domingo, 30 de enero de 2011

Alejandra Pizarnik





Hacia el final de su vida, Pizarnik declara que su ideal sería hacer poesía con cada minuto de su diario vivir:
Ojalá pudiera vivir solamente en éxtasis, haciendo el cuerpo del poema con mi cuerpo, rescatando cada frase con mis días y con mis semanas, infundiéndole al poema mi soplo a medida que cada letra de cada palabra haya sido sacrificada en las ceremonias del vivir.1
La poesía era para ella “un destino, no una carrera”. Es la misma idea de Octavio Paz y otros surrealistas, cuando afirma en Las Peras del Olmo: “El arte no es un espejo en el que nos contemplamos, sino un destino en el que nos realizamos”. En este capítulo trazaremos someramente su biografía poética. Para esto nos hemos basado en sus textos, en conversaciones que hemos sostenido con amigos íntimos, como Olga Orozco, Sylvia Molloy, Ana Becciú y Ana M. Barrenechea, y también en la correspondencia que nos facilitaron.
Nace en Buenos Aires en 1936. Sabemos por documentos que sus padres fueron emigrantes rusos, de ascendencia judía, y que vivieron en la parte sur de Buenos Aires, en un barrio de burguesía media. El desarraigo de Pizarnik, provocado por esta falta especial de raíces nacionales y locales, se relaciona con el sentimiento de exilio que recorre sus poemas y que no la abandonó jamás. La infancia de Alejandra Pizarnik podemos imaginarla como triste. Recreada en sus poemas y en sus cuentos, surge como una época solitaria, con la imagen de una niña introvertida, y llena ya de fantasías y terrores. Uno de sus relatos en prosa, El viento feroz, esclarece su biografía poética:
Andrea [¿Alejandra?] gustaba de narrarlo con la intención de exorcizar su misterio, creyendo ingenuamente que su horror oculto se gastaría con el uso frecuente. Pero no. Estaba intacto y virgen como cuando sucedió por vez primera. Ella tenía cuatro años. Estaba con sus padres en el teatro esperando el momento de la función. Cuando se apagaron las luces su cuerpecito vibró convulso como cuando se introduce por un segundo el dedo en el toma corriente. Un bicho monstruoso, un alacrán bebedor de sangre se había remontado a su ser e inauguraba un proceso de devastación que jamás finalizaría.
Esta imagen la repetirá en un poema de Las aventuras perdidas,2 donde dice:
Mi infancia sólo comprende
al viento feroz
que me aventó al frío.
Y en el mismo libro vuelve a referirse a su infancia en “El Despertar”3 cuando escribe:
Recuerdo mi niñez
Cuando yo era una anciana
Las flores morían en mis manos
recuerdo las negras mañanas de sol
cuando era niña.4
Este doble concepto de niñez anciana, desencantada, y su terrible manera de enfrentarse cada día al sol negro, serán reiterativos de su poesía y devendrán uno de sus temas obsesivos: el de la oscuridad, la noche. Hasta el fin, Alejandra Pizarnik jugará con la paradoja y el oxímoron.
En el año 1954 ingresa en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires, y un año más tarde publica su primer libro de poesías, La tierra más ajena.5 Más tarde rechazará este libro y preferirá olvidarlo. Pero interesa el epígrafe que lleva de Rimbaud, que ya muestra la influencia de este autor en su poesía, y también el sentimiento de melancolía y de finitud, temas recurrentes que trabajará hasta el final de su vida:
¡Ah! El infinito egoísmo de la adolescencia,
el optimismo estudioso: cuán lleno de flores
estaba el mundo ese verano,
los aires y las formas muriendo.6
Ese año abandona la carrera de Letras y comienza a estudiar pintura, con Juan Battle Planas, quien contribuyó a la evolución de sus conceptos sobre poesía,7 y a su modo tratar la distribución del texto sobre la página en blanco, como una forma, un dibujo.
En 1956, publica La última inocencia8 dedicado a León Ostrov, su analista de muchos años y de quién, según testimonios, estuvo enamorada.9 La temática de desesperación del libro está constantemente presente. En el poema “Noche” cita en el epígrafe a Gérard de Nerval, a quien admiraba:
Quoi, toujours? entre moi
sans cesse et le bonheur.
Por entonces ya está muy relacionada con poetas contemporáneos suyos como Rubén Vela, a quien dedica el poema “Siempre” y Clara Silva, casada con Alberto zum Felde, a la que dedica, “A la espera de la oscuridad”.
En 1958 publica Las aventuras perdidas,10 que lleva una ilustración de Paul Klee, quien fue con Hyeronimus Bosch su pintor favorito: Muestra a una muchacha con una pluma de pavo real en las manos, en un paso de baile.
El poema “La jaula” aparece dedicado nuevamente a Rubén Vela y lleva un epígrafe de Georg Trakl, poeta alemán que será uno de sus predilectos, y a quien cita en conversación con Martha Isabel Moia, en una entrevista publicada en La Nación de Buenos Aires, en 1972. El epígrafe del poema dice así:
Sobre negros peñascos se precipita,
embriagada de muerte,
la ardiente enamorada del viento.
Por esta época inicia su amistad con Olga Orozco, que durará hasta su muerte. A ella dedica su poema “Tiempo” del mismo libro. Otro poema, “Exilio”, está dedicado al poeta Raúl Gustavo Aguirre. En este libro ya aparece explícitamente una temática que desarrollará más tarde hasta la exasperación: la noche como realización y la luz como negación de vida.
Tal vez la noche sea la vida y el sol
la muerte.
El poema dedicado a León Ostrov “La jaula” ya marca una época de gran depresión y dolor personal. Sólo citamos el final:
Señor
la jaula se ha vuelto pájaro
Y ha devorado mis esperanzas
Señor
la jaula se ha vuelto pájaro
Qué haré con el miedo.
El mejor documento de la vida de Alejandra Pizarnik por esos años, lo da el poema que cierra el libro, intitulado “Mucho más allá”:
Quisiera hablar de la vida
Pues esto es la vida
este aullido, este clavarse las uñas
en el pecho, este arrancarse
la cabellera a puñados, este escupirse
a los propios ojos, sólo por decir,
sólo por ver si se puede decir:
es que soy yo? verdad que sí?
Su mundo es generalmente amargo. Una vida definida como un dolor vehemente, una absoluta desesperación. Para Olga Orozco, su pesimismo de esos años tiene que ver con sus fracasos amorosos, y la muerte del poeta colombiano Jorge Gaitán Durán, por quien sintió un enamoramiento profundo.11
Estos tres libros que hemos mencionado forman una verdadera trilogía de lo que podríamos llamar su primera época, por la coincidencia de rasgos y enfoques. Son los años en que se relaciona con las revistas de vanguardia que hemos mencionado, y con los grupos universitarios reformistas. Cursando Filosofía y Letras conoce a escritores de su generación, a sus coetáneos, como Susana Thénon, Eduardo Romano, y Horacio Salas. También a otros escritores que serán luego reconocidos como generación del sesenta. Y a escritores del grupo SUR, como José Bianco, Alberto Girri, y H. A. Murena.
Termina así una primera etapa de aprendizaje y se cierra el ciclo —que podríamos llamar nacional— de Alejandra Pizarnik. Estamos así colocados al inicio de su segunda etapa —la etapa de París— que dura cuatro años, de 1960 a 1964, y que la lanza a un escenario internacional, a nuevas perspectivas y a una maduración personal, que hará que pertenezcan a esta época la mayor parte de sus poemas antológicos. Es en París donde conoce a Octavio Paz y a Julio Cortázar, amistades que continúa hasta su muerte. Es interesante que Pizarnik repita —dentro de su generación— la misma vivencia que tuvieron tantos poetas de generaciones anteriores —su viaje a París como Meca, como centro de cultura, como experiencia necesaria y fundamental a su carrera. Es el caso de Vicente Huidobro, de Oliverio Girondo, del mismo Julio Cortázar. En París desarrolla una actividad múltiple: es redactora de la revista Cuadernos del congreso por la libertad de la cultura, pertenece al comité de colaboradores extranjeros de Les Lettres Nouvelles, y conoce a escritores de la importancia de Yves Bonnefoy, André Pieyre de Mandiargues y Henri Michaux. Su pasión por París durará hasta su muerte. En carta a Juan Liscano12 reconoce que escribe y trabaja mejor en París:
Estoy haciendo lo posible —es decir, lo imposible— por volver a París. Allí, a pesar del desamparo externo, soy más feliz. Quiero decir: puedo escribir con más libertad. (Esto es tan complejo y tan indecible).
Irse a París le fue fácil; es más: representó una liberación de su ambiente; de su propia patria.13 Octavio Paz escribirá por entonces el prólogo a un nuevo libro suyo, Árbol de Diana.14  Lee ávidamente. En carta a Ana María Barrenechea, fechada en París, a 10 de Diciembre de 1962, le comenta los críticos importantes del momento:
No sé si anotaste los nombres de los críticos literarios franceses que creo importantes (!) Jean Pierre Richard (su ensayo ya famoso, sobre Mallarmé fue su tesis de doctorado en la Sorbonne). (Editions du Seuil) Se habla mucho también del método empleado por François Germain en L’imagination d’Alfred de Vigny (Editions Librairie José Corti) Otro libro: el de Weber, Gallimard, Ensayo sobre la génesis de la obra poética (esencialmente psicoanalítico). Te recomiendo, también, el Rimbaud par lui-même d’Yves Bonnefoy.15 Nada más por hoy.16
También allí comenta el proyecto de Maurice Nadeau de preparar un número de Les lettres nouvelles, dedicado a la literatura fantástica en América Latina. Es una época también de gran pobreza económica: apenas si sobrevive con lo que gana. En esta misma carta a Ana María Barrenechea, cuenta de su temor constante a quedar sin empleo o sin dinero, pero siempre con humor:
Me fui del horrible empleo. Ahora busco otro. Se ruega considerar que enviar esta carta me privará de un almuerzo. Mentalmente me siento libre y contenta pero digestivamente vacía y melancólica. No hablemos más del asunto: no es de pobres tratar de la pobreza.
Se interesa por los problemas del lenguaje en relación a la poesía y la filología. En carta sin fecha, comenta a Ana María Barrenechea
no sé si te dije que una de las revistas más interesantes es Critique, exclusivamente de crítica literaria, estética, filosófica, etc [...] Es en ella donde se toma el pulso a la crítica francesa contemporánea —casi siempre fenomenológica, neopsicoanalítica y bastante anti-existencialista en el sentido sartreano. (Dios me libre).
Es en este año que conoce a Aurora y Julio Cortázar, con quien continuará una gran amistad hasta su muerte.
Otra carta, ya del año 63, reitera el tema de la pobreza, pero se muestra siempre entusiasta intelectualmente. La poesía forma parte de su estilo tan íntimamente, que aparece en todas sus cartas en frases como éstas:
Aquí se nos viene la primavera, los paseos en el parque, por los barrios lejanos y miserables en donde se leen como notas las persianas de las casas viejísimas, como si la calle cantara.
La última carta tiene un tono casi eufórico, aún cuando hace referencia a sus problemas económicos: “Yo ando mejor que nunca. Escribo, publico en las revistas de aquí, —y— lamentablemente, trabajo en sitios infames para ganarme el duro pan de cada noche”.
En Árbol de Diana (1962) aparecen poemas dedicados a Laure Bataillon, hija de Marcel y excelente traductora, Ester Singer, y Enrique Molina. Este último poeta, escribirá una reseña a este libro, que aparece publicada en Cuadernos de congreso por la libertad de la cultura (No. 9, París). No sólo está en constante contacto con la intelectualidad francesa; también publica en SUR varios poemas durante 1963. Y colabora en otras revistas durante esta década: Nouvelle Revue Française, Tiempo presente, Mito, Zona franca, Mundo nuevo, Papeles de Son Armandans.
En el año 1965 regresa a Buenos Aires y aparece un nuevo libro, Los trabajos y las noches.17 Con esta obra obtiene el Primer Premio Municipal. Corresponde a su época de plenitud, y son poemas escritos, en su mayoría, en París. Tanto en Árbol de Diana como en Los trabajos y las noches hay poemas de esperanza, de certeza, como el poema 27 de Árbol de Diana: “un golpe de alba en las flores / me abandona ebria de nada y de luz lila / ebria de inmovilidad y de certeza”. El libro está recorrido por una luminosidad que no volverá a lograr nunca más. Encontramos palabras que crean campos semánticos que aluden a la luz: alba, paraíso, llama, estrella, iluminada, son frecuentes, y nos transmiten un resplandor particular.
En Los trabajos y las noches ya hay desesperanza; son poemas de gran intensidad, y de gran rigor. Con este libro obtiene el premio Fondo Nacional de las Artes, y el Primer Premio de la Municipalidad de Buenos Aires. En “Cuarto solo” aparece nuevamente el tema de las fisuras, las desgarraduras, formando rostros, manos, clepsidras. Es el inicio de sus obsesiones y delirios, pero no se harán evidentes hasta la última etapa de su obra. El exilio, la alienación que comienza a sentir cada vez con mayor frecuencia, aparece en un poema de este volumen:
Los que llegan no me encuentran,
los que espero no existen.
Enrique Pezzoni, en su ensayo sobre este libro,18 dice que el exiliado logra en el poema una forma de comunión, pero que su Unión Mística es con su propia soledad. Creemos que la soledad de Pizarnik no era con ella misma, era una soledad frente al mundo, era una incapacidad para la comunicación real. Es también una soledad salvadora, que le permite abrigarse con palabras, en oposición a la soledad real, aterradora, de un mundo hostil y externo. El poema es entonces ilusión y compañía, o, por lo menos, ilusión de ser esto para ella. Aquí debemos subrayar que la realidad externa nunca le sirvió de apoyo.
Sus tendencias obsesivas se agudizan hacia el final de su vida. Sobreviene una etapa de marcada melancolía, y la sombra de la locura desquició sus últimos años. Aparecen entonces sus libros: Extracción de la piedra de locura (1968), y El infierno musical (1971). Ya todas, o casi todas las imágenes de estos libros son de desgarramiento y de alienación. Es un período de intensa depresión. En el poema “En la otra Madrugada” dice “Escucho grises, densas voces en el antiguo lugar del corazón”. Es en el año 1970 cuando sufre su primer gran depresión y casi no publica. En El infierno musical ya hay imágenes de principio de locura: “Risas en el interior de las paredes”. También en este volumen, en un poema titulado “En un ejemplar de Les Chants de Maldoror” aparece explícita la idea del suicidio: “triste como sí misma / hermosa como el suicidio” El suicidio está descrito en su obra con placer, como si el suicidio —el no ser— fuese un triunfo. El tono de El infierno musical —infierno de la palabra— es de profundo pesimismo y sumamente inquietante. Se hace evidente la disociación de la personalidad de Pizarnik, las múltiples personalidades y las diferentes voces que la atormentan: “Ya no puedo hablar con mi voz, sino con mis voces”. Este volumen termina en un tono de desesperanza, en una serie de preguntas ansiosas y desesperadas, “Cuándo dejaremos de huir? Cuándo ocurrirá todo esto? Dónde? Cómo? Cuánto? Por qué? Para quién?”
Cuando se publica La condesa sangrienta (1965) en la revista Testigo su interés por el sadismo y la fascinación que ejercía sobre ella, ya eran evidentes. Es también de esa época su interés por la obscenidad. E. Cozarinsky, contestando a mis preguntas sobre Alejandra Pizarnik, me escribe desde París:
En su último tiempo Alejandra estaba muy interesada en la obscenidad. Yo no podía seguirla en su delirio y la dejé de ver unos dos años o un año y medio antes de su muerte. Una de las últimas veces que hablamos por teléfono fue una de sus habituales llamadas a las tres o cuatro de la mañana, cuando estaba haciendo una pausa en su trabajo y tomaba su té de la tarde, digamos. Recuerdo que estaba haciendo una lista alterada del comité de redacción de Sur. Desgraciadamente he olvidado casi todos los juegos de palabras, salvo ‘No me gonzález el lanuza’, que repetía con su voz grave y sus acentos más salaces.
El gusto por lo perverso y lo grotesco es claro, como veremos en nuestro análisis. También aflora veladamente su lesbianismo.19 Otro párrafo del libro nos elucida su concepto de melancolía, relacionado con la locura:
Pero por un instante, sea por una música salvaje o alguna droga o el acto sexual en su máxima violencia, el ritmo lentísimo del melancólico no sólo llega a acordarse con el mundo externo, sino que lo sobrepasa con una desmesura indeciblemente dichosa; y el yo vibra animado por energías delirantes.
Sabemos por testimonios privados que solía escuchar música de rock, puesta a todo volumen, durante horas enteras, y que se apasionó por Janis Joplin, la cantante de rock americana que se suicida en 1970, y a quien dedica un poema, que se publica en Zona franca, y que luego incorpora a su libro.
Por esta época sus cartas comienzan a ser incoherentes. Sabemos, por documentos de varios amigos, que termina sus días viviendo en un mundo de tinieblas: Rechazaba la luz, y vivía de noche.20 Sale del hospital, luego de una estadía de cinco meses en Enero de 1972, y en una carta a Juan Liscano se advierte su desequilibrio: “En Buenos Aires no aceptan que una poeta tan pura tenga necesidades. Oh, que se vayan a la mierda”. En otra carta a Liscano fechada el 12 de Febrero de 1972 dice:
estoy mejor, pero sigo con fiebre. No es feo pero te ruego perdonarme algunos delirios inextricables que se me deslicen (o no). Ando algo animal de tanto yacer en el hospital (me hacían besar la cruz), esa imposición me daba rabia; ergo, la chupaba y la lamía curioso: a pocos pasos de la muerte, la muerte es viva, vívida y vibrante y todos los Paul Claudel y Henri Troyat (por citar a dos gordos) parecen un chiste.
Ya en 1962, había escrito en su “Diario íntimo” publicado en Mito, “El misterio más grande de mi vida: ¿Por qué no me suicido? Es en vano alegar mi pereza, mi miedo, mi futilidad. Quizás debido a esto, todas las noches me parece haber olvidado algo”.
Esta búsqueda del poema como única realidad, existencia hecha real sólo por la poesía, llega, como a Van Gogh, como a Artaud, a destruirla. Julio Cortázar resume bien el precio de esa búsqueda en el poema que dedica a la muerte de Alejandra:
Puesto que el Hades no existe, seguramente estás allí,
último hotel, último sueño,
pasajera obstinada de la ausencia.
Sin equipaje ni papeles,
dando por óbolo un cuaderno
o un lápiz de color.
-Acéptalos, barquero: nadie pagó más caro
el ingreso a los Grandes Transparentes
al jardín donde Alicia la esperaba.21
La misma concepción aparece en Olga Orozco al decir:
allí está tu jardín
en el fondo de todo hay un jardín
Talita cumi.
“Pavana para una infanta difunta”
Cortázar y Orozco no fueron los únicos poetas que sintieron hondamente la muerte de Pizarnik. Una prueba más de la admiración que provocaba su obra es la serie de homenajes a su muerte. Desde Juan Gelman y Raúl Gustavo Aguirre hasta poetas de las nuevas promociones como Federico Moreyra y Alicia Bello dejaron testimonio de su pena en poemas publicados en diarios y revistas. Hemos elegido los más significativos y los hemos incorporado en nuestra sección de testimonios, porque esclarecen diversas facetas y preocupaciones de Pizarnik.
La obsesión central de Pizarnik fue el problema del lenguaje. “Creo que la única morada posible para el poeta es la palabra”.22 Pero más adelante llega a pensar que sólo puede trabajar con alusiones, con aproximaciones, pero no con palabras. Se puede expresar sólo lo obvio, nunca lo esencial, que es, para ella, indecible.23 Es interesante notar que Borges, en conversación con C. Fernández Moreno, dice que Lugones, que era esencialmente “verbal” —al igual que Pizarnik— se mató cuando comprendió —por fin— que la realidad es incomunicable y atroz.24 En sucesivas cartas a Juan Liscano hablando de su poesía25 Pizarnik se refiere a su lucha “cuerpo a cuerpo” con el poema, como si uno y otro fueran una misma cosa que debiera fundirse para alcanzar sentido y trascendencia: transformar la vida misma en poesía. Su amada frase de Rimbaud: “la rebelión es mirar una rosa hasta pulverizarse los ojos” expresa esa fusión donde ya no hay diferencias entre contemplador y contemplado.
Quiso lograr una poesía sin estridencias, donde cada palabra estuviera medida exactamente a lo que trataba de expresar y se ajustara —también como un guante— a su deseo. Su busca del lenguaje exacto y el riesgo que entrañaba esa busca la expresa bien Olga Orozco, en el poema ya citado: “Pavana para una infanta difunta”
te probabas lenguajes como ácidos,
como tentáculos,
como lazos en manos del estrangulador.
Al final de su vida, la coherencia de su obra queda interrumpida y se reduce a un casi caos sintáctico, donde se rompen las secuencias lógicas y las estructuras del lenguaje. La pérdida de la palabra, de su paraíso particular, implica la desfunción de Pizarnik. Es su entrada en el silencio, que refleja bien uno de sus últimos poemas:
a H. M.
estoy con pavura
hame sobrevenido lo que
más temía.
No estoy en dificultad:
estoy en no poder más.
No abandoné el vacío y el
desierto.
vivo en peligro.
tu canto no me ayuda
cada vez más tenazas,
más miedos,
más sombras negras.26
Alejandra Pizarnik se libera, en su poesía y su vida, cuando elige el suicidio como salida de elección. Ella misma había afirmado en un ensayo sobre Antonin Artaud,27 al citar a Hölderlin, que la poesía era un juego peligroso y que contaba ya con sus víctimas: el suicidio del mismo Artaud, el silencio de Rimbaud, el sufrimiento de Baudelaire. Para Pizarnik poesía y vida se identificaban. Como aseguraba de estos poetas, todos tenían en común el haber querido anular la distancia que la sociedad obliga a establecer entre vida y poesía. Pero la fusión de ambas —la fusión sujeto-objeto— si bien lleva a la plenitud buscada, lleva también al silencio. Ya no hay necesidad alguna de aludir, de expresar: todo es.
Enrique Molina, que tanto y tan bien la conocía, escribió sobre ella que “no tenía salvación: no había aprendido a mentirse, a resignarse, a olvidar”.28
Su vida termina en un abandonarse inerte y regresivo. Se suicida el 25 de septiembre de 1972. En uno de sus más bellos hallazgos, expresa su andar hacia esa muerte, mitificada en “princesa”, uno de sus “dobles” que más amaba:
Camina silenciosa hacia la profundidad
la hija de los reyes.29

NOTAS
1. Marta I. Moia, “Algunas claves”, La Nación 2 de Noviembre, 1973.
2. Alejandra Pizarnik, Las aventuras perdidas (Buenos Aires: Altamar, 1956) 21.
3. Pizarnik, “El despertar” 27.
4. El subrayado es mío, para notar el uso continuo de oxímorons, característica que mantiene hasta el final de su vida.
5. Pizarnick, La tierra más ajena (Buenos Aires: Botella al Mar 1955).
6. Pizarnik, “Las flores morían en mis manos”, Las aventuras perdidas (Buenos Aires: Altamar, 1958) 27.
7. Cf. García Martínez, Battle Planas y el surrealismo (Buenos Aires: Ed. Culturales, 1962).
8. Pizarnik, La última inocencia (Buenos Aires: Poesía Buenos Aires, 1956).
9. Conversación con Olga Orozco, en Buenos Aires (julio de 1975).
10. Pizarnik, Las aventuras perdidas.
11. En mi conversación con la madre de Alejandra Pizarnik, ésta me confirmó esa pasión, y me dijo que, a su parecer, Alejandra nunca se recuperó de su muerte.
12. En Zona franca 3, (primera quincena de Oct. 1964).
13. En carta a Monique Altschul, de 1969, vuelve a referirse a París, como “su patria secreta”.
14. Octavio Paz, Árbol de Diana (SUR: 1962).
15. Rimbaud par lui-même, d’Yves Bonnefoy (du Seuil).
16. Atención de A. M. Barrenechea. Carta inédita. Ver apéndice B.
17. Alejandra Pizarnik, Los trabajos y las noches (Buenos Aires: SUR, 1965).
18. Enrique Pezzoni, La poesía como destino (SUR: Nov-Dic 1965) 101-104.
19. Ver lectura de S. Molloy sobre este texto. “From Sapho to Baffo” (New York: M.L.A, Dic. 1992).
20. Conversaciones con Olga Orozco y Edgardo Cozarinsky en Buenos Aires, julio de 1975.
21. “Desquicio” No.4 (1972). Sabemos por distintos testimonios —su madre, Olga Orozco, Ana Becciú, que desde su infancia se apasionó por coleccionar lápices de colores que regalaba a sus amigos.
22. Citado por Martha I. Moia, “Algunas claves”, La Nación 11 de Febrero, 1973.
23. Marta Moia.
24. La realidad y los papeles (España: Aguilar, 1967) 605.
25. Zona franca II 16 (1972).
26. Alejandra Pizarnik, “Te hablo”, Textos de sombra y últimos poemas 86.
27. Alejandra Pizarnik, “El verbo encarnado”, SUR 294 (1965): 35-39.
28. Citado por David Vogelman, quien habló de su muerte en relación con su poesía, en audición especial por Radio Nacional, en un panel que integraron Girri, Pezzoni y H. A. Murena.
29. Alejandra Pizarnik, “Presencia de Sombra”, Textos de sombra y últimos poemas 60.

Fuente: Solo Literatura



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