miércoles, 21 de junio de 2017

Ecopsicología, su relación con la Madre Tierra y el Feminismo


Por: Gala Martínez-Romero Martín

La Madre Tierra en la mitología y la historia 
Los hallazgos arqueológicos correspondientes a la historia documentada de los años precedentes al último milenio, revelan la presencia generalizada en todo el mundo de los cultos de figuras femeninas. La mujer era la portadora de la vida y toda la concepción y la organización del mundo giraba alrededor de su figura.
“La religión patriarcal fue precedida por veinte mil años de religiones matriarcales”, dice Charlene Spretnak, una estudiosa de la espiritualidad de la mujer, entrevistada por Fritjof Capra en su libro Hacia una nueva sabiduría.
En los albores de la humanidad, la vida social gira en torno a la mujer. La madre tiene un papel de poder; la herencia material y…  cultural pasa de madre a hija; los principales valores están relacionados con el cuidado de la vida, el respeto, la convivencia, la belleza, la armonía.
La vida religiosa ve a la mujer en el centro, celebrando el misterio de la vida a través de la adoración de deidades femeninas como símbolos de la fertilidad, el cuidado de la vida, la hospitalidad y la transformación.
Aunque las figuras femeninas en el panteón de toda la humanidad son muchas, hoy en día se tiende a considerarlas como los diferentes aspectos de una divinidad antigua primordial, representación de la Tierra, el símbolo por excelencia de todas las características femeninas.
La Gran Madre, la Madre Naturaleza, la diosa Pachamama, son algunos de los términos de diferentes tradiciones que se refieren a la fuerza creativa y reguladora del mundo físico y de la naturaleza, las mismas fuerzas de las que la mujer ha sido la portavoz y la representante en las sociedades antiguas.
La diosa se asocia con la fertilidad, el amor, la protección de la vida –incluso con la lucha si es necesario. También es una asociación recurrente la de la Luna y sus ciclos, con la que se relaciona a la mujer con la tierra como la fuente de la vida e incluso de la muerte, porque es como la tierra que acoge la vida y se regenera.
La hembra está alineada con la existencia en este planeta en todas sus fases: el propio término “materia”, en lenguas latinas, viene de mater, madre.
La tierra es vista como la madre en las culturas tradicionales en todo el mundo.
Las iniciaciones en los misterios de la antigua Grecia tenían lugar en una cueva, “el vientre de la tierra”, y el acto de resurgir a la superficie,
después de la iniciación, representaba un renacimiento.
El culto de lo femenino está presente en todas las civilizaciones vinculadas con el cuidado de la tierra: “Esta mujer es como una leyenda viviente: difunde su semilla, hombre”, dice un antiguo texto de la India.
“Vuestras mujeres son como campos para vosotros”, dice el Corán.
La revolución neolítica, es decir, la transición de una economía basada en la caza a la basada principalmente en la agricultura y la ganadería, da el nacimiento de dos tipos muy diferentes de actividad: una agrícola y sedentaria y otra pastoral, nómada o semi-nómada. Si la primera sigue conectado a los cultos y rituales que veneran a la tierra, la segunda pierde rápidamente esta conexión reemplazando los valores relacionados con el arquetipo femenino, por el masculino de la fuerza, el poder y la dominación. La Madre Tierra ya no es la referencia de esta cultura siendo sustituida por el Padre Cielo, creándose nuevos cultos, nuevos mitos, nuevas deidades. Si la madre era la fuente primaria de todas las cosas y no necesitaba un dios para procrear, el triunfo del pueblo guerrero genera nuevas maneras de contar la historia del mundo.
Gaia se une a Urano, el dios del cielo[1], que se convierte en su amante y  su  semilla en forma de lluvia  que fecunda a  la tierra.
El templo de Delfos, dedicado a Gaia, es usurpado por Apolo, que mata a la serpiente pitón sagrada –antiguo símbolo de las fuerzas de autocuración de la naturaleza- y se asienta en lo que hoy es
conocido como el santuario de Apolo.
La antigua diosa babilónica Tiamat, diosa del vacío primordial, había creado sola el mundo. El dios Marduk era originalmente su hijo, pero luego se convierte en el dios creador que mata a Tiamat, a la que luego se la ve como el monstruo del caos primitivo.
En los mitos clásicos, que relatan Hesíodo y Homero, se ha documentado la lucha entre la vieja cultura matriarcal y la nueva religión que tuvo lugar en el orden social patriarcal del siglo VII antes de Cristo, dice Charlene Spretnak en su obra Lost Goddesses of Early Greece (Diosas perdidas de la Grecia temprana).
Anita Diamant, en su novela La tienda roja, comenta, por otro lado, como la adoración de un dios popularizado por Abraham, se ha introducido en una tradición ya existente, probablemente de fuente fenicia, donde la mujer tenía un papel importante, interpretada por la diosa Elat, en la que la figura femenina es fundamental para la organización social tribal, y la mujer durante su ciclo menstrual se encontraba en el centro de atención, a la altura de su poder, y no era separada por impura,  esto se dio con posterioridad.
La diosa madre es sustituida por un dios padre. Sheldrake define esta cruel transformación social y cultural que se produce en todo el mundo en las poblaciones que descubren que “podrían dominar y esclavizar a otras personas al igual que mantienen bajo control a sus rebaños. ” El más duro golpe asestado al concepto de la divinidad femenina, según el mismo autor, se inicia con la Reforma Protestante del siglo XVI que suprime el Santuario de la Santa Madre y formaliza la profanación del mundo natural.
Aunque el papel dominante en la religión cristiana es el dios padre, el culto a la  Virgen siempre ha estado vivo y se extendió por todas partes. La escritora Marion Zimmer Bradley en sus tres novelas sobre Avalon, cuenta que las antiguas costumbres y tradiciones celtas vinculadas al culto de la diosa han sido absorbidas e integradas en el culto a la Virgen.

Las dos polaridades del ser
La Ecopsicología presta mucha atención a la imagen mitológica de la Madre Tierra, como representante simbólica del arquetipo de la naturaleza humana femenina. En la humanidad nuestra naturaleza tiene dos componentes, uno masculino y otro femenino. Uno relacionado con las actividades del hemisferio izquierdo del cerebro –la lógica lineal, racional y analítica- y otro con las actividades dirigidas por el hemisferio derecho, analógico, circular, intuitivo y conciso.
La vida misma, como se expresa en este planeta, se expresa en términos de polaridad, representado por arquetipos masculinos y femeninos: día y noche, luz y sombra, la energía y la materia, sólido y sin efecto, positivo y negativo, el yin y el yang.
Existe una relación directa en todas las sociedades, que incluye la consideración de la tierra como los valores de la mujer arquetípica, mostrando  respeto hacia la naturaleza y hacia las mujeres, ancianos y niños, incluyendo también  los valores de la vida y la capacidad de reconocer y expresar emociones, sentimientos, sensaciones, intuiciones, sentimientos de grupo  y voluntad de cooperación.
La polaridad femenina en la sociedad contemporánea es la más olvidada y reprimida, tanto interior como exteriormente. En los últimos siglos, desde la revolución industrial, de hecho, han sido exaltados sobre todos los aspectos relacionados con la polaridad masculina –características
de acción, heroísmo, determinación y un enfoque en la dimensión racional y material- que han promovido el desarrollo de la ciencia, la tecnología, el progreso, la economía y la independencia del hombre con la naturaleza.
Hoy en día, la recuperación del aspecto femenino de la vida significa dar espacio a los valores de la vida y el amor, la capacidad de reconocer a la especie humana como parte de un todo más amplio. Contrarrestar y reorientar los valores dictados desde la obsesión por el dominio masculino, el control y la separación.
La superación del conflicto entre la oposición masculino-femenino abre las puertas a los más altos potenciales, la colaboración y la interacción pueden dar como resultado una síntesis constructiva entre polaridades diferentes.
Es un compromiso y un trabajo que cada individuo debe asumir en primer lugar reorganizando la estructura psíquica de su propia persona, para que no se convierta en producto de la represión o la negación de uno de los dos polos de su ser. Así se contribuye a la creación de oportunidades para la expresión y realización de todos sus diferentes aspectos, sin estar limitado por estereotipos de lo que un hombre o una mujer debe o no debe ser.
A partir de esta síntesis y de la integración de los opuestos, del alma de cada individuo nace un nuevo tipo de compromiso social y político, en el más amplio sentido de la palabra. Las personas como un “todo” –capaz de vivir lo racional y lo emocional, lo exterior y lo interior, lo material y lo espiritual, atento a los detalles, a la calidez y la superación de los límites– desarrolla la voluntad de abordar los temas de actualidad, grandes y pequeños, desde esta nueva visión. Este enfoque más eficaz abre sus puertas equipado para comprender la complejidad, con una tendencia a unificar en lugar de dividir, difundir los ideales de paz en lugar de
de la guerra, buscar nuevas formas creativas de convivencia con los demás y el medio ambiente, y dedicarse a estudiar y a buscar todo lo que pueda ser “útil para la vida”.
Este es uno de los supuestos básicos de la ecopsicología: el cambio individual, el crecimiento personal e individual se convierte en el motor de un proceso más amplio de transformación que puede –y debe- llegar a abarcar a toda la sociedad, a la humanidad entera.

El ecofeminismo
Hay profundas implicaciones en la vinculación entre feminismo y la ecología.
Feminismo entendido como la revalorización de la conciencia intuitiva de la unidad de toda la vida, la capacidad de comprender y seguir los ritmos cíclicos de la renovación, la conexión con los procesos esenciales para la vida.
Feminismo entendido como una revalorización de la polaridad femenina de la existencia –estamos hablando de hombre o mujer- y, a continuación, una orientación destinada al desarrollo del planeta tierra,  de la calidad de las relaciones, la cooperación y la afirmación de la vida.
El ecofeminismo como término, fue acuñado por el pensador francés Francoise d’Eaubonne en su clásico “Le féminisme ou la mort,” (1974, Ediciones Pierre Horay, París), que ya prevé para el año 2000 en adelante que los principales problemas de la humanidad serían la superpoblación y la contaminación. En los Estados Unidos este movimiento se alió con el movimiento rápido de Ecología Profunda.
El ecofeminismo se creó para hacer frente a las consecuencias de una política paralela de la dominación y la explotación, perpetrada contra las mujeres -los más débiles en la sociedad- y el medio ambiente.
Se muestran las consecuencias sutiles en los diferentes aspectos de la cultura de los tiempos contemporáneos para destacar la supremacía de un modo masculino de acción sobre la mujer, por ejemplo, en las costumbres, forma de hablar, en trabajo social, la política y el lenguaje en sí.
En el informe de la conferencia sobre ecología social, presentado por el colectivo feminista Friuli en 1984, dice: “El ecofeminismo, el marco de la ecología social, se erige como una estrategia paralela, es decir, como una serie de análisis, ideas, conocimientos y sensibilidad, todo ello organizado como argumentos para erradicar el dominio de un sexo sobre otro. El ecofeminismo se basa en un discurso no jerárquico de género y propone a la mujer como sujeto histórico. Su lanzamiento mejora el desarrollo positivo de su carácter transformador e introduce la necesidad de una nueva epistemología: que las propias mujeres no dupliquen las jerarquías de esclavos sexuales…».
Estos pensamientos puede parecer, veinte años más tarde, disquisiciones meramente ideológicas, pero poco a poco se filtró una conciencia diferente en nuestra sociedad contemporánea y ahora se está más dispuesto a reconocer el potencial esta ideología y los daños causados por una forma de pensamiento y de acción demasiado polarizada en un modelo de control, de dominación y de opresión, frente a una de apertura, integración y colaboración.
La eficacia de esta combinación de ecología y de la mujer se ve especialmente en los países llamados del Sur global, donde las mujeres comienzan a reclamar algunos de sus derechos fundamentales como el derecho a poseer y heredar tierras, el acceso al crédito, la educación, la tecnología y, al mismo tiempo, promoviendo las técnicas de restauración de la agricultura tradicional y la preservación de los árboles.
En la misma medida, el movimiento Chipko, iniciado por un grupo de mujeres en 1958 en Uttarakhand, India, protesta contra la tala indiscriminada de árboles en el bosque de Himalaya. O, como el Movimiento del Cinturón Verde de Kenya, creado por Wangari Muta Maathai, que ya ha dado lugar a la plantación de más de 30 millones de árboles para evitar la erosión.
Vandana Shiva, la científica y ambientalista india que ganó el Premio Nobel, con alternativas para la paz en 1993, es una de las principales promotoras educativas y propulsora de estas iniciativas. También es un exponente del pensamiento actual eco-feminista, junto con Maria Mies, socióloga alemana y ecologista, que en 1993 escribió un libro titulado El ecofeminismo.
Hoy, Vandana, después de luchar una batalla larga contra el programa nuclear de su país, es la directora de la Fundación para la Investigación Científica, Tecnología y Recursos Naturales de Dehradun, India, y enseña cursos en la Universidad de las Naciones Unidas.
El feminismo y la ecología se combinan con la espiritualidad, dando lugar a una búsqueda de nuevas formas de expresión y el reconocimiento del deseo inherente a las dimensiones humanas más allá de los límites de la percepción ordinaria.
Charlene Spreatnak, profesora de la historia de medio ambiente y ética ambiental en la Universidad de California en Berkeley y una de las investigadoras más serias y más conocidas en el ámbito del ecofeminismo, pone de relieve las deficiencias de la religión patriarcal actual y el surgimiento de formas posteriores de espiritualidad que, sin negar las formas más antiguas, se convertirán en una nueva visión espiritual más femenina, de ecología profunda, capaz de reconocer el respeto por la tierra y toda la vida como piedra angular de la ética para la humanidad.
Spreatnak indica la tradición espiritual taoísta y de los nativos americanos como ejemplos de orientación religiosa de la tierra y de la vida.
Muchas tradiciones antiguas –la naturaleza de la pre-cristiana y el misterio alquímico- están teniendo eco últimamente, debido a las fuerzas en emergencia de lo ancestral de la naturaleza, lo que durante tanto tiempo en nuestra historia ha sido negado y reprimido.
Las mujeres se sienten atraídas por las figuras femeninas de las diosas que refuerzan la afirmación del poder y el valor de rituales que les permiten volver a conectar con los ritmos de la naturaleza y del cuerpo, completamente ausente de significado en la cultura moderna, al mismo tiempo que los solsticios y equinoccios y el ciclo de las estaciones, por una parte, y la llegada de la  pubertad, la menstruación y la menopausia, por otro.
Incluso los hombres están cada vez más cerca de las figuras tradicionales y míticas que despiertan las fuerzas vitales, hoy demasiado domesticadas, como el dios Pan, el hombre verde salvaje, Merlín, perdidos del camino salvaje, algo en lo que varios pensadores jungianos insisten, como James Hillman, Joseph Campbell, y en Italia, Claudio Risé. El sistema patriarcal no es opresivo solo para las mujeres, sino también para los hombres, a los que se les ha negado la oportunidad de sentir y expresar emociones con respecto a sus compañeras y de la tierra. Robert Bly, autor de Pequeño libro de la sombra, invita a los hombres a recuperar el contacto con su lado femenino y, en segundo lugar, con su lado salvaje olvidado, como también insiste Claudio en El ascenso del macho salvaje.
El camino de la recuperación de la Madre Tierra, como un arquetipo, como un valor, como una referencia sólida no implica sólo a las mujeres, nos afecta a todos. Es una llamada y un regreso a la conciencia: volver a ser conscientes de nuestras raíces más profundas, esenciales para tener una buena base en cada uno de nosotros y, a su vez, participar con mayor eficacia hacia la creación de un futuro sostenible.

Fuente: https://escueladelsolfinestrat.wordpress.com/2010/12/08/ecopsicologia-su-relacion-con-la-madre-tierra-y-el-feminismo/