Por Gabriela Miranda García
mi quehacer
teórico con sus ejemplos
Estoy harta de leer, preguntar,
escuchar, opinar y escribir para tratar de entender lo que sucede en
México. Y me doy cuenta que no es un asunto de entendimiento sino de
aceptación. Hoy tengo 4 ó 3 años.
No hay nada que me agrade más que
escuchar a los niños o niñas de esa edad, preguntar con
insistencia: ¿Por qué? y ante una respuesta insatisfactoria
volver, "si, pero ¿por qué?" una y otra vez hasta que
nuestra desesperación adulta acaba diciendo: "porque así es, así es"
o "ya, anda, vete a jugar" o "estoy ocupada, pregunta a alguien
más" o peor "así lo quiso Dios". Y la persona de cuatro años se
va con la duda y la insatisfacción. Así empezará su proceso de domesticación:
con la aceptación. Después cambiara el ¿por
qué? al porque, y tendrá cada vez menos preguntas y más
respuestas rancias, cortas y domesticadas.
A mi entender las preguntas
"infantiles" de ¿por qué? ponen en evidencia la contradicción del
sistema hegemónico en que vivimos y las niñas o niños, gracias al atisbo
que les permite su vida aún salvaje, se dan cuenta de ello:
Niño/a de 4 ó 3 años: ¿Por qué les quitaron su casa?
Adulto/a: Porque no pagaron la renta
N: Pero ¿por qué?
A: Porque no trabajan
N: pero ¿por qué?
A: porque no era su casa y hay gente haragana
N: pero ¿por qué no era su casa?
A: no era su casa
N. ¿De quién es? ¿por qué?
A: ya, ya, cuando trabajes y seas grande vas a saber por qué.
Las personas de 4 y 3
años, perciben la contradicción de un sistema represor que ha
ideado la creencia de un universo único y homogéneo y, como no es así más
que por fuerza, represión, control, manipulación y castigo, existe en
una constante contradicción que cada tanto se evidencia. La contradicción del
sistema es evidencia de su imposición. Así, ante un sistema basado en la
represión, la democracia es una contradicción. En un sistema que se sostiene
gracias a la explotación humana, el progreso es una contradicción. En
un mundo que precisa de la exclusión, la globalidad es una contradicción.
Probablemente los 4 o 3 años de vida no alcancen para tener toda la idea
de lo que sucede y justo por eso, es una pregunta incómoda. De no ser tan
adultocéntricos, podríamos develar para nosotros y nosotras mismas,
la incongruencia, injusticia y arbitrariedad del modo en que vivimos tratando
de responder a las preguntas de las niñas. Las personas de esa edad, nos
vuelven a preguntar, no porque no entiendan, sino porque no están satisfechas y
esas respuestas no explican la forma en que en realidad las cosas suceden.
Ha pasado más de un mes desde
que los 43 normalistas desaparecieron en Ayotzinapa, Guerrero en México.
No hay respuestas satisfactorias de parte de nadie, el Estado, los partidos
políticos, la policía, nadie ha respondido. No hay justicia en México, por eso
no hay respuestas, no hay razones, por eso no hay respuestas, no
hay sosiego, por eso no hay respuestas. Pero el silencio tiene que ver con
una cosa más, al igual que los niños que desisten al no tener respuestas
satisfactorias, el prolongado silencio podría desmovilizarnos, cansarnos,
aturdirnos. Quienes son responsables de este crimen, saben la verdad y
callan. Callarán para cansarnos, nos darán respuestas estúpidas y a
medias, intentando debilitarnos, cuentan con nuestro olvido, con nuestra
aceptación, con nuestra domesticación. De decir ahora, "si, los
asesinamos, están muertos, fueron calcinados, torturados y enterrados" el
mundo indignado se levantará en su contra. No dirán que los han asesinado.
Yo sé que nos negamos a llamarlos muertos, por la esperanza de verlos de nuevo,
yo sé que es duro porque la muerte no tiene vuelta. Yo sé que esperamos que los
entreguen vivos, y comparto resistente la esperanza, pero de no
estarlo, los responsables seguirán manteniendo respuestas que los
protejan, que eviten una revuelta mayor, una indignación tal, que acabe por
derrocarlos. Pero aún cuando los entreguen vivos la pregunta no debe
dejar de palpitar ¿por qué?
Los normalistas de Ayotzinapa, son como
estos niños y niñas: no aceptaron las respuestas limosneras del gobierno
oligarca, su democracia fantasma, su desprecio, su racismo, por eso los
persiguen, por eso los desaparecieron.
Como en tantas otras cosas en mi
vida me niego, me niego a aceptar las respuestas patriarcales, clasistas,
racistas y corruptas del gobierno, la policía y el estado. La injusticia me
tiene completamente insatisfecha. Podré parecer loca, estúpida, obsesiva,
desadaptada, ilusa, histérica, todos los apelativos de descalificación, pero nunca
domesticada, lo mío, como me dijo alguien, es ser indómita y salvaje, porque
este infinito horror no me deja tranquila. Voy a seguir preguntando, gritando,
jodiendo, escribiendo, denunciando. Hoy tengo 4 y 3 tres años, hoy soy 43 y no
acepto ni uno menos.
Exijo, el esclarecimiento de los
hechos, el ejercicio de la justicia, la devolución de los 43 normalistas
desaparecidos y la renuncia del presidente mexicano, Enrique Peña Nieto.
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