Gabriela Alvarez Castañeda
Un abuso no es privado, porque la justicia es colectiva. La violencia no tiene justificaciones. La víctima no es culpable. En la comunidad artística, social, política, comunitaria, han habido y hay abusadores y debemos aceptarlo, aunque nos duela.
Y es que sería absurdo pensar que entre ciertos círculos en los que nos unen distintas complicidades y afinidades no hay hombres que han cometido terribles y desagradables errores. Violencias, abusos, chistes, comentarios, contactos físicos incómodos y no bienvenidos y muchas historias por contar de mujeres que llevamos toda una vida toreando el machismo y buscando la forma de protegernos y a la vez educarlos porque son -cuates-.
Lo único rescatable de tantos casos que cada vez más mujeres valientes se atreven a sacar a la luz y mujeres guerreras acuerpan y le dan seguimiento, es que bajo las premisas de #YoSiTeCreo y #TocanAunaNosTocanAtodas, ya no hay forma de escudarse bajo ninguna excusa.
Lo peor que pueden hacer en este momento los hombres que saben que se han equivocado, los que defienden que hay que darles el beneficio de la duda y las personas que incluso deciden primero cuestionar los motivos por los que han sucedido incidentes, culpando obviamente a las mujeres, es ponerse a pelear contra nosotras y llamarnos histéricas, inseguras, aprovechadas, manipuladoras.
Si no reconocen y están dispuestos a aceptar, aprender, pedir perdón y pagar sus errores; ni sus talentos, ni el cariño, ni los años de amistad, ni las diferencias generacionales, ni las complicidades, ni los proyectos, ni nuestro deseo más profundo que uds hubieran sido distintos al montón de machos a los que nos tenemos que enfrentar, van a poder negar que estamos hartas.
Tampoco se trata de ponerse a acusar o levantar falsos por lastimar o por venganzas que nada tienen que ver con las denuncias. Pero si eso sucede a veces, será el porcentaje mínimo de los casos. Por principio si una mujer se siente violentada es porque lo fué, aunque calle, aunque perdone, aunque trate de justificar o minimizarlo en algún momento de su vida. Repito, si una mujer se siente violentada es porque lo fué. Y violencias hay muchas.
Estamos cansadas, y sabemos de sobra que si coincidimos en esos círculos y pequeñas comunidades en las que supuestamente nos une el humanismo, tenemos que comenzar a aceptar que el machismo y sus múltiples violencias han sido para nosotras, una lucha adicional a las miles que supuestamente resistimos en colectivo.
Muchas mujeres que hemos sido violentadas de distintas formas al igual que nuestras madres y abuelas, ahora tenemos hijas, hermanas, primas, sobrinas, alumnas, colegas y amigas que siguen contando casos muy parecidos y hasta peores de lo que nos tocó vivir. Porqué? En buena parte quizás porque cometimos el error de callar, por las razones que sea, pero hoy hay mujeres valientes y fuertes que están dispuestas a exponer a estos hombres y nuestro compromiso con ellas es acompañarlas y hablar.
Pero no lo vamos a lograr si no denunciamos, si no nos creemos, si no aceptamos que dentro de la gente que queremos también hay mucha que no nos extraña que hoy esté metida en problemas.
Por todas las veces que hemos dicho no y han insistido, por todos esos comentarios no bienvenidos, por no saber diferenciar entre amistad y abuso, por confundir nuestras libertades que también nos han costado y no han sido para ser más libres para uds sino por nosotras. Nuestros derechos sobre nuestros cuerpos, tiempos, formas, relaciones, no los hemos peleado para que los hombres tengan una excusa para justificar que nos buscamos sentirnos violentadas.
Por todos esos hombres de los que no se ha hablado y aquellos que deberían pensar en todas las situaciones en que se han equivocado con nosotras, por todo lo que venimos cargando, éste es el momento preciso para poner un alto.
Ni la hora que salimos del bar ni el estado en que lo hicimos, hacemos o haremos, ni el tamaño de la falda, ni los tipos o cantidades de relaciones emocionales, sexuales, profesionales que hemos decidido tener, ni una, mil o ninguna noche de intimidad por acuerdo mutuo, o un texto, un coqueteo, un acuerdo, van nunca a justificar un abuso. Nunca.
Es necesario el ejercicio de preguntarnos entre mujeres, quién nunca se ha sentido violentada por un amigo, un compañero, un amante y qué tanto lo hemos verbalizado o denunciado. Cuánto hemos decidido callar en función de muchas justificaciones cuando en realidad cada vez que escuchamos de un caso de abuso, todas, o casi todas nos sentimos identificadas de una u otra manera. Y lo peor es que no nos extraña. Basta una mirada entre nosotras o un aliento sostenido para entendernos y saber que a nosotras también nos pasó.
Sé que hay hombres que llevan mucho tiempo en el proceso de cuestionarse no solo a si mismos sino entre sus amistades, y eso se agradece porque los está convirtiendo en hombres nuevos, aunque si cometieron errores, esas cicatrices no se borran. Pero es un buen comienzo. Es reconfortante saber que hay compañeros que su sensibilidad social y artística es consecuente con su dignidad y las de las mujeres y personas en general. Pero cada vez parece que son los menos y queremos invitarlos a cambiar las cifras. En nuestras luchas también están invitados ustedes.
Ahora, los hombres que defienden a otros y deciden cuestionar y acusar a la mujer que denuncia, tienen un serio problema que debe enfrentarse. Nosotras estamos llevando nuestras resistencias paralelamente a las de la vida, que ya son muchas y que son varias las que compartimos, pero tener que pelear contra ustedes también, cuando supuestamente estamos sembrando en la misma tierra, es muy desgastante e injusto y turbio.
No podemos sentarnos a la mesa a discutir sobre acciones políticas, sobre arte, resistencia, medio ambiente ni justicia si al terminar la reunión nos ponen una mano encima que nos incomoda y que no aceptamos, si nos dicen un piropo o un chiste, si no nos dejan hablar o ningunean nuestros aportes, si decidimos pasar la noche juntos y en un momento se ponen violentos, si nos amamos pero cuando eso se acaba o cambia nos golpean o nos exponen de la manera más baja o más absurda.
Lo que está pasando es muy grave, pero era una bomba de tiempo y debemos estar dispuestos, dispuestas y dispuestes a cuestionarnos. Muchas cosas pueden surgir de este ejercicio de decir la verdad, pero es precisamente lo que Guatemala necesita. Paralelo a las luchas, están también las dinámicas en las que estas surgen y las mujeres no vamos a tolerar más comportamientos abusivos ni agresivos.
Y aunque la mayor parte de todo esto nos da rabia, también hay una parte que duele, la más fuerte, porque el dolor de una mujer es el de todas, pero también porque de alguna manera hemos querido sentirnos libres en nuestros espacios, y hemos decidido serlo aunque a un precio muy caro. Hay dolor también en estas noticias, porque quisiéramos creer que los amigos no son abusadores, pero si lo son, tenemos que reconocerlo y apoyar a las mujeres que se están atreviendo a hablar. Los hombres también deberían hacerlo, en nombre propio o al menos posicionarse cuando escuchan de casos concretos y cuestionarse, cuestionarse mucho si de verdad están libres de acusaciones de cualquier tipo de violencia.
Ante un gobierno y un mundo que insiste en deshumanizarlo todo, siempre hemos quedado quienes insistimos en la esperanza, pero no nos pueden venir a hablar de justicia ni de arte cuando al llegar a casa violan a una mujer, le pegan, se meten con menores, la llaman puta, le meten mano, hacen comentarios machistas y su salida es decir “que ahora ya no se nos puede decir nada”. Al contrario, ahora es el tiempo en que debemos hablarlo todo y hacer acuerdos y tratarnos con respeto y amor, mucho amor entre todas y todos y todes, de acuerdo a las decisiones y formas de cada quien.
Yo me siento triste, Guatemala siempre es un barril sin fondo de congojas. Es muy difícil sanar con tantos males, pero debemos seguir hasta lograrlo porque han habido momentos de luz en los que nos hemos encontrado con brillo en los ojos porque hay algo que nos dice que la primavera es un proyecto y no un sueño. Hablar de y con la verdad es fundamental para lograrlo, y a esas mujeres que lo están haciendo, más las que están acompañando sus procesos, hay que escucharlas, creerles, celebrarlas, abrazarlas y agradecerles.
La lucha de las mujeres es colectiva y los hombres deben hablar también. Están invitados a repensar sus formas de vernos y relacionarse con nosotras porque de lo que hoy se está hablando, también los involucra.
Duele Guatemala, pero florecerá.