martes, 2 de diciembre de 2014

Estar expresadas

Fotografía: francesca woodman



Para Jeka

Don’t let me be, don’t let me be misunderstood…
(Nina Simone)

 
Por Andrea Franulic 
La misoginia es un dispositivo patriarcal que está a la base del constructo de la feminidad. No solo funciona para perpetuar la violencia simbólica y material de los hombres contra las mujeres, sino también para mantenernos a las mujeres divididas entre nosotras. La misoginia siembra el desprecio por nosotras mismas y boicotea permanentemente la construcción de nuestro amor propio. De esta manera, proyectamos este desprecio contra las otras mujeres, instalando la desconfianza entre nosotras e impidiendo la construcción de la complicidad profunda que necesitamos para sanarnos.
Como telón de fondo, se dibuja la traición de la madre. La maternidad es una institución patriarcal. La madre es la primera mujer que nos traiciona (M. Pisano), porque su función es transmitir la palabra y la ley del padre, sus valores y su juego de creencias. Ha habido siglos de repetitivos adoctrinamientos y violencias para que esto sea así. Ella nos enseña la misoginia, tal como se la enseñó otra mujer a ella. Así, la historia de los machos ha permanecido incólume.
Adrienne Rich escribe sobre la “heterosexualidad obligatoria”. La heterosexualidad es otra institución patriarcal, unida a la anterior –también obligatoria- y a todas las existentes que, en conjunto, velan por mantener el tejido ideológico del sistema. La “heterosexualidad obligatoria” funciona eficientemente con mecanismos y estrategias que operan a distintos niveles. El propósito de dicho aparataje no es solo obligarnos a ser heterosexuales en esta cultura, como único modelo amatorio y erótico, rancio y sadomasoquista. También el objetivo es mantenernos divididas a las mujeres, en una constante desconfianza entre nosotras y en la reiteración de la traición materna en nuestras prácticas cotidianas.
Tanta obligatoriedad violenta, no siempre explícita, muchas veces solapada, se debe a que adscribirnos a un único modelo sexual y amatorio es antinatural, más aún si este modelo está sostenido en la dominación y en la erotización del poder sobre otro cuerpo, en la erotización del sadomasoquismo. Y vivir no queriéndonos a nosotras mismas y entre nosotras es contra-vida. Me refiero a querernos fuera del romántico-amoroso y más allá del lesbianismo, que se atrapa en las mismas estructuras de poder patriarcal, pues los referentes de relaciones entre mujeres que son diferentes a los establecidos por los machos, han sido sepultados sistemáticamente en la cultura.
Por eso, el feminismo radical a fines de los sesenta dice “lo personal es político”, lo dice Kate Millet. Margarita Pisano, referente de mujer pensante más próximo, habla de “lo íntimo, privado y público”. Es decir, nuestras prácticas políticas trascienden lo público, pues implican develar el poder que opera en nuestros cuerpos, nuestra sexualidad y nuestras relaciones humanas cotidianas y afectivas. Y esto, el feminismo radical lo expresó antes y mejor que Foucault, y de manera más profunda que otras ideologías emancipatorias, por ejemplo el anarquismo. Este es el pensamiento que proviene de la experiencia de las mujeres, quienes reconocen, en sus vivencias históricas y corporales, la piedra angular de toda expresión de dominio.
Entonces, plantearnos cómo relacionarnos de otra manera y ensayar otros modos de relación humanos, en especial entre nosotras, es una práctica política clave. Pisano profundiza sobre esto y propone el “estar expresadas” como un ensayo para modificarnos en la interacción concreta, que involucra el hacer política. Esto es, “estar expresadas” en lo íntimo, privado y público/político. Yo entiendo el “estar expresadas” como una acción política de rebeldía, porque su ejercicio (no siempre fácil de realizar) rompe con el silencio histórico femenino.
El “estar expresadas” implica entregarle a la otra persona los datos de la realidad. Estos pueden abarcar informaciones cotidianas, prácticas, domésticas, o bien, los deseos, las intenciones, las emociones y sentimientos, las ideas y puntos de vista u opiniones de cada quien. Requieren de honestidad, especialmente con una misma. Luego, declarar a la otra persona en horizontalidad, en la capacidad de entender, pensar y decidir, sin ayudismo, buenismo, proteccionismo ni cristianismo. Dejar fuera estos ismos hipócritas. Los datos de la realidad se expresan en primera persona singular, porque son asumidos; una se hace cargo y responsable de lo que siente y piensa. También se necesita valentía, pues, al “estar expresadas”, nos exponemos y nos arriesgamos a no ser comprendidas ni queridas. El intercambio dialógico puede ser o no apacible; lo que no debe ser es hiriente. En estas condiciones, tanto el encuentro como la ruptura son consecuencias válidas.
Y siempre genera movimiento, jamás estancamiento. El “estar expresadas” es un rechazo a la práctica de la acumulación: de cosas no dichas, de frustraciones, de cuentas pendientes. Interviene en las relaciones, por eso es una acción política, e infunde un movimiento siempre vital; la interacción se agiliza, se modifica. Al hablar, no solo sacudimos el letargo, también los prejuicios. La sensación es la libertad. Este programa ético tiene raigambre existencialista, beauvoiriana, esto es, confía en la capacidad humana de construir cultura, en la voluntad humana de la trascendencia a partir del acto creativo y de la palabra. Rompe, por lo tanto, con las ideas pre-concebidas, con lo dado, con las creencias, con la idea de dios, con todo aquello que nos desresponsabiliza como seres humanas completas en nosotras mismas.
El “estar expresadas” abre un diálogo que nos compromete en una interacción consistente y continua con la otra persona; no se trata de lanzar un dardo y luego esconder la mano. Entregarle datos de la realidad a quien está en una interlocución con nosotras significa construir un piso firme para que esa persona pueda caminar junto a mí, segura y confiada. No es un gesto de amor al prójimo, eso es basura cristiana, que siembra la culpa y el sacrificio. Es un gesto de amor propio. Yo estoy expresada por mí, desde mí, y porque me interesan algunas personas –no todas, ni toda mujer por “ser” mujer- con quienes puedo construir mundo: político, amistoso y/o amoroso. Las mujeres estamos hartas de caminar por la cuerda floja, por cáscaras de huevos, por suelos movedizos y resbaladizos. Nuestra historia en el patriarcado ha sido esa. Hemos tenido que sobrevivir a base de estrategias y manipulaciones sentimentales. Y de silencios.
La acción de expresarnos no es mágica. Como dice Pisano, es un ensayo. Es necesario experimentar. Simultáneamente, deben ocurrir varias cosas. Por ejemplo, recuperar nuestros cuerpos expropiados para servir el mundo de los machos. Empezar a escuchar nuestros cuerpos, confiar en nuestras percepciones, darnos cuenta de su incomodidad, ponerle palabras a dicha incomodidad, hacerles caso. En este sentido, para “estar expresadas”, tenemos que conocernos, saber lo que nos pasa, cuáles son nuestros deseos, cuándo y cómo operan en nosotras los prejuicios, miedos, fantasmas y demonios instalados por una cultura fracasada. Por eso, la salida también es política y no solo individual. Pues conocernos implica tener un análisis crítico, una mirada holista de la cultura que habitamos. Pero, además, conocernos históricamente, poseer un conocimiento profundo de la historia de las mujeres, sus rebeldías y dolores, que es el prisma que falta para comprender la historia de la humanidad, que hasta ahora ha sido una tergiversación escandalosa de nuestras realidades. Necesitamos ese suelo firme histórico, además.
2013
Referencia bibliográfica:
Pisano, M. (2012). El recetario del buen amor. En M. Pisano, Julia, quiero que seas feliz. Santiago: Editorial Revolucionarias.

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