martes, 2 de agosto de 2011

EL CUERPO COMO TERRITORIO DE SOBERANÍA


Victoria Sendón de León

Mi intervención está planteada como aclaración de determinados conceptos necesarios para hacernos algunas preguntas fundamentales sobre el cuerpo. No tengo respuestas más allá de interrogantes y denuncias.
Principio de individuación.- Desde el punto de vista de la filosofía, el principio de individuación es aquello que nos identifica como individuos, es decir, la materia, que en nuestro caso es el cuerpo. 

La forma, sería aquello que nos identifica a los de una misma especie, o sea, aquello que nos identifica como humanos. Sin embargo, no se suele hacer distinción entre el cuerpo de un hombre y el de una mujer porque todo se define de un modo abstracto. Pero, como somos seres culturales y por tanto simbólicos, sí que existe un abismo entre uno y otro. Pero yo creo que también hay diferencias substanciales desde el punto de vista de las causas, es decir, genético.
Y eso hay que tenerlo muy presente porque se dan profundas diferencias reales en el modo en que se presentan tanto la salud como la enfermedad. Ahora es cuando se empieza a investigar en cuerpos y cerebros de mujeres, porque hasta hace poco el patrón era sólo el masculino y existía una gran ignorancia respecto al comportamiento del cuerpo femenino. Y no digamos de la psique, auténtico “continente negro” de la
Psicología, según Freud.
La vida.- Creo que no se puede hablar del cuerpo sin  hablar de la vida, porque un cuerpo sin vida ¿es realmente un cuerpo o sólo materia en vías de desintegración? Lo que hace que este mos vivos, según Aristóteles, es el alma o psique. En absoluto el alma en un sentido religioso, sino como causa eficiente, como soplo vital, como energía. Otros se preguntan si el alma o la vida está contenida en esos 21 gramos que
perdemos en el instante de morir, como plantea una película mexicana reciente, es decir, algo sin valor, algo mínimo que no tiene ninguna importancia como, de hecho, se piensa en nuestra civilización actual. Sobre todo si la vida es la vida de alguien anónimo, de un cualquiera que anda pululando por la tierra. Desde el punto de vista de la biología actual, se sabe que la vida se debe y se mantiene gracias a una simbiogénesis, que no es otra cosa que la unión de dos organismos con características complementarias que dan lugar a un nuevo ser.
Bacterias espiroquetas, o sea, bacterias libres, se unieron para poder adaptarse a determinados cambios en el medio y formaron un nuevo tipo de bacterias con núcleo, las eucariotas, dando origen a la vida vegetal, animal y humana tal y como las conocemos. Pero resulta que estas bacterias se encuentran en el ADN mitocondrial, que es el que la primera mujer de la especie ha transmitido a todas las mujeres del
mundo y cuya función es la de generar energía para todas nuestras funciones vitales en colaboración con unas encimas que se encuentran en la matriz y sintetizan determinadas proteínas esenciales para la vida. Se trata de una gran central energética. ¿Sería, pues, la madre quien transmite el alma? Decir que somos
hermanas porque somos hijas de una misma Madre no es una expresión romántica o metafórica, sino real. Esta nueva teoría se debe a la bióloga genetista Lynn Margulis. 

Función del cuerpo.- La función del cuerpo entonces ¿no sería más que la de mantener la vida biológica en una cadena sucesiva de seres? Pues sí, así es. No somos fundamentales para la vida como individuas, pero sí como especie. Incluso podemos llegar a destruirnos como especie humana, pero no podremos destruir jamás
la gran cadena del ser, de la vida, de nuestro planeta Gaia, porque la vida continúa con nosotros o sin nosotros. Pero hablando del ser humano aquí y ahora, y como decían las diversas corrientes hedonistas, mantener la vida no tiene sentido si no se vive una “buena vida”. Y una buena vida es, sin duda, una vida feliz, una vida digna de lo humano. Las escuelas éticas griegas buscaron esta felicidad como lo más importante de la existencia, pero las religiones monoteístas posteriores hicieron de la vida un valle de lágrimas, un paso hacia “otra vida” y, por tanto, despreciaron esta vida y por tanto el cuerpo. A lo más que llegaron fue al “no matarás”, pero con excepciones, pues en nombre de Dios se han realizado las mayores matanzas de la historia.
Esta influencia caló en pensadores tan lúcidos como Inmanuel Kant, que sentenciaba que la ética no debía ocuparse de cómo hacernos felices, sino de cómo hacernos dignos de la felicidad a través del deber formulado por un imperativo categórico. Sin embargo, yo creo que la ética sólo tiene sentido si nos proporciona el goce del instante y el gozo mantenido a lo largo de la vida. La ética no tiene tanto que
ver con el deber como con la sabiduría. Y la sabiduría de la vida consiste en despejar sufrimientos inútiles y potenciar todas las fuentes de felicidad, satisfacción y goce. Sin embargo, nos resulta mucho más fácil sufrir que gozar. Una gran perversión de nuestras culturas. También fue Spinoza el que escribió en su “Ética”. La felicidad no es un premio que se otorga a la virtud, sino que es la virtud misma, y no gozamos de ella
porque reprimamos nuestras concupiscencias, sino que, al contrario, podemos reprimir nuestras concupiscencias porque gozamos de ella.
Tengo que aclarar que el gozo o la felicidad no es el placer por el placer, sino aquello que potencia nuestras posibilidades y la vida misma. De hecho, la escuela cínica practicaba el desprendimiento de todo lo superfluo, incluidos muchos placeres, con tal de conseguir el gozo y la felicidad a través de una libertad absoluta.
La muerte.- Si estamos reflexionando sobre el cuerpo tendremos también que plantearnos si es fundamental pensar en la desaparición de ese cuerpo, es decir, en la muerte. Heidegger, sobre todo en su primera etapa, habla de la existencia humana como un-estar-en-el-mundo, un mundo cuya esencia es la temporalidad, de ahí que el ser humano sea “un ser para la muerte”. Spinoza, por el contrario, dice “El hombre libre en nada piensa menos que en la muerte, y su sabiduría es una meditación no sobre la muerte, sino sobre la vida”. Lo fundamental de la vida para él es el deseo, de modo que la ética consistiría en llegar a ser conscientemente lo que somos de un modo inconsciente, de suerte que nuestro comportamiento sea más activo, más potente y más libre, lo cual no tiene nada que ver con la muerte, sino con una vida  plena. La finalidad de su Ética es que lleguemos a ser quienes somos. Sin miedos.
Así pues, somos individuas porque tenemos un cuerpo, pero nuestra individualidad proviene de la interacción de otros muchos seres que nos han precedido. Sin la cooperación, la agrupación y la simbiosis la vida no sería posible y nosotras tampoco. Pero en esa evolución que nos precede resulta que aparece un
elemento nuevo que es la mente y, por tanto, la libertad. Una libertad muy condicionada, pero que puede proyectarse mucho más de lo que creemos por la consciencia de que formamos parte de toda la potencia que alberga la Naturaleza, que según Spinoza, no es más ni menos que “el infinito gozo de existir”. Y esto es lo que debería reflejar nuestro cuerpo, ese infinito gozo de existir. Va todo tan ligado que lo que afecta a la mente, afecta al cuerpo y a la inversa, porque vivimos en un universo holístico.

Soberanía del cuerpo.- Uno de los empeños más pertinaces del Patriarcado ha sido el de dominar y controlar los cuerpos de las mujeres. De la brutalidad más evidente han ido pasando a métodos más sutiles o, mejor, han ido incorporando nuevos modos, ya que la brutalidad continúa. Es más, se acentúa por el proceso de liberación y emancipación de las mujeres que muchos varones no pueden soportar. Siempre la moda y el recato han constreñido el cuerpo de la mujer: corsés, fajas, refajos, enaguas, tocas, velos, burkas, etc. Como ya las mujeres hemos decidido no ser recatadas de acuerdo con el control masculino, los métodos han sido más sutiles: el destape por obligación, la talla de acuerdo con las modelos, unas modelos que aparecen cada vez más como anoréxicas, enfermas, ojerosas y hasta con la cabeza metida en un saco y una soga al cuello como si fueran al patíbulo. A veces los deseos más secretos y oscuros de muchos hombres pasan por ver destruida a la mujer, pero esos deseos inconfesables emergen en forma de modas impuestas. Pero el paso
intermedio es el control. Las mujeres de nuestra generación hemos pasado por la falda estrecha, el tacón alto, las uñas larguísimas, el pelo suelto... ¿qué animal podría huir, defenderse o atacar con esos condicionantes?
Pero ahora hemos pasado a métodos más brutales que atacan directamente al cuerpo y a la salud. 

En primer lugar, y por primera vez, se comienzan a hacer investigaciones científicas y médicas en organismos femeninos, comprobándose que los comportamientos de ambos sexos son muy diferentes, así como sus síntomas y su terapia. Para colmo, las mujeres tenemos muchas más enfermedades psicosomáticas que los hombres, debido precisamente a que vivimos en un mundo hecho por ellos y para ellos. Los protocolos establecidos en los hospitales son los adecuados para la fisiología masculina, pero no para la femenina, por eso mueren muchas más mujeres en las urgencias de los hospitales.
En segundo lugar, todo lo que está relacionado con las funciones fisiológicas de la mujer están siendo medicalizadas: la regla, la menopausia y hasta la gestación y el parto como si se tratara siempre de enfermedades, sin contar con la cantidad de nacimientos por cesárea y en viernes porque los ginecólogos quieren irse tranquilos de fin de semana y porque, seguramente, se cobra más por una cesárea que por un parto normal para el que una comadrona o partera es más que suficiente. Sin mencionar el parto acostadas para que el ginecólogo esté más cómodo y tenga más capacidad de movimientos, en lugar del parto de pie o sentadas en el que la partera o comadrona, arrodillada, recibía a la criatura recién nacida (Esta postura nunca la aceptaría un médico). Además habría que mencionar el suplicio que supone para las mujeres 
la “fecundación asistida”, que en muchos casos está propiciada por la esterilidad de los varones.  Parece como si una mujer que no sea madre no tenga ningún valor cuando eso no se exige en el hombre.
Pero lo que constituye una verdadera aberración es la utilización generalizada que se está haciendo del cuerpo de las mujeres en la prostitución como un programa más de los viajes turísticos o entre la población emigrante a países del primer mundo; la venta de niñas, los vídeos porno-sádicos, el esclavismo sexual o el abuso sistemático por parte de padres y parientes de los seres más indefensos.
En definitiva, que la utilización y el control de los cuerpos constituye una estrategia más del poder que se ejerce sobre los otros. El filósofo Michel Foucault nos alerta precisamente sobre las nuevas formas de poder a las que él llama biopoder. Esto quiere decir que el poder está pasando sutilmente de encerrar en cárceles y
psiquiátricos a determinada gente asocial a ejercer un control minucioso sobre el cuerpo mismo de todos los individuos. 
Y esto es más cierto aún respecto al cuerpo de  la mujer que respecto al del hombre. Antes nos quemaban por brujas, ahora nos controlan con la estética. Muchas mujeres de clases medias y altas han puesto sus cuerpos en manos de los cirujanos como antes ponían sus almas en manos de los directores espirituales. Y todo en función de un modelo estético del gusto de los varones, además de la agresión física que supone para sus cuerpos. Es como aceptar que una mujer que no tenga un “buen cuerpo” no vale nada o que una mujer con canas y arrugas es realmente despreciable.
La soberanía del cuerpo no significa que seamos seres independientes de los demás, cuerpos aislados y autónomos, no. Somos cuerpos que sirven a la vida en el sentido más abstracto y cósmico, pero somos también sujetos libres capaces de decidir sobre el modo de vida y sobre el propio cuerpo. Libres y responsables de vivir una vida digna y feliz. Sin embargo este derecho y esta responsabilidad se están convirtiendo en un hecho revolucionario, pues es tal la presión para que estemos dentro del modelo standar, que si no seguimos ese patrón nos sentimos excluidas del reconocimiento de una sociedad globalizada hasta en sus perversos gustos e imperativos.

 
La soberanía del cuerpo carece de sentido en un mundo patriarcal que sigue venerando las guerras como hechos que le honran, y en las que mercenarios pagados se han convertido en máquinas de matar sin ningún respeto por la vida y por los cuerpos de tantos y tantos seres humanos inocentes. Pero si contabilizamos las muertes por violencia de género y las vidas maltrechas y desgraciadas por esa violencia, superamos con mucho a las víctimas provocadas por las guerras. Se trata de un auténtico feminicidio universal del que las muertas de Ciudad Juárez de México no constituyen más que la punta del iceberg.

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