viernes, 19 de octubre de 2012

Las mujeres de la Revolución I y II


Carolina Escobar Sartí






Cada octubre, cuando se celebra el aniversario de la Revolución del 44, algunas personas esperamos que el recorrido histórico recupere también el aporte de las mujeres que participaron en aquella gesta revolucionaria. Pero no aparecen por ninguna parte, a excepción de una que otra mención bastante marginal de la maestra María Chinchilla, en su condición de mártir.

Habría que comenzar por reconocer que las mujeres de hoy le debemos siempre mucho a las de ayer. Cabe citar aquí a doña Dolores Bedoya en 1839, la misma que años antes llamara con cohetes y marimba a apoyar la independencia de Guatemala, cuando escribe: “Si las mujeres reclamaran sus derechos y su voto, se las consideraría, no se burlarían de ellas y podrían participar en la organización y acción social”.
A ella le siguieron otras como Vicenta y Jesusa Laparra, Sara de More, Adelaida Cheves, Carmen de Silva, Rafaela del Águila, Pilar de Villeda, María C. de Morales, Paula Rukuardt, Isabel Ardón, Jesusa Rodríguez, Piedad Rogel y Olimpia Altuve. En distintos momentos de nuestra historia, varias mujeres de las élites, intelectuales, maestras, artistas, activistas, indígenas, ladinas, mestizas y criollas, participaron en hechos históricos como el levantamiento de 1920, para derrocar a Estrada Cabrera; en la Federación Centroamericana, para obtener el voto durante algunos meses en 1921; en la primera huelga de obreras, en 1925; y en las luchas por alcanzar el derecho al sufragio, en la década de 1930. Algunas, incluso, presionaron para que se reconociera la ciudadanía de las mujeres desde un “Comité Pro-Ciudadanía”, integrado, entre otras, por Graciela Quan, Gloria Menéndez Mina, Magdalena Spínola, Romelia Alarcón, Clemencia de Herrarte, Laura Bendfelt, Adriana de Palarea y María Albertina Gálvez.
Pero cuando, durante el gobierno ubiquista, se reprimió todo libertad, incluso la participación de todos los partidos políticos nacionales, menos el nazista, el fascista y el franquista, las mujeres que quisieron jugar papeles no tradicionales se vieron también obligadas a replegarse. Hoy lo decimos más fácil, pero en aquella época las mujeres se enfrentaban a sentencias como esta, identificada en un documento histórico: “La mujer no tiene derecho al sufragio porque la naturaleza la creó para la casa y para estar ocupada con el sinnúmero de difíciles tareas familiares como el dar de comer y educar a los niños, enseñándoles valores morales y los derechos y obligaciones que tendrían más tarde como ciudadanos. El destino de madre no le permite ocuparse de la política”.
Llegamos entonces a las mujeres del 44, quienes participaron en aquella inédita revolución guatemalteca, único momento de verdadera autonomía de nuestra historia —por cierto—, en el cual no estuvimos sometidos a ningún imperio. Ni al ruso, ni al estadounidense, ni al inglés, a ninguno. Esas mujeres participaron como correos, marcharon, recaudaron fondos, se sumaron a sindicatos, se afiliaron a partidos políticos, obtuvieron el voto, se presentaron como candidatas, divulgaron los contenidos de la Revolución, organizaron grupos de mujeres, se expresaron, escribieron, accionaron. Parecía el inicio de algo duradero

Las mujeres de la revolución (II)

Las mujeres del 44 definitivamente abrieron brecha, más aún si pensamos que en este país todo lo que suena a revolución sigue sonando a “comunismo”. Y si al término revolución le sumamos el de mujer con ansias emancipatorias, la cuestión puede volverse realmente incómoda para algunos


Llama la atención que, más de seis décadas después, esos algunos consideren caducas las ideas libertarias que motivaron aquella gesta revolucionaria, pero siguen usando como referentes irrefutables las ideas aristotélicas de hace 25 siglos y las expresiones como “comunismo”, hoy totalmente descontextualizadas.
La del 44 fue una revolución de ideas, porque no existía aún una ideología revolucionaria propiamente dicha o una estrategia revolucionaria milimétricamente diseñada. Basta leer los primeros 20 decretos de la Junta Revolucionaria que llegó al poder o los apasionados pero ingenuos discursos de Arévalo durante su campaña electoral, para confirmar lo anterior. Por ello no fue casualidad que, con la excepción de los ubiquistas de pura cepa, todo el mundo se sintiera entonces revolucionario. Atrás quedaba la tradición de preservar el orden que situaba en los extremos de un poder abusivo o inexistente a peones y hacendados, indios y criollos, obreros y amos, mujeres y hombres. Una tradición en la que unos pocos se arrogaban el derecho de pensar, reservando para las grandes mayorías la obligación de solo obedecer y trabajar. La Revolución del 44 fue, en esencia, la respuesta de la decencia a la vergüenza que Jorge Ubico y su pupilo Ponce Vaides habían impuesto a una nación. Aquel 20 de octubre, cuando el fuerte de San José se derrumba, lo que realmente cae es un símbolo del totalitarismo y el colonialismo.
Por ello es importante traer a nuestra memoria a las abuelas, madres, tías e hijas que vivieron y participaron en aquella experiencia inédita. No desde una nostalgia romántica o en su condición de víctimas, como suele hacerse con la maestra María Chinchilla, sino desde la intención de reconocerlas y de darle seguimiento a sus luchas en distintos campos. Por ejemplo, mujeres como Julia Urrutia, Consuelo Pereira y algunas otras maestras impulsaron propuestas para que el derecho al voto femenino se incluyera en la nueva Constitución de 1945. Y a pesar de algunas resistencias, aun de hombres muy “progresistas”, el derecho al voto fue establecido entonces para las mujeres guatemaltecas. Lamentablemente solo para las alfabetas, que eran una minoría.
Otras mujeres hicieron también aportes sustantivos en distintos espacios, entre ellas Chita Ordóñez de Balcárcel, Aída Chávez, Victoria Moraga, Laura Pineda, Ester de Urrutia, Matilde Elena López, Ofelia Castañeda de Torres, Leonor Paz y Paz, Irma Chávez, María del Carmen Vargas de Amézquita, Esperanza Barrientos, Zoila Luz Méndez, Julia Meléndez de De León, Mélida Montenegro de Méndez, Blanca García, María Luisa Silva Falla, Julia Estela Velásquez, Dora Franco, Guadalupe Porras y María Vilanova de Árbenz. Fue entonces cuando muchas de ellas fundaron instancias como la Asociación Dolores Bedoya de Molina, la Alianza Femenina Guatemalteca, las Muchachas Guías, la Alianza Cívica de Asociaciones Femeninas y el Consejo Nacional de Mujeres.
Si hay algo que entraña libertad es la posibilidad de hablar y participar, algo que muchas mujeres pudieron hacer durante los dos gobiernos revolucionarios, más allá de las cuatro paredes de sus casas. Claro que faltaron y siguen faltando las mujeres mayas, xincas y garífunas en toda esta historia, pero con aciertos y errores, como sucede a cualquier grupo humano, las mujeres hemos trazado rutas libertarias importantes. La nefasta llegada de Castillo Armas al poder obligó a muchas de ellas a replegarse e incluso a desdecirse públicamente, como consta en algunos documentos suscritos por el entonces representante del “Honorable Comité de Defensa contra el Comunismo” (1/12/1954). Como sea, les debemos también a ellas el paso y la huella, porque no hay revolución verdadera sin mujeres, ni mujeres verdaderas que no sepan de revolución.

FUENTE: Prensa Libre Guatemala 


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