Jessie Blanco
Esto es, decir, a fin de cuentas, que “las mujeres son machistas” invisibilizando y muchas veces negando el papel de los hombres y de las relaciones de poder entre los sexos. Un ejemplo de ello, es la tan común frase o mejor dicho sentencia: “las culpables del machismo son las mujeres”, mejor dicho “nuestras madres” para ser mas exactas. Esta lapidaria frase condensa por un lado, el hecho de que son las mujeres quienes tienen en nuestra cultura el peso y la carga de la crianza de los hijos e hijas y por el otro, la legitimada ausencia de la responsabilidad paterna en el asunto, esto es la reproducción del machismo de parte y parte. Lo que sería una verdad a medias se convierte en una sentencia lapidaria. Reducir el análisis del machismo a la culpabilización de las sujetas y a la impunidad de los sujetos, nos coloca en el terreno de la guerra de los sexos y en el terreno de la moral (malas madres-buenos padres aunque no estén). Situación que está muy lejos de las pretensiones feministas.
Es importante aclarar, en primer lugar que el hembrismo es la otra cara del machismo y no el feminismo como se ha querido hacer ver. El feminismo y sus distintas expresiones y corrientes históricas han motorizado cambios en las relaciones sociales en la búsqueda de la liberación de la mujer a través del cuestionamiento a las jerarquías y desigualdades entre los sexos. En este sentido, se opone tanto al hembrismo como al machismo.
En segundo lugar, es importante identificar lo que entendemos como machismo y ampliar la lupa para no reducirlo al comportamiento de los machos, sino también a reconocer el peso de la cultura en esta construcción socio-sexista de nuestra cultura. El machismo suele ser difícil de definir, pero casi todas lo reconocemos y lo padecemos.
Marina Castañeda (2002) en su valioso texto titulado El Machismo Invisible, de editorial Grijalbo, lo define como “un conjunto de creencias, actitudes y conductas que descansan sobre dos ideas básicas: Por un lado, la polarización de los sexos, es decir una contraposición de lo masculino y femenino según la cual no sólo son diferentes, sino mutuamente excluyentes; por otro, la superioridad de los masculino en las áreas consideradas importantes para los hombres” (p.20). En este sentido, usar el feminismo como el antónimo del machismo es una forma sexista de expresión que le hace el juego a la cultura patriarcal reforzando la perversa dicotomía polarizada y excluyente en la que se basa la identidad de mujeres y hombres.
Pero, ¿qué es el patriarcado?, ¿por qué las feministas se oponen y han basado todas sus luchas en combatirlo? El patriarcado en su sentido literal, significa “gobierno de los padres”, una dirá, bueno pero en el caso de nuestra sociedad, donde las familias son predominantemente matricentradas, ¿cómo queda lo del gobierno de los padres? Históricamente, el término ha sido utilizado para designar un tipo de organización social en el que la autoridad la ejerce el varón y el jefe de familia, dueño del patrimonio, del que formaban parte los hijos e hijas, la esposa, los esclavos/as y los bienes, en este sentido, la familia ha sido una de las principales instituciones donde se ha fundamentado dicho sistema, pero no la única y ahí el éxito de su dominación cultural.
Los debates sobre el patriarcado tuvieron lugar en distintos momentos históricos y fueron retomados en los años 60 por el movimiento feminista con el propósito de encontrar una explicación a las raíces y al origen de la situación de dominación y opresión de las mujeres que posibilitara su liberación.
Las feministas han estudiado las diferentes expresiones que el patriarcado ha ido adoptando a lo largo de la historia y los diferentes lugares e instituciones de la vida tanto privadas como públicas, desde la familia al conjunto social, hallando que aunque el patriarcado pueda tener origen divino, familiar o fundarse en el acuerdo de voluntades, en todos estos modelos el dominio de los varones sobre las mujeres se mantiene. En este orden de ideas, Gerda Lerner (1990) lo ha definido como “la manifestación e institucionalización del dominio masculino sobre las mujeres y niños/as de la familia y la ampliación de ese dominio sobre las mujeres en la sociedad en general”.
De manera que, no importa si el padre está ausente en la familia, bien sea esta ausencia física o simbólica (en cuanto a la función paterna se refiere), aún así, la cultura patriarcal se reproduce en la socialización machista de las familias matricentradas. Porque además, todo el conjunto social, y el resto de las instituciones también lo reproducen tanto en su estructura como en su funcionamiento.
Jessie Blanco/revistamatea@gmail.com/8 de abril de 2011
http://ciberfeminismo.org.ve/?p=915
Con frecuencia solemos escuchar que el feminismo es lo contrario al machismo, confundiéndose el feminismo con hembrismo, que no es más que la reproducción sexista del machismo por parte de las mujeres, que en otro sentido también se ha llamado endomachismo -una suerte de machismo endógeno o hacia adentro que reproducimos las mujeres contra nosotras mismas-.
Un ejemplo de esto lo podemos ver en los espacios cotidianos del Metro: Cuando entra una mujer embarazada y las mujeres que están adentro reproducen el típico comportamiento de los hombres machistas, al no ceder el asiento, o en las competencias entre mujeres por conquistar el “amor” de un hombre y en la falta de sororidad, que aparece en mujeres que toman puesto de poder y se vuelven tan tiranas como los hombres, bajo el argumento de que deben adaptarse a la política aguerrida de ellos. Pero, ¿de dónde surge esta común asociación del feminismo como lo opuesto al machismo?.
Si bien es cierto, que el movimiento de mujeres feministas ha luchado contra la cultura patriarcal y sus múltiples expresiones en todos los ámbitos de la vida (desde lo público a lo privado); oponiéndose claro está, a cualquier forma de expresión del machismo sea endógena o exógena, visible o invisible.
La estigmatización del feminismo al asociarlo a las prácticas hembristas, tiene un papel dentro de la lógica de dominación de la cultura patriarcal, cuando se pretende asimilar y naturalizar cualquier posibilidad de transformación social que amenace a dicha cultura.
Esto es, decir, a fin de cuentas, que “las mujeres son machistas” invisibilizando y muchas veces negando el papel de los hombres y de las relaciones de poder entre los sexos. Un ejemplo de ello, es la tan común frase o mejor dicho sentencia: “las culpables del machismo son las mujeres”, mejor dicho “nuestras madres” para ser mas exactas. Esta lapidaria frase condensa por un lado, el hecho de que son las mujeres quienes tienen en nuestra cultura el peso y la carga de la crianza de los hijos e hijas y por el otro, la legitimada ausencia de la responsabilidad paterna en el asunto, esto es la reproducción del machismo de parte y parte. Lo que sería una verdad a medias se convierte en una sentencia lapidaria. Reducir el análisis del machismo a la culpabilización de las sujetas y a la impunidad de los sujetos, nos coloca en el terreno de la guerra de los sexos y en el terreno de la moral (malas madres-buenos padres aunque no estén). Situación que está muy lejos de las pretensiones feministas.
Es importante aclarar, en primer lugar que el hembrismo es la otra cara del machismo y no el feminismo como se ha querido hacer ver. El feminismo y sus distintas expresiones y corrientes históricas han motorizado cambios en las relaciones sociales en la búsqueda de la liberación de la mujer a través del cuestionamiento a las jerarquías y desigualdades entre los sexos. En este sentido, se opone tanto al hembrismo como al machismo.
En segundo lugar, es importante identificar lo que entendemos como machismo y ampliar la lupa para no reducirlo al comportamiento de los machos, sino también a reconocer el peso de la cultura en esta construcción socio-sexista de nuestra cultura. El machismo suele ser difícil de definir, pero casi todas lo reconocemos y lo padecemos.
Marina Castañeda (2002) en su valioso texto titulado El Machismo Invisible, de editorial Grijalbo, lo define como “un conjunto de creencias, actitudes y conductas que descansan sobre dos ideas básicas: Por un lado, la polarización de los sexos, es decir una contraposición de lo masculino y femenino según la cual no sólo son diferentes, sino mutuamente excluyentes; por otro, la superioridad de los masculino en las áreas consideradas importantes para los hombres” (p.20). En este sentido, usar el feminismo como el antónimo del machismo es una forma sexista de expresión que le hace el juego a la cultura patriarcal reforzando la perversa dicotomía polarizada y excluyente en la que se basa la identidad de mujeres y hombres.
Pero, ¿qué es el patriarcado?, ¿por qué las feministas se oponen y han basado todas sus luchas en combatirlo? El patriarcado en su sentido literal, significa “gobierno de los padres”, una dirá, bueno pero en el caso de nuestra sociedad, donde las familias son predominantemente matricentradas, ¿cómo queda lo del gobierno de los padres? Históricamente, el término ha sido utilizado para designar un tipo de organización social en el que la autoridad la ejerce el varón y el jefe de familia, dueño del patrimonio, del que formaban parte los hijos e hijas, la esposa, los esclavos/as y los bienes, en este sentido, la familia ha sido una de las principales instituciones donde se ha fundamentado dicho sistema, pero no la única y ahí el éxito de su dominación cultural.
Los debates sobre el patriarcado tuvieron lugar en distintos momentos históricos y fueron retomados en los años 60 por el movimiento feminista con el propósito de encontrar una explicación a las raíces y al origen de la situación de dominación y opresión de las mujeres que posibilitara su liberación.
Las feministas han estudiado las diferentes expresiones que el patriarcado ha ido adoptando a lo largo de la historia y los diferentes lugares e instituciones de la vida tanto privadas como públicas, desde la familia al conjunto social, hallando que aunque el patriarcado pueda tener origen divino, familiar o fundarse en el acuerdo de voluntades, en todos estos modelos el dominio de los varones sobre las mujeres se mantiene. En este orden de ideas, Gerda Lerner (1990) lo ha definido como “la manifestación e institucionalización del dominio masculino sobre las mujeres y niños/as de la familia y la ampliación de ese dominio sobre las mujeres en la sociedad en general”.
De manera que, no importa si el padre está ausente en la familia, bien sea esta ausencia física o simbólica (en cuanto a la función paterna se refiere), aún así, la cultura patriarcal se reproduce en la socialización machista de las familias matricentradas. Porque además, todo el conjunto social, y el resto de las instituciones también lo reproducen tanto en su estructura como en su funcionamiento.
Jessie Blanco/revistamatea@gmail.com/8 de abril de 2011
http://ciberfeminismo.org.ve/?p=915
Fuente :Genero con clase
Interesante.
ResponderEliminarEso es verdad y lamentablemente vivimos en una sociedad sexista
ResponderEliminarya sea machismo por parte del Hombre y Hembrismo por parte de la Mujer ya que ninguna de las dos cosas son buenas aunque de todas maneras vivimos en una sociedad sexista y injusta ademas no estoy de acuerdo con este sexismo en nuestra sociedad ya sea machismo o Hembrismo ya que no estoy a favor de ninguno yo lo unico con lo que yo estaria de acuerdo y favor es con la igualdad entre Hombres y Mujeres y ojala se logre.....