Andrea Franulic
…la contestación a su  pregunta ha de ser que la mejor manera en que podemos ayudarle a evitar  la guerra no consiste en repetir sus palabras y en seguir sus métodos,  sino en hallar nuevas palabras y crear nuevos métodos. La mejor manera  en que podemos ayudarle a evitar la guerra no consiste en ingresar a su  sociedad, sino en permanecer fuera de ella… (Virginia Woolf, 1938, en  Tres Guineas).
Son conocidos los argumentos y los hechos  que deconstruyen los fundamentos ideológicos y las prácticas políticas  del feminismo liberal. Situándome, solamente, en el mundo  occidentalizado y en los inicios de la llamada “segunda ola feminista”,  tropiezo con los análisis políticos del feminismo radical y cultural en  Norteamérica y el feminismo de la diferencia en Europa, por las décadas  de los sesenta y setenta. Estos feminismos comparten el rechazo contra  las políticas feministas que le demandan “derechos humanos” al poder  patriarcal. Ponen en cuestión el deseo de las mujeres de ser reconocidas  por una civilización que han proyectado y pensado los varones; el deseo  de integrarse a una simbólica y a un aparataje institucional que se han  trascendido en base a declararnos inexistentes.
La historia de  reivindicaciones feministas da cuenta de cómo cada conquista o acceso  conseguidos por las mujeres (educación, sufragio, aborto, liberación  sexual, mundo laboral, no violencia) no ha mejorado ni, menos aún, ha  cambiado el mundo sustancialmente; al contrario, han sido absorbidos por  la deshumanización y el desequilibrio intrínsecos de la civilización  masculinista, remozándola. Las puertas que nos abrieron nuestras  antecesoras, cuyas reivindicaciones llevaron la marca de la radicalidad,  no fueron seriamente analizadas por las liberales  post-sufragismo, cuyas demandas llevan la marca arribista del  oportunismo político, terminando por cristalizar el fracaso de los mal  llamados “avances feministas”.
Es así entonces que Nelly Richard,  connotada teórica del post-feminismo criollo, en la mesa inaugural del  coloquio “Por un feminismo sin mujeres” (1), usa los verbos “reclamar,  solicitar, requerir, urgir” cuando alude a las “tácticas” políticas del  feminismo. Por ejemplo: “reclamar contra el fallo del tribunal  constitucional en relación a la  Píldora del Día Después” o “solicitar,  requerir, urgir respecto de la despenalización del aborto”. Es decir, se  refiere a las recurridas estrategias del feminismo institucional,  también denominado “feminismo de la igualdad” o “feminismo liberal”  (dejando a un lado la heterogeneidad que podría existir entre los tres):  “…la grupalidad del nosotras las mujeres, (…) sí  importa cuando tengamos que reclamar contra el fallo del tribunal  constitucional de la Píldora del Día Después o cuando haya que salir a  la calle para solicitar, requerir, urgir respecto de la despenalización  del aborto. Bueno, ahí, nosotras las mujeres todavía importa…” (2)
En  la misma mesa inaugural, la teórica y crítica literaria Patricia  Espinosa da cuenta -sin saberlo, por lo tanto, deshistorizadamente- del  fracaso del acceso de las mujeres a los centros de producción  masculinos. Su exposición describe las repetidas expresiones sexistas  (también racistas y homofóbicas) -violentas expresiones- que ocurren  dentro de la escena universitaria. Con voz afectada, cuestiona el  progresismo aparente de este espacio. Por supuesto, todo este  cuestionamiento contiene una demanda implícita: “…¿Es el espacio  universitario el lugar donde se ha anulado el sexismo, la división  masculino-femenino, el control del cuerpo de las mujeres, la violencia  material y simbólica sobre nuestros cuerpos? (…) como que se me vino un  vómito que tuve que convertir en discurso rabioso y en parte triste,  porque tres años en la  Universidad de Chile no han servido para generar  una apertura intelectual que desmonte la exclusión y menos el binarismo  genérico, y esto es consecuencia de los académicos y de la  institucionalidad…”.
            Hace, por lo menos, 17 años  atrás, el grupo Cómplices (Pisano, Gaviola, Lidid, Bedregal) previó y  explicó el fracaso que hoy encarna la incomodidad deshistorizada de  Patricia Espinosa, y que es resultado de tácticas políticas como las que  defiende Nelly Richard en este coloquio que se pretende de avanzada.  Engarzadas a las ideas de lo que yo llamo el feminismo radical de la diferencia,  pero aterrizándolas en el contexto chileno y latinoamericano, e  interpretándolas desde el potente discurso de Pisano, las Cómplices –y  luego otras de ese feminismo autónomo que continúa esta línea teórica-  instalan en el espacio político-feminista un marco filosófico que, entre  otras cosas, devela y desmonta las estrategias del feminismo  institucional, anclado a la macroideología masculinista. Al mismo  tiempo, entreteje las ideas-fuerza para, lo que Pisano llama, un cambio civilizatorio.
             Las feministas que adoptan el discurso liberal se suman a una  estrategia concertada del sistema patriarcal para instalar el modelo  neoliberal y sus pseudodemocracias en Latinoamérica, desarticular los  movimientos sociales y de resistencia a las dictaduras, e  institucionalizar los conocimientos del feminismo rebelde. Es así como  se acomodan en los espacios de poder masculinos que se re-arman luego de  la dictadura pinochetista: partidos políticos, ministerios,  universidades. Alcanzan cargos, logran puestos y accesos, a nombre del  movimiento feminista y el movimiento de mujeres: “…la grupalidad del nosotras las mujeres,  que sí importa cuando tengamos que reclamar…” (Nelly Richard). Usan  esta envestidura para “trepar”. El costo, de entonces, para permanecer,  consistió en entregarles a los varones el cuerpo de conocimientos que el  feminismo había trabajado fuera de la institucionalidad,  transformándose en sus estrechas colaboradoras para, no solo exprimirle  la insolencia y la rebeldía (a este cuerpo de conocimientos), sino, y  sobre todo, para arrancarle la historia. (3)
            Pero Nelly Richard no solo nos conmina a usar, de manera táctica, la expresión las mujeres  para salir a reclamar contra el fallo del tribunal constitucional,  sino, al mismo tiempo, en el nivel teórico, nos invita a “desbordar,  exceder, deconstruir” el signo “mujer”: “…El nombre mujeres  puede usarse con comillas o sin comillas. La versión esencializada del  feminismo binario, (…), que aquí se estaría refutando, y a la vez  mujeres con comillas para aquel feminismo deconstructivo (…) que yo sí  creo debe desbordar, exceder la categoría mujeres junto con deconstruir esa categoría (…) me parece que permite hacer oscilar el género (…), entre comunidad las mujeres que sí le importa al feminismo como movimiento social y, a la vez, como desidentidad que quisiéramos compartir aquí…”
             Richard separa el cuerpo teórico del movimiento social. Acusa recibo de  una de las dicotomías más burdas de los análisis políticos. Yo,  particularmente, no tengo ningún problema con las dicotomías en sí, al  menos no constituyen ningún fantasma para mí, porque es la lógica de  dominio incluyente la que conforma el modus operandi del  sistema masculinista. Pero me sorprende, porque las personas de este  coloquio, sí tienen problemas con las dicotomías, y muchos. Es más, el  discurso binario pasa a ser un anatema para esta tendencia, y sus  ángeles vengadores están atentos a acusar y sancionar moralmente  cualquier asomo o atisbo de binarismo en los discursos ajenos. Extraña  situación.
            Sin embargo, tras esta arbitraria división  que hace Richard, los dos niveles de su propuesta se unen para apuntalar  el mismo objetivo político. Tanto en la “táctica”, “urgiendo por la  despenalización del aborto”, como en el discurso, “desplazando el signo mujer”, las mujeres -con comillas y sin comillas- se des-integran  en la civilización androcéntrica, material y simbólicamente. Como dice  una tal Linda Alcoff, tras desplazar y desmantelar el signo mujer nos  quedamos, al parecer, con la idea de un sujeto universal y abstracto, con el mismo humano genérico  por el que apuesta el liberalismo y, consecuentemente, el feminismo  liberal o de la igualdad, y que las feministas radicales, culturales y  de la diferencia de los años sesenta y setenta pusieron al descubierto  (4). La cultura patriarcal se ha valido de la creencia de un sujeto universal, abstracto e incluyente  para cubrirse las espaldas: el Hombre. Y para disfrazar de inamovible  su dominio y, en especial, lo que nos hace a las mujeres: incluirnos como femeninas (masculinas) y, como seres humanas, declararnos inexistentes, negarnos.        
            Desplazar el signo mujer, opera como una negación sobre la  negación. Como las mujeres no hemos logrado marcar el mundo con una  historia y una adscripción simbólica propias, relatadas, visibles,  conocidas que nos sostengan y que, al menos, contrarresten el referente  androcéntrico, no encontramos una propuesta distinta (sin dominio) de  ser personas tras el desmantelamiento del signo mujer; nos encontramos  con más de lo mismo, con un sentido de la existencia masculinista, o  sea, con un sentido depredador de la existencia. Por lo tanto, el signo mujer –y las mujeres con y sin comillas- se des/integran  en la feminidad, esencializándola aún más. No por nada las teóricas de  esta tendencia están femeninamente arrellanadas en la academia  masculinista; solo pueden estar allí y así, a costa de este ejercicio  discursivo deshistorizado al que se dedican.
Nelly Richard,  entonces, se equivoca cuando se lee genealógicamente en el trasnochado  feminismo de la diferencia: “feminismo de la diferencia, luego (…) un  feminismo que pasa a ser de las diferencias y luego un  feminismo deconstructivo, postmetafísico, postestructuralista...”.  Porque todo el desarrollo anterior me lleva a concluir que el  post-feminismo no es más que el trasnochado feminismo liberal o de la  igualdad, barnizado y revestido con post-modernidad; y es parte del  resultado actual del proceso de institucionalización que hace 20 y más  años se emprendió contra el movimiento feminista chileno, y también  latinoamericano.
Mientras el feminismo siga congelado en el tiempo eterno de la feminidad,  reclamándoles, solicitándoles, requiriéndoles, urgiéndolos,  implorándoles, demandándoles, o bien, denunciando a los poderes  masculinos, estos se mantendrán dichosos manejándonos con nuestras  supuestas “conquistas”: alargándolas, quitándolas, otorgándolas,  reemplazándolas o atribuyéndoselas; de acuerdo a sus intereses, sus  crisis, sus guerras, sus modas o sus cambios de humor, de acuerdo a sus  urgencias. Y las mujeres seguirán des/integrándose en su  civilización, creyendo en ellos, aceptando sus migajas o haciéndoles la  guerra; en definitiva, creyendo en su cultura como la única posible. En  tanto, ellos nos seguirán matando. Por eso concuerdo con Pisano en que  el feminismo – y por muy post que se lea hoy en día- “está tomado,  repetitivo y aburrido, demandante y quejoso, decadente y sin la madurez  de la memoria”. (5)
Santiago, julio de 2010
Referencias:
(1)    Me refiero al Segundo Circuito de Disidencia Sexual “Por un feminismo  sin mujeres”,  organizado por la Coordi…nadora Universitaria por la  Diversidad Sexual (CUDS) de la Universidad de Chile, y por el Diplomado  en Estudios Feministas de la Universidad Arcis. Junio, 2010.
(2)    La mesa inaugural del Segundo Circuito se puede escuchar en  http://www.disidenciasexual.cl/2010/06/escucha-el-panel-inaugural-del-segundo-circuito-de-disidencia-sexual/
(3)    Para quien quiera leer un análisis riguroso y una interpretación  radical de los hechos que concertaron –y del debate político que rodeó-  la institucionalización del feminismo en este país y parte de  Latinoamérica y, asimismo, profundizar en la historia y los planteos de  Pisano, las Cómplices y las voces pensantes de la corriente autónoma; en  especial, en el discurso de las diferencias ideológicas y de las  corrientes de pensamiento feministas, ver: Franulic, A. y Pisano, M.:  2009. Una historia fuera de la historia. Biografía política de Margarita Pisano. Editorial Revolucionarias, Santiago. 
(4)    “Para el liberalismo, en último extremo, la raza, la clase y el género  carecen de importancia en relación con cuestiones como la justicia y la  verdad, porque, ‘en el fondo, todos somos iguales’. Según el  post-estructuralismo, la raza, la clase y el género son constructos, por  tanto, no pueden ratificar ninguna concepción sobre la justicia y la  verdad, puesto que no existe una sustancia esencial subyacente que  liberar, realzar o sobre la que construir. Por tanto, vuelve a  confirmarse aquí que, en el fondo, todos somos iguales.” En Alcoff, L.:  1988. “Feminismo cultural versus post-estructuralismo”.  http://www.creatividadfeminista.org El planteo de Alcoff se condice con  los análisis que se han realizado desde la autonomía cómplice –y que yo  misma he realizado- en relación al tópico de la diversidad. Es  decir, cómo el discurso de la multiplicidad de diferencias cae, otra  vez, en la indiferenciación, la uniformidad y la homogeneidad. O cómo el  discurso des-identitario vuelve a reponer las identidades.
(5)    Pisano, M.: 2004. Julia, quiero que seas feliz. Editorial Surada, Santiago, p.73.



 
 
 
 
 
 
 

 


0 comentarios:
Publicar un comentario