Artículo elaborado por Ana López Molina del Área de Estudios sobre Campesinado de AVANCSO, fue el editorial del Noticiero Maya K'at del martes 23 de noviembre del 2010. www.fger.org
Cada vez es más frecuente que las mujeres organizadas o no, exijamos una vida sin violencia. Sin violencia de ningún tipo: sexual, psicológica, económica, física, emocional, verbal… las clasificaciones pueden ser interminables. Y exigimos poder vivir sin violencia en las calles, en el trabajo, en las organizaciones y en nuestros hogares. Esta demanda no se restringe a la violencia contra las mujeres, sino a la violencia de todo tipo.
Ya que el 25 de noviembre se conmemora el día internacional para la eliminación de la violencia contra las mujeres, quiero detenerme a reflexionar cómo las mujeres nos relacionamos con la violencia, cómo la abordamos, la enfrentamos, lidiamos con ella.
Una idea bastante difundida es la que nos culpa. Esta lógica indica que si nosotras somos las encargadas de educar a los hijos e hijas, un hombre violento es el resultado de la violencia que aprende en el hogar, significa que no hicimos bien nuestro trabajo de madres. Entonces nos sentimos culpables de la sociedad violenta a la que pertenecemos, porque somos las responsables de su reproducción.
Pero igual que muchos otros problemas, las raíces de la violencia se extienden a lo largo y a lo ancho de la historia, la cultura, la economía, la política. Es decir, toda la estructura social. Existe una práctica política que resuelve los conflictos y las diferencias por medio de la violencia. Por ejemplo, levantar la voz, insultar o difundir calumnias. O hablar a gritos, interrumpir a quien se considera al oponente cuando quiere hablar, incluso dar golpes con el puño sobre la mesa o con el pie en el piso. Y aceptamos que esa es una forma de abordar las discusiones. Si en nuestras organizaciones o nuestros hogares esa es la forma en que se resuelven los conflictos y no lo denunciamos ni lo evitamos, es porque estamos acostumbradas, porque vivimos en una sociedad violenta.
Tenemos que ser muy cuidadosas para que los conflictos no se resuelvan de esa manera en los espacios en que actuamos. Cuando la violencia es lo que caracteriza las discusiones o la toma de decisiones, tenemos que hacernos algunas preguntas. ¿Qué es lo que impulsa nuestras decisiones? ¿Nos mueve solamente el deseo de obtener recursos económicos o el de transformar la forma en que vivimos? ¿Nos mueve el deseo de agradar a los dirigentes? Algunas veces sucede que las mujeres, reunidas solas, hablamos ciertas cosas y tomamos posturas y decisiones, pero luego, frente a las actitudes violentas de los hombres, no las respaldamos o sostenemos. Puede entonces intuirse un miedo, que está instalado, que también es producto de procesos sociales históricos, y de relaciones cotidianas violentas.
Otra forma en que opera la violencia en la calle y en la organización, es materializada en “la mayoría”. Está visto, en nuestro sistema democrático, que lo que la mayoría decide o elige no es siempre lo mejor, ni siquiera para esa mayoría que ha elegido. Los linchamientos, grave expresión de la violencia de la sociedad guatemalteca, son el producto de una decisión de “la mayoría” que juzga y castiga a un presunto delincuente.
Si “la mayoría” requiere métodos violentos para hacer valer su opinión, entonces hay que revisar varias cosas. Una es por qué hay voces discordantes con esa mayoría. Otra es a quién realmente beneficia la decisión de la mayoría. Y una tercera es que si el miedo motiva a algunos a adherirse a la decisión de esa mayoría.
La violencia que sufrimos las mujeres está respaldada por una mayoría, esa mayoría que es la sociedad en general, donde se sostienen y refuncionalizan ideas como que una mujer agredida por su esposo algo hizo para merecerlo. O que el lugar de una mujer es al lado del marido, sin importar si le hace la vida miserable con cualquier forma de violencia. O que las mujeres al señalar el acoso sexual que sufren en las organizaciones sólo generan conflictos y divisiones, o que este comportamiento es natural y por lo tanto no debe alarmar.
Lo que hace falta es hacernos preguntas sobre las razones por las que suceden las cosas, y cuál es nuestro papel en esos acontecimientos, tanto el que conscientemente desempeñamos, como al que somos sometidas por el hecho de ser mujeres. Una de las acciones más importantes para contrarrestar la violencia contra las mujeres es que nos deshagamos de lo que nos impide ver el panorama general y más grande, para lograr comprender los mecanismos del poder y cómo podemos llegar al corazón del problema para hacerlo que lata de otra manera.
Guatemala, 22 de noviembre del 2010.
Fuente: http://avancso.codigosur.net/leer.php/1963801
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