Ana Silvia Monzón
En los albores del siglo XX, las mujeres vivían –como hoy- diversas experiencias: Las obreras, muchas de ellas migrantes, malvivían en barriadas que surgieron en torno a las fábricas en las etapas iniciales del capitalismo industrial en Inglaterra, Estados Unidos y Alemania. Como sus pares masculinos se sumaban a las luchas proletarias por un mejor trabajo, salario justo y jornadas menos extenuantes. Pero a diferencia de ellos, no sólo dejaban sus energías en las fábricas, en los talleres y en las casas patronales, también debían cuidar de sus hijos e hijas, y de sus precarias casas en los barrios obreros.
Las mujeres negras, en este lado del mundo, padecían la ignominiosa esclavitud; y cientos de miles de mujeres indígenas en Latinoamérica y muchas más en Asia y África la servidumbre colonial que impusieron los europeos en sucesivos siglos. El racismo, base de estas jerarquías centenarias, negaba su condición de humanas, efectos que se viven aún en los tiempos actuales, ahora expresados en la xenofobia contra las migrantes que, como antaño, enfrentan discriminación, desprecio y explotación.
Las mujeres de las élites disfrutaban los beneficios derivados de su clase, pero algunas transgresoras dedicaban su tiempo a pensar, escribir y llevar adelante una lucha tenaz contra el poder masculino que, en contradicción con sus mismos postulados de democracia, libertad, igualdad y fraternidad, no dudaban en afirmar que el lugar de las mujeres (y sobre todo de sus mujeres) era la casa. Por eso, que ellas quisieran votar les parecía impropio e incluso aberrante.
Desde esas diversas condiciones las mujeres resistían, se organizaban y, con distinto énfasis, enfrentaban los impactos del capitalismo salvaje, del patriarcado opresor, y del racismo abominable. Esas luchas son las que dan contenido al Día Internacional de la Mujer, convocado por primera vez hace cien años. Clara Zeltkin, socialista alemana, mujer visionaria que logró captar el espíritu de la época y, en un gesto de reconocimiento a sus ancestras y contemporáneas, propuso que se dedicara un día para conmemorar, pero también para impulsar las reivindicaciones de las mujeres.
Voto, mejores condiciones laborales, educación, participación, resumían las demandas de la época, piso común que, incluso en los inicios del siglo veintiuno, aún no gozan todas las mujeres. A esas luchas se han sumado muchas más en el transcurso de este primer centenario: autonomía, maternidad libre, sexualidad libre de ataduras, derecho a decidir sobre los cuerpos, erradicación de la violencia, libertad de expresión en todos los ámbitos.
Un breve recuento de las situaciones que continuamos padeciendo las mujeres, síntesis de las iniquidades de los sistemas de opresión, exclusión, discriminación y racismo que siguen pretendiendo imponer modelos de ser mujer, perfilan vidas marcadas por el abuso sexual, la violación de los cuerpos, las violencias de distinto signo, nuevas formas de esclavitud sexual y laboral, la pobreza, hambre y desnutrición, de sujeción y negación de derechos básicos como pensar, decir y hacer. Por eso hay poco que celebrar dicen algunas voces.
Pero cuando nos conectamos y reconocemos los miles de nombres de mujeres que han multiplicado sus energías para que las luchas de las mujeres continúen vigentes…sí hay que celebrar, celebrar sus vidas y sus contribuciones.
Conmemoramos a quienes les fueron cortadas las alas en sus afanes de libertad; celebramos a quienes en este centenario han hecho historia con gestos transgresores privados o públicos, a quienes han hablado en nombre propio y nos han heredado la palabra.
Y en este amanecer del siglo, ante la avalancha patriarcal que con nuevos discursos light pretende descalificar las luchas de las mujeres, vaciar de contenido sus reivindicaciones y bajar la intensidad de sus voces; desde distintos pensamientos, miradas y haceres, las feministas re-politizamos el legado que, hace un siglo, empezó a germinar.
.
--
0 comentarios:
Publicar un comentario