domingo, 13 de febrero de 2011

Así, el amor viene mal nacido


de Margarita Pisano,
(Libro inédito)

Si experimentamos con nuestra imaginación, podemos crear un sistema amatorio distinto. Para esto, es necesario profundizar en un análisis crítico de cómo estructuramos nuestras relaciones dentro de la dinámica del dominio y sus ideas, de cómo proyectamos en el ser amado una suerte de poder mágico de darnos la felicidad, desresponsabilizándonos, de esta manera, de nuestra vida y nuestras búsquedas de equilibrios y sabidurías. Esta especie de "felicidad eterna" y de varita mágica nos toca sin la intervención de nuestra voluntad; luego, devienen las grandes decepciones, que resolvemos sacrificándonos "por amor"... alienándonos.


El concepto de amor viene de un acumulatorio de culturas entrecruzadas que han estado fundamentadas en la hegemonía masculina y sus ideas de dominio. La idea de propiedad sobre las personas construye la macrocultura en la que los seres humanos son transables. Este orden simbólico del amor trae consigo puro sufrimiento, ya que conlleva la contrapartida del odio-amor, que no puede dar como resultado una sociedad basada en el respeto. Se construye sobre el amor fantasías que el amor no posee: el amor no es comprensivo, honesto, fiel ni tampoco un lugar de derechos humanos. Todas estas condiciones las tienen o no las personas por sus valores y creencias culturales, ¿cómo vas a tener una relación horizontal con alguien cuya pulsión cultural es dominarte?


El amor está simbolizado en el sistema parejil y reproductivo (maternidad); se sitúa dentro del mundo del matrimonio-familia-consanguinidad con su proyección de fidelidad y para toda la vida; es una especie de corralito que atrapa de una u otra manera. De vez en cuando, aparece el deseo de libertad y de saltar las vallas. La sociedad ha tratado de regular estos "escapes" a través de los divorcios, pero con la proyección de un nuevo matrimonio, esta vez sí eterno y con el futuro concreto del cuidado del uno por el otro en un concepto de vejez como desecho. Efectivamente, los matrimonios que traspasan ciertas edades terminan cuidándose el uno al otro, pero con un cuaderno de cuentas pendientes, que aprovecha la debilidad del poder del varón, reducido al espacio doméstico, aunque con las aureolas del poder público.


La simbólica del amor está instalada dentro de la irracionalidad: "perdí la cabeza (y el cuerpo) y no tenía nada que ver conmigo", este toque de perder la cabeza es el romántico amoroso. Así se arman estereotipos de personas: las amadas, relatadas en la literatura, en el cine, en las tapas de las revistas y en las telenovelas; y las otras, las rechazadas... las feas. Todas -las amadas y las rechazadas- en la in-felicidad de la escasez de amores... odios.


La lectura superficial de quien no accede a esta in-felicidad parejil, es la imagen y, aún peor, la autoimagen de una persona solitaria y a medias, nunca completa. Ante esta perspectiva la gente se queda aferrada a una pareja por el miedo de transitar por estas soledades y que significan, para lo establecido, el sin sentido del vivir. Este mundo social está pensado y sostenido en lo parejil-marital, por lo tanto, un ser solo, sin pareja establecida empieza a ser un "apartado". Así, el amor viene mal nacido y en estas condiciones es el lugar de la violencia, física, intelectual y psicológica. Entendido de esta manera, el amor es el gran espacio de las decepciones, de las ilusiones nunca alcanzadas.


En realidad, no nos completamos en nadie. Ni nada nos quita esta dimensión única y maravillosa de ser completas y en sí mismas. Si esto no se descubre, siempre se estará corriendo detrás de alguien o de "algo", esté al lado o no; es el deseo de tener-poseer para completarse. Si esto no se descubre ni se rediseña, mal podremos organizarnos con otros valores y deseos.


El definir y dominar la reproducción, la sexualidad, la vida y los cuerpos ha sido parte importante de todos los sistemas de poder existentes. Esta importancia del amor en la vida de todos no es igual para el hombre que para la mujer. Justamente es en este espacio "amoroso" en el que se enseña que el varón tiene derechos sobre la mujer; es en este mundo de los afectos donde aprendemos a amar y a odiar al mismo tiempo, en el que aprendemos a amar a quien nos domina en un falso discurso de igualdad-propiedad. Al varón se lo socializa para dirigir el mundo; a las mujeres, para amar. Se nos dice que tenemos la maternidad como futuro, por eso, creemos que -por esencia- somos las que sabemos amar. Este hecho y toda la forma de entender el amor está, consciente e inconscientemente, en el orden simbólico en el que vivimos, donde confiamos más en las creencias mágicas -divinas y naturales- que en la capacidad humana de comunicarnos, relacionarnos, entendernos y respetarnos.


A pesar de que varones y mujeres tenemos cuerpos sexuados diferentes, uno tiene tomada la capacidad de lo humano: el pensar y el crear, la historia y el futuro; la otra sólo es un dato natural "colaborante". Este es el sistema masculino, masculino-femenil, simbiótico e indivisible.


SIN SUBIRNOS A LA HISTORIA HEROICA DE LOS VARONES EN LA QUE YA ESTAMOS INCLUIDAS, cada vez que las mujeres nos adentramos en lo pensante y en lo creativo, en hacer historia desde nosotras para tener proyectos de futuro, se nos marca como masculinas y traidoras de la feminidad y de los designios de nuestro cuerpo. Qué mejor que traicionar la feminidad si es la manera de salirnos de esta macrocultura masculinista.


Nada más triste que las mujeres sigan diciendo, ahora, desde lo público, "y ya no desde la cocina", lo orgullosas que están de ser femeninas, paseándose en velos como en los mercados de esclavas, admirando el taco alto que realza sus piernas, interviniendo su cuerpo para cumplir con el concepto de belleza femenina, de grandes glúteos y pechos falsos y falsos labios gruesos, ojos de falsos colores, pequeñas narices respingonas, pómulos y mandíbulas disminuidos; mientras, el "gran avance" es hablar de los hombres como los hombres hablan de las mujeres, como cuerpos-objetos fraccionados, comestibles. De la feminidad no rescato nada; de la masculinidad, tampoco, ni de lo pensante-creativo estructurado sobre su lógica de dominio. Lo pensante-creativo nos pertenece a todas y a todos, y podemos ejercerlo para inventar algo realmente distinto a lo "mal" creado hasta ahora por la masculinidad.


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