lunes, 16 de marzo de 2015

Por qué el cuerpo como agente para cambiar





Por María Aguilar 


Cuando hablamos de cuerpo en general se piensa en este pedazo de carne, que come, defeca, y duerme. El cuerpo es mucho más que es eso, porque está vivo, reconocemos que algo está vivo por el movimiento que tiene, porque la vida es movimiento y el movimiento implica cambio. Y desde luego para cambiar se deben tomar decisiones.

La vida y el cambio se expresan a través de nuestros movimientos. Y cuando hablamos de movimientos, no  nos referimos a un deportista que se entrena todo el día, cuando hablamos de mover el cuerpo como agente de cambio nos referimos a las posibilidades que todas las personas tenemos, de movernos desde nuestros pensamientos, hasta nuestras células y desde nuestras células hasta nuestros pensamientos.

Muchas de nosotras, no sabemos cómo nos movemos, en el campo físico de la vida, ni el campo mental y mucho menos como se mueven nuestras emociones. Y correspondiente con esto, tampoco sabemos movernos, esto nos produce miedo a tal grado que preferimos no  intentar movernos. Y entonces perdemos las habilidades para movernos y por lo tanto para preservarnos y para vivir.

De tal manera vamos perdiendo también nuestra sensibilidad, no solo la sensibilidad motora, nos volvemos insensibles antes la situación de crueldad en la que vivimos, y perdemos la capacidad de visualizar alternativas y  posibilidades a nuestra forma de vivir. Acumulamos dolor en nuestras espaldas y nuestros órganos y comenzamos a creer que nos merecemos el dolor. Acumulamos pensamientos de pesadez y agotamiento, pero no dejamos de pensarlos.

El cuerpo es la forma física en la que se expresan nuestras emociones y pensamientos, por eso escucharlo es una manera de conocernos, sensibilizarnos con nuestras necesidades para tratarnos bien.

El cuerpo es el única forma de abordar la realidad que tenemos, en el habitamos, es a través de él que sentimos, percibimos y actuamos. En realidad sin él no existimos. No se puede cambiar la mente sin cambiar el cuerpo y no se puede cambiar el cuerpo sin cambiar la mente. Así como tampoco puede cambiar una persona sin cambiar sus relaciones y su entorno, como tampoco puede cambiar el entorno y las relaciones sin un cambio en la persona.

Cuando entramos en contacto con nuestro cuerpo, entramos en contacto con nosotras mismas. Practicar la propia escucha, es algo que puede desarrollarnos una  herramienta no solo para actuar en la vida diaria, sino a demás para protegernos. ¿De cuantas enfermedades podríamos protegernos si escucháramos los primeros mensajes y alertas que el cuerpo nos brinda? ¿De cuántos daños a nosotras mismas y a otras y otros nos libraríamos si estuviéramos atentas a nuestros pensamientos, palabras y actos? ¿Cómo sería nuestra forma de comunicarnos, de acariciarnos y de convivir con la naturaleza?

Todas las experiencias que vivimos, pasan por nuestros sentidos, seamos o no conscientes de ello. Y todas estas experiencias despiertan una emoción de agrado o desagrado. Pero muchas veces las escondemos, las ocultamos o nos aferramos a ellas, bloqueando así el flujo, el movimiento del que depende la vida. Así nos generamos tanto bloqueos físicos como mentales y emocionales. Nos imposibilitamos el movimiento, la capacidad de expansión y contracción, la capacidad de inhalar y exhalar, de acercarnos y alejarnos, de sonreír y de llorar, de agarrar y soltar.

Pero nuestras células tienen la capacidad de recordarlo, y recordárnoslo, ellas guardan el conocimiento que durante miles y miles de años nos ha permitido mantenernos como especie humana.  Escucharlas, nos permitirá recordar estas capacidades, que no hemos perdido pero que nos sabemos que tenemos.

Por eso la importancia del cuerpo en nuestros cambios, y lo que podamos hacer para relacionarnos con nosotras mismas,  desde las alegres caricias que podemos proporcionarnos, hasta las terapias somáticas y las terapias psicológicas que trabajan desde el cuerpo.



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