Por María Aguilar
Cuando hablamos de cuerpo en general se piensa en este pedazo de carne, que come, defeca, y duerme. El cuerpo es mucho más que es eso, porque está vivo, reconocemos que algo está vivo por el movimiento que tiene, porque la vida es movimiento y el movimiento implica cambio. Y desde luego para cambiar se deben tomar decisiones.
La vida y el cambio
se expresan a través de nuestros movimientos. Y cuando hablamos de movimientos,
no nos referimos a un deportista que se
entrena todo el día, cuando hablamos de mover el cuerpo como agente de cambio
nos referimos a las posibilidades que todas las personas tenemos, de movernos
desde nuestros pensamientos, hasta nuestras células y desde nuestras células
hasta nuestros pensamientos.
Muchas de nosotras,
no sabemos cómo nos movemos, en el campo físico de la vida, ni el campo mental
y mucho menos como se mueven nuestras emociones. Y correspondiente con esto,
tampoco sabemos movernos, esto nos produce miedo a tal grado que preferimos
no intentar movernos. Y entonces
perdemos las habilidades para movernos y por lo tanto para preservarnos y para
vivir.
De tal manera vamos
perdiendo también nuestra sensibilidad, no solo la sensibilidad motora, nos
volvemos insensibles antes la situación de crueldad en la que vivimos, y
perdemos la capacidad de visualizar alternativas y posibilidades a nuestra forma de vivir.
Acumulamos dolor en nuestras espaldas y nuestros órganos y comenzamos a creer
que nos merecemos el dolor. Acumulamos pensamientos de pesadez y agotamiento,
pero no dejamos de pensarlos.
El cuerpo es la
forma física en la que se expresan nuestras emociones y pensamientos, por eso
escucharlo es una manera de conocernos, sensibilizarnos con nuestras
necesidades para tratarnos bien.
El cuerpo es el
única forma de abordar la realidad que tenemos, en el habitamos, es a través de
él que sentimos, percibimos y actuamos. En realidad sin él no existimos. No se
puede cambiar la mente sin cambiar el cuerpo y no se puede cambiar el cuerpo
sin cambiar la mente. Así como tampoco puede cambiar una persona sin cambiar
sus relaciones y su entorno, como tampoco puede cambiar el entorno y las
relaciones sin un cambio en la persona.
Cuando entramos en
contacto con nuestro cuerpo, entramos en contacto con nosotras mismas.
Practicar la propia escucha, es algo que puede desarrollarnos una herramienta no solo para actuar en la vida
diaria, sino a demás para protegernos. ¿De cuantas enfermedades podríamos protegernos
si escucháramos los primeros mensajes y alertas que el cuerpo nos brinda? ¿De
cuántos daños a nosotras mismas y a otras y otros nos libraríamos si
estuviéramos atentas a nuestros pensamientos, palabras y actos? ¿Cómo sería
nuestra forma de comunicarnos, de acariciarnos y de convivir con la naturaleza?
Todas las
experiencias que vivimos, pasan por nuestros sentidos, seamos o no conscientes
de ello. Y todas estas experiencias despiertan una emoción de agrado o
desagrado. Pero muchas veces las escondemos, las ocultamos o nos aferramos a
ellas, bloqueando así el flujo, el movimiento del que depende la vida. Así nos
generamos tanto bloqueos físicos como mentales y emocionales. Nos
imposibilitamos el movimiento, la capacidad de expansión y contracción, la
capacidad de inhalar y exhalar, de acercarnos y alejarnos, de sonreír y de
llorar, de agarrar y soltar.
Pero nuestras
células tienen la capacidad de recordarlo, y recordárnoslo, ellas guardan el
conocimiento que durante miles y miles de años nos ha permitido mantenernos
como especie humana. Escucharlas, nos
permitirá recordar estas capacidades, que no hemos perdido pero que nos sabemos
que tenemos.
Por eso la
importancia del cuerpo en nuestros cambios, y lo que podamos hacer para
relacionarnos con nosotras mismas, desde
las alegres caricias que podemos proporcionarnos, hasta las terapias somáticas
y las terapias psicológicas que trabajan desde el cuerpo.
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