lunes, 29 de noviembre de 2010

Mujeres en red y enredadas en Centroamérica Una mirada desde los afectos feministas




Ana Felicia Torres Redondo

Centroamérica ha sido desde siempre una región bendecida por la fuerza de vida de las mujeres. Cuidadoras de familias, de personas, de todas las  formas de seres vivos y de la cohesión social, las mujeres de esta cintura de América también hemos construido las más diversas y variadas formas de trenzarnos en redes de salud sexual y reproductiva, contra la violencia hacia las mujeres, en torno a la participación política, desde las identidades indígenas y afrodescendientes, de mujeres jóvenes, y por nuestras demandas económicas.
Esas redes, algunas con fuertes arraigos territoriales y nacionales y otras no tanto, han florecido en esta región especialmente desde la década de los ochenta del siglo pasado. Sus trayectorias, aciertos y desaciertos
han sido variados. Pero más allá de las valoraciones relacionadas con el impacto de sus acciones, las redes del movimiento centroamericano de mujeres demandan miradas y formas de interpretación que permitan develar su sentido político profundo y sus aportes al mejoramiento de la calidad de vida de las mujeres
de esta región y del mundo y la construcción de una Centroamérica más habitable y humana.
Algunas de ellas son lo que podríamos considerar redes “temáticas”, mientras que otras relevan identidades étnicas y generacionales y vínculos geográficos y territoriales específicos. Las reflexiones que presentamos a
continuación sobre las redes de mujeres en Centroamérica dan cuenta de una mirada situada y apasionada. Es una mirada situada en la militancia feminista, con todo lo que ésta supone para la política, para la ética, para la estética, para la espiritualidad.

Empecinadas en mantener nuestra organicidad

A pesar de grandes cambios en los contextos ideológicos, económicos y políticos sucedidos a nivel mundial y en la región centroamericana, esta cintura de América sigue poblada por una gran cantidad de redes de mujeres. Una rápida mirada sobre la organicidad de las mujeres en esta región nos permite identificar
por lo menos once redes de mujeres, vinculadas a demandas sectoriales, étnicas, generacionales, de incidencia en espacios territoriales y temáticas. Maquila, desarrollo local, lucha contra la violencia, salud sexual y reproductiva, agendas económicas, participación política, VIH/SIDA, identidades indígenas y
afrodescendientes y migración son algunas de las demandas que convocan las pasiones y la organización de las mujeres en Centroamérica. Y por ahí se asoman también como buenas razones para vincularse
en redes la despenalización del aborto, el Estado laico y la solidaridad con las mujeres y con el pueblo hondureño, en el contexto del golpe de Estado. Algunas de estas redes tienen expresiones locales, nacionales y regionales y su clara intención es favorecer abiertamente las articulaciones entre todos estos niveles. La mayor parte de estas iniciativas se plantean la incidencia política como un objetivo estratégico.
Pero también, todas expresan en algún grado la convicción y la apuesta política de que, hoy más que nunca, sólo será posible derrotar al patriarcado y sus perversas intimidades con la globalización neoliberal si las mujeres logramos construir articulaciones políticas basadas en la acumulación de fuerza social organizada, desde nuestras diversidades y desde nuestras múltiples opresiones.
La interpretación de la existencia de esta multiplicidad de redes de mujeres en Centroamérica requiere indiscutiblemente de nuevas miradas que nos permitan cambiar las preguntas, para así descubrir elementos de análisis crítico que no sigan midiendo y valorando los desempeños y las lógicas organizativas de las redes de
mujeres con los parámetros masculinos y patriarcales que siguen poblando el universo simbólico de los movimientos sociales y populares, aún de los más progresistas. Y mucho menos desde los parámetros de la cantidad de recursos financieros “invertidos” por la cooperación internacional en función de proyectos.

Las redes de mujeres ni cayeron del cielo… ni quieren ir a él
Para comprender la terquedad y el empecinamiento con el que las mujeres centroamericanas
mantenemos nuestra voluntad de cuidado y fortalecimiento de nuestras redes y de nuestro trabajo en red, es importante tener en cuenta algunos antecedentes que se remontan a finales de la década de los años ochenta del siglo anterior y especialmente acontecimientos y desempeños en la década de los años noventa. La década de los ochenta es una década de particular importancia en la historia reciente de la región centroamericana. Guatemala, El Salvador y Nicaragua enfrentaron conflictos armados internos. Las
mujeres en ese contexto de guerra participamos en todos los niveles de la lucha: en la conducción política; en la lucha armada; como soporte de las acciones bélicas cocinando, curando personas heridas; en la solidaridad transfronteriza; y también sosteniendo las miles de familias que quedaron a cargo de muchas mujeres y que, más tarde, fueron convirtiéndose en familias uniparentales, con “jefes de familia” muertos.
Ya fueran hombres de los ejércitos o de los movimientos insurgentes. Nuestras raíces como movimiento de mujeres en la cultura política de izquierda y nuestra posterior integración en los movimientos populares y sociales siguen marcando para bien y para mal el desempeño de nuestras redes. Y es que las actuales redes
de mujeres en Centroamérica están integradas fundamentalmente por mujeres líderes que no hemos  renunciado a cambios radicales en nuestras sociedades, parejas, familias, modelos económicos y políticos
y también en la ideología y en la cultura. Somos mujeres que venimos de las “izquierdas”, aunque ya hoy ese concepto se haya vaciado de su más profundo sentido transformador. Son miles las mujeres salvadoreñas, nicaragüenses y guatemaltecas que fueron a la guerra y que, al firmarse los acuerdos de paz en los países y los Acuerdos de Esquipulas a nivel centroamericano, volvieron a sus países, comunidades, familias
y parejas y descubrieron con tristeza que no habían crecido en derechos. La guerra y la paz en los espacios públicos y su participación en ellos no fueron suficientes para modificar las relaciones de poder en todos los ámbitos de la vida privada y de la vida cotidiana. Somos millones las mujeres que en la década
de los noventa nos enfrentamos a una Centroamérica en paz, pero más pobre, más desigual y más excluyente. Se trata de una Centroamérica en la que se profundiza la inserción en el mercado mundial. Es la  Centroamérica de los Planes de Ajuste Estructural, de la reforma del Estado, de la apertura comercial y de la acelerada vinculación a la globalización neoliberal. El movimiento social de mujeres empezó a dibujarse en medio de un asfixiante contexto económico, con una gran dependencia de economías extranjeras, con una agudización de la pobreza y de la desigualdad social y en el marco de una fuerte crisis
de gobernabilidad:“El deterioro de las condiciones de vida y la situación sociopolítica vivida en Centroamérica desde la década pasada (década de los ochenta) así como el impacto de la guerra y la represión, contribuyó paradójicamente a politizar ámbitos tradicionalmente considerados no políticos. Las mujeres irrumpieron en lo público desde la necesidad de la sobrevivencia: desafiando los poderes públicos expresando deberes e imperativos familiares y sociales; defendiendo desde sus movimientos no sólo sus propios intereses sino también haciendo importantes aportes para solucionar o aliviar graves problemas como
la brutal depauperación de la población, la desnutrición, la mortalidad infantil, las epidemias, la violencia política, ganándose con ello la legitimidad moral y vigencia social de sus organizaciones…” (1)
Podemos entonces afirmar que el surgimiento y desarrollo de los movimientos de mujeres en Centroamérica tiene relación con el debilitamiento e insuficiencias de los movimientos de izquierda –en cuanto a su capacidad para contener y canalizar las demandas de las mujeres–, con la agudización de la situación económica
en la década de los noventa, pero también con la influencia del movimiento feminista internacional.
Las feministas contribuyeron a decantar el movimiento de mujeres del seno de las sinergias generadas por las izquierdas centroamericanas, jugando un rol de liderazgo al ayudar al movimiento amplio de
mujeres a ir definiendo su programa y su ideología. Aportaron así a la constitución de un movimiento de mujeres como sujeto político. A partir de la década de los noventa empieza a surgir en la región un movimiento social de mujeres con una especificidad propia, con demandas y planteamientos que responden no sólo al contexto regional y a los contextos nacionales, sino a las diversas condiciones de subordinación y
opresión en que se construye la identidad de las mujeres. Este movimiento ha tratado, desde estrategias muy diversas, de poner sobre el tapete de la realidad social centroamericana otro tipo de relaciones sociales, culturales y políticas que es preciso reconstruir para lograr la paz, la democracia, el desarrollo y “otro mundo posible”: las relaciones de poder entre los géneros y al interior de éstos. Ya para mediados de la década de los noventa el movimiento de mujeres en Centroamérica entra en una etapa de “excitación”, cuando el descontento se centra y se concreta, se identifican sus causas y se discuten proposiciones para la
acción. Pero también se entra en un momento de formalización en tanto se perfilan los liderazgos, se generan los programas, se forjan las alianzas y se desarrollan las organizaciones y las tácticas. El emergente
movimiento de mujeres y feminista comienza a cuestionar el modelo de organización social, afirma su especificidad en el concierto de los movimientos sociales, formula críticas a la profundización de la pobreza y la desigualdad en la región, desmiente el supuesto tránsito hacia la democracia y el desarrollo en Centroamérica, y empieza a generar iniciativas organizativas regionales, que se vin culan globalmente con el movimiento de mujeres y feminista. La década de los noventa es la década de las conferencias del Sistema de Naciones Unidas y entre ellas destaca la IV Conferencia Mundial sobre la Mujer (Beijing, 1995). Todas las conferencias de esta década fueron escenarios idóneos para que este movimiento centroamericano de mujeres en crecimiento estuviera presente. Otro elemento de trascendental importancia para comprender el movimiento de mujeres y feminista que tenemos hoy en la región, y que se expresa en forma de redes, son las dinámicas del movimiento de mujeres y feminista a nivel internacional.  El seguimiento a la Plataforma de
Acción Mundial, aprobada en 1995 en Beijing, así como la participación en los Encuentros Feministas de América Latina y el Caribe son un contexto de gran importancia. Esos espacios fueron los lugares propicios para que mujeres centroamericanas, cautivas en sus países por las guerras, se conocieran y desarrollaran complicidades. 1987 en Taxco (México) y más tarde Argentina, en 1990, propiciaron las condiciones para el encuentro de las mujeres organizadas y feministas de Centroamérica. En este segundo encuentro, las organizaciones de mujeres y feministas centroamericanas mostraron un rasgo de su visión política que las caracteriza hasta el presente: la vinculación entre la lucha de las mujeres y las de los movimientos populares en el contexto de hambre, exclusión y profundización de las brechas y desigualdades entre las grandes mayorías y pequeños grupos económicos. Consideramos de importancia mencionar que la expectativa de incidencia política en los Estados, derivada en gran medida de la interlocución con los mismos en el marco de las conferencias de Naciones Unidas, hizo que durante la segunda parte de la década de los noventa y la primera parte de la primera década del nuevo milenio, en particular, el movimiento feminista centrara gran parte de sus esfuerzos en construir en los Estados la institucionalidad necesaria para el avance de los derechos de las mujeres. Se hizo así un traslado muy grande de recursos humanos y capacidades técnicas, por lo que, en alguna medida, se perdió autonomía en la interlocución política y se postergaron tareas de fortalecimiento interno del movimiento, como la formación de liderazgo. Además los Estados neoliberales y patriarcales cooptaron con rapidez el discurso feminista y todo lo relacionado con la teoría sexo-género y los instrumentos relacionados con el enfoque de género, apropiándoselos y despolitizándolos. Por otra parte, la cooperación internacional y sus agendas jugó un papel de suma importancia en el proceso de institucionalización del movimiento de mujeres y feminista que dio inicio en la década de los noventa.

Papel que se expresó en la emergencia de: centros de apoyo; organismos no gubernamentales de mujeres; impulso de modelos organizativos que, en algunos casos, intentan combinar lo político con lo administrativo; el surgimiento de un importante contingente de activistas y dirigentes que, a la vez, son asalariadas por sus organismos; un mayor nivel de especializacióny el desarrollo de nuevas habilidades y destrezas. Las agendas y prioridades de la cooperación internacional en la región tuvieron un fuerte impacto en los fenómenos  descritos en el párrafo anterior y en alguna medida han condicionado el signo y la  orientación de los mismos. Es así como se ha dado una especie de “maquila”, en tanto se ha desarrollado una especialización temática, que persiste hoy día y se expresa tanto en las organizaciones de
mujeres a nivel local y nacional como en las redes regionales. 

Ante-ojos, nuevas preguntas y miradas críticas sobre las redes de mujeres en Centroamérica
 
Pensar en los contextos que explican y condicionan el surgimiento, la proliferación y la pervivencia de muchas redes de mujeres en Centroamérica es, en nuestro criterio, una condición indispensable para comprender su desempeño desde una mirada crítica y constructiva. No basta con hacer recuentos de éxitos y fracasos, identificar fortalezas y debilidades, valorar el impacto de sus acciones en lo que se refiere a la incidencia política. Sin embargo, es necesario destacar que las redes del movimiento de mujeres y feminista
en Centroamérica han tenido una gran capacidad de incidencia política en cuanto a la protección de los derechos humanos de las mujeres. Logros que finalmente van más allá de las propias mujeres y coadyuvan a la construcción de sociedades más democráticas. Porque las demandas de las mujeres son demandas de democracia. A título de ejemplo, entre otros muchos, esta capacidad de incidencia ha quedado más que probada con la capacidad de hacer de la violencia en contra de las mujeres un asunto de salud y seguridad
públicas. La aprobación de legislación relativa a este ámbito así como la instalación de mecanismos a nivel de los Estados es una evidencia de ello. 
Miradas simplistas de las redes de mujeres  pueden verlas sólo como espacios organizativos orientados hacia la incidencia política o como mecanismos de gestión de recursos para la generación de empleo. Y no
vamos a decir que no hay algo de eso. Aunque también nos parece importante afirmar la necesidad de no aplicar una doble moral a las organizaciones y redes de mujeres, ya que ninguna de las dos tareas –la generación de empleo y la incidencia política– son prácticas exclusivas de las mismas. Los sindicatos y muchos sectores sociales las realizan, pero a menudo no son valoradas desde los mismos parámetros
morales y políticos. 

Una mirada antisistémica y de proceso puede entenderlas como parte de una
gran estrategia política y ética de “cuidado mutuo” entre mujeres
Son también, en alguna medida acciones amorosas de búsqueda de mejores condiciones de vida para las grandes mayorías excluidas de mujeres, que se movilizan cotidianamente en torno a las lógicas de reproducción de la vida y que no logran apuntar hacia las transformaciones radicales. Pero también, en cierto modo, hacen un “cuidado político” de todas aquellas mujeres, que depositan, simbólica e ideológicamente, la derrota de sus opresiones, en las mujeres que se organizan y que libran batallas públicas por construir sociedades, Estados, parejas, familias, partidos políticos y organizaciones más amorosas y que pongan como centro el cuidado de la vida. “parte de una gran  estrategia política y ética de ‘cuidado mutuo’ entre mujeres” Y tal vez es de rigor resaltar el elemento que, desde nuestro punto de vista, resulta más positivo: las redes siguen existiendo porque las mujeres vamos construyendo el deseo de estar juntas, de reconocernos iguales en la diversidad, aunque no idénticas ni intercambiables unas por otras. Los déficits de estas redes de mujeres están
en algunos casos en el activismo, en la autoexplotación del trabajo voluntario y voluntarista
de las mujeres y en la carencia de procesos de formación de liderazgos. 
La  persistencia de los personalismos, de prácticas patriarcales de ejercicio del poder, de formas organizativas y de toma de decisiones que encarnan las peores prácticas autoritarias y masculinizadas, son también ámbitos en los que hay que intencionar acciones conscientes hacia el cambio. Ampliar espacios para la participación de  mujeres jóvenes y de todas las diversidades, construyendo organizaciones y redes con más poderes disponibles, en vez de intentar repartir el poco poder patriarcal al que a menudo tenemos acceso, es un reto de primer orden. Descartar entonces la cultura de la “formación de relevos”, para
que podamos estar juntas las jóvenes, las que vamos cargando en nuestras cabezas “hilos de plata”, las mujeres rurales y urbanas, todas las que vamos expresando distintas posibilidades en el campo de las preferencias sexuales, las de diversas etnias.
 
Las mujeres diversas como los granos de maíz que formaron a las mujeres y hombres “de maíz”…Nuestras redes tienen también como asignatura pendiente la reconstrucción de los puentes entre nuestras agendas sectoriales, temáticas, étnicas, generacionales, de la opción sexual y todos los otros matices que vamos expresando. 

Se trata de no dejar que nuestra fuerza se maquile y nos haga perder presencia y relaciones. Pero sabiendo siempre que no estamos obligadas a estar juntas y a estar de acuerdo en todo. Y finalmente, el hermoso desafío de construir redes en las que vayamos cambiando nuestro lenguaje y nuestra estética.
Nombrando de otra forma las cosas nuevas que vamos queriendo hacer. Dejando ir de nuestra boca, de nuestra mente y de nuestro corazón el uso de conceptos como dirigencia y base; desprendiéndonos de la adicción al poder como dominio; desterrando el deber de nuestros mecanismos, de nuestros espacios. Después de tantos años de trabajo de incidencia política,  hoy muchas de las integrantes de nuestras redes de mujeres en Centroamérica, somos mujeres con más poder. Es decir, que podemos más. Y tal vez el paso siguiente, sea también transitar en nuestras redes y enredos, hacia una ética del querer y del placer


Fuente: Articulo extraido de la revista Dialogos No 3 , Publicado por Acsur Las segovias. 

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