Es cierto que en el colectivo varón unos tienen más posibilidades que otros, sin embargo hay una legitimidad de la lucha por el poder que está determinada por la condición sexual. Incluso en el grupo social mas segregado y el poder sigue siendo ejercido por el varón. La experiencia micro del varón es la del poder sobre una mujer o sobre varias mujeres, aun al interior de la discriminación social.
Como he dicho anteriormente, esta cultura está estructurada en la dinámica del dominio y construye cortes /conflictos por raza, edad, sexo, por conocimientos y capacidades y también cortes/conflictos entre nuestro cuerpo y nuestra razón y espíritu. Gracias a estos cortes/conflictos funciona el sistema. La dinámica del dominio es el ejercicio de la guerra e implica el vencedor y el vencido y en ese sentido hay razas vencidas, clases vencidas, pueblos vencidos, religiones vencidas. Pero las nunca son definitivas, siempre queda el volver a rearmarse para ganar la próxima batalla, porque la potencialidad del poder existe. La única excepción a esta norma es el corte/conflicto entre los sexos, ya que la mujer, al estar significada en la feminidad, no tiene la potencialidad del poder.
El colectivo varón se ha entrenado durante toda la historia del patriarcado en la lucha por el poder, constituyendo equipos para dominar y controlar. En los equipos tienen que reconocerse, tienen que reconocer sus condiciones físicas, creativas y sus condiciones de mando, su raza; tienen que establecer jerarquías y clases –de general a soldado-, ellos establecen límites muy claros para pertenecer a los equipos. Han inventado los uniformes militares, religiosos, deportivos, los distintivos partidarios, los himnos, las camisetas señalizando corporalmente la pertenencia. Así construyen el legítimo campo de batalla, así lo pasan bien y pueden jugar sus juegos de guerra.
Esta señalización de camiseta, color, etc., establece la legitimidad del otro equipo: quien respeta su camiseta respeta también la camiseta del otro, aunque estén en guerra (es el honor). Han tratado de la guerra, pero nunca desmontarla.
Los varones se socializan para actuar, sus memorias están armadas para este juego, constituir equipo entre ellos es lo . Cuando los varones se juntan, rápido, rápido, constituyen equipo para crear religiones, universidades, ejércitos, partidos políticos, naciones, museos, leyes, bancos, industrias, sistema económico-legal,etc.
¿Es malo formar equipos?
No, lo malo es formar equipos para la dominación, para estructurar un sistema de poder inalterable en la lógica de la guerra. La necesidad de significar tan brutalmente los equipos con señales corporales busca satisfacer las demandas de pertenencia. Construidos en carencias, con una lectura de sí mismos siempre por completarse en otros y con otros. Los seres humanos necesitan encontrar esta “pertenencia”. Los equipos así constituidos tienen los signos de la familia como matriz y el amor incondicional como forma de relacionarse.
En la cultura vigente –permeada de dominio– las identidades no sólo se construyen en la diferenciación con otros, sino que en contraposición a otros, basándose para ello en nuestras carencias y prejuicios. Este doble mensaje nos identifica con un grupo humano en la descalificación hacia otro grupo humano y nos aísla impidiendo la colaboración.
Las experiencias de lo humano están marcadas por la necesidad de la interacción entre los humanos y con la naturaleza, como sabemos esta interacción está totalmente perturbada y pervertida. Para mejorar nuestras vidas, para tener una buena vida, no sólo en lo material sino también en la libertad personal, será necesario que estas interacciones estén marcadas y significadas por el sentirse cada una completa y en sí misma. Si cada persona se sabe única e irrepetible, no pretenderá ser como otra, ni que otra sea como ella, esto implica un cambio ético y la formación de “equipos” se hará para la colaboración y no para el dominio.
¿Qué hacemos las mujeres en este escenario?
En estos juegos de guerra nos vemos involucradas y sacamos la peor parte. Cada mujer en algún momento de su vida siente una rebeldía de su situación. Las que nos decimos feministas queremos cambiar el sistema, pero después de todos estos años me pregunto de qué nos queremos desprender de verdad. Es difícil renunciar a que el hombre nos admire, sobre todo como inteligentes. Estamos tan colonizadas que no queremos renunciar a sentirnos la elegida entre todas, no queremos renunciar a ser las regalonas de papá. A veces tratamos de conseguir su reconocimiento usando la seducción y la incondicionalidad, en plena conciencia de la ilegitimidad del poder del colectivo varón, en eso por lo menos hemos avanzado las feministas, en la conciencia.
Las mujeres que –en plena conciencia de la ilegitimidad del poder del colectivo varón- aceptan ser las con la premisa , necesariamente tienen que legitimar el poder del varón y la cultura vigente como una cultura construida entre todos y que supuestamente nos contiene a todos, lo que es una de las más grandes mentiras con las que estamos casadas las mujeres.
Pero quien da el poder fija las reglas. Las mujeres que quieren poder deberán permanecer en el orden simbólico de la feminidad, aunque a veces papá acepta ciertas modificaciones por necesidades de su propio sistema pero papá nunca aceptará cambios significativos para nosotras y para él. Por ej.: El acceso de las mujeres al trabajo remunerado es una necesidad del sistema, el control de la población también es una necesidad del sistema.
Esto no significa que las mujeres no tengamos estos problemas o necesidades, pero desde una perspectiva política y cultural significativamente diferente. En el patriarcado la mujer puede tener rebeldías, pero está limitada a no sobrepasar un límite: la obediencia debida. Sin contar con la simpatía de papá el poder se retira. La mayoría de las veces papá asume la inteligencia de la hija como un fenómeno y la considera una gracia que tiene su hija, ella en particular, pero en ningún caso el colectivo de mujeres. Este don de ser reconocida como pensante nos enorgullece de tal manera que nos impulsa a ser las primeras del curso, las aplicadas, las más adscritas a papá, re-negando del cuerpo mujer, de su colectivo y de sus deseo de significarse por sí mismo.
Es muy importante diferenciar claramente lo que significa tener un cuerpo de mujer del ser femenina. El ser femenina es una ambigua y arbitraria construcción simbólica/valórica patriarcal que, obviamente, no hemos construido nosotras. Entonces hablar de lo femenino es hablar de una ajena, una otra construida por un otro, una representadora y no genuina productora de sí misma.
La supuesta lealtad de género está conectada a lo femenino, al género, que en sí mismo no tiene la capacidad de la lealtad puesto que está construido en la descalificación de la mujer como ser libre. Justamente por la fragilidad del inicio de reconstruir una simbólica con este cuerpo tan significado por otros es que es importante despejar estas supuestas lealtades. Para la deconstrucción de la feminidad hay que sospechar de todo. Para abrir espacio a un cuerpo con sexo mujer, sujeto pensante, social y político, productor de (una otra) cultura, será necesario, entonces, mujeres que están dispuestas a desprenderse de la feminidad.
Algunas mujeres –al descubrir su capacidad de pensar- corren donde los legítimos pensadores, los varones, para que las reconozcan como pensantes, porque como amantes, como madres, no lo necesitan, está reconocido: está en el sentido común que las mujeres somos naturaleza, que nuestra misión del corazón, no de la razón; un corazón que late sin la voluntad de lo humano, excedido, salido del cuerpo, somos la sensibilidad. También está en el sentido común que el varón tiene corazón, pero con cabeza, sentimientos con cabeza; tiene cuerpo y sexualidad con cabeza; aunque a veces para lograr lo que quiere dice que perdió la cabeza. Porque la tiene se la puede sacar, pero un corazón sin cabeza nunca se la puede sacar.
La regalona de papá solidariza con las mujeres sólo en tanto las mujeres se mantienen dentro del orden simbólico de la feminidad. Si ella solidariza más allá pierde el reconocimiento de papá. Este es un momento crítico, aquí hay un límite. Es el momento en la traición es posible. A esta situación están expuestas especialmente algunas mujeres que han hecho camino en el feminismo y que, sin embargo, sin la cobertura de las opiniones masculinas temen exponerse.
Como papá no reconoce al colectivo mujer en su capacidad pensante, sino que a su hija, ésta adquiere un liderazgo no compartido. Al asignarse hacer política para las mujeres a través del poder que les dio papá, algunas mujeres adquieren poder sobre el colectivo de mujeres, pero no hacen política de mujeres y desde las mujeres.
La regalona de papá quiere armonizar la feminidad dentro del sistema, hacer que el sistema, tan varonil, adquiera algo de feminidad. Al instalar mujeres dentro del sistema piensa que éste se está humanizando y en esto está su propia contradicción pues cada vez siente más el límite impuesto y constantemente se siente pasada a llevar por los varones. La regalona no se desprende de la relación masculina/femenina de por sí perturbada y violenta.
El síndrome de la hija preferida es uno de los puntos más difíciles de trabajar en y entre nosotras. En el amar y el sentir volvemos a ser las idénticas; ser del colectivo corazón/madre/buena está legitimado y es muy gratificante. No es raro que en la política, en el pensar, en el tener ideas, entremos al espacio de búsqueda de la legitimidad del varón, perdiendo así toda la potencialidad de una interlocución horizontal válida y transformadora entre nosotras y con el sistema.
La mujer reconocida y refrendada por el poder del padre cree que puede cambiar desde adentro el sistema y sus instituciones. Esta mujer asume la cultura vigente, sus proyectos políticos y los análisis que hace el patriarcado sobre sí mismo y sobre ella, perdiendo autonomía para desarrollar su propia visión crítica de la realidad.
Por otra parte, las regalonas de papá que no vienen del feminismo esperan que papá reconozca las denuncias de las mujeres para ellas validarlas. Sin marcar las diferencias de proyectos sociales, económicos y políticos, las regalonas feministas generalmente se alían con estas políticas en una supuesta lealtad de género en su demanda de “derechos” y “acceso” al poder.
Para las regalonas feministas es mucho más importante ser admitidas por el colectivo varón que reconocidas por las mujeres. Es como con la amiga íntima con quien tenemos largas pláticas sobre nuestras vidas amorosas. A ella le contamos lo bueno y lo malo (más lo malo) de nuestra vida afectiva, con ella descargamos nuestros dolores y decepciones, nuestra amiga es nuestro espejo, el muro de los lamentos. Pero nuestra amiga es como nosotras, entonces no le asignamos legitimidad a sus consejos, no tiene poder. Sin embargo, esta amistad nos es fundamental pues nos recompone para volver a soportar situaciones que no queremos o no podemos modificar.
¿Cómo establecemos complicidades a pesar de todos estos problemas?
Para las mujeres que quieren desprenderse de la feminidad y toda su ambigüedad, establecer complicidades para lograr los cambios que necesitamos será muy difícil, puesto que papá interviene permanentemente eligiendo y legitimando a sus regalonas.
Por otro lado, nuestra experiencia de mujeres está marcada por la traición de la madre. Cuando la madre asume el orden simbólico de la feminidad lo que nos propone no es desarrollarnos en toda nuestra potencialidad de lo humano, al contrario, su propuesta contiene la limitación, por lo tanto es una experiencia con otra mujer (a quien amamos) que nos traiciona en nuestras capacidades. Mientras no asumamos y resolvamos esta traición tan primaria a nuestra potencialidad de lo humano en manos de otra mujer, las confianzas que podamos construir entre nosotras estarán permeadas por esta deslealtad.
Si abandonamos nuestra femenina, la construida por otros, la traidora y permitimos que nuestro ecosistema-cuerpo-cíclico sea un informante serio y honesto podremos entender nuestras incomodidades en esta cultura y podremos realmente reconciliarnos con el haber nacido mujeres, con el habernos parido unas a otras con memorias y relaciones de maltrato de abuelas, de madres a hijas. Es en el colectivo y en el entendimiento donde podemos romper esta larga cadena misógina y empezar a construir complicidades de mujeres.
Para establecer complicidades (equipo) tenemos que aceptarnos como seres completas y, en sí mismas, válidas con la capacidad de estar expresadas en nuestras fantasías de futuro y con proyectos políticos concretos, atreviéndonos a entrar en discusión de nuestras ideas más allá de nuestras biografías sufrientes (cosa que por historia no hemos hecho). Tenemos que asumir la responsabilidad de crear cultura, símbolos y valores, de crear sistemas con otros objetivos y con otra lógica que la que tienen los equipos varones.
Si alguna mujer quiere permanecer en la feminidad, remozándola, obviamente no tiene nada que hacer con las que queremos deconstruir este modelo, pese a compartir un cuerpo mujer y una biografía de discriminación y explotación que de alguna manera nos iguala. La feminidad tiene su propia ética: la patriarcal. Con estas mujeres tenemos diferencias casi insalvables de las que se derivan prácticas y estrategias divergentes que es necesario despejar, ya que el acceso al poder en el patriarcado implica acomodar esta feminidad, no romperla ni desecharla, ni construir otro orden de significación.
El ser productoras de ideas obviamente provoca discusiones y controversias que muchas veces nos desmovilizan por temor a las separaciones, sin embargo, sin controversia y sin separaciones es imposible que podamos resimbolizarnos. Para hacer este proceso el feminismo tiene una historia y una propuesta que es el trabajo en grupos de desarrollo personal y colectivo. Tenemos que recomponer este espacio, no olvidarnos tan fácilmente de nuestros propios métodos donde hemos aprendido a reconocernos entre nosotras, a ensayar otras formas de relacionarnos. Es entre nosotras donde podremos darnos cuenta cuando estamos repitiendo el simbólico femenino y cuando estamos en la construcción de otra simbólica. Allí podremos constituirnos en nuestros propios objetivos, desprendiéndonos de la mirada y la lectura del colectivo varón.
Pero también tenemos que tomar en consideración nuestra experiencia que nos señala que las complicidades se van construyendo y los grupos subsisten solamente cuando tienen un objetivo político, un sentido de futuro y un profundo respeto por nuestra historia de mujeres, más allá de los sufrimientos.
Cuando entra en crisis el sistema apela a las mujeres como colectivo en su capacidad de organización. Sin embargo, apenas comienza a recomponerse papá selecciona a sus regalonas, cooptando los liderazgos. El colectivo de mujeres nuevamente, con la anuencia de las regalonas de papá, queda invisibilizado en su capacidad de organización y propuesta. La táctica del grupo hegemónico masculino para neutralizar cualquier proyecto político y cultural que ponga en peligro la dinámica del dominio consiste en asumir el discurso, cooptar líderes e invisibilizar el colectivo y su lógica transformadora.
La inocencia del principio
Cada mujer, cada grupo que toma conciencia de la opresión de género, tiene dos descubrimientos (¡revelaciones!): su propia mujer y las otras mujeres. Estos descubrimientos producen un enamoramiento consigo misma y con las demás y, como en todo enamoramiento, se impregna del romántico-amoroso. Después de esta primera ola maravillosa de y como proyección . Después de esta sobre-idealización Después de este descubrir pertenencias Después de esta revelación viene con el tiempo (como en todo amor) la realidad concreta: ; vienen las decepciones cada vez más críticas y el desconcierto ¿por qué las otras no me apoyan? Entonces aparece la demanda , La decepción se conecta nuevamente con la descalificación hacia las mujeres. , etc. Este es un punto de quiebre. Este romántico/amoroso que pareciera inevitable tenemos que trabajarlo para que podamos establecer complicidades no sujetas a la fragilidad del odio/amor. Este es uno de los pasos críticos del feminismo y está directamente conectado con la historia de mujeres.
Conmigo comienza, yo soy la descubridora
Cada grupo se siente las descubridoras y no alcanza a leerse en las memorias de las mujeres. Las descubridoras quieren ser las descubridoras y les cuesta aceptar que otra mujer tenga ya un camino hecho y no quiera empezar siempre de nuevo.
Cuando leemos nuestra historia de manera romántico/heróica con la misma óptica de los historiadores patriarcales, invisibilizamos a las mujeres que con gran inteligencia y responsabilidad, irreverencia e insolencia, se atrevieron a pensar y elaborar utopías, a organizarse y luchar por ellas. Me temo que hemos reducido a las mujeres a conseguidoras de derechos.
Hemos ido avanzando en esto de soltar al patriarcado develando cada vez más a nuestro y acercándonos cada vez más a entendernos . El movimiento feminista está significado por tiempos y espacios propios, con historias de rebeldías pero también con nuestras historias de ideas, nuestras alianzas, separaciones y traiciones con nombres y apellidos. También hemos ido avanzando en definir nuestro lugar en el movimiento feminista...
El movimiento feminista autónomo es nuestro lugar y debería ser el lugar donde aprendemos a reconocernos creadoras y responsables, donde aprendemos a discutir entre nosotras, a separarnos por ideas y a construir complicidades de grupos. En ningún caso el movimiento feminista autónomo puede ser un lugar donde se desperfilen las diferentes propuestas . Es desde el movimiento feminista autónomo donde podremos ser reconocidas por otras mujeres en nuestra dimensión humana, desde donde podremos constituir diferentes equipos, ahora sin la dinámica del dominio.
Santiago, (Chile) febrero de 1995
Texto extraído del libro “Un cierto desparpajo”-Editora Sandra Lidid-ediciones número crítico
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