres perfectos, ¿cómo vamos a crear estructuras sentimentales perfectas?. El caso es que de utopías nos alimentamos….


miércoles, 16 de marzo de 2011

REFLEXIONES SOBRE LAS IZQUIERDAS EN EL CONTEXTO PREELECTORAL



Por Quimi de León
En Albedrio.org

El momento político que estamos viviendo es tan complejo que necesitamos de un esfuerzo colectivo por generar espacios que nos permitan la reflexión, el debate y la acción política. Los últimos acontecimientos políticos y sociales del país han evidenciado las contradicciones dentro del bloque dominante; mientras que las movilizaciones y nuevas formas de organización – comunitarias, de mujeres, campesinas- tienen una potencialidad a tomar en cuenta para recobrar los sueños y pensar en la construcción de una alternativa. Pero primero tenemos que afinar el lente crítico sobre nuestra praxis


¿De dónde venimos?


El auge de los movimientos revolucionarios en la región se saldó en los 80 en Guatemala con una feroz política de “terrorismo de Estado” que condujo a la aplicación de las más crueles políticas contrainsurgentes y crímenes de guerra, con la desaparición sistemática de dirigentes sociales y, pueblos indígenas completos. La derrota “electoral” de la Revolución Popular Sandinista y la firma de los Acuerdos de Paz en Guatemala y el Salvador supusieron desmovilización del movimiento revolucionario en el marco del “relevo de las dictaduras militares de seguridad nacional por democracias restringidas sujetas a mecanismos de dominación transnacional.” (i)


Así, las izquierdas guatemaltecas, como el resto en América Latina, se enfrentaron a la realidad del fracaso del socialismo soviético y a los impactos de la aplicación del modelo neoliberal. Como consecuencia, en palabras de Erick Hobsbawm, se generó una crisis ideológica que Emir Sader denomina “el mayor drama histórico contemporáneo” por los evidentes alcances del capitalismo y el retroceso en las posibilidades de construir una alternativa de superación del mismo.


El fracaso en el escenario electoral


La posibilidad de que el partido (o los partidos) de izquierda, se convirtiera en el proyecto alternativo que se pensó, parece hoy casi imposible. Un recuento del desempeño de la participación electoral en las elecciones de 1995, 1999, 2003 y 2007 muestra que el partido político como posibilidad de impulsar un proyecto político que represente las necesidades de la gente, no ha funcionado.


El período que inicia con el fin de la guerra y la “incorporación” a la legalidad, estuvo lleno de confusión.- Hubo pocas certezas políticas o ideológicas sobre cómo serían las condiciones para la lucha en el nuevo escenario. La orientación de conformar el partido, la Unidad Revolucionaria Nacional Guatemalteca –URNG-se hizo sin la lectura de los logros y fracasos del período anterior, con la participación electoral del Frente Democrático Nueva Guatemala –FDNG-, que posibilitara la reflexión crítica, respecto de cómo encarar la participación electoral en condiciones de desventaja para enfrentar “los dos pilares centrales del sistema dominante: el modelo neoliberal y la hegemonía imperial estadounidense”. (ii)


¿Qué ha llevado a las izquierdas a la marginalidad? Las causas son múltiples, de ahí la necesidad de pensarnos desde la historia. Sin embargo en este momento, es preciso hacer un balance de los intentos de Unidad.


El “Llamado a la constitución del Frente Político – Social de Izquierda - FPSI”(iii) de septiembre de 2006, firmado por más de 200 personas fue un esfuerzo por construir una fuerza que aglutinara a la izquierda política y a la izquierda social, como paso indispensable para logar la unidad, recuperar su identidad y renovar su pensamiento. Este esfuerzo se convirtió en el Movimiento Amplio de Izquierdas –MAIZ- conformado por representaciones de sectores, mujeres, pueblos indígenas, juventud. Pero no hubo posibilidades, condiciones ni voluntad para la renovación. Empezaron a identificarse viejas prácticas como el autoritarismo, el caudillismo, sectarismo, las componendas y la conspiración; no se quiso reconocer al feminismo, a los pueblos indígenas y a la juventud como una fuerza importante dentro de la izquierda. La dinámica se redujo a pugnas para conseguir algunas candidaturas.


El resultado fue el debilitamiento del esfuerzo original que pudiera convertirse en una alternativa para impulsar un proyecto de largo plazo. El MAIZ fue hegemonizado por la URNG, que lo legalizó como asociación política. Tiempo después hubo esfuerzos por recuperar el espíritu por el que surgió el FPSI, se realizaron algunas reuniones, que no lograron fructificar.


La UNE, las izquierdas y las próximas elecciones


La agudización de la crisis económica, complica la ya precaria condición del país, que transita por un período de inestabilidad política fuerte, que evidencia la disputa de poder por el control del Estado, los negocios y las ganancias entre el capital tradicional, el emergente y el mafioso.(iv) Estos sectores se mueven dentro de todos los partidos de derechas. El gobierno de Colom no se escapa de representar en buena medida los intereses de estos sectores.(v) Por el discurso que utiliza y el impulso de algunos programas asistencialistas se podría decir que “está a la izquierda de la derecha neoliberal empresarial o de la derecha neoliberal contrainsurgente”.(vi) Pero las acciones en el plano económico y social ubican su proyecto como “de acumulación capitalista que beneficiará a los sectores emergentes del empresariado con los cuales se identifica(vii).” Para defenderlos no se ha dudado en acudir a la represión y el control militar o policíaco como el estado de Prevención en San Marcos o la militarización en San Juan Sacatepéquez.


En este nuevo escenario, la coyuntura electoral nos supone abrir el debate sobre las posibilidades que hay para avanzar en un proyecto que pueda, en el largo plazo consolidarse como alternativa. Ya empieza a notarse, el discurso polarizante que caracterizará este proceso, así como las fuerzas y los poderes detrás de cada una de las alternativas más importantes.


Dentro de las fuerzas que constituyen la heterogeneidad del actual gobierno se encuentra un grupo de personas provenientes de las izquierdas, que “acompañan a la primera dama; introduciendo elementos políticos e ideológicos de contenido popular al partido y realizan actividades con miras al triunfo electoral. Algunos de ellos son los que participan en la conducción de los mecanismos de cohesión social; sin embargo, no consiguen evitar que quienes los hacen llegar se queden con una parte de lo que entregan.”(viii) Esta presencia corresponde a una tendencia que se ha observado en los últimos tres gobiernos, de introducir elementos de izquierda para legitimarse. En este caso, podemos hablar de negociaciones preelectorales: desde la contienda electoral la UNE estableció vínculos con la Unidad de Acción Sindical y Popular (UASP) y la Asamblea Nacional del Magisterio y fue apoyada tácitamente por el Colectivo de Organizaciones Sociales (COS).(ix) Después, organizaciones como el Movimiento de Organizaciones Sociales de Guatemala – MOSGUA- apoyaron el denominado Diálogo Nacional.


Ahora, de cara a las elecciones, la izquierda política, representada por URNG, ANN, el colectivo “Clavel Rojo” y el denominado Partido Guatemalteco del Trabajo, han constituido la Mesa Unitaria de Izquierda, donde hacen un llamamiento a “todas las organizaciones populares que compartimos el mismo objetivo, para superar las diferencias que los separan y constituir un Gran Frente Unitario por la soberanía, la equidad y la justicia social.”(x) Por su parte, surge el Movimiento Nueva República, identificada como “la nueva izquierda”, de carácter democrático y revolucionario, que quieren constituirse como partido.


Probablemente los objetivos de estos esfuerzos, se orienten hacia la construcción de alianzas electorales con la UNE, probablemente como estrategia de consolidación de consolidar a algunos sectores de las izquierdas. Y parece ser la única posibilidad de sobrevivencia política en este escenario. Algunas otras personas opinarán que como hace 4 años es la “menos peor de las opciones”, la gran debilidad es que esto no supone si quiera una estrategia de consolidación de fuerzas democráticas de manera paulatina, mientras “se detiene el ascenso de las fuerzas de derecha más conservadoras”. Algunos otros sectores probablemente conseguirán más beneficios para su membresía y cuotas de poder.


Repensar las izquierdas desde la Unidad


¿Es ésta la solución? ¿Sumarse a un proyecto como el de la UNE será beneficioso para las izquierdas? Siempre nos rebasan las coyunturas y nos volcamos al activismo, pero la gravedad de la situación exige pensar con más detenimiento. El estado de las izquierdas políticas partidarias, marginales y casi desaparecidas tienen que ver con la imposibilidad que hemos tenido para construir una alternativa que sea capaz de aglutinar a todas las izquierdas y democráticas.


Comparto el criterio de Marta Harnecker(xi) que esta crisis abarca tres aspectos -el teórico, el programático y el orgánico- que debemos superar.


La crisis teórica por la que atraviesan las izquierdas, tienen que ver con los esquemas que utiliza para el análisis de la realidad, que fueron importados de manera automática en el pasado, prevaleciendo el planteamiento de la lucha de clases, donde la clase obrera sería vanguardia en la lucha contra el capitalismo y el imperialismo. El análisis de los alcances del racismo y el patriarcado como sistemas de dominación que se potencializan entre sí, aún está bastante rezagado. Además de lo absurdo que sigue siendo que se siga excluyendo a sectores importantísimos como los pueblos indígenas, las mujeres o los jóvenes, a no ser para considerárseles como posible caudal electoral.


Los vientos del Sur: todo lo que ocurre en Bolivia, Ecuador y Venezuela, nos dan la posibilidad de pensarnos desde un contexto similar al nuestro: son esfuerzos alternativos impulsados dentro de las reglas de la democracia burguesa por movimientos sociales. Muchas de estas propuestas se han hecho con la participación de los movimientos guatemaltecos, que participan en redes, alianzas y encuentros continentales de indígenas, mujeres, ambientalistas, etc. Podríamos decir que algunas de las bases programáticas que le den sentido al proyecto se han estado generando y discutiendo desde los sectores campesinos, indígenas, feministas; propuestas tales como la soberanía alimentaria, la lucha por los derechos de los y las inmigrantes, la defensa de la tierra y el territorio frente a la agroindustria y megaproyectos, así como otras formas de despojo y acumulación de capital, las luchas por la autonomía, la construcción de Estados Plurinacionales, la democracia feminista son algunas de estas alternativas.


Todo ello nos debe llevar a pensar en el sujeto que impulsará el proyecto que posibilite una verdadera alternativa en ese marco y los elementos que tenemos para su consolidación. Qué sentido estratégico tienen estas elecciones y las posibilidades reales de dar primeros pasos.

martes, 15 de marzo de 2011

FEMINICIDIO EN GUATEMALA: CRONOLOGÍA DE LA IMPUNIDAD






María Isabel Veliz Franco fue secuestrada y asesinada en diciembre de 2001, cuando tenía 15 años. Su cuerpo, destrozado por la violación sexual y múltiples torturas, fue abandonado en un terreno baldío. Este caso no es aislado. Es uno entre las más de cinco mil muertes violentas de mujeres que se han ejecutado en menos de una década en Guatemala, un país donde los índices de impunidad alcanzan el 98%, según la Comisión Internacional contra la impunidad en Guatemala.


Mercedes Hernández* - Fotos: Walter Astrada** - Feminicidio.net - 10/03/2011
Esta realidad, generalmente silenciada y ocultada tras el panorama de la violencia cotidiana,  revela la enorme misoginia y capacidad operativa de los asesinos, que permanecen sin atisbo de ser juzgados ni castigados.  Sin embargo cada vez más, gracias a las voces de cientos de activistas, una pregunta está en el ambiente: ¿Por qué estos hombres se organizan para torturar y matar mujeres de la forma más despiadada posible, para luego exhibir sus cuerpos en determinadas zonas?
Las respuestas empiezan a surgir a raíz del análisis cronológico determinado por dos puntos esenciales: el primero está descrito por el propio término feminicidio, que su autora Marcela Lagarde define como “una fractura del Estado de derecho que favorece la impunidad”. El segundo es que cualquier sistema ideológico autoritario -y el patriarcado lo es- necesita imponer sus postulados como verdades incuestionables.
Según Walda Barrios, académica y activista por los derechos de las mujeres, en Guatemala, tradicionalmente, la mayoría de las mujeres han sido consideradas como la propiedad de un hombre: padre, esposo, suegro, hermano, novio, autoridad religiosa o cualquier varón en quien haya sido delegado su tutelaje. Estos tutores están legitimados social y -en ocasiones- jurídicamente para decidir sobre la conducta productiva y reproductiva, el acceso sexual y otros roles de las mujeres que consideran suyas. Este sentido de la propiedad ha generado que, como en todo el mundo, “la casa sea el lugar más peligroso para las mujeres”, porque puertas adentro también se decide sobre su vida y sobre su muerte.

En los últimos años la violencia contra las mujeres ha sido instrumentalizada como un arma de terror utilizada por los grupos criminales para amedrentar a la población. En los cuerpos de las mujeres se han sellado pactos de sangre y se han enviado múltiples mensajes a los grupos enemigos y a los habitantes de los territorios en disputa. En estos casos, los vínculos entre los perpetradores y las víctimas han sido inexistentes: "Lo realmente nuevo es que se ha despersonalizado el asesinato, tanto respecto a las víctimas como respecto a sus asesinos”. (Rosa Cobo, 2009).

Históricamente estos crímenes, y su utilización como estrategia de guerra, tienen un importante  precedente en el conflicto armado interno que desoló Guatemala durante casi 40 años, donde fue el propio Estado quien declaró a las mujeres como el enemigo interno. En los cuerpos de las mujeres indígenas se firmó el discurso de los grupos de poder, y en ellos se dirimió la derrota y el holocausto del pueblo maya, ordenado desde la más alta dirigencia del Estado.


El pasado no está desvinculado del presente

A pesar de las alarmantes cifras de la actualidad, los feminicidios han sido una constante en Guatemala. La cosificación de los cuerpos de las mujeres ha sido la norma y nunca la excepción histórica, como afirma la antropóloga Marcela Gereda: “Antes sus cuerpos fueron invadidos y preñados por pieles blancas y europeas. Luego fueron movilizados, en camiones, como ganado, y explotados para cortar el café en las grandes fincas (...). En los ochenta sus cuerpos fueron, en muchos casos, masacrados, quemados o desaparecidos por el Ejército”.

Como afirma Catherine Mackinnon, no ha habido tiempos de paz para las mujeres.  Al patriarcado centroamericano precolombino siguieron las formas de subordinación basadas en la dominación racista impuesta por la invasión española. Hacia 1562 Diego Landa, quien dedicó su vejez a estudiar la cultura maya, quizá para tratar de recuperar la información que había destruido en su época de inquisidor, escribía en sus memorias: “Antiguamente se casaban de 20 años y ahora de 12 ó 13; en vista de que los españoles matan a las suyas, empiezan (los indígenas) a maltratarlas y aún a matarlas”.
Durante el conflicto armado interno, las fuerzas del Estado utilizaron la violencia sexual como una táctica de exterminio individual y colectivo. Al igual que en otros genocidios, la violencia sexual constituyó una práctica recurrente para someter a pueblos y bandos contrarios a través del cuerpo de sus mujeres, con la connivencia de la cúpula del Gobierno. El estudio Rompiendo el Silencio (2006), del Consorcio Actoras de Cambio, reflejó que en muchas comunidades los soldados violaron a las sobrevivientes después de masacrar a los hombres, mientras que en otras las mujeres eran violadas y torturadas públicamente delante de sus familias y del pueblo, antes de ser asesinadas. En las comunidades en donde los hombres huyeron o fueron asesinados, algunas viudas y huérfanas permanecieron durante años como esclavas sexuales de los comandantes del Ejército y de las Patrullas de Autodefensa Civil (PAC): “Ellos no sólo llegaban sino que instalaron un destacamento y a todas las que íbamos quedando viudas, porque mataban y ejecutaban a nuestros maridos no se sabe dónde, nos obligaban a ir a alimentarlos. Nos pusieron en grupos para hacer turnos, para hacer la comida y luego de cumplir con todo lo que nos imponían nos violaban una a una”. (Testimonio de una de las sobrevivientes ante el Tribunal de Conciencia contra la Violencia Sexual durante el Conflicto Armado. Marzo de 2010).

La violencia sexual fue una práctica masiva, sistemática y planificada dentro de la estrategia contrainsurgente del Estado y dirigida especialmente contra la población indígena durante la política de tierra arrasada (1982–1983). Según la Comisión de Esclarecimiento Histórico (CEH), el 99% de las víctimas fueron mujeres, y de ellas un 88,7% eran mayas. En sus cuerpos fueron practicados todo tipo de humillaciones sexuales destinadas a “elevar la moral de la tropa”. Existen pruebas suficientes para determinar con certeza y claridad que la cadena de mando funcionaba en todo momento. Como indica Kate Doyle en su análisis sobre la Operación Sofía, una ofensiva militar del Ejército de Guatemala en el Área Ixil (formada por tres municipios, Nebaj, Cotzal y Chajul, en el departamento del Quiché), entre julio y agosto de 1982, con el objetivo de exterminar a las y los indígenas considerados subversivos en la zona: “Las actuaciones de los soldados en el campo eran resultado directo de las órdenes de los oficiales superiores y no sólo iniciaron las operaciones bajo sus órdenes sino que también las siguieron muy cuidosamente, se enteraron de todo en tiempo real, enviaron nuevas instrucciones durante las operaciones que se cumplieron por las tropas. En fin, que tuvieron control total sobre su desarrollo mientras se llevaron a cabo”.

En las conclusiones del Tribunal de Conciencia se declaró: “La violación sexual se cometió en concurrencia con otros delitos gravísimos como el genocidio y otros crímenes contra los deberes de humanidad”. Se trata de hechos directamente imputables al Estado, porque fueron realizados por funcionarios o empleados públicos y por agencias estatales, militares y civiles, en quienes se delegó, de jure o de facto, la potestad para actuar en su nombre. Sin embargo, la violencia sexual fue una política de Estado que la mayoría de análisis ha reducido y malinterpretado como una práctica aislada cometida por agentes castrenses en búsqueda de placer.

Después de 36 años de un conflicto armado que se cobró más de 200.000 vidas y que originó la diáspora de más de medio millón de personas, llegó la anhelada firma de Los Acuerdos de Paz, en 1996. Sin embargo, los verdugos se beneficiaron de normas jurídicas y sociales que bien pueden considerarse de punto final y que han permitido que ni uno solo de los autores, intelectuales o materiales, de estos delitos haya sido juzgado ni castigado.

Viejas formas de feminicidio se realimentan de nuevas modalidades y motivaciones

Si en el pasado la capacidad productiva de las mujeres fue explotada en los latifundios de los colonos y de los criollos asentados en Guatemala, en la actualidad no lo es menos por los herederos de estos, ni por los nuevos ofertantes de empleo en las maquilas y en el empleo doméstico, donde las mujeres son piezas intercambiables y cuerpos a los que se pueden acceder sexualmente con facilidad, siempre sustituibles y con características similares. Asimismo,
la economía criminal convierte a las mujeres en productos de venta, además de servirse de ellas como la mano de obra más barata. Miles de mujeres son convertidas cada año en mercancía del mercado de la prostitución, también en cobradoras de los impuestos de guerra establecidos por las pandillas, en transportistas de droga, en úteros productores de niños y niñas destinados a las adopciones (la mayoría de ellas ilegales) y a la trata, así como en proveedoras de otros de sus propios órganos.
En la actualidad, estas corporaciones nacionales y multinacionales están constituidas por los grupos del crimen organizado, de ciertos sectores de la oligarquía tradicional guatemalteca, de la policía y del Ejército, e inclusive de miembros de algunos partidos políticos. Los cuerpos de las mujeres son destruidos y exhibidos como un mecanismo de diálogo entre los destinatarios -directos e indirectos- de las zonas en disputa, de los mensajes enviados a través de la letalidad y misoginia imputadas y demostradas por el autor o autores de estos delitos contra las mujeres.

Torturas que se hicieron de forma pública durante el conflicto armado y que no terminaban con la muerte, pues se prohibía el entierro de los cadáveres y se exhibían a la vista de toda la comunidad, son prácticas utilizadas de la misma forma en los conflictos entre pandillas y otros grupos criminales de la actualidad. Hoy en día, los réditos obtenidos a través del terrorismo sexual continúan siendo la conquista del territorio; la derrota moral del enemigo a través de las depositarias del honor familiar o grupal; la interlocución y cohesión de las fratrías criminales, a través de los pactos de sangre donde mujeres jóvenes y trabajadoras que se atreven a salir de sus casas y a ocupar el espacio público, como María Isabel,  son sacrificadas todos los días.


El silencio y la impunidad recorren los tiempos como guardianes del Statu quo
La transmisión y el dominio del conocimiento sobre sus propios cuerpos y sobre su sexualidad les ha sido históricamente negado a las mujeres, utilizando para ello la imposición del silencio como garantía del no saber (Consorcio Actoras del Cambio. 2010). El desconocimiento de su sexualidad ha convertido a las mujeres en alumnas permanentes y subordinadas de los administradores de la pedagogía del sexo y del cuerpo femenino en quienes se ha delegado su tutelaje. Esta ignorancia, utilizada perversamente como sinónimo de inocencia, contiene un subtexto de libre acceso a los cuerpos femeninos y de capacidad de ocultar y de blindar los delitos en ellos cometidos. Por esta razón, romper el silencio es tremendamente peligroso para el statu quo ya que, como sostiene Ana Carcedo, “puede subvertir la relación de dependencia que articula la sujeción y la obediencia al poder supremo”.

La impunidad fomentada desde el Estado, sirviéndose para ello del silencio y del encubrimiento de información imprescindible para el abordaje y tratamiento de la violencia feminicida, permanece como una constante.
No se cuenta con información fidedigna, ni siquiera sobre la cantidad de mujeres asesinadas cada año. Según la experta Hilda Morales, directora de la Oficina de Atención a la Víctima del Ministerio Público, “hay irresponsabilidad del Estado en cuanto a proveer cifras estadísticas confiables. En la Ley contra el Femicidio y otras Formas de Violencia contra la Mujer se establece la creación del Sistema Nacional de Información sobre Violencia contra la Mujer, sin embargo aún (el Estado) no provee estadísticas y cada institución -INACIF, MP, PNC, OJ- continúa dando individualmente la información”. Asimismo, Morales, al ser consultada sobre la causa de la diferencia entre las cifras totales de mujeres asesinadas registradas por asociaciones civiles frente a las estatales, apunta: “Las cifras citadas por las organizaciones de mujeres no concuerdan con las del Estado, probablemente porque en las de este no se incluyen las mujeres heridas y que luego mueren en los hospitales”.
Carlos Castresana, ex director de la Comisión Internacional contra la Impunidad en Guatemala (CICIG), afirmó en su discurso durante el Tribunal de Conciencia: “La impunidad es una invitación a la repetición de los crímenes. Los crímenes que no se castigan son crímenes que tarde o temprano se repiten. (…) Con los crímenes del conflicto armado sucede lo mismo. Si las personas que cometieron esos abusos durante el conflicto armado no han sido castigadas, están en libertad y siguen abusando”.



Política feminicida: institucionalizar la misoginia, por acción y por omisión


La elección arbitraria -que no inocente- de la información que se politiza haciéndola pública y la que, por el contrario, se invisibiliza y se censura, funciona como el conjunto de “códigos no jurídicos a los que un sujeto no reconocido como igual ha de amoldarse”. (Alicia Miyares. 2008). En la información ocultada por el Estado de Guatemala se esconde un subtexto, común a otros muchos países del mundo, que revela que la hegemonía del poder masculino está resquebrajándose porque las mujeres ocupan, cada vez más y de diferentes maneras, el espacio público. Según Giovana Lemus, directora del Grupo Guatemalteco de Mujeres: “Estas resistencias estatales son evidentes cuando existe un rechazo frontal a colocar la igualdad de género como uno de los elementos centrales de la agenda política”. Esta agenda pendiente, voluntariamente pendiente, institucionaliza la misoginia practicada desde los sectores de poder.
Los proyectos políticos más recientes han cedido, nunca de forma fácil, a algunas de las presiones de los grupos organizados de mujeres de la sociedad civil, quienes en los últimos 25 años han impulsado la mayoría de las legislaciones en materia de violencia contra las mujeres, incluida la propia Ley contra el Femicidio y la creación de los organismos que conforman la institucionalidad de las mujeres. Así como la derogación de leyes como la que permitía al violador casarse con su víctima, siempre que esta fuese mayor de doce años, para “reparar el daño”.

La violencia contra las mujeres aumenta en escenarios donde el Estado es débil. En Guatemala, una de las grandes causas de ese debilitamiento ha sido la privatización: muchas de las obligaciones estatales han sido trasladadas ,de forma tácita o explícita y formal, a manos de personas y grupos de personas ajenas a los ámbitos oficiales. Como explica Naomi Klein, con los ataques estructurales se han ido eliminando o limitando determinadas funciones que han cumplido históricamente los estados, entre ellas detentar el monopolio de la violencia y proteger a sus miembros. Esta pérdida del funcionamiento estatal ha contribuido a la emergencia y proliferación de las mafias y del mercado privado de seguridad nacional.  Una buena cantidad de los agentes estatales, por su parte, constituyen un recurso incrustado en el Estado al servicio de grupos criminales privados. “La Policía nacional civil es considerada hoy en día la fuente principal de violaciones de derechos humanos”. (Yakin Ertuk. 2006).

La privatización también actúa como blindaje de los feminicidios cuando se permite y se fomenta que sean silenciados -y con ello despolitizados- al convertirlos en delitos sexuales. En un país donde el sexo aún es el gran tabú, no lo es menos para quienes formulan las normas jurídicas y para el imaginario de los operadores de toda la cadena de justicia o para la mirada de los medios de comunicación que producen, en la mayoría de los casos, la sexualización de estos delitos. A esta privatización se une el cerco de las familias de las víctimas y de la sociedad en general, que esperan que se hable lo menos posible de los vejámenes sexuales y prefieren mantener esa información en la más estricta intimidad para evitar una penalización social que sigue ensañándose con las víctimas, aún después de su muerte. “Nada hay tan difícil como hablar de la violación cometida contra una hija. Sólo su ausencia y la impunidad de su muerte son un dolor más grande”, comenta Rosa Franco, madre de María Isabel.

Las políticas feminicidas concurren en cuadros de colapso institucional donde el Estado es responsable de los crímenes misóginos: por acción, cuando sus agentes ejecutan los feminicidios, y por omisión cuando no se implementan políticas de prevención, sanción y erradicación de la violencia contra las mujeres. La política feminicida hace constante dejación de la voluntad de verdad y de objetividad que deben regir la investigación. El Estado ha abdicado de las razones científicas y éticas como fundamento de los análisis teóricos que deben reflejar la realidad y politizarla –como única vía para desprivatizarla- e iniciar la creación de categorías jurídicas, tipos penales y políticas eficaces y eficientes contra la violencia feminicida.

Terminar con la impunidad generada por las políticas feminicidas exige desmantelar los mecanismos de silencio: deben abrirse los debates respecto a la utilización de los cuerpos de las mujeres en lo que Rita Segato ha llamado “el lenguaje del feminicidio” o lo que Victoria Sanford analiza como las amenazas dirigidas a un individuo o a un grupo a través del cuerpo de las mujeres de su entorno. Para combatir la impunidad de la violencia feminicida es necesario comprender que la violencia ejercida sobre el cuerpo de las mujeres “especialmente en escenarios bélicos, no es violencia sexual sino violencia por medios sexuales”. Julia Monárrez, quien se dedica a analizar los feminicidios desde hace más de diez años, afirma: “Para entender cómo surgen los feminicidios es imprescindible comprender teóricamente cómo funciona la política de la sexualidad en el sistema patriarcal” y cuáles son los mecanismos que generan estas formas sexualizadas de agresión, que deben ser desprivatizadas para desentrañar las identidades de las facciones que dominan las jurisdicciones en disputa, cuya superioridad se dirime a través del conjunto delitos de lesa humanidad que culminan con el asesinato de niñas y de mujeres que, como María Isabel, fueron utilizadas para emitir un mensaje que, después de nueve años, la justicia guatemalteca no pudo descifrar, ni mucho menos castigar a quien lo emitió a través de la destrucción de su cuerpo y de su asesinato.




fuente: Feminicidio . Net. 

Guatemala: Las mujeres nuevamente marginadas en el proceso electoral

alaba trejo
(SEMlac).- 
Guatemala elegirá este 2011 presidente, diputados y alcaldes, pero las mujeres nuevamente quedarán imposibilitadas de ser las grandes actoras a postularse en algunos de los puestos de poder, tras la negativa de los diputados a aprobar los cambios a la ley Electoral y de Partidos Políticos, los cuales apuntaban a la alternabilidad de género en la distribución de casillas y el sistema de cuotas.

Durante 13 años, organizaciones de mujeres como Tierra Viva, Moloj y Convergencia Cívico Política de Mujeres se sentaron a la mesa de trabajo para establecer cambios en la Ley Electoral y de Partidos Políticos, a fin de que las guatemaltecas pudieran tener un espacio digno en las listas de postulación a cargos públicos de los partidos políticos y comités cívicos, pero todo quedó en letra muerta.

Carmen Cáceres, de Convergencia Cívico Política de Mujeres, explica que el terreno todavía no está fértil. "Llevamos más de 10 años en eso. Ya estamos en año electoral y la ley ni siquiera fue incluida en la agenda del Congreso de la República", destaca; mientras que Delia Bac, diputada al Congreso de la República, califica como ’lenta’ la aprobación de la normativa.

Además, Bac prevé que la propuesta ya no llegará a la agenda legislativa, sin embargo Cáceres dice que si logra aprobarse por lo menos se tendría allanado el camino para los comicios de 2015.

Las organizaciones de mujeres en este país de 14 millones de habitantes y en el que más de la mitad son mujeres, buscan que en los listados a elección popular se alterne hombre, mujer, hombre, mujer indígena.

Eso debido a que Guatemala es un país multicultural donde prevalecen alrededor de 22 grupos descendientes mayas.

Pero la igualdad, paridad y alternabilidad de las mujeres en la participación política de este país centroamericano, pareciera ir en retroceso. Para muestra las elecciones generales de 2007, en donde, además, el machismo prevaleció.

De las 332 alcaldías que se disputaron entonces, sólo a 106 mujeres les fue permitido ser candidatas y consiguieron salir cinco, mientras que en la contienda electoral de 2003 al menos ocho obtuvieron el triunfo.

Incluso Dora Amalia Taracena, de Convergencia Política, no ve con buenos ojos que la junta directiva del Congreso a la República de 2010 ni siquiera haya incluido a una diputada, cuando en años anteriores al menos una mujer tenía presencia en esa instancia y hace una década dos de ellas ocuparon la Presidencia del Parlamento.

La brecha entre hombres y mujeres afiliadas a partidos políticos es grande, según estudios efectuados por asociaciones nacionales y extranjeras, y está ausente la inclusión femenina en comités ejecutivos de las organizaciones políticas.

A excepción del Partido de la Unidad de la Esperanza (UNE) y el minoritario partido Unidad Revolucionaria Guatemalteca (URNG), que tienen el 30 por ciento de sus cuotas designado a mujeres, el resto de las 14 agrupaciones no les ceden espacios a ellas para garantizar su elección.

Más bien las guatemaltecas son ubicadas en las últimas posiciones de las listas, lo que les veda la oportunidad de sentarse en una curul, destaca Cáceres. Y ello también incluye al gobierno, pues el actual gabinete no cuenta ni con una sola ministra, agrega.

El propio Organismo Judicial también contribuye a esa ausencia: de los 13 magistrados de la Corte Suprema de Justicia solo una es mujer. Lo mismo ocurre en la Corte de Constitucionalidad, donde sólo hay una magistrada de los cinco que integran el pleno del máximo tribunal.

Giracca afirma que aunque en estas elecciones de 2011 veremos más rostros de mujeres para cargos de elección presidencial, "no se debe olvidar el poder local y el poder en el Congreso que, en su conjunto, son quienes construyen el país".

Refiere que actualmente al menos cinco mujeres han comenzado a hacerse visibles en la política partidista para ocupar la silla presidencial, algo inimaginable ocho años atrás en este país, donde en 1945 se le dio el derecho a votar a las mujeres, pero únicamente a aquellas que sabían leer y escribir.

Históricamente fue en septiembre de 1998 cuando las organizaciones de mujeres hicieron la propuesta sobre las cuotas de participación política y efectivamente pasó a primera y segunda lectura en el Congreso de la República, pero después no se volvió a mencionar.

"Yo veo que los partidos siguen siendo machistas y patriarcales", dice Cáceres, y eso va a seguir así. "En este año electoral no va a haber cambios", sentenció.

La activista considera que si hay presión algunas mujeres podrían llegar a ocupar puestos privilegiados en los listados, "pero no será por ley sino por actitud".

La marginación de la mujer en Guatemala constituye una situación histórica. Actualmente este país ocupa el último lugar en América Latina en igualdad de género, y el 111 entre 134 países evaluados, según el reporte de la brecha global de género, elaborado por el Foro Económico Mundial.