Nuestra
responsabilidad no es juntarle votos a la masculinidad en constante
crisis La doble militancia mental, tributaria de la cultura establecida.
Se buscan las debilidades del sistema, en vez de nuestras potencialidades, para constituir un “polo de referencia civilizatorio”.
Se buscan las debilidades del sistema, en vez de nuestras potencialidades, para constituir un “polo de referencia civilizatorio”.
Margarita Pisano (*)
El
patriarcado busca a las mujeres y a la maternidad como recursos de
reposición de los valores cuando su sistema civilizatorio vislumbra una
crisis. Entonces, el mujerismo vuelve a estar de moda como reserva moral
y ética: el madrerismo; y esto no debemos confundirlo con avances
civilizatorios. El día que ya no le sirvamos como “madres buenas”, nos
volverá a quemar simbólicamente en la plaza pública. Los intentos de
declararnos “tontas”, “putas” y “malas madres” son históricos, negarlos
es volver a lo mismo. Nuestra responsabilidad no es juntarle votos a
esta masculinidad en constante crisis.
El mujerismo imperante, tanto de derechas como de izquierdas, no representa un proyecto de cambio civilizatorio. Debemos desarrollar nuestro ojo atento y conocedor del sistema para evitar el maltrato moderno-medieval con que se castiga a las mujeres pensantes, autónomas e independientes, y evitar la socialización académica que neutraliza la capacidad política, filosófica y transformadora de sus conocimientos. Los asesinatos no son sólo físicos –contra los cuales reaccionamos duramente- también son simbólicos: nos asesinan como seres humanas pensantes, matando nuestra historia y la posibilidad de otras civilizaciones no misóginas; perpetuando, así, el asesinato físico de mujeres.
La masculinidad impone el modelo femenino-femenil-feminista dentro de su cultura, conformando un todo. Pobre de la que se sale de esta feminidad simbólica que nos tiene atrapadas en la búsqueda de las legitimidades que conceden la masculinidad y sus instituciones, pues será sancionada, descalificada y clasificada como patriarcal y agresiva, BASTA CON QUE ESTÉ EXPRESADA CON PASIÓN; lo femenil es lo apolítico y neutro, es lo permitido. Las mujeres somos personas y, como tales, no nos dejan vivir el espíritu crítico ni la pasión política, salvo la creada por los varones. El modelo se come la imaginación de las mujeres y su historia de “mozas insolentes”.
No estamos avanzando hacia una civilización “otra”, que nos contenga horizontalmente a todas y todos. Los proyectos políticos se sostienen en los valores religioso-familistas y construyen poderes mágicos, inamovibles y de dominio, incapaces de modificarse a sí mismos en profundidad, porque morirían. Las religiones se re-pintan con varios libros sagrados para poder sostener sus hegemonías esencialistas y las diferentes ideologías políticas. En este contexto, es imposible cambiar el mundo. Solamente un nuevo proyecto civilizatorio podrá ir disolviendo los deseos de dominio inscritos en todas las personas, a imagen y semejanza de los todo poderosos.
La “cultura” feminista debería poder convocar con proyectos civilizatorios propios, libres de misoginia, y no continuar con las mismas demandas de hace 30 o 1000 años, por muy remozadas que estén; esto no es más que un espejismo masculinista. La negación de la historia con nombres y apellidos de mujeres, nuestra historia, es un retroceso con responsabilidades concretas (no es un problema de amores), somos por excelencia las anónimas, reconocemos algunos nombres sólo a través del heroicismo patriarcal, invalidando nuestra propia existencia. Sin Historia y un lugar político específico, los avances para las mujeres están suspendidos en el tiempo y el espacio. Esto confirma mi sospecha de los sucesivos fracasos de los movimientos sociales, que han logrado sólo superficialmente afectar el sistema vigente. El gran fracaso es el apego a la feminidad-masculinidad, a ese nicho cómodo de la NO libertad.
Nos falta consistencia y confianza en nuestras capacidades creativas y sólo nos quedamos con las necesidades de salir a la calle y sacar las viejas banderas reivindicativas. El feminismo se quedó pegado en el maternalismo de dobles y triples militancias –unas más fracasadas que otras- fatales para las mujeres, sobre todo, la doble militancia mental, la peor, la tributaria de la cultura establecida. La prioridad en este momento es pensar nuestro movimiento, desprendido de la cultura vigente (afuera), como un lugar político legítimo de discusión, de construcción de nuestros valores, de cambio de nuestros deseos; empezar a construir nuestra propia historia, que de tan oculta y manipulada que está, la tendremos que inventar.
La equivocación política de sectores mayoritarios de feministas es la estrategia de los resquicios (el lobby y sus entremeses): la búsqueda de las debilidades del sistema, no de nuestra imaginación y potencialidades para constituir un “polo de referencia civilizatorio”. Las féminas siempre hemos estado en esa parte oscura del poder, en la fisura del alma de los hombres y sus instituciones. La imagen del resquicio, sombrío y húmedo, es por donde serpean las alimañas. Aquí es donde ciertos sectores feministas-masculinistas proponen y hacen su política “al modo” parejil y familista. Esto tranforma el esqueleto en cartílago, porque tienen que agacharse, arrastrarse y trepar por estos resquicios del poder, nunca expuestas, no expresadas, sin dejar rastros.
El lugar oscuro, o bien, la vitrina de la venta, el entablado y los eternos tacos a los que nos vuelven a subir y desvestir. Esta estrategia de las fisuras no es privativa del cuerpo de las mujeres: la masculinidad inventó la feminidad. Los hombres se han metido en los resquicios del poder para negociar con otros hombres, pero ellos salen y se instalan a dirigir el mundo, como héroes luminosos, como dioses, con nombre y apellido, perpetuando la historia oficial.
Hay ejemplos clarísimos del borrón de la historia: desaparecimientos, desapariciones y desaparecidas (cosa común en el patriarcado). ¿Dónde quedaron las rebeldes tomas de conciencia de las mujeres de la Edad Media? ¿Dónde quedó el Encuentro Feminista Latinoamericano y del Caribe de Cartagena-Chile (1996)? ¿desapareció en el Golfo de Penas? Ese encuentro propuso que cada mujer tomara la decisión de estar y elegir, transparentemente, desde dónde quería hacer su política, nacida de esta historia en construcción y no de otras militancias con sus propias historias instaladas y ya legitimadas, que aunque tengan deseos de cambio, no cambian los deseos .
Es ésta la construcción simbólica femenina-femenil-fémina-femme... feminista. En esta sopa espesa se bate el mujerismo-madrerismo patriarcal; sin pasión por las ideas propias –sí por las de los hombres, sus creaciones e instituciones- y sin conciencia de todo este “natural” servilismo, volvemos a estar de moda, una y otra vez, en los ires y venires de las crisis patriarcales.
El mujerismo imperante, tanto de derechas como de izquierdas, no representa un proyecto de cambio civilizatorio. Debemos desarrollar nuestro ojo atento y conocedor del sistema para evitar el maltrato moderno-medieval con que se castiga a las mujeres pensantes, autónomas e independientes, y evitar la socialización académica que neutraliza la capacidad política, filosófica y transformadora de sus conocimientos. Los asesinatos no son sólo físicos –contra los cuales reaccionamos duramente- también son simbólicos: nos asesinan como seres humanas pensantes, matando nuestra historia y la posibilidad de otras civilizaciones no misóginas; perpetuando, así, el asesinato físico de mujeres.
La masculinidad impone el modelo femenino-femenil-feminista dentro de su cultura, conformando un todo. Pobre de la que se sale de esta feminidad simbólica que nos tiene atrapadas en la búsqueda de las legitimidades que conceden la masculinidad y sus instituciones, pues será sancionada, descalificada y clasificada como patriarcal y agresiva, BASTA CON QUE ESTÉ EXPRESADA CON PASIÓN; lo femenil es lo apolítico y neutro, es lo permitido. Las mujeres somos personas y, como tales, no nos dejan vivir el espíritu crítico ni la pasión política, salvo la creada por los varones. El modelo se come la imaginación de las mujeres y su historia de “mozas insolentes”.
No estamos avanzando hacia una civilización “otra”, que nos contenga horizontalmente a todas y todos. Los proyectos políticos se sostienen en los valores religioso-familistas y construyen poderes mágicos, inamovibles y de dominio, incapaces de modificarse a sí mismos en profundidad, porque morirían. Las religiones se re-pintan con varios libros sagrados para poder sostener sus hegemonías esencialistas y las diferentes ideologías políticas. En este contexto, es imposible cambiar el mundo. Solamente un nuevo proyecto civilizatorio podrá ir disolviendo los deseos de dominio inscritos en todas las personas, a imagen y semejanza de los todo poderosos.
La “cultura” feminista debería poder convocar con proyectos civilizatorios propios, libres de misoginia, y no continuar con las mismas demandas de hace 30 o 1000 años, por muy remozadas que estén; esto no es más que un espejismo masculinista. La negación de la historia con nombres y apellidos de mujeres, nuestra historia, es un retroceso con responsabilidades concretas (no es un problema de amores), somos por excelencia las anónimas, reconocemos algunos nombres sólo a través del heroicismo patriarcal, invalidando nuestra propia existencia. Sin Historia y un lugar político específico, los avances para las mujeres están suspendidos en el tiempo y el espacio. Esto confirma mi sospecha de los sucesivos fracasos de los movimientos sociales, que han logrado sólo superficialmente afectar el sistema vigente. El gran fracaso es el apego a la feminidad-masculinidad, a ese nicho cómodo de la NO libertad.
Nos falta consistencia y confianza en nuestras capacidades creativas y sólo nos quedamos con las necesidades de salir a la calle y sacar las viejas banderas reivindicativas. El feminismo se quedó pegado en el maternalismo de dobles y triples militancias –unas más fracasadas que otras- fatales para las mujeres, sobre todo, la doble militancia mental, la peor, la tributaria de la cultura establecida. La prioridad en este momento es pensar nuestro movimiento, desprendido de la cultura vigente (afuera), como un lugar político legítimo de discusión, de construcción de nuestros valores, de cambio de nuestros deseos; empezar a construir nuestra propia historia, que de tan oculta y manipulada que está, la tendremos que inventar.
La equivocación política de sectores mayoritarios de feministas es la estrategia de los resquicios (el lobby y sus entremeses): la búsqueda de las debilidades del sistema, no de nuestra imaginación y potencialidades para constituir un “polo de referencia civilizatorio”. Las féminas siempre hemos estado en esa parte oscura del poder, en la fisura del alma de los hombres y sus instituciones. La imagen del resquicio, sombrío y húmedo, es por donde serpean las alimañas. Aquí es donde ciertos sectores feministas-masculinistas proponen y hacen su política “al modo” parejil y familista. Esto tranforma el esqueleto en cartílago, porque tienen que agacharse, arrastrarse y trepar por estos resquicios del poder, nunca expuestas, no expresadas, sin dejar rastros.
El lugar oscuro, o bien, la vitrina de la venta, el entablado y los eternos tacos a los que nos vuelven a subir y desvestir. Esta estrategia de las fisuras no es privativa del cuerpo de las mujeres: la masculinidad inventó la feminidad. Los hombres se han metido en los resquicios del poder para negociar con otros hombres, pero ellos salen y se instalan a dirigir el mundo, como héroes luminosos, como dioses, con nombre y apellido, perpetuando la historia oficial.
Hay ejemplos clarísimos del borrón de la historia: desaparecimientos, desapariciones y desaparecidas (cosa común en el patriarcado). ¿Dónde quedaron las rebeldes tomas de conciencia de las mujeres de la Edad Media? ¿Dónde quedó el Encuentro Feminista Latinoamericano y del Caribe de Cartagena-Chile (1996)? ¿desapareció en el Golfo de Penas? Ese encuentro propuso que cada mujer tomara la decisión de estar y elegir, transparentemente, desde dónde quería hacer su política, nacida de esta historia en construcción y no de otras militancias con sus propias historias instaladas y ya legitimadas, que aunque tengan deseos de cambio, no cambian los deseos .
Es ésta la construcción simbólica femenina-femenil-fémina-femme... feminista. En esta sopa espesa se bate el mujerismo-madrerismo patriarcal; sin pasión por las ideas propias –sí por las de los hombres, sus creaciones e instituciones- y sin conciencia de todo este “natural” servilismo, volvemos a estar de moda, una y otra vez, en los ires y venires de las crisis patriarcales.
(*) Movimiento Rebelde del Afuera
Fuente: http://www.mpisano.cl/
Fuente: http://www.mpisano.cl/
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