Comprender
las cosas que nos rodean
es la mejor
preparación para comprender
las cosas
que hay más allá.
Hipatia
Guisela
López[1]
El
feminismo constituye una propuesta política que desde su surgimiento, hace ya
varios siglos, se ha caracterizado por su profundidad de pensamiento, partiendo
de una visión crítica de la realidad ha tenido la capacidad de plantear
alternativas para la vida de las mujeres. Siempre me ha maravillado la capacidad
de respuesta que desde la propuesta feminista se han articulado ante las más
disimiles situaciones de desigualdad e injusticia que han enfrentado las
mujeres a lo largo de los tiempos.
Mientras
otros movimientos se han estancando o se diluyen hasta llegar a un punto donde
no logran aportar salidas, la propuesta
feminista se renueva constantemente. Con cada mujer que se encuentra en el
discurso feminista se abren nuevas perspectivas, cada quien aporta singularidades
enriqueciendo la pluralidad de la propuesta, su identidad diversa. Y es que llegar al feminismo es tener la
oportunidad de hallar explicación a ese malestar latente, que si bien habíamos
experimentado no lográbamos nombrar. El
feminismo nos permite comprender esas sensaciones de incomodidad que tantas
veces enfrentamos con una pareja, en un grupo de estudio, en nuestro lugar de
trabajo o en nuestra familia. Esa sensación de que no se reconoce nuestra valía,
de que se nos inferioriza, nos sentimos obligadas a asumir roles determinados o
a renunciar a nuestros derechos.
El
feminismo nos permite comprender nuestra vida, historizarla en razón de la vida
de otras mujeres, teorizar sobre ella, diluyendo la frontera entre conocimiento
y vivencia: hacer político lo personal. Nos ayuda a desmontar mitos que nos han
mantenido aisladas, inmovilizadas, expuestas a los diversos mecanismos de
dominación del patriarcado. Subsumidas en la creencia de que “la desigualdad es
algo natural”, que existe una “enemistad histórica entre mujeres”, de que las
mujeres “somos incomprensibles” y “nacimos para sufrir”. Encontrar explicación
a toda esa suerte de artilugios con que se han empeñado en mantenernos bajo su
sujeción, es encontrar la llave de nuestra liberación.
Es
por ello que llegar al feminismo resulta trascendental, ya que a partir de ese
momento la estructura de dominación se hace visible y dejamos de darnos golpes
de pecho, al encontrar la clave de la desigualdad en el orden de los géneros. A
partir del feminismo vemos la vida con nuevos ojos, aceptamos la invitación de Celia
Amorós para portar a manera de monocular un “sospechometro”, se nos hace
tangible el techo de cristal que caracteriza Amelia Valcárcel, reconocemos esos
cautiverios que tan bien describe Marcela Lagarde. Nos es posible desmontar la
locura que teoriza Franca Basaglia y la mística de la feminidad descrita por
Betty Friedan. Nos apropiamos de la ética del placer propuesta por Gracielo
Hierro, de la sororidad de las feministas italianas, de la palabra con Helén
Cixous. Nos vamos convirtiendo en esa
mujer nueva anunciada por Alexandra Kollontai.
El
feminismo nos abre nuevas perspectivas de la historia, del conocimiento, del
amor, nos permite posicionarnos en nuestras vidas: reivindicar la rebeldía, revalorar
nuestro disenso, gustar de nuestro cuerpo, demandar el cumplimiento de nuestros
derechos, afirmar nuestras decisiones, potenciar nuestra creatividad,
sensualidad y alegría, incluso atrevernos a soñar.
El
feminismo nos ofrece la posibilidad de vislumbrar un mundo propio, romper con
los cánones impuestos, desarrollar nuestras propias visiones. Valorar nuestros
propios haberes y saberes. El feminismo nos aporta elementos para alejarnos por
nuevos caminos, cada vez más distantes de la “aprobación masculina”, del “deber
ser”, de la “doble moral”. En pleno
tercer milenio el feminismo ofrece alternativas de ser, a mujeres de todas las
edades, de distintas nacionalidad, de diferentes latitudes y grupos étnicos.
Nos ofrece la posibilidad de reinventarnos y encontrar nuevos significados a
nuestro transitar por el mundo.
Desde
el feminismo hemos creado una nueva comunidad simbólica: la de las
mujeres. En ella nos reconocemos sujetas,
protagonistas, nuestras historias – han roto por completo con los épicos mega relatos
del pasado – ya no nos impresionan las
temerarias hazañas de jactanciosos héroes, hace tiempo que nos cansamos de
esperar ser rescatadas, que dejamos de creer en los príncipes y abandonamos
las altas torres. Ahora nosotras escribimos nuestras historias,
historias que narran los recorridos de mujeres diversas, en mundos que apenas
empiezan a inventarse.
[1] Escritora
feminista Guatemalteca. Investigadora y docente. Coordinadora del Seminario de
Literatura Feminista y Ciudadanía y de la Cátedra Alaíde Foppa avalada por el
Instituto Universitario de la Mujer IUMUSAC y el Centro de Investigaciones
Interdisciplinarias en Ciencias y Humanidades de la UNAM.