jueves, 10 de febrero de 2011

Cuando decimos autonomía, sabemos de lo que estamos hablando


Por: Andrea Franulic
Fuente: www.mamametal.com (Marzo 2009)
El feminismo prepara un encuentro más desde la institucionalidad1, cada vez más amarrado a los intereses patriarcales, in crecendo después de Cartagena (1996), en ese retroceso patético que Pisano califica como las nostalgias de la esclava.2 La autonomía Ni Ni prepara un paralelo, propio de ese lugar que Lidid califica como la marginalidad institucionalizada 3.
Tanto uno como el otro son expresiones del feminismo institucional, del feminismo patriarcal. Esto se reconoce en sus respectivos discursos globales, los que manifiestan una determinada ideología feminista, que se puede interpretar a partir de lo que las feministas dicen y hacen. En este sentido, la división que cruzó el debate de los años noventa entre un feminismo institucional y otro autónomo, aún existe; la diferencia radica en que hoy el autónomo se expresa en voces individuales y, según mi entender, solo articuladamente –y proponiendo un avance- en el Movimiento Rebelde del Afuera que formó Pisano para sobrevivir a la absorción que padeció la autonomía.
A principios de los noventa, las Cómplices (Sandra Lidid, Edda Gaviola, Ximena Bedregal, Margarita Pisano) afirmaron públicamente la separación por corrientes de pensamiento, soslayando todos los intentos patriarcales de fragmentación sectorial e identitaria. El discurso de la división en tendencias ideológicas es clave en este contexto. Es justamente el mínimo común ideológico que constituye a la corriente autónoma y que deja en evidencia a la institucional. Y es el discurso que más irritación provoca en los diferentes sectores feministas que se conforman en la década, porque contrarresta el inclusionismo político y el tópico de la diversidad, que permitieron y permiten las representatividades autoconcedidas, la falacia de que existe un solo movimiento feminista latinoamericano y, especialmente, el acceso de las feministas a los centros patriarcales de poder y de producción de cultura, borrando –al incluirlo- y, al mismo tiempo, utilizando los conocimientos, de ese otro feminismo que deconstruye al patriarcado desde sus raíces.
De manera más profunda, el discurso de la separación en corrientes desestabiliza los cimientos del patriarcado al convocar a las mujeres por su capacidad de pensamiento, es decir, por convocarlas a salirse de la feminidad, y esto genera, en las mismas mujeres, toda clase de resistencias de diferente naturaleza. Pero la corriente autónoma no solo convocaba a pensar, sino a pensar autónomamente y, en este caso, salirse de la feminidad implica necesariamente la construcción de un proyecto de mundo esencialmente distinto al patriarcal, cuya ideología se lee a sí misma como única y universal, o sea, no se ve a sí misma como ideología, se ve como el conocimiento verdadero.
Al pensar autónomamente, las mujeres no solo nos salimos de la feminidad, también de la masculinidad, porque la operación patriarcal primaria fue, y sigue siendo, dejarnos sin pensamiento propio, pensarnos ellos a nosotras, incluyéndonos en lo universal que no es más que la masculinidad disfrazada en neutro. La operación originaria es negar la diferencia sexual, al incluirla en su orden/desequilibrio simbólico, transformándola en identidad, en género batiéndose eternamente en la igualdad desigual.
Por eso el discurso de separar corrientes es tan potente, porque cala hasta el origen. Su base es la teoría de Margarita Pisano, engarzada a la de otras pensadoras que identifico como parte de lo que denomino feminismo radical de la diferencia donde leo también a la autonomía cómplice en los noventa y al Afuera en la actualidad. El feminismo radical de la diferencia es una corriente que en distintas épocas y lugares ha sido desplazada y absorbida debido a su potencialidad de cambio civilizatorio.
El feminismo latinoamericano de los años noventa no fue la excepción. Esta corriente de pensamiento radical expresada en el grupo Cómplices que luego se conformó en la autonomía cómplice (y el énfasis recae en la continuidad política de este marco filosófico de la autonomía), también fue intervenida por el patriarcado que arremetió estructuralmente y de manera simbólica mediante la feminidad de las feministas que, serviles a sus espacios de poder, no se atrevieron a cuestionarlo desde sus fundamentos, a desestabilizar sus cimientos, sino que quisieron remozarlo.
Engolosinadas con la apertura del Banco Mundial, del Fondo Monetario Internacional, de la Academia, que las esperaron con los brazos abiertos y las cabezas cerradas, optaron por la posición que no asume posición, por el inclusionismo político que sirve para estar en todas partes y hablar a nombre de todas, a nombre de esa diversidad que, entre otras cosas, cobija las identidades patriarcales de la edad, la raza, la clase: operaciones secundarias de la ideología patriarcal, contenidas en ella, proyectadas desde allí, como el mismo género; como dijo Audre Lorde, “las herramientas del amo no desmantelarán nunca la casa del amo.” 4
Es así entonces que en distintos sectores feministas tropezamos con un discurso que, con diferentes argumentos, unos más elaborados que otros, rechaza o desmiente la división en tendencias ideológicas. Y este discurso va de la mano de la negación de la autonomía como espacio político, puesto que este implica contornos ideológicos y éticos, claros y definidos. Se la re-define, en cambio, como un concepto flexible y errático que sirve para decir que todo es válido, sobre todo cuando se está en el Banco Mundial o camino a él, y que conduce a categorizar entre una mala y una buena autonomía; en definitiva, entre una autonomía defensiva, cerrada o sectaria; y otra, la flexible, la errática.
Así encontramos, en San Bernardo, el año 1990, a Gina Vargas leyendo, en la clausura del Encuentro, un documento fundacional que dice:
“…podemos abordar la diversidad […] desde la confianza, asumiendo que existe un proyecto común, el cual concretamos a través de múltiples estrategias de acción […] En qué medida podemos lograr que estas diferencias no se conviertan en un factor de fragmentación del movimiento y que más bien sean un elemento de enriquecimiento e impulso a múltiples estrategias, así como de profundización de la propuesta política global del movimiento desde la diversidad”.
“Evitar el riesgo de una autonomía defensiva que limite la audacia y creatividad de nuestra política”.
Y encontramos en Sorata, el año 1998, en el Primer Encuentro Autónomo, a Mujeres Creando que plantean:
“Necesitamos redefinir (la autonomía) para construir movimiento feminista autónomo […] La autonomía es para nosotras un principio relacional de acción subversiva. Nosotras no queremos que sea un espacio porque nos fija límites que le quitan la capacidad dinámica y errante de la autonomía”.
“…por eso creemos que las mujeres que dentro de las iglesias desacatan el machismo y las concepciones patriarcales y opresoras de la divinidad y toman posición contra el proceso de institucionalización del movimiento feminista, son autónomas”.
Y a una de sus líderes, María Galindo, interviniendo en la plenaria de la siguiente manera:
“…se habla del feminismo autónomo como corriente y a momentos del feminismo autónomo como movimiento, entonces ahí está la confusión principal, la propuesta que nosotras estamos haciendo desde el grupo de taller es concebir el feminismo autónomo como un movimiento social de contestación radical, integral al sistema patriarcal capitalista, es importante que además aclaremos que esta concepción ya ha estado presente en la comisión organizadora. Al momento que nosotras hablamos del feminismo autónomo como movimiento social, lo comprendemos como un espacio contenedor de corrientes de pensamiento y contenedor fundamentalmente de identidades…”.
Y a otra de sus líderes, Julieta Paredes:
“…si no consideramos al movimiento feminista autónomo como movimiento, sino como una corriente, entonces yo no tengo por qué estar aquí, porque yo no me llamo feminista autónoma, en cuanto a nombre de grupo, yo me llamo ‘Mujeres Creando’, feminista anarquista, y la corriente de pensamiento que estoy nutriendo, que la estoy gestando es un feminismo anarquista en Bolivia y desde Bolivia, entonces yo tendría que reunirme con mi corriente de pensamiento, que sea el feminismo anarquista…”.
O al grupo chileno Las Clorindas en cuya declaración para Sorata, señalan:
“La autonomía es un principio ético, no un espacio […] Entenderla como espacio, la fija y le quita movilidad. Anula su capacidad errante y dinámica, es decir, le pone límites. Si se utiliza la autonomía bajo la concepción de espacio, ello hace que quienes quieran entrar al movimiento deban pasar por la legitimación de quienes ya están”.
Y Mujeres Creando en su documento “Desde variadas locas del mundo”, continúan:
“el desarrollo de estrategias múltiples y en múltiples contextos”, o bien, “el espacio del feminismo autónomo no es necesariamente un espacio físico, estamos en todas partes…”.
Comparemos las frases anteriores con la siguiente cita extraída del libro que publicó el Centro de Estudios de la Mujer (CEM), el año 2003, para reforzar el poder de la fracasada corriente institucional chilena:
“Una creciente diversificación, pluralidad y heterogeneidad caracteriza el campo de acción feminista […] toda una amplia gama de espacios e instancias construidas por las feministas para desarrollar una inmensa variedad de acciones y estrategias” 5.
Es curioso que en el Encuentro de Cartagena, el año 1996, en el mismo instante que Gina Vargas definía la autonomía como un concepto flexible, Mujeres Creando desplegaba en la sala de plenaria un lienzo que decía: “¡cuidado! el patriarcado ahora se disfraza de mujer angurrienta de poder”. Sorata vendría solo dos años después.
Las institucionales llamaron a su taller en Cartagena: “agenda autónoma y radical” y hubo otro taller que se autonombró “Ni las unas Ni las otras” (a las que Pisano bautizó como las Ni Ni): Ni autónomas Ni institucionales, pero, al fin y al cabo, institucionales. Subyace a la propuesta Ni Ni el rechazo al discurso de la autonomía, y si algunas de sus exponentes argumentan que el rechazo recae en la división dicotómica planteada por las autónomas, las Ni Ni tendrían que posicionarse como una tercera tendencia y esto no ocurre, pues su discurso es asumir una posición que no asume posición ideológica y, en este sentido, política y teóricamente no se diferencia del discurso del feminismo institucional. Llamarse “Ni las unas Ni las otras” en el contexto de la implementación de intervenciones estructurales para desarticular el feminismo radical, es estar definitivamente con quien ejerce el poder y es, en consecuencia, otra vez el rechazo a la separación en corrientes de pensamiento.
Así encontramos a Amalia Fischer que si bien fue feminista Cómplice en el Encuentro de El Salvador (1993), en Cartagena estuvo con Ni las unas Ni las otras, y en un artículo publicado el 2005, afirma: “En Chile las feministas reprodujeron la lógica de lo político que tanto se había criticado en los 70 y 80: la dicotomía amigo/enemigo.” 6 Este mismo cuestionamiento abunda en las páginas de la historia oficial del feminismo chileno publicada por el CEM que insiste en acusar a las feministas de la corriente autónoma de haber ocasionado un debate que reproduce la lógica dicotómica patriarcal7.
Asimismo, Francesca Gargallo que también fue Cómplice en El Salvador, para referirse al debate que inaugura este grupo, en una nota de su libro Ideas feministas latinoamericanas, publicado el año 2004, dice lo siguiente: “…creando una falsa dicotomía entre las ‘institucionalizadas’, la versión latinoamericana de las igualitarias europeas […] y las ‘autónomas’” 8.
La división en dos corrientes feministas no es falsa: es un dato de la realidad. Lo falso es adecuar la realidad a las conceptualizaciones establecidas, las que terminan ejerciendo en nuestras prácticas una tiranía paralizadora. Con esto quiero decir que a riesgo de construir dicotomías, abandonamos la necesidad de explicitar corrientes ideológicas. O a riesgo de ser “masculinas o patriarcales”, evitamos pelearnos por nuestras ideas. Lo desigual surge cuando nuestro referente sigue siendo el patriarcado y su “deber ser”, cuando pensamos que hacer política de otra manera es hacer lo que no hacen ellos, en lugar de desprendernos de su lógica y elegir ejercer con soberana libertad las capacidades de lo humano.
El patriarcado no se basa en una lógica dicotómica, se fundamenta en una lógica incluyente, que nos negó la capacidad de pensar, de pensar-nos, atrapando lo humano en su dominio; atrapando, al mismo tiempo, en El Hombre, a las mujeres y a la humanidad. La operación del patriarcado es negar la dicotomía originaria del ser mujer y del ser hombre, y cuando el feminismo se proyecta como una teoría filosófica y una praxis política autónomas está recuperando dicha dicotomía al marcar una diferencia esencial con la ideología patriarcal que conforma los lentes totalitarios para mirar el mundo, interpretar la realidad y construir lenguaje.
Así vemos cómo las voces de diferentes sectores feministas se unen ideológicamente en el mismo punto: Gina Vargas, ícono del feminismo institucional en el continente; Mujeres Creando, grupo anarco-feminista boliviano, autodefinido como autónomo; Las Clorindas, grupo chileno, también autodefinido como autónomo; Amalia Fischer, ex Cómplice y en Cartagena parte del taller Ni las unas Ni las otras; Francesca Gargallo, también ex Cómplice y hoy, parte de la comisión que organiza el encuentro autónomo, paralelo al institucional que se llevará a cabo en México; el Centro de Estudios de la Mujer que publica una historia institucional del feminismo de los años noventa. Y solo para agregar más antecedentes: después de Sorata, las feministas dominicanas Yuderkis Espinosa y Ochy Curiel (también participan actualmente en la comisión que organiza el paralelo autónomo), en el Encuentro de Santo Domingo el año 1999, adhieren a una declaración de la “autonomía” redactada por Mujeres Creando.
Se unen en el mismo punto: en el rechazo a la separación en corrientes de pensamiento feministas, a la explicitación y confrontación de las diferencias ideológicas. Y en torno a este rechazo, articulan un discurso y una práctica política reconocibles, a grandes rasgos, en determinados tópicos:
- El primero, al que ya me he referido, pues tiene directa relación con el inclusionismo político es el de la autonomía como concepto flexible y ubicuo, la multiplicidad de estrategias y contextos, el decir que el feminismo hoy está en todas partes, el movimiento contenedor de diversidades.
- El tópico de la diversidad, al que le podríamos dedicar un texto completo.
- Las dobles y triples militancias que siempre han cruzado al feminismo, donde este no se lee como proyecto político en sí mismo, sino que necesita de otros “ismos” masculinos para ser legítimo: el marxismo, el anarquismo, el ecologismo, el esoterismo… o bien, de otros espacios masculinos que lo validen: la academia, la cooperación al desarrollo europea, o la pachamama.
- Las estrategias políticas que responden a las urgencias del patriarcado, para parcharlo, perpetuándolo, que demandan reivindicaciones o que buscan la visibilidad, estas últimas sirven de coro vociferante para las elites feministas que están en el poder. El tipo de estrategias como marchas, performances, intervenciones, cantos, rayados, tambores, no salen de la denuncia contingente y, en consecuencia, de la tematización del feminismo: aborto, femicidio, píldora del día después, marcha del orgullo gay transformada en visibilidad lésbica, el 8 de marzo, entre otros. Esto provoca el empobrecimiento de un marco filosófico propio que proyecte un cambio civilizatorio (Pisano). El pensar es desplazado por el reclamar. La denuncia enraizada en un pensamiento feminista, es desplazada por la de la lógica inmediatista. Finalmente, se adoptan discursos ajenos, muy parecidos a los de la izquierda fracasada, pues se prioriza una praxis vacía de contenido.
- La fragmentación identitaria (a la que también aludí anteriormente) en lugar de la construcción de corrientes de pensamiento. Se hace política desde el ser lesbiana, el ser negra, el ser pobre, el ser campesina, entre otras desigualdades, en lugar de aportar con dichas especificidades a la construcción de ideologías que desmonten el totalitarismo intrínseco del patriarcado.
- El discurso del recambio generacional (la exaltación de la juventud “divino tesoro”), “infaltable” en la plenaria final de cada Encuentro feminista, que siempre propone un corte generacional y que repite los lugares comunes patriarcales sobre la edad y que, como consecuencia profunda, obstaculiza la construcción de genealogías de mujeres que piensan desde la insolencia.
Con toda razón, Margarita Pisano dice que el feminismo vigente está fracasado, puesto que se trata de un feminismo patriarcal, se llame institucional o autónomo, y lo seguirá estando hasta que radicalice su diferencia.
Santiago, marzo de 2009
1.- Para un análisis crítico del próximo encuentro feminista oficial, ver Bedregal, www.mamametal.com
2.- Pisano, Margarita, El triunfo de la masculinidad, Surada, Santiago, 2001.
3.- Lidid, Sandra, “Una aproximación al precipicio de la marginalidad” en Movimiento feminista autónomo, Ediciones Número Crítico, Santiago, 1997.
4.- Audre Lorde, citada por Rivera Garretas, Nombrar el mundo en femenino, Barcelona, Icaria, 1994, p.174.
5.- Marcela Ríos, Lorena Godoy y Elizabeth Guerrero, ¿Un nuevo silencio feminista? La transformación de un movimiento social en el Chile posdictadura, Centro de Estudios de la Mujer/Editorial Cuarto Propio, Santiago, 2003, p. 321.
6.- Cfr. Nouvelles Questions Féministes, vol. 24, Nº 2, versión especial en castellano Fem-e-libros, 2005, p.73.
7.- Cfr. ¿Un nuevo silencio feminista? La transformación de un movimiento social en el Chile posdictadura, ibídem.
8.- Francesca Gargallo, Ideas feministas latinoamericanas, México D.F., Universidad de la Ciudad de México, 2004, p.210.

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