martes, 11 de noviembre de 2014

Ayotzinapa


ANDREA ISABEL IXCHÍU H
La Cerbatana

La rabia y el hartazgo han sido detonadores de las movilizaciones en México desde inicios de octubre de 2014, en donde escuelas y universidades se han declarado en paro nacional, como protesta por la desaparición de 43 estudiantes de la escuela normal Isidro Burgos de Ayotzinapa, Guerrero, el 26 de septiembre. Ellos fueron atacados y detenidos por la Policía, luego entregados a una banda criminal, cuando iban en buses que los llevarían a la Ciudad de México, porque participarían en la marcha del 2 de octubre, conmemorando la masacre de Tlatelolco del 82.

Este hecho evidencia que las políticas de seguridad nacionales ante el crimen organizado funcionan como una estrategia de control y represión contra la sociedad. Esto, como manifiesta Rita Segato, “se trata de enfrentamientos ya no entre estados, sino entre corporaciones armadas, que se entretejen e hibridan con partes del estado y con fuerzas paraestatales”. Asesinan, torturan y desmiembran personas como escarmiento y advertencia. Para infundir miedo y acabar con acciones colectivas. En Guatemala lo vivimos durante la guerra y vemos como su maquinaria toma nuevas formas y ropajes.

Por toda América Latina se desparraman formas crueles, caóticas e incomprensibles de enfrentamientos armados, asesinatos selectivos y en masa, desapariciones, agresiones generalizadas contra la población que resiste al exterminio. No podemos permitir más impunidad. Ayotzinapa ha destapado de forma dolorosa al aparato corrupto que vive y se reproduce dentro de los estados. Después de esto ni México ni el mundo pueden volver a ser los mismos.

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