Miles de mujeres se manifestaron con enojo y diamantina contra la violencia de género en la Ciudad de México. La protesta se radicalizó cuando un grupo decidió quemar una estación del Metrobús. La marcha visibilizó el hartazgo de habitar un país feminicida
Texto: María Ruiz
Fotos: María Ruiz y Ximena Natera
Una marea colorida y furiosa le dio vuelta a la Glorieta de los Insurgentes, el centro neurálgico de la vialidad en la capital del país. Eran cientos, quizá un millar de mujeres, hartas de habitar en un país feminicida.
Decidieron bloquear la avenida, llenar de diamantina las calles, y luego, al calor de la euforia y de la rabia, romper vidrios, pintar monumentos y encender fuego, primero en una estación de Metrobús y después en una oficina de la policía.
Furia fue lo que se vio en una protesta que al principio parecía que sería una expresión de solidaridad femenina. Pero fue subiendo de tono, en parte porque se desataron una serie de rumores que tensaron el ambiente, y en parte porque hubo personas que llegaron con la consigna de alterar la manifestación. La más evidente fue la de un joven que, tras ponerse de acuerdo con otro hombre, golpeó en el rostro a un desprevenido reportero televisivo Juan Manuel Jiménez, mientras transmitía en vivo.
Por la noche, el gobierno de la ciudad de México emitió un comunicado en el que deslindó a la mayoría de las manifestantes de los actos de violencia, “para ellas las puertas de la Ciudad de México están siempre abiertas al diálogo franco”. Pero para quienes agredieron reporteros y dañaron edificios públicos, las autoridades sentenciaron: “no habrá impunidad”. El comunicado también reiteró que el gobierno de la Ciudad de México no caerá en la provocación de usar la fuerza pública, porque “eso es lo que quieren”, sin aclarar quiénes.
Fotos: María Ruiz y Ximena Natera