viernes, 8 de octubre de 2010


Niña de quinientos años

 Cae el sol sobre tus pardos ojos de niña envejecida por dentro,
las yerbas negras se mecen silenciosas
entre tus piernas que siguen el laberinto de las sombras;
extiendes tu mano abierta,
un parpadeo ajeno la cierra,
ni sorpresa ni angustia pueblan tus ojos
que ya aprendieron a leer los ojos de otros,
niña de quinientos años.

Olvidas el murmullo de las sombras
                        ahora recorres estrechos pasillos buscando una esquina,
adultos taciturnos te miran ausentes entre luces veladas
la noche se hunde en sus rostros,
                                   las palabras no alcanzan a salir de sus labios,
sólo ese parpadeo que te cierra la mano y que cae como el sol sobre tus pardos ojos,
niña de quinientos años.



Nuestros días


Nuestros días ya no se hacen con el vuelo de mariposas plenas vestidas de sol;
no tus días, no mis días,
no sería suficiente en este tiempo de flores machacadas 
con olor a muerte,
a miedo 
a lamento  –corazón asustado– 
días de sangre gozosa esperando la lluvia. 

Nuestros días se hacen de lunas cortadas a pedazos con los dientes,
de esperanzas despellejadas,
de cuerpos correosos y batallas perdidas
surcando las noches 
lamiendo las manos 
espantando fantasmas 
maldiciendo dioses en silencio por nuestros sueños innombrables. 

Nuestros días se hacen de los cielos brumosos de mi infancia, 
de los balbuceos de tu intento de sonrisa, 
de la oscuridad
que nos escurre
entre los dedos 
mientras el mundo se desata en sangre. 

Mis días se hacen aquí,
acurrucada en la magia de tu presente; 
tus días se hacen allá, afuera,
a la luz de las tormentas y aleteando la vida. 


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