Nalu Faria
El debate sobre la sexualidad estuvo presente en la primera y segunda ola del feminismo, aunque con peso y perspectivas diferentes. Carol Vance (1) dice que siempre hubo diferencias entre las feministas sobre cómo mejorar la sexualidad de las mujeres y señala que la primera ola fue más proteccionista, mientras la segunda fue más expansionista. Por proteccionista, entiende a una posición de las feministas que "han intentado consolidar un cierto margen de protección frente al deseo y la agresión masculina (...) y que ésta posición debería florecer cuando se alcance una mayor seguridad”. Luego, con la visión expansionista y decidida, “creían que las mujeres podían aventurarse a manifestar su sexualidad de forma más visible y atrevida”.
Sin embargo, hay que resaltar que en nuestros análisis y en la tarea de recuperar la memoria histórica todavía no hemos profundizado lo suficiente como para abarcar y captar las posiciones minoritarias e incluso la diversidad de las experiencias.
Este elemento es muy importante para poder analizar el momento que vivimos en relación a la sexualidad, sin que ello signifique caer en la tentación de hacer un análisis lineal, que ve como un continuum los últimos siglos en relación a la sexualidad, puesto que, por regla general, en ese caso, se parte de una visión occidental que no incorpora la diversidad de prácticas y experiencias, ni tampoco la complejidad de la vivencia de la sexualidad.
El feminismo, en el periodo reciente que parte de los años 60, introdujo el cuerpo femenino al espacio de la política. Los colectivos feministas generalizaron la discusión sobre la importancia del conocimiento del cuerpo como parte de una acción fundamental para enfrentar la negación y los tabúes en relación al cuerpo femenino. Pero también introdujo el debate sobre la autoestima y colocó a la autonomía como un tema de vital importancia.
El debate partía de cuestiones muy concretas como el conocimiento de la anatomía y fisiología, trabajaba la cuestión de la reconstrucción de la identidad femenina en tanto sujetos, reivindicaba la legitimidad del deseo femenino y afirmaba el contenido revolucionario del placer sexual.
De esta forma, el movimiento feminista fue el que primero cuestionó la supremacía masculina en las relaciones sexuales en un contexto de fuerte oposición al sistema capitalista y a los valores tradicionales, que propiciaba la búsqueda de nuevas formas de organización.
Al denunciar la opresión de las mujeres y los mecanismos de su subordinación en el seno de la familia, el feminismo mostró que lo personal también es político, cuestionando así uno de los pilares fundamentales de la opresión de las mujeres en el capitalismo, que es la separación de la vida entre una esfera pública y una esfera privada. En esa separación, lo que se vive en la esfera privada y familiar es considerado particular, campo regido -en esta sociedad- por el poder masculino.
El feminismo planteó la importancia de separar la maternidad de la sexualidad y defendió el derecho de las mujeres a expresar su deseo sexual. Construyó formas colectivas de expresión de las mujeres y de afirmación de su deseo sexual. Colocó la cuestión de la autonomía de éstas y de su poder para decidir y elegir. Cuestionó la represión, la imposición y el castigo. Al cuestionar la supremacía masculina, contribuyó también a construir el concepto de peligro sexual para las mujeres.
En este sentido, la lucha feminista por el derecho al aborto es fundamental para la emancipación de las mujeres pues concreta la separación entre la sexualidad y la imposición de la maternidad. La defensa del derecho al aborto siempre se impulsó junto con el acceso a los métodos anticonceptivos, aspecto considerado igualmente fundamental para el ejercicio de la sexualidad con autonomía.
El feminismo denunció, además, todas las formas de abuso y violencia contra las mujeres y también el estupro dentro del matrimonio, antes considerado normal, por la supuesta obligación de la esposa de servir sexualmente el marido. Mostró que la desvalorización generalizada de lo femenino definía un patrón de comportamiento masculino de agresión permanente a las mujeres y la visión de ellas como objeto de posesión, todo ello expresado en forma de bromas, piropos, asedio, humillaciones, estupro.
Defensa de la autonomía y la libertad
En ese momento, el debate estaba centrado en las relaciones heterosexuales. Eso indica la dificultad de enfrentar la diversidad en relación a la sexualidad al interior del movimiento feminista, pero también el desconocimiento o el no reconocimiento de las experiencias de las lesbianas en colectivos o comunidades. Según los países, el conflicto ha sido mayor o menor, pero el denominador común es la constatación de que, también en el feminismo, había una tendencia a definir una sexualidad políticamente correcta y a partir de ahí etiquetar negativamente las experiencias que se desviaban de la visión hegemónica. Joan Nestlé afirma que “En los años cincuenta, sobre todo, las parejas butch-fem formaban la primera línea de las combatientes contra la intolerancia sexual. (.....)”. Luego ella incita al debate sobre cómo, en los años 80, el movimiento lesbiano y feminista dejó de formular preguntas y comenzó a dar probables respuestas. Ella dice: “El dar por sentado tales respuestas cerró nuestros oídos y frenó nuestro análisis”(2).
Ese debate aparece en el movimiento de mujeres justamente a partir de la organización de colectivos lesbianos que cuestionaron el hecho de considerar las relaciones heterosexuales como las únicas normales y lo denunciaron como imposición de la heterosexualidad a todas las mujeres. Este cuestionamiento traía críticas a las limitaciones del feminismo y a la dificultad de considerar la diversidad de experiencias de las mujeres.
La evolución de este debate, sin profundizar en las diferentes visiones construidas al interior del movimiento, posibilitó contemplar la multiplicidad de factores que intervienen en la sexualidad y contribuyó a la comprensión de la diversidad y variedad de expresiones de la sexualidad femenina.
En los últimos años, el tema de la diversidad sexual ha ganado mucha visibilidad, y, desde el punto de vista organizativo, conviven varias experiencias, tanto de colectivos feministas, como de espacios más amplios denominados GLBT. Pero una cuestión política que permanece y requiere ser abordada en todos los espacios es la importancia de construir una perspectiva feminista de defensa de la autonomía y de la libertad de las mujeres. Tener una política expansionista en una sociedad todavía patriarcal y homofóbica, retomando de nuevo al estudio de Carol Vance, presupone combatir todos los peligros en relación a la sexualidad y, a la vez, defender el derecho a la expresión del deseo femenino.
La coyuntura actual, marcada por la exacerbación de la sociedad de mercado, que busca extender y profundizar la mercantilización de todos los ámbitos de la vida, nos plantea nuevos desafíos para definir una política firme en relación a la sexualidad. El mercado intenta avanzar sobre la sexualidad resignificando, según sus intereses, temas y propuestas construidas por los movimientos. La banalización de la sexualidad es uno de esos mecanismos, así como el aumento de la prostitución. En el otro extremo, siguiendo la doble moral sobre la sexualidad, glorifica y refuerza la maternidad como la principal realización de las mujeres, que define su lugar en el mundo.
La lucha por la autonomía en la sexualidad y la construcción de una política firme en relación a la misma, que transgreda las normativas homogeneizadoras, son fundamentales para la construcción de la igualdad en la diversidad.
Sin embargo, hay que resaltar que en nuestros análisis y en la tarea de recuperar la memoria histórica todavía no hemos profundizado lo suficiente como para abarcar y captar las posiciones minoritarias e incluso la diversidad de las experiencias.
Este elemento es muy importante para poder analizar el momento que vivimos en relación a la sexualidad, sin que ello signifique caer en la tentación de hacer un análisis lineal, que ve como un continuum los últimos siglos en relación a la sexualidad, puesto que, por regla general, en ese caso, se parte de una visión occidental que no incorpora la diversidad de prácticas y experiencias, ni tampoco la complejidad de la vivencia de la sexualidad.
El feminismo, en el periodo reciente que parte de los años 60, introdujo el cuerpo femenino al espacio de la política. Los colectivos feministas generalizaron la discusión sobre la importancia del conocimiento del cuerpo como parte de una acción fundamental para enfrentar la negación y los tabúes en relación al cuerpo femenino. Pero también introdujo el debate sobre la autoestima y colocó a la autonomía como un tema de vital importancia.
El debate partía de cuestiones muy concretas como el conocimiento de la anatomía y fisiología, trabajaba la cuestión de la reconstrucción de la identidad femenina en tanto sujetos, reivindicaba la legitimidad del deseo femenino y afirmaba el contenido revolucionario del placer sexual.
De esta forma, el movimiento feminista fue el que primero cuestionó la supremacía masculina en las relaciones sexuales en un contexto de fuerte oposición al sistema capitalista y a los valores tradicionales, que propiciaba la búsqueda de nuevas formas de organización.
Al denunciar la opresión de las mujeres y los mecanismos de su subordinación en el seno de la familia, el feminismo mostró que lo personal también es político, cuestionando así uno de los pilares fundamentales de la opresión de las mujeres en el capitalismo, que es la separación de la vida entre una esfera pública y una esfera privada. En esa separación, lo que se vive en la esfera privada y familiar es considerado particular, campo regido -en esta sociedad- por el poder masculino.
El feminismo planteó la importancia de separar la maternidad de la sexualidad y defendió el derecho de las mujeres a expresar su deseo sexual. Construyó formas colectivas de expresión de las mujeres y de afirmación de su deseo sexual. Colocó la cuestión de la autonomía de éstas y de su poder para decidir y elegir. Cuestionó la represión, la imposición y el castigo. Al cuestionar la supremacía masculina, contribuyó también a construir el concepto de peligro sexual para las mujeres.
En este sentido, la lucha feminista por el derecho al aborto es fundamental para la emancipación de las mujeres pues concreta la separación entre la sexualidad y la imposición de la maternidad. La defensa del derecho al aborto siempre se impulsó junto con el acceso a los métodos anticonceptivos, aspecto considerado igualmente fundamental para el ejercicio de la sexualidad con autonomía.
El feminismo denunció, además, todas las formas de abuso y violencia contra las mujeres y también el estupro dentro del matrimonio, antes considerado normal, por la supuesta obligación de la esposa de servir sexualmente el marido. Mostró que la desvalorización generalizada de lo femenino definía un patrón de comportamiento masculino de agresión permanente a las mujeres y la visión de ellas como objeto de posesión, todo ello expresado en forma de bromas, piropos, asedio, humillaciones, estupro.
Defensa de la autonomía y la libertad
En ese momento, el debate estaba centrado en las relaciones heterosexuales. Eso indica la dificultad de enfrentar la diversidad en relación a la sexualidad al interior del movimiento feminista, pero también el desconocimiento o el no reconocimiento de las experiencias de las lesbianas en colectivos o comunidades. Según los países, el conflicto ha sido mayor o menor, pero el denominador común es la constatación de que, también en el feminismo, había una tendencia a definir una sexualidad políticamente correcta y a partir de ahí etiquetar negativamente las experiencias que se desviaban de la visión hegemónica. Joan Nestlé afirma que “En los años cincuenta, sobre todo, las parejas butch-fem formaban la primera línea de las combatientes contra la intolerancia sexual. (.....)”. Luego ella incita al debate sobre cómo, en los años 80, el movimiento lesbiano y feminista dejó de formular preguntas y comenzó a dar probables respuestas. Ella dice: “El dar por sentado tales respuestas cerró nuestros oídos y frenó nuestro análisis”(2).
Ese debate aparece en el movimiento de mujeres justamente a partir de la organización de colectivos lesbianos que cuestionaron el hecho de considerar las relaciones heterosexuales como las únicas normales y lo denunciaron como imposición de la heterosexualidad a todas las mujeres. Este cuestionamiento traía críticas a las limitaciones del feminismo y a la dificultad de considerar la diversidad de experiencias de las mujeres.
La evolución de este debate, sin profundizar en las diferentes visiones construidas al interior del movimiento, posibilitó contemplar la multiplicidad de factores que intervienen en la sexualidad y contribuyó a la comprensión de la diversidad y variedad de expresiones de la sexualidad femenina.
En los últimos años, el tema de la diversidad sexual ha ganado mucha visibilidad, y, desde el punto de vista organizativo, conviven varias experiencias, tanto de colectivos feministas, como de espacios más amplios denominados GLBT. Pero una cuestión política que permanece y requiere ser abordada en todos los espacios es la importancia de construir una perspectiva feminista de defensa de la autonomía y de la libertad de las mujeres. Tener una política expansionista en una sociedad todavía patriarcal y homofóbica, retomando de nuevo al estudio de Carol Vance, presupone combatir todos los peligros en relación a la sexualidad y, a la vez, defender el derecho a la expresión del deseo femenino.
La coyuntura actual, marcada por la exacerbación de la sociedad de mercado, que busca extender y profundizar la mercantilización de todos los ámbitos de la vida, nos plantea nuevos desafíos para definir una política firme en relación a la sexualidad. El mercado intenta avanzar sobre la sexualidad resignificando, según sus intereses, temas y propuestas construidas por los movimientos. La banalización de la sexualidad es uno de esos mecanismos, así como el aumento de la prostitución. En el otro extremo, siguiendo la doble moral sobre la sexualidad, glorifica y refuerza la maternidad como la principal realización de las mujeres, que define su lugar en el mundo.
La lucha por la autonomía en la sexualidad y la construcción de una política firme en relación a la misma, que transgreda las normativas homogeneizadoras, son fundamentales para la construcción de la igualdad en la diversidad.
[1] Vance, Carol. El placer y el peligro. En Carol Vance (org). Placer y
peligro: explorando la sexualidad femenina. Madrid. Ed. Revolución, 1989. pg 9-49
2 Nestle, Joan. La cuestión Fem. Nosotras, nº 6, Madrid. Colectivo de Feministas Lésbicas.1988, pg 21-30.
- Nalu Faria es Coordinadora de la Red de Mujeres Transformando la Economía -REMTE-, Directora de SOF, Brasil.
Publicado en América Latina en Movimiento, No. 420: http://alainet.org/publica/420.pht
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