viernes, 26 de septiembre de 2014

Emma, o cuando las mujeres blancas validan el feminismo


“Piensa en cuántas veces te has sentado junto a personas bienintencionadas y la conversación ha ido más o menos así:`Como persona perteneciente a la clase trabajadora, considero que…´ (algunas cabezas asienten).`Como mujer pobre, me parece que…´ (más cabezas aún).`Como lesbiana pobre y de color, debo decir que…´ (aún más cabezas asintiendo furiosamente, asegurándose de que todxs reconozcan el mutuo y frenético consenso). Y así. Este tipo de situaciones son usualmente denominadas como “las olimpiadas de la opresión”. En ellas, las personas parecen jugar a quien proviene del lugar más auténtico, más oprimido y, por ende, más correcto. Son situaciones en las que la identidad se fetichiza, en las que nociones esencialistas hacen tropezar al buen sentido y en las que la creencia paternalista en la superioridad del sabio y noble salvaje suele anular cualquier sentido en lo absoluto. A menudo, esta táctica, basada en el estar siempre de acuerdo con quien más marcas de marginalidad posee, sustituye cualquier intento de emprender un análisis crítico de la raza, la sexualidad, el género, etc. Esta táctica es intelectualmente floja, carece de profundidad política y genera apenas un efecto de inclusión del otro `minoritario´". Abbey Volcano
Max Lira
Lo que sigue no tiene nada que ver con Emma Watson. Tampoco tiene nada que ver con los feminismos. No, quizás sí tenga que ver con los feminismos, aunque no directamente. Lo que sigue tiene que ver con la colonialidad. Tiene que ver con sus efectos en el sentir y el pensar colectivo en contextos intensamente racistas. Tiene que ver con la producción de subjetividades funcionales a la supremacía blanca y al genocidio negro e indígena. Tiene que ver con la prolongación y el fortalecimiento del sentido de inferioridad que se imprime en los cuerpos y las conciencias de las personas racializadas.
Esta disconformidad no es mía y me incomoda tener que exponerla. No me siento la más indicada para hacerlo. No me interesa el feminismo como identidad. No me nombro feminista porque hacerlo es un gesto que no garantiza nada. Creo en las potencialidades de los feminismos y respeto y agradezco sus logros, en tanto permiten que mis compañeras y yo sigamos con vida. De aquí que considere que lo que sigue no tiene mucho que ver con los feminismos. Tiene que ver con la cultura de celebración de lo blanco.


Hace algunos meses, Ellen Page se presentó públicamente como mujer lesbiana en un evento patrocinado por la Human Rights Campaign. Ovaciones instantáneas, infinitas. Todo mejora. Esta disconformidad no es mía, es decir,otras voces ya habían señalado el rol habilitante y protector que cumple el privilegio de raza y clase que ostentan ciertos cuerpos “abyectos” mediatizados con el fin de visibilizar sus problemáticas y contribuir a su solución. ¿Era responsable Ellen Page de su blancura, de gozar de los beneficios que le otorgan haber nacido en una nación “desarrollada" y ganar generosas cantidades de dinero? Estas mismas preguntas se me interpusieron como reparos ante la afirmación que se infiere del título de este texto. ¿Es culpable Emma Watson de ser blanca, bella y rica? Responder a esas preguntas no me interesa. No me parece que nutran una discusión políticamente alturada. Esto no tiene que ver ni con Ellen Page ni con Emma Watson. Tiene que ver con qué cuerpos importan y con cómo el neoliberalismo se apropia de lo “marginal” para volverlo una marca registrada.
Ellen Page se presentó como lesbiana en un evento patrocinado por la Human Rights Campaign, la ONG estadounidense pro LGTB más grande del mundo. Dado que el matrimonio igualitario ya es una realidad en diversas partes de los Estados Unidos, HRC se dedica a financiar las luchas LGTB que busquen conseguir el matrimonio igualitario en países “subdesarrollados". “La Internacional Gay” es como se viene denominando a esta nueva maravilla de la globalización. Acaso el tráfico de agendas LGTB sea la consecuencia menos preocupante y violenta de esta rosa colonización: HRC obtiene sus colosales financiamientos de empresarios estadounidenses que se dedican a empobrecer sistemáticamente a países del tercer mundo mediante fondos de buitre. Ejemplo: en el 2000, Alberto Fujimori, antes de huir del Perú, pagó 58 millones de dólares a Elliot Management, consorcio del estadounidense Paul Singer, quien compró la deuda que el Perú tenía con Estados Unidos (que ascendía a $20 millones) por apenas $11 millones. $47 millones de ganancia para Singer y compañía provenientes de los bolsillos de millones de peruanxs. Estas informaciones no circulan. No importan. Importa Ellen Page, importa que es abiertamente lesbiana. Importa que finalmente tenemos un referente que agrada, que hace digerible la abyección y la furia. Maquilladas de modernidad, ahora más que nunca podemos estar orgullosas.
Y ahora, Emma Watson se revela feminista en Naciones Unidas. Repito, esto no tiene nada que ver con ella, con su ser individual. Quizás, el que la actriz reconozca el potencial transformador del feminismo es una señal de cómo este se viene consolidando en el sentido común letrado y clasemediero. Esto puede resultar gratificante y saludable (desde cierta perspectiva). Sin embargo, lo que este hecho pueda significar para los feminismos situados en contextos de “subdesarrollo”, depredación neoliberal de los recursos y racialización intensa sigue sin presentarse como un hito esperanzador para las comunidades vulnerabilizadas en las periferias de la modernidad. Por el contrario, lo que este hecho pone de manifiesto es la sistemática invisibilización y criminalización de las luchas feministas locales, nunca mediatizadas, nunca celebradas.
El feminismo que enarbola Naciones Unidas no puede ser sino coherente con el mantenimiento de las relaciones económicas de poder que sostienen a la hegemonía euroccidental. La retórica del feminismo liberal, basada en la ansiada “igualdad de género” y el “empoderamiento” de las mujeres consiste, antes que en una desactivación de las jerarquías en las que se funda el patriarcado, en la ideal equiparación de los poderes de hombres y mujeres, así acomodados en las estructuras del poder económico existentes.
Al decir que esto no tiene nada que ver con Emma Watson, quiero enfatizar que aquí no se pretende medir el compromiso feminista de individuxs concretxs desde algún nebuloso pedestal de lucidez facilitado por el acumulamiento de marcas de marginalidad. Este sería un ejercicio de autoritarismo que no tiene cabida al interior de un sentir/pensar feminista. Lo que se trató de hacer aquí fue comunicar una disconformidad: la crítica contrarracista más mediática no trasciende su necesidad de señalar la ubicuidad del ideal estético blanco o la manera en que ciertos sujetos racializados son humillados por los medios de comunicación masiva y la empresa privada. La crítica contrarracista más mediática ha hallado en la categoría “discriminación” un punto de partida, que es al mismo tiempo un punto de llegada, un punto ciego. El reverso de la cultura de celebración de lo blanco no termina con la inculcación masiva de complejos de choledad o negritud. Sus efectos aún no han sido totalmente nombrados Sin embargo, lo que sí nos es posible nombrar, en una labor que hoy más que nunca se hace necesaria, es que el racismo informa todas y cada una de las instituciones “democráticas" modernas, tanto aquellas encargadas de la administración de la vida como aquellas que producen la subjetividad hegemónica; que es el sesgo mediante el cual aprehendemos la realidad y jerarquizamos los vínculos y establecemos alianzas y admiraciones; que es el principio sobre el cual se fundan los estados poscoloniales y que hace unas semanas ha vuelto a cobrar la vida de 4 compañerxs asháninkas en Alto Tamaya-Saweto. Esto no tiene que ver con los feminismos, tiene que ver con nuestra enfermiza necesidad de declararnos inviables, insignificantes, desechables.




Fuente: https://feministas.lamula.pe/2014/09/23/emma-o-cuando-las-mujeres-blancas-validan-el-feminismo/maxlira/



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