Por Sara Cuentas
Un 4 de Noviembre, Micaela Bastidas y Túpac Amaru gritaron: ¡INDEPENDENCIA!
Comprender cómo se consolidó el movimiento de mujeres en
Latinoamérica y el Caribe (LAC) significa ubicar y revalorar su aporte
imprescindible a los procesos históricos independentistas de las mujeres
a nivel mundial. Es decir, reconocer y visibilizar su protagonismo en
la lucha contra el colonialismo, más allá de la independencia
norteamericana (1776) y la Revolución Francesa (1789), donde las mujeres
de occidente reclamaron Libertad, Igualdad y Fraternidad, derechos que
nos les fueron reconocidos.
Para las mujeres de LAC su lucha,
más que por sus derechos políticos, a diferencia de las mujeres de
Occidente, fue la denuncia y exigencia de libertad frente al sistema
colonialista opresor que encerró tras de sí al esclavismo, clasismo,
racismo, marginación, sexismo, violencia y patriarcado.
Y fue través de
acciones de resistencia de las mujeres junto a sus compañeros hombres
que se impulsó la lucha independentista. Por tanto, hacer memoria
histórica sobre la reivindicación política y económica de las mujeres en
los procesos de independencia es clave para comprender la genealogía,
las confluencias, la diversidad y diferencias entre las activistas de
LAC y las de Occidente.
La colonización europea en Latinoamérica y el Caribe duró más de
tres siglos, dividiendo al continente en diversos espacios. Sobre todo,
en dos más visibles. Uno bajo dominio portugués (Brasil), y otro bajo
dominio español (toda la América Hispanohablante), el cual se dividió en
cuatro virreinatos (Nueva España, Perú, Nueva Granada y Río de la
Plata, gobernados por un virrey) y cuatro capitanías generales
(Guatemala, Cuba, Venezuela y Chile, gobernados por un capitán general).
Junto a ellos las Intendencias para el control de los ingresos reales y
el abastecimiento de los ejércitos; las Audiencias para el ejercicio de
la justicia y los Obispados y Arzobispados con el poder religioso. Así
fue como España definió un sistema administrativo y político para
controlar a "sus colonias”.
Las "colonias" evidenciaban una diversidad étnica y cultural que
España gestionó con una política de racialización y esclavitud de las
poblaciones indígenas y negras, las cuales fueron sometidas a una
exclusión extrema (legado colonialista que persiste en las sociedades
latinoamericanas a modo de violencia económica). Con el tiempo el
mestizaje fue creciendo, y esta población (hijos e hijas de población
criolla -descendencia directa española- con población indígena y negra,
mayoritariamente fruto de violaciones sexuales), fue considerada mano de
obra asalariada para el campo y la emergente economía, pero excluida a
la precariedad. En este contexto, fueron hombres y mujeres de
poblaciones indígenas y negras quienes tomaron conciencia sobre la
imperiosa necesidad de erradicar el yugo y la opresión colonialista.
En el Virreynato de Perú, en 1744, nació Micaela Bastidas Puyucahua
en Tamburco, Abancay. Era hija de Manuel Bastidas, descendiente
africano y de Josefa Puyucahua, indígena. Este mestizaje encerraba en
ella una energía vital que, años más tarde, brillaría en toda su
inmensidad. Cuentan que Micaela tenía una fisonomía bella y
significativa, debido a sus raíces tanto africanas como amerindias. Fue
conocida como "Zamba", nombre que se daba en la época colonial a quienes
tenían descendencia mestiza entre poblaciones africanas e indígenas. El
color de su piel y su cabello ondulado y grueso, el cual recogía en dos
maravillosas trenzas, eran un signo de ello.
El 25 de mayo de 1760, antes de cumplir 16 años, Micaela se casó con José Gabriel Condoranqui,
joven mestizo descendiente de la nobleza inca, en el pueblo de
Surimana. Condorcanqui descendía en línea materna del último Inca Túpac
Amaru I. En 1764 fue nombrado cacique de los territorios que le
correspondían por herencia, Pampamarca, Tungasuca y Surimana, y fijaron
su residencia en Tinta, localidad perteneciente Cusco. Tuvieron tres
hijos varones, Hipólito (1761), Mariano (1762) y Fernando (1768).
José Gabriel había recibido una educación privilegiada en
colegios jesuitas de Lima y Cusco. Hablaba castellano, quechua y latín.
Su interés por la lectura y diversos temas consolidó su nivel
intelectual indígena. Como curaca debía mediar entre el corregidor
español y las poblaciones indígenas a su cargo. Recorría su territorio,
viviendo de cerca las historias de explotación y violencia de la
población. Como mestizo sentía que toda la injusticia con su gente lo
tocaba en carne propia. Reclamó y envió solicitudes oficiales a las
autoridades coloniales de Tinta, Cusco y Lima, para intentar liberar a
las poblaciones indígenas del trabajo forzado en las minas y exonerarlas
del cumplimiento de la mita, obteniendo siempre negativas o
indiferencia. Es allí donde comenzó a desarrollar un anhelo libertario,
fundamentado en la defensa de las poblaciones indígenas, esclavas y
mestizas, orientada a la independencia de su territorio y comercio de
las decisiones de la corona de España.
Micaela recibió en la infancia una educación elemental en letras y
artes, usual en esa época para las mujeres. Sin embargo, su interés por
continuar aprendiendo y formándose no cesó, y con Gabriel fueron
compartiendo mutuamente ideales libertarios y leyeron juntos cuanta
fuente de inspiración encontraron. También hablaba en quechua y
castellano. Ella tomó conciencia de la compleja situación de su pueblo y
se involucró activamente junto a Gabriel. Se apoyaron con firmeza,
defendiendo y vindicando el derecho a liberarse del control opresor y
colonial.
José Gabriel Condorcanqui y Micaela Bastidas estaban informados
sobre las nuevas ideas de la Ilustración y de los acontecimientos de la
independencia de los Estados Unidos. Además, tuvieron acceso a los
"Comentarios Reales del los Incas" de Gómez Suárez de Figueroa, un libro
histórico que compiló documentos, crónicas e informaciones orales de la
historia del Perú, desde antes de la colonización española. Y el 04 de
noviembre de 1780, en la ciudad del Cuzco, juntos expresaron el primer
grito de Independencia, promoviendo el movimiento independentista más
significativo y de mayor trascendencia que articuló a diversos sectores
sociales (población indígena, negra, mestiza y también criolla).
En 1780, agotado el proceso de diálogo con los representantes de
la corona española, José Gabriel Condorcanqui y Micaela Bastidas,
inician un movimiento en contra del colonialismo. Es allí que adopta el
nombre de Túpac Amaru II en honor de su antepasado, el último Inca de
Vilcabamba. El 4 de noviembre, con el primer grito de libertad,
difundieron una proclama independentista escrita por Micaela Bastidas
para dar inicio a la rebelión. El corregidor español Antonio de Arriaga
fue tomado prisionero y condenado a morir en el cadalso. Los rebeldes
instalaron su cuartel general en Tungasuca. Desde ese momento Micaela se
convirtió en la principal estratega y consejera.
Ella asumió y compartió el cacicazgo de Surimana, Pampamarca y
Tungasuca. Accionaba con dinamismo y persuasión, tal vez más
concientizada incluso que el propio Túpac Amaru, ya que el rol de las
mujeres indígenas, negras y mestizas estaba aun más violentado por los
opresores colonialistas. Las poblaciones indígenas tenían prohibida la
tenencia de armas de fuego, por ello uno de los mayores problemas a los
que se enfrentaron fue la obtención de armamento. Micaela se hizo cargo
del aprovisionamiento de las tropas (conseguir y distribuir dinero,
alimentos, vestimentas y armas). Expidió salvoconductos para facilitar
el movimiento de quienes viajaban a través de amplios territorios.
Coordinó la retaguardia indígena, demostrando diligencia y capacidad e
implementó medidas de seguridad para luchar contra el espionaje. Puso en
marcha un eficaz sistema de comunicaciones, a través de chasquis a
caballo, para llevar velozmente información de un pueblo a otro.
Había
una valiosa legión de luchadoras andinas, quechuas, aymaras y negras
que accionaron junto a Micaela en el levantamiento, realizando
estrategias y dando apoyo a las tropas. Para ellas se trataba de liberar
a su pueblo de la explotación española y también de restablecer el rol
de las mujeres en la participación social y política, tradición que el
sistema colonial intentó abolir convirtiéndolas en víctimas de sus
abusos. Destacaron las lideresas Cecilia Túpac Amaru y Tomasa Tito
Condemayta, cacica de Acos, entre muchas otras.
Estas valerosas mujeres participaban en la batalla. También lo hacía
Micaela, quien desvelaba una gran energía para motivar a hombres y
mujeres desde el mismo campo de batalla. El 18 de noviembre de 1780 el
ejército liderado por Micaela y Túpac Amaru vencía a los españoles en la
batalla de Sangarará. Ambos expidieron un mensaje a los pueblos del
Perú, convocando a la población criolla a unirse a la causa libertaria:
“Vivamos en hermandad y congregados en un solo cuerpo. Cuidemos de la
protección y conservación da las poblaciones criollas, mestizas, zambas,
indias por vivir en un mismo territorio, como si fuéramos nacidos en
estas tierras y de un mismo origen”. Luego del triunfo, Micaela fue
reconocida como jefa interina de la rebelión.
En marzo de 1871 el ejército libertario contaba con siete mil
hombres y mujeres dispuestos a pelear hasta la muerte contra el
colonialismo español. Micaela, según testimonios de la época, debido a
su sólida convicción, claridad de pensamiento y alta intuición, se
convirtió en el sexto sentido de la rebelión. Y al tiempo que Micaela
había aconsejado realizar un ataque inmediato a las tropas españolas
asentadas en el Cusco para lograr su rendición, fueron traicionados.
Túpac Amaru fue rodeado y emboscado, y Micaela, sus hijos Hipólito de 18
años y Fernando de 10 fueron apresados y llevados a Cusco, donde
permanecieron presos. Les sometieron a interrogatorios y torturas para
poder ubicar al resto de las tropas revolucionarias, les prometieron
disminuir la pena si delataban, pero no lograron conseguir ninguna
información y el 14 de mayo se les condenó a la pena de muerte.
El 18 de mayo de 1781 fueron llevados a la Plaza de Armas del
Cuzco para su ejecución. A su hijo Hipólito le cortaron la lengua y le
ahorcaron. Micaela y José Gabriel fueron obligados a presenciar su
muerte. Luego, la subieron a ella al tablado. Luchó con sus verdugos,
hasta que finalmente la sometieron, le cortaron la lengua, intentaron
estrangularla y terminaron de matarla a patadas en el estómago y los
pechos. A Túpac Amaru le llevaron al centro de la plaza, siendo sometido
a una espantosa muerte. Su cuerpo y el de Micaela fueron desmembrados y
sus partes enviadas a diferentes pueblos para ser exhibidos en las
plazas públicas, para advertir a la población sobre las consecuencias de
rebelarse.
Este control significó posteriormente la exclusión de las hijas e
hijos de españoles y españolas que nacieron en las colonias (población
criolla), quienes sólo podían acceder a puestos inferiores de la
administración, mientras los más elevados se reservaban quienes
ostentaban ciudadanía española de nacimiento. España controló así el
monopolio mercantil para incrementar los ingresos de su Hacienda,
perjudicando los intereses económicos de la población criolla, generando
corrupción y nepotismo. Esta realidad alimentó las posteriores causas
independentistas, en un contexto internacional que no le fue adverso,
pues la creciente economía inglesa con su desarrollo industrial y la
necesidad de nuevos mercados, junto al nuevo marco bélico europeo, tras
la llegada al poder de Napoleón, favorecieron un segundo "proceso de
independencia" en LAC que asumió el legado colonialista en su esencia.
Desde entonces, el sistema colonial en todo el orbe pretende
parametrar a la humanidad en arquetipos construidos desde las clases
dominantes con la finalidad de dividir la sociedad en términos de
racialización, clasismo, violencia sexista, homofobia, folklorización de
los saberes ancestrales, explotación laboral, expoliación de la
naturaleza, violencia económica, desplazamientos forzados, entre otros.
Esta manera de control y dominio transnacional heteropatriarcal,
racista, etnocéntrico y neoliberal desfigura la esencia humana de su
conexión vital con todo su entorno, invisibiliza las capacidades,
estrategias y energía simbiótica de las humanas y los humanos, y nos
hace pensarnos como seres cuya vida sólo es útil para cumplir con el rol
productivo a ultranza, mientras el rol reproductivo es utilizado para
generar más mano de obra para los fines económicos de quienes desean
continuar dominando el mundo.
Por eso es tan necesario hacer memoria histórica, rescatar y
encontrar otros caminos posibles, caminos que vean un desarrollo humano
en conexión simbiótica con su entorno, basado en la igualdad con
equidad, en la libertad y diversidad de saberes y expresiones humanas,
sentimientos, emociones y placeres; en el reconocimiento de la
diversidad étnica, en la autonomía sexual y reproductiva, en el
equilibrio económico y social, y en la generación de un conocimiento
vital que precise conservar el planeta y no destruirlo.
La convicción e ideales de justicia y libertad de Micaela
defendidos hasta la muerte, unida a su familia y luchando junto a su
pueblo, nos deja un legado de inspiración para una real gesta
independentista contra la opresión y la explotación colonial. Su
experiencia vital es y ha sido un referente para muchas mujeres en
Latinoamérica y el Caribe quienes lucharon, antes que por sus derechos,
por liberarse de la opresión del sistema colonial.
Por ello es imprescindible promover la conexión transnacional
entre poblaciones de diversas latitudes, con las que viven fuera de sus
países, porque su expansión de libertad y de ciudadanía subvierte al
sistema colonial que, cada vez más se transnacionaliza en redes de
opresión. Puede ser una oportunidad para incidir por un mundo posible,
sin repetir los legados colonialistas, el reavivar las conexiones
transnacionales de toda humanidad que acciona a nivel internacional
desde su vitalidad y ciudadanía global, mirando al mundo sin fronteras,
sin nacionalismos, sin opresiones y generando una diversidad global y
convivencia entre todas las existencias sintientes del planeta.
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