Fotografía: francesca woodman |
Para Jeka
Don’t let me be, don’t let me be misunderstood…
(Nina Simone)
Por Andrea Franulic
La
misoginia es un dispositivo patriarcal que está a la base del
constructo de la feminidad. No solo funciona para perpetuar la violencia
simbólica y material de los hombres contra las mujeres, sino también
para mantenernos a las mujeres divididas entre nosotras. La misoginia
siembra el desprecio por nosotras mismas y boicotea permanentemente la
construcción de nuestro amor propio. De esta manera, proyectamos este
desprecio contra las otras mujeres, instalando la desconfianza entre
nosotras e impidiendo la construcción de la complicidad profunda que
necesitamos para sanarnos.
Como
telón de fondo, se dibuja la traición de la madre. La maternidad es una
institución patriarcal. La madre es la primera mujer que nos traiciona
(M. Pisano), porque su función es transmitir la palabra y la ley del
padre, sus valores y su juego de creencias. Ha habido siglos de
repetitivos adoctrinamientos y violencias para que esto sea así. Ella
nos enseña la misoginia, tal como se la enseñó otra mujer a ella. Así,
la historia de los machos ha permanecido incólume.
Adrienne
Rich escribe sobre la “heterosexualidad obligatoria”. La
heterosexualidad es otra institución patriarcal, unida a la anterior
–también obligatoria- y a todas las existentes que, en conjunto, velan
por mantener el tejido ideológico del sistema. La “heterosexualidad
obligatoria” funciona eficientemente con mecanismos y estrategias que
operan a distintos niveles. El propósito de dicho aparataje no es solo
obligarnos a ser heterosexuales en esta cultura, como único modelo
amatorio y erótico, rancio y sadomasoquista. También el objetivo es
mantenernos divididas a las mujeres, en una constante desconfianza entre
nosotras y en la reiteración de la traición materna en nuestras
prácticas cotidianas.
Tanta
obligatoriedad violenta, no siempre explícita, muchas veces solapada,
se debe a que adscribirnos a un único modelo sexual y amatorio es
antinatural, más aún si este modelo está sostenido en la dominación y en
la erotización del poder sobre otro cuerpo, en la erotización del
sadomasoquismo. Y vivir no queriéndonos a nosotras mismas y entre
nosotras es contra-vida. Me refiero a querernos fuera del
romántico-amoroso y más allá del lesbianismo, que se atrapa en las
mismas estructuras de poder patriarcal, pues los referentes de
relaciones entre mujeres que son diferentes a los establecidos por los
machos, han sido sepultados sistemáticamente en la cultura.
Por
eso, el feminismo radical a fines de los sesenta dice “lo personal es
político”, lo dice Kate Millet. Margarita Pisano, referente de mujer
pensante más próximo, habla de “lo íntimo, privado y público”. Es decir,
nuestras prácticas políticas trascienden lo público, pues implican
develar el poder que opera en nuestros cuerpos, nuestra sexualidad y
nuestras relaciones humanas cotidianas y afectivas. Y esto, el feminismo
radical lo expresó antes y mejor que Foucault, y de manera más profunda
que otras ideologías emancipatorias, por ejemplo el anarquismo. Este es
el pensamiento que proviene de la experiencia de las mujeres, quienes
reconocen, en sus vivencias históricas y corporales, la piedra angular
de toda expresión de dominio.
Entonces,
plantearnos cómo relacionarnos de otra manera y ensayar otros modos de
relación humanos, en especial entre nosotras, es una práctica política
clave. Pisano profundiza sobre esto y propone el “estar expresadas” como
un ensayo para modificarnos en la interacción concreta, que involucra
el hacer política. Esto es, “estar expresadas” en lo íntimo, privado y
público/político. Yo entiendo el “estar expresadas” como una acción
política de rebeldía, porque su ejercicio (no siempre fácil de realizar)
rompe con el silencio histórico femenino.
El
“estar expresadas” implica entregarle a la otra persona los datos de la
realidad. Estos pueden abarcar informaciones cotidianas, prácticas,
domésticas, o bien, los deseos, las intenciones, las emociones y
sentimientos, las ideas y puntos de vista u opiniones de cada quien.
Requieren de honestidad, especialmente con una misma. Luego, declarar a
la otra persona en horizontalidad, en la capacidad de entender, pensar y
decidir, sin ayudismo, buenismo, proteccionismo ni cristianismo. Dejar
fuera estos ismos hipócritas. Los datos de la realidad se expresan en
primera persona singular, porque son asumidos; una se hace cargo y
responsable de lo que siente y piensa. También se necesita valentía,
pues, al “estar expresadas”, nos exponemos y nos arriesgamos a no ser
comprendidas ni queridas. El intercambio dialógico puede ser o no
apacible; lo que no debe ser es hiriente. En estas condiciones, tanto el
encuentro como la ruptura son consecuencias válidas.
Y
siempre genera movimiento, jamás estancamiento. El “estar expresadas”
es un rechazo a la práctica de la acumulación: de cosas no dichas, de
frustraciones, de cuentas pendientes. Interviene en las relaciones, por
eso es una acción política, e infunde un movimiento siempre vital; la
interacción se agiliza, se modifica. Al hablar, no solo sacudimos el
letargo, también los prejuicios. La sensación es la libertad. Este
programa ético tiene raigambre existencialista, beauvoiriana, esto es,
confía en la capacidad humana de construir cultura, en la voluntad
humana de la trascendencia a partir del acto creativo y de la palabra.
Rompe, por lo tanto, con las ideas pre-concebidas, con lo dado, con las
creencias, con la idea de dios, con todo aquello que nos
desresponsabiliza como seres humanas completas en nosotras mismas.
El
“estar expresadas” abre un diálogo que nos compromete en una
interacción consistente y continua con la otra persona; no se trata de
lanzar un dardo y luego esconder la mano. Entregarle datos de la
realidad a quien está en una interlocución con nosotras significa
construir un piso firme para que esa persona pueda caminar junto a mí,
segura y confiada. No es un gesto de amor al prójimo, eso es basura
cristiana, que siembra la culpa y el sacrificio. Es un gesto de amor
propio. Yo estoy expresada por mí, desde mí, y porque me interesan
algunas personas –no todas, ni toda mujer por “ser” mujer- con quienes
puedo construir mundo: político, amistoso y/o amoroso. Las mujeres
estamos hartas de caminar por la cuerda floja, por cáscaras de huevos,
por suelos movedizos y resbaladizos. Nuestra historia en el patriarcado
ha sido esa. Hemos tenido que sobrevivir a base de estrategias y
manipulaciones sentimentales. Y de silencios.
La
acción de expresarnos no es mágica. Como dice Pisano, es un ensayo. Es
necesario experimentar. Simultáneamente, deben ocurrir varias cosas. Por
ejemplo, recuperar nuestros cuerpos expropiados para servir el mundo de
los machos. Empezar a escuchar nuestros cuerpos, confiar en nuestras
percepciones, darnos cuenta de su incomodidad, ponerle palabras a dicha
incomodidad, hacerles caso. En este sentido, para “estar expresadas”,
tenemos que conocernos, saber lo que nos pasa, cuáles son nuestros
deseos, cuándo y cómo operan en nosotras los prejuicios, miedos,
fantasmas y demonios instalados por una cultura fracasada. Por eso, la
salida también es política y no solo individual. Pues conocernos implica
tener un análisis crítico, una mirada holista de la cultura que
habitamos. Pero, además, conocernos históricamente, poseer un
conocimiento profundo de la historia de las mujeres, sus rebeldías y
dolores, que es el prisma que falta para comprender la historia de la
humanidad, que hasta ahora ha sido una tergiversación escandalosa de
nuestras realidades. Necesitamos ese suelo firme histórico, además.
2013
Referencia bibliográfica:
Pisano, M. (2012). El recetario del buen amor. En M. Pisano, Julia, quiero que seas feliz. Santiago: Editorial Revolucionarias.
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