miércoles, 5 de enero de 2011

«El bebé, ¿es niño o niña?».




Tomado del documento 
EL EJE DEL MAL ES HETEROSEXUAL.. 

«El bebé, ¿es niño o niña?».
—«No lo sabemos, todavía no nos lo ha dicho». (Bornstein, 1994: 46)
«Sexo: Varón Mujer»                                                           «Sexo: Sí».
 
Así pues desplegamos nuestros cuerpos, nuestros deseos, nuestras identificaciones más o menos in/adecuadas con las posiciones sociales de masculinidad y feminidad... Nuestra relación con el género es problemática, confusa, difusa, concreta, impaciente, inquieta, cambiante... Pero, si bien jugamos con patrones de género que siempre nos resultan o demasiado grandes o demasiado pequeños —y habitualmente las dos cosas al mismo tiempo—, estos también están siendo transformados, expandidos o cuestionados con
nuestras prácticas cotidianas. La presencia de solidez con la que se reviste el género—palabra mágica sobre la que continúan existiendo no pocas disputas— no es sino una ficción encarnada, discursiva e  institucionalizada, altamente versátil y densamente patrullada, que tiende a orientar y regular nuestras
identificaciones y a establecer los códigos sobre cómo hacer y vivir cuerpos diferentemente sexuados en una sociedad concreta. Esto incluye la determinación de qué cuerpos resultan pensables; cuáles son los cuerpos deseables y por quiénes, qué prácticas son ajenas a qué cuerpos y, por supuesto, qué regímenes político-económicos de los cuerpos son permitidos o prohibidos. Pero esa apariencia sustantiva del género se asienta en prácticas cotidianas que tienden a recrear, reproducir y modificar aquel discurso que las alimenta.
La verdad del sexo, de los cuerpos sexuados, resulta ser mucho más inestable de lo que se nos antoja a simple vista. El género y aún el sexo y la sexualidad como verdades políticas tienen una emergencia reciente y sumantenimiento requiere de un control férreo. De ahí la persecución cotidianae institucionalizada de las ambigüedades y fluideces de sexos, géneros y deseos, y la vigilancia aduanera de los tránsitos: médicos, psicólogos y juecescomo puntos de paso obligado en las fronteras, policías de la ley heterosexual, peritos de nuestros sexos/géneros, controladores de cambios y aseguradores de que nadie se quede a medias, entre–los-sexos: «Mantened vuestras leyes fuera de nuestros cuerpos». 

Porque silencio es igual a muerte y porque es necesario, como dice Barbara Smith, hablar de homofobia, lesbofobia y transfobia cuando se habla de racismo y cuando se habla de sexismo y de clasismo y cuando se habla de precariedad laboral. Hablar del terror de miradas violentas, humillaciones e insultos violentos, silencios violentos... El terror del acoso escolar a maricones, bolleras o trans, con sus violencias cómplices: la indiferencia y el silencio; el terror de las instituciones insensibles y reproductoras de agresiones homófobas y tránsfobas; el terror de interpelaciones cotidianas violentas que se creen legítimas bajo una matriz heterosexual, blanca y ciudadana que las ampara: «Pero tú qué eres ¿un chico o una chica?», «tú calla que no eres de aquí», «este servicio es de mujeres»... El terror ejercido mediante unos documentos de identificación sexual y geográfica donde se condensan violencias estatales que patrullan y limitan los tránsitos, y castigan aquellos no autorizados. Pero los documentos se pueden falsificar y determinados reconocimientos pueden ser evitados: bolleras, maricas o trans pueden situarse diferentemente en las matrices de la masculinidad y la feminidad, de tal forma que los tránsitos aduaneros se multipliquen hasta quedar momentáneamente en suspenso. 

Las butch, los drag-kings, los F2M, al encaramarse en una masculinidad negada, y las maricas plumeras, las drag-queen de feminidad hiperbólica y las M2F, asaltando los espacios de la feminidad, evidencian la imposibilidad de contención de los límites del género. Pero, ¿qué pasa cuando el asalto a la norma se realiza sobre la base de la explotación de la norma?; ¿cuando el cuestionamiento de la estabilidad de los géneros se sustenta en una apropiación superlativa que resulta irónica?; ¿cuando se cortocircuitan las explicaciones heterosexistas que sostienen que bolleras y gais no son sino «malas copias» de una heterosexualidad convertida en «original» incuestionado?; ¿cuando las bolleras son femme y los maricas osos y leather? Si
en el caso de las bollos butch y los maricas plumeros se rompe con la norma de género y se erotiza esa trasgresión, en el caso de femmes, osos y leather nos El eje del mal es heterosexual encontramos con una forma de erotización de la norma que la desactiva al reproducirla hiperbólicamente y alejarla del referente relacional heterosexual.
Todas estas figuraciones habitables suponen ejercicios cotidianos de resistencia que despliegan mundos posibles y crean proliferaciones promiscuas y ocasiones para desarrollar deseos y prácticas desde los que desbordamos los esfuerzos reguladores del régimen heterrorsexista. Así pues nos resistimos y por eso también infundimos un diferente tipo de terror: la violencia, el vértigo, incluso la náusea, la desorientación provocada por la persona rarita que no encaja en las categorías cognitivas del dualismo sexual. Pero la revulsión tiene una peculiar conexión con el deseo: el vértigo se provoca por la atracción de caer al vacío, la otra rarita provoca pánico porque confronta a las personas con la seguridad de sus cuerpos normalizados, pero también por el peligro de una atracción que cuestiona esos límites. «Eso es lo que hacen las proscritas del género: nuestra mera presencia es suficiente para que la gente se ponga enferma» (Bornstein, 1994: 72). Porque «la nuestra no es una disforia de género más bien una euforia de género» (Porpora Marcasano, 2002)7 que provoca trastornos en la identidad heterosexual.

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